PABLO CEREZAL
Cochabamba es un perímetro de lejanías en que abrevan los rebaños oscuros de la noche y la ebriedad. Por sus calles de festividad suicida, en sus esquinas de polvo danzarín, junto a sus avenidas de tedio indisimulado, desfila un enjambre de batallas perdidas que no encaja en uniforme alguno.
Desfilan, ya digo, las huestes vencidas de una nueva jornada de excesos alcohólicos a la mayor gloria de la tradición y el orgullo patrio. Y yo encierro en casa mi cansancio de huesos ancianos y tiempo detenido. Desenredo sobre el colchón este tropel de huesos desorientados que orienta mis pasos, antes de prepararme un ron... con poco hielo y mucho ron. Es entonces que me llega tu voz como si me estuviese relatando nuestro amor de intermitencia y siempre. Y entonces que me pregunto qué hacer con estas lágrimas que desordenan la barba que no me afeito desde hace casi una semana.
Cochabamba, ahí afuera, alarga su festival de balbuceos ágiles y danzas torpes, al ritmo de tambores forjados para dirigir una guerra en que sólo vence el que logre llegar a casa sin perder por el camino la dignidad, el rumbo, la virginidad o el monedero. Fallecieron ya los ritmos asimétricos y enhiestos del Carnaval. Retornó la breve calma de esas olas del mar que Bolivia no tiene pero regresan para amartillar el cerebro de los farranderos, el chaki, la resaca, y en breve, de inmediato, casi sin interrupción, resuenan los impenitentes ritmos que desean glosar efímeras glorias que la carne en estado de descomposición nos promete.
Yo me encierro en casa, con tu voz que, aún sólo acunando la duración exacta de un orgasmo desorientado, el temblor de hiedra de un Onán que no asume su vandálica condición noctámbula, porta en su timbre lejano y azul un rumor de hierba recién cortada, la gloria eterna del alma, ésa que buscaban los místicos, y aún perseguimos los locos en la noche de la distancia y las veredas imundas del sueño que humedece nuestras sábanas.
Llegas a un país lejano de geografías y reconocimientos para perder el propio... pero descubres que, lejos, allá, en esa otra casa, en la que te vio nacer, aún hay voces que te hacen eco cuando susurras insensateces al calor de una copa de vino solitario y silencioso. Y es entonces que te sientes lejano de veras, apartado del mundo que, hoy, al calor de una lágrima de cálida saudade y lluvia fría, sabes tuyo.
Así que vine a Bolivia para perder mi pasaporte, para no poder agarrar de nuevo entre los dedos garfio de la desesperación esa foto desvaída de colores imprecisos en que otros, aún, creen contemplar mi rostro, e incluso añorarlo... insensatos!
Llegas a un país lejano de geografías y reconocimientos para perder el propio... pero descubres que, lejos, allá, en esa otra casa, en la que te vio nacer, aún hay voces que te hacen eco cuando susurras insensateces al calor de una copa de vino solitario y silencioso. Y es entonces que te sientes lejano de veras, apartado del mundo que, hoy, al calor de una lágrima de cálida saudade y lluvia fría, sabes tuyo.
Así que vine a Bolivia para perder mi pasaporte, para no poder agarrar de nuevo entre los dedos garfio de la desesperación esa foto desvaída de colores imprecisos en que otros, aún, creen contemplar mi rostro, e incluso añorarlo... insensatos!
se me ha caído la copa
y con ella
el rostro
ha lamido el gato desperdicios de hielo,
herrumbres de ron,
escarchas de sonrisa
que pretendía
(torpemente)
alegrarte el día
sólo queda un sucio
y desordenado mapamundi
de sensaciones equívocas,
letargias ebrias
y lágrimas feroces,
en la moqueta de la habitación
en que escribo
para no perder los días,
aferrado al licor
aferrado al licor
que intenta apurar tus besos
en cada copa
y morder tu piel
en cada hielo
un prescindible
muñeco
huérfano de titiritero
suplicando "don't you go away!"
con el permiso
(por favor)
de Jacques Brel
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De VISLUMBRES DE EL DORADO, blog del autor, 12/04/2014
Foto: Pablo Cerezal
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