ALFONSO DOMINGO
Nuevo
México es el quinto estado más extenso de Estados Unidos, más de media España,
pero sólo poblado por dos millones y medio de personas. El único que tiene el
español como idioma oficial, junto con el inglés. Una tierra cuya orografía
recuerda muchas veces a España. Tras el viaje por las montañas con los
hispanos y el pow-wow indio me ha quedado muy claro que esta es una tierra
donde las cosas están cambiando hacia la tolerancia, el respeto de los otros y
sus creencias. No es extraño que la visita a Nuevo México del candidato
republicano Donald Trump desatara tantas protestas
Un viaje a
Nuevo México da para todo. Para ver nevar en las montañas, asistir a un Pow-wow
–encuentro anual de todos los indios norteamericanos–, reunirse con los
descendientes de los judíos ladinos que se establecieron en el territorio y
asistir a un posible rebrote de la lucha de los hispanos por el uso de la
tierra frente a las agencias federales forestales de Estados Unidos. En esta
“tierra del encanto” siempre rememoro episodios del pasado común que la ligan
con España. Y también se puede asistir a disturbios violentos producidos por la
visita del candidato republicano Donald Trump en un Nuevo México de mayoría
hispana que no le perdona su arrogancia y sus insultos. Esa intensidad y
variedad me espera cuando aterrizo en Albuquerque un día soleado. La atmósfera
es luminosa, limpia. Se nota la altitud y la cercanía del desierto, y cómo se
arracima la vida vegetal a lo largo de la cinta verde del río Grande.
Nuevo
México es una muestra de las tendencias de una realidad tan cambiante y plural
como es la de Estados Unidos. Llego para presentar en la universidad La
balada de Billy el Niño, la segunda novela escrita en español sobre
este héroe de los hispanos, y también para visitar a viejos amigos. “¡Qué
envidia!”, me decían algunos amigos en Madrid, antes de partir. “¡Vas a los
paisajes de Breaking Bad, mi serie favorita. Conozco
Albuquerque y el desierto de Nuevo México por los escenarios de la serie. ¿En
serio es así, tan impresionante?”. Sí, lo es, me digo mientras pienso en esas
dos figuras, Billy the Kid y Breaking Bad, “volviéndose malo”,
y no me sorprende cuando recién llegado, mi amiga Cyndy García me cuenta que
están preparando en el Museo de Albuquerque una exposición para el año que
viene cuyo título provisional es De Billy the Kid a Breaking Bad.
Cyndy
García es la subdirectora del Museo de Albuquerque, un museo municipal que
recoge arte, costumbres y tradiciones en pleno corazón de la vieja ciudad. Un
lugar obligado si se quiere saber de la historia de esta tierra y de sus
pobladores antiguos, los indios pueblo y navajo, entre otros. Destaca por lo
novedoso de sus propuestas, su didactismo y sus exposiciones temporales. La que
preparan para el año que viene, Billy the Kid to Breaking Bad, versará
sobre la presencia y contribución de Nuevo México en la industria del cine.
Pienso en la mítica película de Sam Peckinpah, Pat Garrett y Billy The
Kid (por cierto, rodada en Durango, México), y en otras varias
filmadas aquí sobre esa misma figura. “Tratará, aparte de las demás películas
históricas, o sobre Billy the Kid, de otras ficciones, sobre Breaking
Bad y Better Call Saul (la serie que siguió a Breaking
Bad pero en vez de ser después, es antes)… De cómo llegaron a lo de
Walter White. Acerca también de actores que son de aquí o que viven temporadas
aquí, como Julia Roberts, Robert Redford, o Neil Patrick Harris” –avanza Cyndy
algunos contenidos.
En Breaking
Bad, la historia de la trasformación de Walter White de profesor de química
en un productor de drogas cautivó la imaginación de las audiencias de
televisión en todo el mundo. Ha sido considerada una de las mejores serie de
toda la historia, por sus diálogos, los dilemas que plantea y una fotografía
potenciada por inmejorables paisajes, que imprimen carácter. Para algunos
estudiosos del fenómeno se trata de una reinvención de los temas literarios
clásicos: un protagonista que sale a una búsqueda y descubre cosas sobre él y
el mundo es una convención bastante común en la narrativa americana.
Típicamente el héroe encuentra el mal a lo largo del camino y adquiere la
sabiduría mundana. Vince Gilligan, el creador de Breaking Bad, ofrece
una variante dinámica de esta búsqueda, planteando la pregunta de hasta dónde
irá un hombre desesperado que afronta la muerte para alcanzar el sentido de sí
mismo y la seguridad financiera para su familia. Aunque en principio iba a
rodarse la serie en California, las facilidades dadas a la filmación en Nuevo
México hicieron que al final acabara situándose aquí, lo que sin duda ha sido
un acierto. Cyndy García, que se está viendo algunos capítulos de la serie –le
confieso que yo he visto cinco– comenta el impacto positivo que ha tenido para
el potencial cinematográfico del Estado.
Sin
embargo, su opinión no es la única aquí. Hay una buena parte de los habitantes
de Nuevo México que no están de acuerdo. “No tengo mucho que decir sobre la
serie Breaking Bad, porque no me gustó. Vi solo algunos
capítulos, no había mucho que ver. No me gustó porque, desde mi punto de vista,
era otro programa glorificando el uso de las drogas y los traficantes que se
dedican a ese vicio tan horroroso”. El que responde a mis preguntas es mi amigo
José Martínez. José, descendiente de una mítica familia de hispanos, los Vigil,
nació en la zona de Santa Fe. Hoy retirado, fue abogado durante 50 años, y 40
de ellos ha estado enseñando en la facultad de la universidad de Albuquerque.
Tenía una pasión, la música. Tocaba la guitarra y el bajo en varios grupos que
salieron en los sesenta. “Pero dejé ese camino. Era éxito fácil, mucho dinero,
y muchos de los músicos de entonces cayeron en la droga y en una vida disoluta.
Una gran parte ya están muertos”. Hoy, con los restos de aquellos grupos
organiza de vez en cuando programas y shows con la música de aquellos años. Ha
hecho una docena de representaciones en Nuevo México y estados vecinos, con
gran éxito. He visto alguno de esos largos programas, de varias horas, en los
que el público ni se mueve del asiento. “Después de que me retiré, pensé en
dedicarme a lo que más me gustaba. Reuní a los componentes de las bandas más
famosas, tocábamos swing, rock, balada… Ahora estoy a punto de sacar un disco
con composiciones mías, pero que recuerdan aquellos días. Se va a titular Santa
Fe Swing”. Oigo el tema, lleno de ritmo, donde canta en español
recordando aquel rito del baile de los sábados y el circuito donde todos iban a
ver y dejarse ver en la plaza: la felicidad parecía posible y alcanzable. Le
hablo de si conoce la palabra tontódromo, que le provoca hilaridad. Ya sabemos,
le digo, que somos pueblos separados por un idioma común.
“En todos
mis años de profesión siempre he visto de lo que es capaz la condición humana.
El 90% de los crímenes es por dinero, por sacar ventaja de una situación, saltarse
las reglas para gozar de mejor posición”. Puede que sea una característica
aguda más del sistema norteamericano, le digo a José, a lo que se suma el tema
de la libre posesión de armas. Un cóctel explosivo, sobre todo donde hay
miseria y desigualdad.
Presencia
hispana
Viajo con
Cyndy y José a visitar a viejos amigos en Santa Fe y Taos. “¿Por qué no
escribes algo que se llame Camino a Taos?”, pregunta José,
mientras conduce por las montañas de Nuevo México. Está ya entrado el mes de
mayo, pero nieva. Esta nieve no es tan insólita en las montañas de Nuevo
México, con una altitud de más de 2.500 metros. Hacia ellas nos vamos
deslizando desde Santa Fe, pasando por poblaciones y caseríos cuyos nombres
siguen teniendo resonancias españolas: Las Trampas, Peñasco, el santuario de
Chimayó.
Nuevo
México es el quinto estado más extenso de Estados Unidos, más de media España,
pero sólo poblado por dos millones y medio de personas. Grandes espacios,
frontera con dos estados mexicanos, Chihuahua y Sonora. El único que tiene el
español como idioma oficial, junto con el inglés. Una tierra cuya orografía
recuerda muchas veces a España. En las montañas, uno a veces parece
trasportarse a otra época. Y sí, anclado en un tiempo difuso, uno puede
entender la fascinación que esta tierra suscitó entre algunos intelectuales. La
mecenas Mabel Dodge Luhan llegó aquí y trajo a partir de 1920 a creadores como
Ansel Adams, Willa Cather, Aldous Huxley, Carl Jung, D. H. Lawrence, Georgia
O’Keeffe, Thornton Wilder y Thomas Wolfe. Todos reflejaron las experiencias
obtenidas, en especial el psiquiatra Carl Jung y el escritor D. H. Lawrence.
En Memorias,
sueños, reflexiones (1973) Jung describió su encuentro con indios
americanos en Nuevo México en 1925. Aunque fue poco tiempo, tuvo un efecto
profundo y duradero sobre Jung, que lo relató profusamente en sus escritos. Su
experiencia en Nuevo México, según escribe, lo hizo consciente de su
encarcelamiento “en el conocimiento cultural del blanco”. En el pueblo indio de
Taos, Jung habló por primera vez con un indio, Antonio Mirabal Hopi (también
conocido como Ochwiay Biano y Lago de Montaña), quien le dijo que los blancos
eran siempre difíciles y estaban agitados: “No los entendemos. Pensamos que
están locos”. Jung le preguntó por qué. “Ellos dicen que piensan con sus
cabezas –respondió-. Pensamos aquí, dijo él, indicando su corazón”.
Impresionado, Jung dijo que él, Lago de Montaña había revelado una verdad
significativa sobre los blancos.
Jung
atribuyó la dignidad y la serenidad de los indios Pueblo a su relación a la
deidad, y la creencia de que sus rituales eran esenciales para mantener el
funcionamiento del universo. En opinión de Jung, las creencias religiosas y
cosmológicas de todas las culturas son útiles para ayudar a que su existencia
parezca significativa, y no hay ninguna más importante que las demás. La teoría
de Jung de tipos psicológicos ha sido comparada a las pinturas de arena
circulares del navajo, que simbolizan la historia mítica de los dioses, los
antepasados y la humanidad.
Algunos
estudiosos de los indígenas norteamericanos como Bonnie y Eduardo Duran (1995)
criticaron a Jung por su visión demasiado idealizada de indios americanos, y
que no viera que la opresión sufrida por estos a manos de los blancos les podía
llevar a la muerte. Recuerdo que la primera vez que llegué al pueblo indio de
Taos busqué que alguien me mostrara el árbol al que se había abrazado Jung, una
anécdota que cuenta en su libro. Nadie lo sabía. Hoy visitamos también el
pueblo –por supuesto hay un impuesto turístico–, donde los indígenas tienen
marcado un circuito que casi se reduce a la plaza principal. Si te equivocas,
educadamente te lo hacen saber. Algunas tiendas de artesanía y la iglesia se
asoman a una plaza abierta con las típicas estructuras de adobe y por cuyo
centro corre un río impetuoso.
En el otro
pueblo de Taos, más turístico y de servicios, centro de una extensa área, se
pueden rastrear ya desde la placa del hotel de la plaza, la presencia del
escritor inglés D. H. Lawrence, el famoso autor de El amante de Lady
Chaterley. D. H. Lawrence Ranch, tal y como se conoce ahora, fue la casa
del novelista ingles durante dos años en durante los años veinte del siglo
pasado. Una propiedad de 0.65 kilómetros cuadrados, llamada anteriormente Kiowa
Ranch, situada a una altitud de 2.600 metros en Lobo Mountain, a unos 29
kilómetros al noroeste de Taos. La Universidad de New México es su actual
propietario. Está inscrito en el registro nacional de lugares por el Estado de
Nuevo México como propiedad cultural.
Lawrence y
su mujer Frieda recibieron una invitación en noviembre de 1921 de Mabel Dodge,
lectora del escritor inglés. Mabel era una acaudalada mecenas de artistas y
tenía residencia en Taos, donde se había casado con Tony Luhan, un nativo
americano de Taos Pueblo. Lawrence y Frieda llegaron a Taos en septiembre de
1922. Hubo sus más y sus menos con sus anfitriones, y Frida y Lawrence viajaron
a México antes de retornar a Europa. Finalmente en 1923 el novelista volvió a
Taos. Frieda con otros familiares regresó más tarde y se hospedó en casa de Mabel.
Finalmente el matrimonio se trasladó al rancho que le ofreció Mabel, y Lawrence
le dio a cambio el manuscrito de Sons and Lovers.
D. H.
Lawrence escribió aquí una gran parte de su novela St Mawr y
comenzó La serpiente emplumada, en el verano de 1924. Aldous
Huxley le visitó ese año en el rancho. Poco después los esposos viajaron a
México donde descubrieron la tuberculosis que afectaba al escritor. Volvió a
Europa y nunca regresó en vida: murió en Francia en marzo de 1930. Años más
tarde, sus restos fueron exhumados, cremados y sus cenizas llevadas al rancho
por Angelo Ravagli, que sería el segundo marido de Frieda. Se suscitó una
controversia sobre cuál había sido el destino final de las cenizas de Lawrence,
aunque se cree que fueron mezcladas con el cemento con el que se levantó el
memorial al escritor inglés. Después de su muerte en Taos en 1956, Frieda fue
enterrada en el rancho y la propiedad fue heredada por la Universidad. Existen
dos pequeñas viviendas y un almacén. Y en este caso, se puede ver en el
exterior un largo pino conocido como el árbol de Lawrence. El escritor
frecuentemente trabajaba en una pequeña mesa en su base. Él lo consideraba su
ángel guardián y en su sombra se sentía seguro. Más tarde, en una de las
primeras visitas del verano de 1929, la pintora Georgia O’Keeffe pasó algunas
semanas invitada en el rancho. En ese año pintó el árbol de Lawrence.
Hablar de
los árboles, los bosques y la tierra es volver a la realidad de Nuevo México.
En Taos se han celebrado algunas reuniones importantes entre ganaderos y
agricultores hispanos y técnicos de las agencias forestales federales. Desde
hace semanas hay una tensión en la zona que no se disipa. Y que trae recuerdos,
los del grupo de López Tijerina y su lucha por el uso de la tierra, por “las
mercedes”, en 1967.
Tierra
amarilla
Hasta aquí
he venido siguiendo el rastro de lo publicado por el Albuquerque
Journal. El periódico local anuncia que el nuevo plan forestal renueva la
vieja lucha de los hispanos por el uso de la tierra en el noreste de Nuevo
México. Se habla de la lucha de Reies López Tijerina por las “mercedes” a
finales de los años 60. El viejo tema: anglos contra hispanos. El 5 de junio de
1967, la Alianza Federal de Mercedes –que se conoció simplemente como La
Alianza–, dirigida por Reies López Tijerina, asaltó el palacio de justicia en
Tierra Amarilla. La intención era liberar a casi una docena de miembros de su
grupo que habían sido detenido dos días antes y hacer un arresto ciudadano para
procesar al fiscal público Alfonso Sánchez. La confrontación de dos horas causó
dos heridos: un guardia de la prisión con un tiro en la mejilla y un ayudante
de un sheriff golpeado con dureza. Los asaltantes escaparon liberando a los
suyos y con dos rehenes más.
Aquella
acción se debió al enfrentamiento entre activistas y el Servicio Forestal
estadounidense. Y, casi cincuenta años más tarde, las relaciones entre el
Servicio Forestal y terratenientes hispanos en el norte de Nuevo México se
vuelven a crispar: “No hay ninguna confianza en el Servicio Forestal. Allí se
han equivocado demasiadas veces”. El que habla es Moisés Morales, que fue
guardaespaldas de Tijerina en el momento de la incursión en el palacio de
justicia de 1967. Hoy es secretario del condado de Río Arriba y tiene su oficina
en aquel mismo palacio de justicia de Tierra Amarilla. Todavía se pueden
distinguir algunos agujeros de bala del tiroteo de hace cincuenta años. Pero a
pesar del tiempo transcurrido, sus sentimientos no han cambiado.
“Ellos nos
robaron 32 millones de acres de tierra sin la aprobación de Congreso,
simplemente con una firma, continuando con la adquisición sistemática de
propiedad del gobierno estadounidense comenzada por el presidente Theodore
Roosevelt”. Una propiedad de la tierra sobre la que Morales, hablando en nombre
de los hispanos, afirma que tienen derecho. “Es la propiedad concedida a los
colonos españoles del Sudoeste por el rey de España”.
El proceso
que recuerda otras épocas ha surgido a raíz de un proceso del Servicio Forestal
para redactar su plan de dirección para el parque nacional Carson, en el norte
de Nuevo México, un documento que tarda cuatro a cinco años en desarrollarse.
El Servicio Forestal administra 1.3 millones de acres de Carson. El gobierno
federal requiere nuevos proyectos de dirección cada 10 a 15 años, pero Carson
todavía se rige por un plan escrito en 1986.
Y la parte
del proceso es que si hay que designar más áreas como el páramo podría suponer
la prohibición de usar la tierra para empleos tradicionales, aunque la existencia
del pasto de operaciones pudiera permanecer con ciertas restricciones. Morales
no afirma que vaya a haber otra incursión en Tierra Amarilla como en el 67,
pero tampoco lo excluye: “Yo veo el peligro. Hay gente que no puede depender de
las migajas que el gobierno ha dejado. Si ellos lo pierden todo y no pueden
alimentar sus familias, podría haber una gran ruptura”.
El
conflicto planeó en reuniones recientes en Taos y Abiquiu, además de Peñasco. A
principios de mayo el Servicio Forestal recibió a una comunidad que se
encuentra en Abiquiu y que quería personarse en la revisión al plan Nacional
Forestal de Carson y el proceso de designación de páramo. El Servicio Forestal
perdió el control de la reunión y un centenar de personas reaccionaron con
furia. Fuentes posteriores reconocieron que hubo muchas preguntas sobre el
páramo y que no pudieron responder a la mayoría.
David
Sánchez, vicepresidente de la Asociación de Ganaderos de Nuevo México del
Norte, no discrepó de esta versión. “Lo que yo vi era el miedo en sus ojos. Lo
que yo vi era la cólera”, dijo sobre los asistentes. “Conocen la historia y
saben cómo la gente ha perdido sus derechos a los recursos. Saben lo que ha
pasado aquí históricamente con agencias federales y sienten que lo siguiente es
quitarles la tierra”.
El ganadero
David Sánchez, que no quiere ver estallar la violencia racial, u otro
levantamiento como pasó en 1967, enmarca la lucha sobre la tierra como una
lucha de derechos de minoría. Un estudio de Servicio Forestal a partir de 2014
muestra que el 56 por ciento de tenedores de pasto en el bosque Carson es
hispano o latinoamericano y otro el 7 por ciento es el indio americano. “La
agricultura y la cría son tradiciones ricas en comunidades hispanas a través de
los Estados Unidos, pero, lamentablemente, todavía combaten demasiada
discriminación”, escribieron en un informe que se hizo público los
representantes estadounidenses Ben Ray Luján y Michelle Lujan Grishman de Nuevo
México, miembros del Comité Central Hispano: “Muchos de estos agricultores
tienden a ser más viejos, con el inglés limitado y ninguna dirección de correo
electrónico. Y el Servicio Forestal en Nuevo México se confronta con las
exigencias de derechos civiles para poner en marcha las regulaciones. Esto
amenaza al sustento de agricultores de mujeres y rancheros hispanos”, dice
Sánchez, que añade que él preferiría luchar contra el Servicio Forestal con una
pluma que un arma.
A pesar de
la tensión, los grupos hablan y se reúnen, buscando puntos comunes entre los
ecologistas, que exigen más tierra salvaje, el Servicio Forestal y los
agricultores y ganaderos. Desde hace años, un cartel que proclama Tierra
o Muerte y que resumía la opinión de los activistas de subvención de
tierra ha estado de pie a lo largo del camino Estados Unidos 84, en Tierra
Amarilla.
“Nadie
quiere la violencia ni perder a uno de sus vecinos detenidos por algún
organismo federal. No queremos ver hacer un criminal federal a un ciudadano
bueno de Canjilon por el proceso del Servicio Forestal. Pienso que esto es que
pasó en Oregón, en Nevada, las agencias entraron como ellos hicieron aquí,
empujando, empujando, hasta que uno no puede ir más atrás porque te golpeas con
una pared. Es la agencia la que ha creado el problema”. Por su parte, la
agencia forestal negó que de momento se produzcan restricciones a los pastos o
limitaciones.
De vuelta a
Albuquerque me esperaba un auténtico acontecimiento al que tenía muchas ganas
de asistir: el Pow wow de las tribus indias. Acudo a esta reunión anual con
Jennifer Gillson, una militante y activista navajo, que vive en Gallup y está
en la capital del estado para la reunión de tribus. Junto con ella, su madre,
su bellísima hija y una amiga. Me acogen como un invitado. El encuentro se
celebra en Wise Pies Arena, The Pit, la famosa cancha de
baloncesto del equipo de la Universidad, los Lobos de Albuquerque. Charlo con
Jennifer, que me explica algún significado de las danzas, el enorme peso de
muchos de los trajes, y le pregunto por su madre. Vive con ella ahora en una
casa en Gallup, pero hasta hace cinco años vivía en un hogan (vivienda
tradicional), sin luz eléctrica ni agua corriente. “Las condiciones mejoran
poco a poco, hay que seguir en la misma dirección”. El pueblo navajo goza de
una absoluta autonomía en su territorio, donde elige a sus representantes, y
por supuesto, a su policía. Y, al igual que los latinos, los indígenas piensan
que Trump no está bien de la cabeza: “No es más que el miedo a perder la
supremacía blanca, ya amenazada por los hispanos en todo Estados Unidos por
otra parte”.
No hay
mucha política entre danza y danza, entre tambores y tambores. Una intervención
de los líderes y competiciones de danza del sol, danza del águila negra, danza
de las mujeres, todo en estilo tradicional y también en estilo libre, y una
plegaria general. Bajo con Jennifer a hacer mi ofrenda y mi contribución.
Adviertes por doquier buenas vibraciones y sonrisas. Me percato que entre el
público asistente –imposible no hacer alguna foto de tanto colorido–, muchos de
los indios jóvenes están tan pendientes de sus móviles como del desarrollo del
encuentro. Debe ser un fenómeno global. No era tan evidente hace unos años, la
última vez que estuve, cuando recorrí todo el fascinante territorio navajo.
También se presenta a la miss mundo talento indio, que preside muchas
celebraciones. Desde luego, hay momentos mágicos, como cuando la cancha empieza
a llenarse, bajando como ríos de color por las gradas, con todos los grupos
participantes. Más de 2.500 nativos americanos, danzantes y cantantes
representando más de 500 tribus de Canadá y Estados Unidos, asisten al Pow-wow,
la reunión anual de naciones para participar social y competitivamente. Asimismo,
en esos tres días que dura el encuentro, se celebra un mercado tradicional con
más de 800 artesanos, que ofrece “una muy especial experiencia de compras,
incluyendo tradiciones interculturales, y exhibiciones de artesanía nativa”.
El 44 % de
la población es de origen hispanoamericano. La mayor parte de los habitantes
hispanoamericanos son descendientes de los españoles que, procedentes de
México, llegaron en los siglos XVI y XVII. También hay inmigrantes llegados
desde México más recientemente. Es una corriente migratoria que aún continúa.
Otro 9,1% de los habitantes son nativos americanos, descendientes de los
nativos pobladores de estas tierras. Este es el estado con más población
indígena de Estados Unidos. Los indios de Nuevo México pertenecen sobre todo a
los navajos, los indios pueblo –repartidos en 21 pueblos independientes–, y
apaches. Una gran parte de los indios viven en reservas diseminadas por todo el
estado. Los indios pueblo son los que más se hispanizaron y más se mestizaron
con los descendientes de los españoles. La mayor parte del resto de los
habitantes del estado son anglo-estadounidenses, descendientes de los llegados
a partir de 1848, año en que Nuevo México pasó a ser territorio de Estados
Unidos.
Nuevo
México es el estado con mayor porcentaje de personas hispanas de todo Estados
Unidos. Aunque la Constitución de 1912, cuando consiguió ser estado, expresa la
intención de proteger los idiomas y las culturas de los habitantes, el
resultado ha sido el opuesto. El uso del español en las escuelas públicas, así
como su uso social, decayó de forma dramática a partir de entonces, tendencia
que se mantiene en el siglo XXI. Hasta 1968 no se produjo la primera
declaración en apoyo de la enseñanza bilingüe por parte de la Junta de educación
Estatal. Cinco años después, aquel apoyo se materializó con la firma de
la Bilingual Multicultural Act. El español neomexicano,
variedad única debido al aislamiento de Nuevo México desde los primeros tiempos
de la colonia, ha conservado rasgos del español medieval, incorporado una gran
cantidad de indigenismos y anglicismos tras la anexión estadounidense en 1848.
Tras el
viaje por las montañas con los hispanos y el pow-wow indio me ha quedado muy
claro que esta es una tierra donde las cosas están cambiando hacia la
tolerancia, el respeto de los otros y sus creencias. No es extraño, pues que la
visita a Nuevo México del candidato republicano Donald Trump desatara tantas
protestas. Trump ha ofendido a muchos grupos y colectivos, y en este estado
donde ya la mayoría es hispana o descendiente de hispanos. Hablar de muros con
México, o insultar a todos sus habitantes cuando habla de que habría que
cambiar su nombre y denominarlo “New Backyard” (Nuevo Patio Trasero) es una
provocación que tuvo su respuesta. Hubo manifestantes que interrumpieron el
evento de Trump en el palacio de convenciones de Albuquerque arrojando botellas
y piedras y rompiendo una puerta en la última refriega de la campaña del
candidato republicano. Hubo enfrentamientos y tensión entre los agentes y los
manifestantes, se registraron roturas como una puerta de cristal. La policía
utilizó botes de humo para dispersar a los manifestantes contra Trump y se
lanzaron objetos. Trump salió en estampida, recordando otros incidentes como el
de Chicago, que tuvo que cancelar.
El día
antes de regresar a España ceno con varias familias de hispanos, descendientes
de judíos ladinos que llegaron al territorio, lejos de la presencia de la
Inquisición. Fueron fundamentales en la elaboración de la novela sobre Billy el
Niño, dándome una información preciosa e inédita. Hablo con Josefina Baca de
Navarrete, que ha rastreado a su familia hasta el siglo XVI en Burgos. “Mi
abuela me contaba que de pequeña, tendría seis años, bailó con el Bilito,
subida en las botas, de él, pues era muy pequeña” –me dice cuenta Josefina–.
Los ladinos poblaron amplias zonas de Nuevo México y prestaron apoyo al Kid,
como uno de sus antepasados, José Córdoba. “Fue maestro y juez de paz, y en su
casa de Las Tablas se refugió Billy cuando huyó de Lincoln, allí se quitó los
grilletes. Contaba muchas cosas de Billy”, dice esta mujer donde se mezclan
sangres de las familias más señeras del territorio, y desde luego, de la zona
del Pecos. “José Córdoba decía que le había dejado al Bilito un libro sobre
Hernán Cortés, él hablaba y leía el español”.
Y hablo
también con Patsy Sánchez, que tiene un rancho de 3.000 acres en Ruidoso, en el
valle del Pecos, uno de los lugares favoritos de Billy. Patsy Sánchez, también
descendiente de José Córdoba, me dejó las memorias escritas por él, toda una
información valiosa y desconocida hasta ese momento: “Todos somos parientes, de
una forma u otra. Reivindicamos un pasado judío aunque todos seamos o católicos
o mormones”.
Así que,
cerrando un círculo y un recorrido que me ha llevado por una buena parte de
este territorio, vuelvo a Billy el Niño y la novela que me trajo aquí. Y el
último día, la mañana del regreso, entrevisto a mi buen amigo Rudolfo Anaya, a
quien llevo mi libro. Anaya, además de un gran novelista y el padre de la
literatura chicana, también escribió una obra de teatro sobre Billy. Hablamos
de ese extremo que nos ha unido.
—Yo, siendo
joven, me crié en Santa Rosa, en el llano, a orillas del río Pecos, y llegaban
los vecinos a platicar con mi papá, y había cuentos, una vez el Billy llegaba
al Puerto de Luna, una aldea chica cercana, y ahí me interesó la historia de
Billy the Kid, el Bilito, y me puse a pensar, ahí había un lugar donde hacían
baile, en Puerto de Luna, una sala, y mi abuelo, Gregorio Mares, tenía 17 años,
conoció a Billy. Es una relación personal para mí. Billy murió en 1881 y dice
la gente que llegaba a los pueblos chicos de por allá, Ruidoso, todos los
pueblos del Pecos, visitaba a las mexicanitas bonitas, le gustaba bailar.
Para Anaya,
no solo por eso, sino por sus buenas cualidades y corazón el Bilito conquistó
el corazón de los hispanos.
—Billy
defendía su causa, la causa más grande, porque en ese tiempo estaba el Círculo
de Santa Fe, los políticos, abogados de Santa Fe que estaban controlando todo y
quitando la tierra a los mexicanos, los hispanos que vivían aquí en Nuevo
México. Las Mercedes (títulos de propiedad otorgados por el rey de España), se
estaban perdiendo porque cuando entró el americano aquí, si no aprendía uno el
inglés, o no aprendía cómo ir al banco, como tratar con la ley, le quitaban
todo. Y a Billy the Kid lo miraban los hispanos porque estaba al lado de ellos,
les apoyaba.
Mirando al
futuro, Rudolfo piensa que el futuro de Nuevo México y de todo Estados Unidos
es lograr un buen mestizaje entre todas las etnias y culturas. Y suelta una
frase que te vale como cierre para un viaje y un reportaje: “El futuro será
plurilingual y pluricultural o no será”.
Alfonso
Domingo es director de documentales y escritor. Es autor de la novela El
espejo negro, premio Ateneo de Sevilla. En FronteraD ha
publicado Cuando luchar por la libertad del
negro pasaba por la guerra de España y La lucha de los negros pasó por
España. Héroes invisibles en la Guerra Civil.
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De FRONTERA D, 21/07/2016
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