GUILLERMO RUIZ PLAZA
A mi padre santo
La mañana
del 7 octubre de 1970 se oyeron en la calle, cada vez más numerosas, las voces
de una turba enfurecida: “¡Mátenlos! ¡Sí, los mataremos! ¡Hay que matar a esos
maleantes antes de que lleguen los milicos y los protejan!” Los hermanos
Márquez vivían entonces en la casa de su madre, en la parte más alta de la
calle Casimiro Corrales, en Miraflores, y solo en ese momento comprendieron que
los rumores eran ciertos: había triunfado el golpe del general socialista Juan
José Torres. A los gritos se sumaron pronto las patadas destempladas en la
puerta de la calle y el estruendo de los disparos.
En la
calle, incrédulo e impotente entre la multitud, Freddy del Castillo presenciaba
el asedio creciente de estudiantes airados. “¡Sáquenlos de la casa!, ¡hay que
lincharlos!”, gritaban con los puños en alto. En eso, un alma piadosa le tocó
el hombro: “Freddy, andate”, le dijo, “ya te han reconocido: saben que eres uno
de Los Marqueses”. Del Castillo comprendió que la cosa iba en serio y se marchó
de inmediato.
Sobrecogidos,
los hermanos Márquez, así como la madre, la tía y la abuela, oían los llamados
multitudinarios que subían desde la calle. Eran tres hermanos: Javier, el
mayor, callado y discreto, pero tan explosivo como temible en las peleas;
Freddy, el más llamativo, con su negra melena peinada hacia un lado, la barba
sombreada, el bigote asiático y un parecido físico insoslayable con el Che
Guevara de los últimos días; Miriam, la menor, de catorce años y unos ojazos
tan dulces, que a primera vista resultaba sin duda imposible adivinar que se
trataba de la líder de Las Marquesas, ya conocidas por toda la juventud paceña
como las chicas malas de la ciudad.
Para
defenderse, Javier y Freddy Márquez se hicieron con dos sendas pistolas calibre
22 y respondieron a los disparos que provenían de la multitud. Llegó la Policía
y tiró gases lacrimógenos que caían en el patio delantero, invadiendo el
interior de la casa, y la familia Márquez tuvo que echarse en el suelo en busca
de oxígeno. En medio de arcadas y vómitos, Freddy Márquez oyó que los instaban
a abrir la puerta de la calle. Era un cura que pretendía hacer de
intermediario. Le franquearon la entrada. “He hecho un trato con los
universitarios”, les dijo el hombre. “Si ustedes se entregan, les garantizamos
su seguridad. Solo tienen que ir a la UMSA para hacer una declaración”. Y ante
las dudas de los hermanos Márquez, el otro remató: “Piensen en la seguridad de
las mujeres de la casa”.
Apenas
salieron a la calle, tomada por la multitud, Javier y Freddy Márquez
comprendieron que habían cometido un grave error. A la lluvia de insultos
siguió una brusca granizada de golpes y, en todo el camino a la UMSA, donde más
estudiantes los esperaban para “ajustar cuentas”, no cesaron un instante los
escupitajos, los puñetazos, las patadas y los azotes con palos. Era un
linchamiento en toda regla. “No se desmayen”, les dijo un dirigente cuando
faltaban dos cuadras para llegar, “porque aquí los matan”.
Dos años antes, en 1968, nacía en Miraflores el club “Los Marqueses” (plural del apellido de sus líderes, los Márquez) con apenas 18 integrantes y un afán futbolístico que pronto cedió el paso a la obsesión por tomar el control del barrio. Hacía ya tiempo que el fenómeno de los clubes sociales existía en la Paz: allí estaban Los Jets, Los Haraganes, Los Esplendid y Los Sharks de Sopocachi o el famoso Olympic de San Pedro. Ninguno de ellos, sin embargo, constituía una pandilla tal como la entendemos hoy. Fueron Los Marqueses quienes, por el impacto de su imagen y sus acciones, en cuestión de meses le dieron un rumbo vertiginoso a la dinámica de las agrupaciones juveniles en el país.
A la manera
de los Hell’s Angels, Los Marqueses vestían chaquetas de cuero negro con
hebillas, jeans y botas de caña alta; cruces y medallones con la letra M
colgaban de sus cuellos, y entre los miembros de la banda no eran raros los
bigotes ni las greñas. Con el tiempo, adquirieron unas cuantas motocicletas
Harley Davidson y otras de marcas más accesibles, que conducían tocados de
cascos que recordaban los del ejército del Tercer Reich. Los caracterizaban el
deseo de llamar la atención, la busca de camorra gratuita y los robos puntuales
a plena luz del día: según varios testimonios, les gustaban las chaquetas de
jean, que parecían coleccionar a su antojo. Su especialidad, sin embargo, eran
las trifulcas con cadenas. Entre los jóvenes paceños corría el rumor de que el
rito de iniciación para integrar la banda consistía en aguantar diez minutos de
cadenazos en el garaje de los Márquez. Este tipo de rumores concitaban la
fascinación de los jóvenes. Además, Los Marqueses parecían regodearse
inquietando a los otros clubes de La Paz. Mi padre, que vivió con plenitud
aquella época juvenil, cuenta: “Aparecían de pronto, sin invitación, en las
fiestas de otros clubes para buscar pelea; a veces incluso entraban montados en
sus motos en los salones de los ‘niños bien’ y se ponían a dar vueltas en
círculo, ahogándolo todo con el rugido de sus motores”.
Las
Marquesas, por su parte, lideradas por la jovencísima Miriam, llevaban
chaquetas lustrosas, hot pants de color negro, medias a gogó y
botas altas, y su fama se debía tanto a su belleza como a su animosidad.
Despertando a la vez deseo y temor por donde pasaban, solían alborotar las
proyecciones en los cines del centro y en las fiestas de otros clubes, llevándolos
a menudo al terreno pantanoso de las peleas campales. “Una noche, como sabíamos
que siempre hacían quilombo, les negamos la entrada a una fiesta en el sótano
de la iglesia de San Miguel”, cuenta mi padre. “Ante la negativa, Las Marquesas
nos encerraron atrancando el portón desde fuera y, cuando al fin pudimos salir
por una puerta lateral, nos dimos cuenta de que habían robado la camioneta de
un amigo. La encontramos varias horas después, ya de madrugada, en Obrajes”.
Desde sus
inicios, Los Marqueses llamaron la atención de los otros clubes paceños, pero
también de la Policía, que desde 1968 tenía fichados a varios de sus miembros
por grescas callejeras o peleas campales a cielo abierto con cadenas y
cuchillos. Los Marqueses seguían siendo los 18 originales, pero varios grupos
emuladores, como Los 508 y Los Calambeques, se habían ido adhiriendo a ese
núcleo duro, lo que ampliaba el poderío de la banda.
Paralelamente,
al calor de las bravatas, surgieron pandillas pendencieras en barrios rivales,
como Los Tigres de San Pedro, con los cuales Los Marqueses tendrían, durante el
Carnaval de 1972, un último altercado sangriento que acabaría con la muerte de
Miriam Márquez.
***
El 14 de
febrero de 1972, la noche en que murió su hermana, Freddy Márquez llevaba solo
tres días fuera de la cárcel. Su liberación, tras dos años de encierro, había
sido inesperada y se debía probablemente al triunfo del golpe de Banzer. Esa
noche las ansias de parranda y de bronca se mezclaron en una sola corriente
irresistible que llevó a Los Marqueses y sus aliados, Los Calambeques, a tomar
por asalto Cenafi –local situado en la calle Ballivián, a dos cuadras de la
plaza Murillo–, donde se desarrollaba una fiesta de todas las pandillas de San
Pedro. La manzana de la discordia era un grupo musical. Tabú, en
efecto, había declinado la invitación de los miraflorinos, prefiriendo tocar
para sus rivales de San Pedro, así que Los Calambeques y Los Marqueses
irrumpieron en medio del jolgorio para reclamar la presencia de Tabú en
su propia celebración. Según un amigo de mi padre, que estuvo presente aquella
noche en la fiesta, los miraflorinos trataron incluso de secuestrar a los
miembros del grupo musical, lo que concitó la ira de los presentes. Hernán
Vallejos, el líder de Los Tigres de San Pedro, convocó a los miembros de su
pandilla en las puertas del local. Entonces se desató una reyerta confusa en la
que brillaban los cuchillos y, aquí y allá, increíblemente estallaban algunos
disparos.
En la acera
iluminada, se vio salir una silueta titubeante que cayó de bruces, derramando
en el suelo lustroso su larga cabellera negra. Era Freddy Márquez. Acababa de
recibir seis puñaladas en la espalda. Lo seguía de cerca Hernán Vallejos, el
líder de Los Tigres. Pronto a acometer de nuevo, sujetaba una daga en la mano
derecha. Más rápida fue Miriam Márquez, que cubrió con su cuerpo el cuerpo del
hermano caído y recibió diez puñaladas.
Ensangrentados,
pero todavía lúcidos, los dos hermanos Márquez se pusieron de pie, subieron a
un taxi, pidieron que los condujeran hasta el Hospital del Tórax. Miriam
Márquez murió en el camino a causa de una hemorragia pulmonar. No había
cumplido aún los diecisiete años. Freddy Márquez fue internado en coma, con un
pronóstico vital reservado. Sin embargo, tras dos intervenciones quirúrgicas y
un largo período de convalecencia, se recuperó de sus heridas.
La Policía
no pudo poner fin a la contienda sino con el uso de armas de fuego. El saldo de
aquella fiesta –una quincena de heridos, uno de los cuales de bala; la
incautación de armas de fuego, algunas de guerra; decenas de detenidos; la
muerte de una muchacha de dieciséis años– arrojó una brusca luz sobre la
dinámica perdularia que se había extendido entre la juventud paceña.
La muerte
de Miriam Márquez marcó con sangre y fuego el fin de aquel período en que el
fervor de las pandillas invadió las calles del país.
Javier
Márquez murió seis años después, en un momento de su vida en el que los delitos
y las grescas ya eran cosa del pasado. Se cree que murió debido a las secuelas
de las numerosas golpizas que sufrió, junto a su hermano Freddy, no solo en las
cárceles por las que ambos pasaron, sino también durante aquel linchamiento en
toda regla, el 7 de octubre de 1970, cuando una turba de estudiantes los
acarreó, a punta de golpes, a declarar en las oficinas de la UMSA.
***
“No se
desmayen”, les dijo un dirigente, “porque aquí los matan”. Faltaban solo dos
cuadras para llegar, pero, zarandeados por la turba como muñecos de trapo, los
hermanos Márquez trastabillaban y caían a cada trecho, levantándose luego, a
duras penas, para evitar las patadas que los buscaban en el piso.
A cincuenta
metros de la UMSA, a ambos lados del ansioso pasillo humano que se abría
delante de los Márquez, decenas de estudiantes los esperaban para “ajustar
cuentas”. Una voz bien audible se levantó de la muchedumbre y propuso colgar “a
esos maleantes” allí mismo.
Entonces,
según cuenta él mismo, Marcos Domich –catedrático de sociología que, a la
sazón, tenía 35 años– se subió a una tarima e improvisó un discurso
apaciguador. “No se manchen las manos”, les dijo a los estudiantes. “Los
Marqueses no son más que enfermos sociales y no tienen la culpa. Han sido
usados, como otros, por el régimen de Ovando. No sean ustedes, a su vez,
instrumentos de la violencia”.
¿Llegaron a
enterarse los hermanos Márquez, ya al borde del desmayo, del discurso que
probablemente les salvó la vida? Nada nos permite afirmarlo. Más muertos que
vivos, llegaron a las oficinas de la UMSA y, antes de ser arrojados a una
celda, realizaron su declaración sobre los hechos ocurridos dos meses y medio
atrás.
***
El 22 de
julio de 1970, con escopetas calibre 22 terciadas a la espalda y junto a otros
grupos parapoliciales armados por el Ministerio del Interior, Los Marqueses
entraron en el Monoblock por la puerta trasera y se atrincheraron en el atrio.
Alfredo Candia y Waldo Cerruto eran los artífices de la intervención que tenía
como fin “reestructurar” la UMSA, tenaz opositora del régimen de Ovando. Al
encontrar la universidad cerrada, los estudiantes protestaron y se pusieron a
golpear las puertas y ni siquiera los disuadieron los disparos al aire de los
grupos armados en el atrio. Tuvo que intervenir la Policía.
La
ocupación duró cuatro días y desembocó en un compromiso entre el gobierno y los
dirigentes universitarios. Según Freddy Márquez, Los Marqueses solo
intervinieron el primer día; los estudiantes, sin embargo, jamás olvidarían que
habían sido Los Marqueses quienes tomaron la UMSA. Era tal vez lo que esperaba
el gobierno del general Ovando: que Los Marqueses desviasen la atención hacia
ellos. Por su parte, los universitarios esperaban sin duda que el viento de la
política pendular y militarizada del país –derecha e izquierda arrebatándose el
poder alternativamente, golpe tras golpe– girase a su favor y les diera la
oportunidad de vengarse. Como se vio después, no tuvieron que esperar
mucho.
***
En agosto
de 1972, el gobierno del general Banzer ordenó la detención de Freddy Márquez,
quien permaneció en la cárcel durante dos años y medio, sin motivo conocido,
por lo que figura en la larga lista de víctimas de la dictadura.
En la
primera mitad de los años noventa, Freddy Márquez cursó la carrera de Derecho
en la UMSA. Luego de titularse de abogado, hizo cinco posgrados y una Maestría
en Educación Superior. Desde entonces se dedica a la cátedra y a la asesoría de
jóvenes marginales con problemas, haciendo de esta la causa principal de una
campaña legal y mediática que iniciara en 1994.
***
Cuando mi
padre y mis tíos nos contaban en la infancia, a mis primos y a mí, la historia
de Los Marqueses, esta cobraba tintes de leyenda. Pero más allá de esta
historia singular eran los tiempos de nuestros padres los que nos resultaban
fascinantes. Con sus clubes multitudinarios y su música rebelde, sus fiestas
apoteósicas de Año Nuevo y Carnavales, sus reyertas con cadenas y cuchillos, su
horror y su esplendor y su vértigo, aquella época febril fue sin duda un fiel
reflejo del caos histórico del momento. Después fue desapareciendo sin hacer
ruido y sin dejar rastro, como los sueños de juventud.
_____
De
88GRADOS, 24/07/2022
Imágenes:
Freddy
Márquez nunca dejó el amor por las motocicletas, junio, 2022. / Fotografía:
Pablo Montero.
Freddy
Márquez en 1970. Registro personal de la familia.
Freddy
Márquez en 2022 y un conjunto de memorias. Fotografía/ Pablo Montero.
Los trazos
que perpetúan a la familia, los amores y los recuerdos. /Fotografía: Pablo
Montero.
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