Pablo Mendieta Paz
Estaba, a propósito, pensando en Maduro luego de haberlo visto y escuchado por la tele. Aunque es cosa sabida que el ser humano es capaz de calcar perfectamente la gesticulación de sus ídolos (Maduro evoca con arte los gestos del jefe supremo ido), también puede imitar la voz. Y Maduro tampoco esconde este otro talento. Ha dado en el punto perfecto de los decibeles de la voz del jefe, cuya dinámica (forte, fortissimo, mezzoforte, mezzopiano -aunque no hay sotto voce-, etc), además del fraseo, acentuación y matices, color y ritmo, los interpreta a la perfección, e incluso como si tuviera oído absoluto ya que indica el tono que principia en un grado dado (me ha sido posible identificar que se trata del quinto grado de la escala diatónica de do; si bien su versión no tiene nada que ver ni con el canto llano ni con el canto figurado, sino más bien con el canto llanero y el canto simulado). Habilidoso el hombre, aplica todo un gesolreút, que al final da la impresión de que existiera una diarquía; o como si Chávez, desde un poco más allá, estuviera practicando la bilocación.
Y escuchándolo en ese tono es poco posible entender lo que dice este corpulento y nada elástico bufón: el otro día, mientras hablaba, no me pareció el hombre muy maduro ni machucho ni juicioso ni prudente ni reflexivo -menos sesudo-, ni sensato ni sosegado ni granado (aunque sí granate) ni provecto. Parece un curioso crucigrama donde sólo han puesto las palabras verde, agrio, imprudente, irreflexivo, y ya no existen términos para llenar las casillas... Bueno, qué se le va a hacer.
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De la correspondencia del autor
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