Entender la producción de Inoshiro Honda y Eiji Tsuburaya en 1953-54 es considerar la mentalidad de un país con un trauma que llevaba menos de diez años. El motivo nuclear (luego tan repetido en el cine hollywoodense) tenía una razón de ser. McCarthy y su parafernalia anticomunista no verían jamás una bomba estallar en su suelo y por tanto la oleada de criaturas gigantes en occidente (Them!, Tarantula) derivadas del Kaiju Eiga son en comparación, inocentes.
Se tienen datos acerca de una producción previa que nunca llegó a concretarse, en la cual Honda planeaba una secuela (remake le diríamos ahora) de King Kong, pero en alguna parte el proyecto cambió y la producción al completo decidió usar un terror aún latente y lanzar un nuevo ataque atómico sobre el suelo japonés.
Lo común es llegar al cine de Godzilla por dos fuentes, la era Heisei, comprendida entre mediados de los ochenta y mediados de los noventa; y la era Showa, desde el inicio hasta el 76. La primera película, Gojira, es fundacional, pero carece de las características de las demás épocas. Aún no llegaba el Godzilla psicodélico y defensor de la tierra de Jun Fukuda, y menos la bestia salvaje de cómics de los noventa. El blanco y negro, los contrapicados en las apariciones del monstruo y las escenas de destrucción (en ocasiones tan parecidas a las de Hiroshima) son la marca de una película que no se limita a divertir y asustar un poco. Gojira no sólo entretiene, da miedo.
Y eso a pesar de las descripciones de paleontólogo principiante del doctor Yamane, que ridiculiza algunos momentos. Así y todo, los personajes humanos escasamente ralentizan el efecto de la narración, y cuando el Doctor Serizawa hace su aparición la historia gana una hipérbole de gran ambigüedad y difícil de hallar en todo el resto del Kaiju Eiga, excepto quizá en la trilogía de Iris, de Gamera. Godzilla es identificado como una criatura radiactiva, una posible víctima de la carrera armamentística humana. Claro, esto horroriza, pero la primera reacción es cuidar los intereses diplomáticos, y las autoridades se muestran reacias a dar a conocer al público la existencia del monstruo. Al final estos intentos son inútiles y el monstruo descarga una orgía de destrucción en Tokio. Las armas se van desgastando una tras otra, inútiles, hasta que la presión de los eventos conduce a Daisuke Serizawa (científico cool de parche en el ojo) a revelar su invención, el Destructor de Oxígeno. Pero Serizawa comprende que Godzilla ha sido creado por culpa de la carrera armamentística, ¿y qué es este invento, sino una nueva arma? Brillante.
Ahora, a por algunas curiosidades:
El nombre Gojira proviene del término nipón Gorira y Kijura, Gorila y Ballena. Así llamaban a uno de los empleados del estudio.
El rugido de Godzilla es el sonido de un guante aceitado pasando por la cuerda de un contrabajo.
Se dice por ahí que el traje original pesaba como noventa kilos (!) –pobre Haruo Nakajima-.
En la versión estadounidense se incrementó el tamaño teórico del monstruo, de 45 metros a 150, pero se censuró todo el tópico nuclear; también se incluyó un narrador gringo, el actor Ramond Burr en algunas sobreposiciones incómodas.
Calificación final: 10/10. No podría ir a menos. Consideremos la época, la intensidad del mensaje, la ejecución y la importancia de su legado. Y aún sin eso, nos quedaría el tenebrismo y la magnífica puesta en escena. Véanla, todos los que puedan, recomendable sin falta, tan sólo eviten la versión editada gringa.
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Del muro del autor en Facebook, 18/04/2014
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