JAVIER VAYÁ ALBERT
Una de las
primeras escenas de la hiperbólica Elvis de Baz Luhrmann transcurre en la
típica atracción de feria del laberinto de espejos. Algo que da juego al
director para mostrar las mil caras del villano de la función, el coronel
Parker. En una de las escenas de la sórdida y desasosegante Blonde de Andrew
Dominik, una Marilyn desquiciada y drogada mira a la cámara mientras
pregunta ¿Qué te importa a ti mi vida? Se me antoja que
inquiere al mismismo Dominik que de manera irónica reconoce así que para su
película no le interesa lo más mínimo la vida de La ambición rubia.
Resulta curioso que las dos películas más importantes (y polémicas) del año
sean sendos biopics de los dos mayores iconos del imaginario cultural
estadounidense. Como si una Norteamérica en horas bajas necesitara resucitar
por enésima vez al rey y la reina de su gran sueño (americano). Resulta
inquietantemente significativo como en plena era de los filtros, las
aplicaciones que reviven difuntos o los programas que crean imágenes fake,
tanto Ana de Armas como Austin Butler se transformen en remedos idénticos de
sus personajes.
Elvis es una apabullante maravilla,
una demoledora pirotecnia de planos, música, colores, formatos y texturas muy
propia de su director. Un Luhrmann que sabe que el guion no da demasiado por sí
mismo y que apuesta fuerte por un envoltorio espectacular y por contar la
historia desde el punto de vista del coronel acertando de pleno. Entiende el
director que la figura de Elvis Presley necesitaba una historia bigger
than life y encuentra la manera de dársela con creces. Sobre Blonde se
está hablando y escribiendo mucho. Pese a su innegable calidad técnica, con
momentos absolutamente brillantes en cuanto a dirección, estamos ante una
pesadilla infernal y grotesca. No he leído la novela homónima ficcional de
Joyce Carol Oates en que se basa, pero intuyo que en la traslación del lenguaje
literario al cinematográfico se ha pervertido el mensaje y la intención.
Dominik firma una obra onanista y demencial, misógina y desagradable que cuesta
soportar. Por momentos durante su visionado, he llegado a preguntarme si no
estaríamos ante un acto suicida, una suerte de performance kamikaze de su
director como radical e incomprendido acto artístico. Lamentablemente no es
así, Blonde no es más que el grandilocuente sueño pervertido
de un tipo más de los que asisten con la boca deformada ante la figura
deslumbrante de la actriz.
Si el fallo
de Luhrmann en Elvis reside en la hagiografía que este hace
del cantante al que parece adorar, Dominik muestra un desprecio atroz por su
protagonista a la que atormenta y mancilla hasta el horror. Resulta curioso y
para nada casual que de los dos mitos, el masculino sea el que sale bien
parado. Baz Luhrmann es un fan que celebra la vida del rey del rock pese a sus
evidentes sombras. Autoconsciente de que el equilibrio entre lo sublime y lo
ridículo vale la pena por lo que tiene de viaje y de fiesta. Andrew Dominik sin
embargo utiliza a Marilyn como instrumento para sus delirios creyéndose sublime
y cayendo en el ridículo de lo repulsivo moralmente. Dominik es tan solo
un hombre más tratando de devorar un pedazo de carne sin alma.
Un hombre más dibujando a una mujer que no es absolutamente
nada sin uno de ellos. No existe ni el más mínimo resquicio de aire, de luz, de
independencia o capacitación en su dibujo de Norma Jean. Algo que
resulta torpe por taimado, y viceversa.
Resulta curioso que tanto Blonde como Elvis sean películas en cuyos directores quieren dejar clara su autoría, su intención de escribir su nombre junto al de sendas estrellas. Y que los resultados sean tan diferentes. Al final para mal y para bien respectivamente, nos encontramos ante versiones de versiones infinitas de Marilyn Monroe y Elvis Presley, imágenes multiplicadas por Warhol hasta lograr su insignificancia. Filtros de filtros, capas de capas, dobles de clones. Efigies que podemos encontrar distinguiendo el sexo de los cuartos de baño de cualquier franquicia de comida rápida en el lugar más recóndito del mundo.
Dos imágenes cuyas vidas y almas dejaron de importar hace mucho. Espejos deformados y trágicos del alma bipolar de la sociedad norteamericana.
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De EL
IMPARCIAL, 07/10/2022
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