Roberto Navia Gabriel |
Román Vitrón se ha levantado a las 6:00 de la cama vieja y destartalada que existe en el refugio de los guardaparques, y lo ha hecho para viajar a pie al reino del Parque Nacional Amboró, para mostrar el bosque alto y poner en evidencia cómo los animales silvestres y la naturaleza son desangrados por la mano del hombre que llega para sembrar desgracia.
A Vitrón lo conocen como ‘el ingeniero’, porque estudió Ingeniería Ambiental y es miembro de la Unidad de Medio Ambiente de la Alcaldía de San Carlos, donde nació hace 36 años. Ahora, que son casi las 7:00, este hombre moreno y delgado está con un machete en la mano y lidera la inmersión a las entrañas del parque, por una senda de medio metro de ancho que para él y los guardaparques es algo así como una carretera bendita, porque conduce a los misterios de un lugar que por ley, dice, debería defenderse con ‘uñas y dientes’.
Pero el objetivo principal que tiene es hurgar el bosque para encontrar los árboles de mara que, a pesar de haber sido declarados en extinción, siguen siendo talados y extraídos del parque cual si fueran ‘pepitas de oro’. Los que los cortan son grupos de hombres a los que aquí se los llama ‘piratas de la madera’.
En las próximas tres horas, Vitrón y los guardaparques Cándido Contreras y Federico Barrón cada vez que vean un arroyo dirán que de esas aguas se puede beber sin miedo y contarán con el asombro de un niño sobre la existencia del jucumari, del jaguar, del oso bandera y de las 127 especies de mamíferos que existen en las más de 600.000 hectáreas que tiene el parque.
Mara a la vista
En pocos minutos estos tres hombres pasarán de la algarabía al dolor. Primero, Vitrón trepará como un mono por entre la vegetación. “Por fin lo encontré”, dice a gritos al ver el majestuoso árbol de mara y en su cara sudada se dibujará una sonrisa como la de un padre que acaba de ver a un hijo que creía no encontrar vivo en el hospital.
“Es un milagro que aún esté de pie, que los piratas no lo hubieran cortado”, dice y hace números. “Solo si tres hombres se unen podrían abrazar el tronco de esta especie”. No se equivoca. Es un árbol adulto que, a juicio de los guardaparques, mide por lo menos 30 metros de altura y podría tener 100 años de vida.
“Un siglo que los traficantes de la madera tumban en cinco minutos”, gime Cándido Contreras, el guardaparque que ha pasado en el bosque al menos 23 de sus 58 años de vida y que dentro de una semana se convertirá en el primer jubilado del Parque Amboró. Confiesa que está cansado, siente que no hay buen trato a los 13 hombres que cuidan las 637.000 hectáreas de área protegida. “Antes éramos 27 y ahora, solo una docena. Poco a poco se han ido yendo, renunciando, porque aquí uno no tiene las condiciones para luchar contra los que cortan árboles, quienes incluso tienen armas de fuego”, se queja.
La falta de vehículos especiales para patrullaje, el mal estado de los campamentos y los recursos insuficientes para alimentación, forman parte del paquete de quejas que tienen estos hombres que cuidan la vida boscosa y animal del Amboró.
En la caminata de dos horas, desde el campamento olvidado de los guardaparques, la comitiva divisó solo dos árboles de mara de pie y en ambos casos fue tremendamente feliz.
Cuando los guadaparques vieron esos árboles, los contemplaron como si fuera la última vez, porque temen que cuando pasen de nuevo por este lugar ya no los encuentren radiantes y con sus ramas que besan el viento.
Pero después apareció un árbol charqueado, reducido a tronco inútil, a aserrín y a pedazos de tablas. Una especie de panteón de un gigante que ya no está.
El Amboró por dentro regala un airecito agradable y un montón de sombras que se forman como un paraguas siempre abierto. Pero de pronto aparece una claridad que llega con una bocanada de aire caliente y al medio está muerto este árbol de mara. La explicación que dan los guardaparques es que con la caída de ese coloso del Amboró también caen por lo menos 10 árboles más pequeños, porque el de mara, enorme como es, arrastra a los otros como en un efecto dominó.
Los piratas no la tienen fácil. Después de aserrar el tronco, deben trasladar las tablas sobre el hombro hasta llegar a las bocas de algún río rumbo a Yapacaní o a otros pueblos. “Se sabe que por transportar en un kilómetro de bosque, por cada pie tablar, los piratas cobran Bs 2 al que invierte en este negocio delictivo”, cuenta Vitrón, que ha estudiado el negocio ilegal.
El alcalde de San Carlos, Serafín Espinoza, desde su despacho, ubicado al frente de la plaza del pueblo, dijo que en cada incursión que hacen los traficante sacan mara por un valor de Bs 100.000 y que tiene información de que en este momento hay cinco grupos operando en una zona donde existe una veta de mara, quizá la única en todo ese amplio parque natural.
Gabriel Encinas, director departamental del Amboró, que está bajo la tuición del Servicio Nacional de Áreas Protegidas, indicó que en la lucha contra los piratas de la mara se ha dado un paso, puesto que en un operativo de hace pocos días se detuvo a un infractor, cosa que antes no ocurría. También aseguró que su oficina encabeza un operativo por día y los guardaparques son pieza clave, pero que es necesario una concientización para que todas las autoridades relacionadas con el tema participen, puesto que se trata de una tarea de todos.
Sobre la situación de los guardaparques, dijo que se les ha ido aumentando el sueldo mientras mejora la situación del Sernap y que es consciente de que 13 guardaparques para proteger más de 600.000 hectáreas son pocos, por lo que frente a ello se marcan estrategias especiales. “Se está viendo la posibilidad de aumentar el número de guardaparques. Se hace mantenimiento de los refugios que son presa de la humedad y de algunos turistas”, enfatizó.
En la inmersión encabezada por Vitrón, quedó comprobado que tan escasa es la mara, que solo se encontraron dos de esta especie y un triste escenario de ver árboles muertos
ENTREVISTA
“Los guardaparques están librados a su suerte”
CÁNDIDO CONTRERAS
- GUARDAPARQUE DEL AMBORÓ -
En todos sus años de servicio, ¿cómo evalúa el cuidado del parque?
Entré a trabajar como guardaparque en 1987 y no dejé de trabajar hasta ahora. Soy como el fundador del Parque Amboró, el más antiguo de sistemas de parques. Acabo de terminar mi tramitación para jubilarme. Necesito descansar. Tengo esposa y cuatro hijos. Cuando entré a trabajar éramos tres guardaparques y no había nada de explotación ilegal aquí. Después aumentamos en número y volvimos a caer. He visto crecer al Amboró, con proyectos, infraestructura para cuidarlo. Pero ahora mire este campamento. Todo está como abandonado.
¿Por qué este retroceso?
El guardaparque se ha cansado, se vio con sobrepeso de trabajo, no hay recompensa a su trabajo. Eso hace que las áreas protegidas estén abandonadas. Muchos se han salido porque saben que no es vida trabajar en estas condiciones.
¿Ustedes caminan para internarse en las entrañas del parque. Pero un compañero suyo dijo que no les caería mal tener un vehículo, ¿Para qué necesitan uno?
Tenemos vehículo pero no gasolina, nosotros hacemos funcional el motorizado con nuestros esfuerzos. Se necesita para los operativos o para sacar a algún herido, que pueda aparecer por cualquier motivo, desde los campamentos hasta los pueblos más cercanos.
Por suerte no hubo ninguna baja en los enfrentamientos que hemos tenido con madereros ilegales. Yo estuve frente a frente en varias ocasiones con ellos. Pero el problema no termina aquí, vivimos en los pueblos donde viven ellos, que son más y andan armados. Pero trabajamos con entusiasmo, pese a los bajos sueldos.
¿Hay plantaciones de coca en el parque?
Hay, pero dentro de las comunidades, no en la zona roja.
¿Qué es lo que más va a extrañar cuando se jubile?
Voy a extrañar la armonía del bosque. Yo divido en dos la vida, en el mundo de la ciudad y en el de la naturaleza. He visto al tigre cuatro veces. Pero los animales no hacen daño como los piratas de la madera. Una vez estuvo a punto de picarme una víbora. Bien que no lo hizo porque el antiofídico que tenemos está pasado
Con solo un árbol ganan tres veces más que el sueldo de un guardabosque
Por cada árbol caído, el empresario que orquesta el tráfico de madera saca por lo menos Bs 8.000 cuando le toque vender la madera mara en el mercado negro.
Esa cantidad de dinero es por lo menos tres veces más de lo que gana un guardaparque que trabaja en el Amboró, que en promedio saca Bs 2.500, más Bs 150 como bono alimenticio.
Y es con los ‘piratas’ madereros con los que los centinelas se encuentran en el momento menos pensado, en las largas jornadas de sus patrullajes.
Pero el enemigo también está en casa. Los campamentos donde los guardaparques deben descansar no están en buenas condiciones. Por ejemplo, el que se encuentra en el municipio de San Carlos ni siquiera tiene el baño en buenas condiciones y el botiquín no garantiza el socorro ante cualquier emergencia.
La luz eléctrica es un asunto lejano. Así, el parque está desprotegido.
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De EL DEBER (Santa Cruz de la Sierra), 08/12/2013
Crónica Premio Biodiversi dad 2014
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