El señor García Márquez está realizando esfuerzos desmesurados y fantásticas piruetas políticas con el fin de que Fidel Castro se mantenga en el poder. Ahora es un abanderado del diálogo entre Castro y los Estados Unidos y de las “reformas” en Cuba, siempre y cuando el Comandante siga siendo el jefe. García Márquez parece dispuesto hasta a lamerle los calcañales al presidente norteamericano con tal de que éste ayude económicamente a Castro.
Actúa muy bien García Márquez al intentar mantener a Castro en el trono, pues una vez que caiga, el señor García no podrá evitar una confrotanción con la justicia por su complicidad y colaboración con uno de los criminales más notorios de este siglo. El fin del señor García (lo de Márquez es optativo, pues es su segundo apellido) puede ser parecido al de los grandes colaboradores que tuvo Hitler. Eso le debe saber muy bien al autor de La Hojarasca.
En realidad, hace más de veinte años que García Márquez debió comparecer ante los tribunales norteamericanos por haber plagiado incesantemente a William Faulkner. Pero los norteamericanos tienen tan mala memoria que seguramente no recuerdan quién es Faulkner. En cuanto a la pobre “inteligencia” yanqui, padece tan profundamente el síndrome de la culpa que prefiere desechar el original “imperialista” y leer una versión colombiana del mismo, versión que es además populista y menos compleja.
¿Cuál es el motivo de que un hombre de talento hasta para el plagio se haya plegado a los servicios secretos de Fidel Castro? La respuesta me la dio un cineasta colombiano a quien le comenté con tristeza que sus compatriotas debían sentir una gran vergüenza por ser conciudadanos de una persona como el señor García Márquez. “Es una gran pena”, me respondió. “Pero, por suerte, en Colombia, García Márquez es casi sólo conocido bajo el nombre de Cara de Fo”.
Su respuesta fue para mi una iluminación sobre la personalidad de García Márquez. ¡Cara de Fo! Es decir, alguien de rostro tan repugnante que parece como si siempre estuviese oliendo algo pestífero y cercano a su persona. No se trata de un simple desequilibrio estético o de una discrepancia con los cánones convencionales de la belleza (lo cual tendría su atractivo), se trata de una fealdad que sale del alma y que se manifiesta como espejo de la misma en el exterior. Una fealdad que, al igual que El Retrato de Dorian Gray, cada fechoría acrecienta. Contemplad ese rostro engurruñado, papujo y despectivo, ese cuerpo de batracio erguido sobre sus ancas posteriores, y pensad en la tragedia de tan terrible fealdad en un hombre con sensibilidad artística que además presume de tenorio.
Pobre criatura. Cuenta su ex-ayudante, Antonio Valle, que una de las amigas sentimentales del señor García, conocida como Norkita, le confesó un día desesperada: “¡No puedo, a pesar de las ventajas materiales, tener relaciones con una caguama!”. Y ahí mismo rompió con el señor García. ¡Pobre criatura! Cuántas tribulaciones habrá padecido. Cómo habrá tenido que luchar para, a pesar de su cara de fo y de su cuerpo de caguama, abrirse paso en el competitivo, complicado y cruel mundo del erotismo. Si a eso agregamos que, según declaraciones del escritor colombiano Gustavo Álvarez Gardeazabal. “García Márquez es un hombre casi completamente desarmado de la cintura para abajo”, el lector podrá hacerse por lo menos una remota idea del terrible trauma del responsable de La mala hora.
Una fealdad tan ríspida sólo podía encubrirse con la fama. Y hacia la fama se lanzó García Márquez, propulsado por su compinche, el Comandante en Jefe, hasta llegar al Premio Nobel. Ahora algunas tiernas ninfas no repararán (al menos por unas horas) en el rostro de García Márquez y por amor a la literatura o a la notoriedad (y a todo lo que las mismas acarrean) se inmolarán en los altares de Eros, aunque después, como Norkita, salten aterrorizadas.
De todos modos, una suerte de cirugía plástica metafísica le garantiza al eterno discípulo de William Faulkner muchas noches de placer. Esa cirugía plástica que produce el triunfo, el señor García la ha logrado gracias a sus estrechos contubernios con Fidel Castro. Es lógico pues que lo defienda. Cuando Castro caiga, Cara de Fo, sin los cosméticos del poder y de la gloria, tendrá que mirarse en el espejo. ¡Terrible momento! Roguemos para que no muera de un infarto, pues lo queremos vivito y con su cola de caguama coleante para que pueda comparecer al juicio que un tribunal internacional le celebrará con todas las de la ley.
Les recomendamos a los testigos de cargo (que serán miles) que lleven espejuelos de sol para que puedan contemplar sólo a trasluz la insportable fealdad de García Márquez y no pierdan la ecuanimidad.
Reinaldo Arenas. 1989.
Nota aclaratoria: Este artículo fue entregado a Antonio Valle Vallejo por el autor, en los momentos en que Antonio Valle Vallejo lo ayudaba a mecanografiar su autobiografía, debido a que RA ya estaba enfermo. Antes que anochezca, como contó el propio Reinaldo Arenas en ese libro; para su publicación. Nunca antes ha sido publicado.
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De Biblioteca LGTTB "Oscar Hermes Villordo", 28/11/2012
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