Por Rafael Gómez
Sábado 18 de mayo. Tarija, Bolivia. “Ahora hay tregua durante el fin de semana, pero el lunes saldrán las cholas de Monchara llevando cartuchos de dinamita en bandolera bajo los ponchos para cortar la ruta a Potosí. No van a poder pasar”. Advierte Vicky, la directora de la Casa de Cultura de Tarija, en medio de la entrevista. Y el hilo de la entrevista se corta. ¿No vamos a poder pasar? Miramos a Vicky. “No, hasta que haya acuerdo”. Habla en serio, ojos húmedos, cara preocupada. Entonces nos preguntamos a nosotros mismos por qué estamos trabajando en Bolivia. Periódico VAS es un medio radicado y enfocado en la ciudad de Buenos Aires, ¿qué hacemos en Tarija?
Parte 1
¿Cómo empieza todo? La noche del miércoles 15 de mayo, una camioneta parte del luminoso, teatral, librero y pizzero Centro porteño en la esquina de Corrientes y Paraná. Recorre apenas siete cuadras por Paraná hacia el norte, dobla a la izquierda por la avenida Santa Fe, y el paisaje cambia por completo.
Estamos ahora en la opulenta zona Norte de la Ciudad. Barrio de Recoleta. Aquí las luces son más tenues, hay más árboles, menos gente caminando, ropa cara, boutiques y bazares cerrados pero con las vidrieras iluminadas para alentar el consumo. No hay pizzerías, sólo cafés o restaurantes abiertos cada dos o tres cuadras. Un bar de hombres en una esquina.
Llegamos al barrio Palermo. Poco tránsito. Los comercios cerrados pero iluminados disminuyen. La camioneta bordea el Jardín Botánico, la avenida parece un túnel entre edificios y árboles. El túnel desemboca en una plaza, donde también desembocan dos calles y otras dos avenidas. Mucha luz. Plaza Italia: perímetro con paradas techadas de colectivos, canteros y ligustros, bocas de subte, bancos de madera, piedritas de ladrillo y monumento ecuestre de Garibaldi, donado por la comunidad italiana. El lugar funciona de día como centro de transporte público y polo recreativo. A la Plaza convergen las entradas del Jardín Botánico, por el lado este, del Zoológico, por el norte, de la Exposición Rural, al oeste. Pero ahora, en la alta noche, ese mundo de colectivos llenos, gente apurada, manteros, políticos y predicadores, parejas con chicos de la mano, vendedores de globos, limosneros y palomas, ya no existe. ¿Han huido? ¿Hay peligro? Arriba, una gran masa edilicia blanca, gris y moteada, da vértigo, amenaza con caer desde la vereda sur de la avenida Santa Fe. Es como un glaciar de cemento resquebrajándose entre las ventanas y los balcones, a punto de desmoronarse.
Huimos. La avenida ahora muestra comercios cerrados con cortinas oxidadas y sin luz, una pizzería con tubos de neón y muebles de fórmica, unos pocos bares abiertos, sudados y tristes como los bares cercanos a las estaciones. La camioneta pasa bajo el puente del ferrocarril San Martín y dobla a la derecha, rumbo al norte, en la avenida Juan B. Justo. Senda ancha, recta y arbolada. A la izquierda hay un regimiento de infantería, después un supermercado, después una mezquita con jardines. A la derecha hay un extenso espacio verde, lindante con las vías en altura del San Martín. Y adelante hay semáforos. Nos detenemos en el cruce con la avenida Libertador. Más allá, brilla la luna sobre un horizonte de árboles.
La camioneta avanza entre el Hipódromo y el Rosedal, llega a un bosque de tipas y eucaliptos. La luna se refleja en un lago. El bosque junto al lago es un buen lugar para decidir. ¿Dejar Buenos Aires? Sí. ¿Vas a Bolivia? Sí. ¿Bus a Bolivia? No. Ni bus ni avión. ¿Entonces cómo? Periódico VAS irá con camioneta propia a Bolivia. ¿Cuándo? Ahora, ya mismo. La decisión final se toma aquí, en este bosque y lago nocturno, refugio romántico de parejas furtivas. Lugar llamado Villa Cariño. La decisión es vital, sensual, amorosa, como debe serlo en Villa Cariño. Y la camioneta penetra por una avenida de jacarandaes, pasa el parque Güemes, y sube un puente para conectarse con la autopista Lugones. De todas las ciudades debería salirse por un bosque, pienso. Aumento la velocidad. La Lugones bordea el Aeropuerto y conecta por otro puente con la autopista de circunvalación General Paz, frontera de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Estamos ahora en la opulenta zona Norte de la Ciudad. Barrio de Recoleta. Aquí las luces son más tenues, hay más árboles, menos gente caminando, ropa cara, boutiques y bazares cerrados pero con las vidrieras iluminadas para alentar el consumo. No hay pizzerías, sólo cafés o restaurantes abiertos cada dos o tres cuadras. Un bar de hombres en una esquina.
Llegamos al barrio Palermo. Poco tránsito. Los comercios cerrados pero iluminados disminuyen. La camioneta bordea el Jardín Botánico, la avenida parece un túnel entre edificios y árboles. El túnel desemboca en una plaza, donde también desembocan dos calles y otras dos avenidas. Mucha luz. Plaza Italia: perímetro con paradas techadas de colectivos, canteros y ligustros, bocas de subte, bancos de madera, piedritas de ladrillo y monumento ecuestre de Garibaldi, donado por la comunidad italiana. El lugar funciona de día como centro de transporte público y polo recreativo. A la Plaza convergen las entradas del Jardín Botánico, por el lado este, del Zoológico, por el norte, de la Exposición Rural, al oeste. Pero ahora, en la alta noche, ese mundo de colectivos llenos, gente apurada, manteros, políticos y predicadores, parejas con chicos de la mano, vendedores de globos, limosneros y palomas, ya no existe. ¿Han huido? ¿Hay peligro? Arriba, una gran masa edilicia blanca, gris y moteada, da vértigo, amenaza con caer desde la vereda sur de la avenida Santa Fe. Es como un glaciar de cemento resquebrajándose entre las ventanas y los balcones, a punto de desmoronarse.
Huimos. La avenida ahora muestra comercios cerrados con cortinas oxidadas y sin luz, una pizzería con tubos de neón y muebles de fórmica, unos pocos bares abiertos, sudados y tristes como los bares cercanos a las estaciones. La camioneta pasa bajo el puente del ferrocarril San Martín y dobla a la derecha, rumbo al norte, en la avenida Juan B. Justo. Senda ancha, recta y arbolada. A la izquierda hay un regimiento de infantería, después un supermercado, después una mezquita con jardines. A la derecha hay un extenso espacio verde, lindante con las vías en altura del San Martín. Y adelante hay semáforos. Nos detenemos en el cruce con la avenida Libertador. Más allá, brilla la luna sobre un horizonte de árboles.
La camioneta avanza entre el Hipódromo y el Rosedal, llega a un bosque de tipas y eucaliptos. La luna se refleja en un lago. El bosque junto al lago es un buen lugar para decidir. ¿Dejar Buenos Aires? Sí. ¿Vas a Bolivia? Sí. ¿Bus a Bolivia? No. Ni bus ni avión. ¿Entonces cómo? Periódico VAS irá con camioneta propia a Bolivia. ¿Cuándo? Ahora, ya mismo. La decisión final se toma aquí, en este bosque y lago nocturno, refugio romántico de parejas furtivas. Lugar llamado Villa Cariño. La decisión es vital, sensual, amorosa, como debe serlo en Villa Cariño. Y la camioneta penetra por una avenida de jacarandaes, pasa el parque Güemes, y sube un puente para conectarse con la autopista Lugones. De todas las ciudades debería salirse por un bosque, pienso. Aumento la velocidad. La Lugones bordea el Aeropuerto y conecta por otro puente con la autopista de circunvalación General Paz, frontera de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Así empieza. A las 23.30 horas del miércoles 15 de mayo, nuestra camioneta va por la General Paz, toma la autopista Acceso Norte Palazzo y deja la ciudad de Buenos Aires. A partir de ahora nos proponemos hacer 3000 kilómetros hasta Bolivia. ¿Así de fácil, así de golpe, Palazzo y a la bolsa? ¿Y por qué Bolivia? Habrá un Congreso de Cultura Viva en Bolivia. La idea es batir el parche para presentar leyes nacionales que asignen el 0,1 % del Producto Bruto Interno de cada país latinoamericano a los emprendimientos culturales autogestivos.
El Acceso Norte es una calzada con iluminación central amarilla, carteles indicadores verdes y ocho carriles por mano, ramales de entrada y salida, y cada tanto, túneles y puentes. No hay mucho más que ver, sobre todo de noche. Pocos autos, algunos ómnibus y camiones en los carriles de la derecha. ¿Entonces por qué tanto asfalto y cemento? Durante la mañana, millones de autos y colectivos entran a la Ciudad y salen por la tarde. La Ciudad atrae y rechaza. Tiene campo gravitatorio. Mejor irse de Buenos Aires de noche. En calma. Y volver también de noche, como dice el tango. “Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno”. Sutil información del poeta sobre las lámparas de corriente alterna, que a gran distancia del observador producen el fenómeno de parpadeo. Fenómeno usado en la canción para reflejar la nostalgia del personaje protagónico, Gardel, que se identifica con la nostalgia de los migrantes anclados en los puertos. Pero ojo con Gardel, porque mientras estaba “anclado”, triunfaba en París y Nueva York.
Pasamos el ramal que va a Tigre y los carriles disminuyen a seis por mano. A 20 km. de distancia, los recorridos diarios a la Ciudad disminuyen. Ahora no se trata de volver, pienso, sino de ir, de salir del campo gravitatorio de Buenos Aires y llegar. Llegar a la provincia de Santa Fe, a Santiago del Estero, a Salta, a Bolivia. ¿Al Congreso de Cultura Viva en Bolivia? ¿Se trata de un compromiso con los emprendimientos culturales autogestivos? Más que un compromiso, nos involucra de lleno. Periódico VAS es un emprendimiento cultural autogestivo. Activamos, militamos, esa forma de producción. Ayer, martes 14, presentamos junto al diputado Rivas una ley de fomento a las revistas culturales autogestivas (Ley AReCIA) en el Congreso Nacional. ¿Hay una razón de fondo? Sí, una razón y un peligro. ¿Cuáles? La razón es que el pueblo hace la cultura. Y el peligro sucede cuando los estados nacionales y las corporaciones toman su lugar e intentan hacer cultura por mano propia. Entonces la cultura muere, se transforma en propaganda política, publicidad y consumismo. Debemos fortalecer los emprendimientos autogestivos para evitar esa muerte. El amor, a mort, es evitar la muerte.
El Acceso Norte es una calzada con iluminación central amarilla, carteles indicadores verdes y ocho carriles por mano, ramales de entrada y salida, y cada tanto, túneles y puentes. No hay mucho más que ver, sobre todo de noche. Pocos autos, algunos ómnibus y camiones en los carriles de la derecha. ¿Entonces por qué tanto asfalto y cemento? Durante la mañana, millones de autos y colectivos entran a la Ciudad y salen por la tarde. La Ciudad atrae y rechaza. Tiene campo gravitatorio. Mejor irse de Buenos Aires de noche. En calma. Y volver también de noche, como dice el tango. “Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno”. Sutil información del poeta sobre las lámparas de corriente alterna, que a gran distancia del observador producen el fenómeno de parpadeo. Fenómeno usado en la canción para reflejar la nostalgia del personaje protagónico, Gardel, que se identifica con la nostalgia de los migrantes anclados en los puertos. Pero ojo con Gardel, porque mientras estaba “anclado”, triunfaba en París y Nueva York.
Pasamos el ramal que va a Tigre y los carriles disminuyen a seis por mano. A 20 km. de distancia, los recorridos diarios a la Ciudad disminuyen. Ahora no se trata de volver, pienso, sino de ir, de salir del campo gravitatorio de Buenos Aires y llegar. Llegar a la provincia de Santa Fe, a Santiago del Estero, a Salta, a Bolivia. ¿Al Congreso de Cultura Viva en Bolivia? ¿Se trata de un compromiso con los emprendimientos culturales autogestivos? Más que un compromiso, nos involucra de lleno. Periódico VAS es un emprendimiento cultural autogestivo. Activamos, militamos, esa forma de producción. Ayer, martes 14, presentamos junto al diputado Rivas una ley de fomento a las revistas culturales autogestivas (Ley AReCIA) en el Congreso Nacional. ¿Hay una razón de fondo? Sí, una razón y un peligro. ¿Cuáles? La razón es que el pueblo hace la cultura. Y el peligro sucede cuando los estados nacionales y las corporaciones toman su lugar e intentan hacer cultura por mano propia. Entonces la cultura muere, se transforma en propaganda política, publicidad y consumismo. Debemos fortalecer los emprendimientos autogestivos para evitar esa muerte. El amor, a mort, es evitar la muerte.
A 40 km. de distancia de la Ciudad, los carriles disminuyen a cuatro por mano. Se reduce el campo vehicular gravitatorio de Buenos Aires. Hay alumbrado sólo en las intersecciones. Las luces parecen postas en los ramales de cada localidad, son como una celebración en la noche. A 80 km. de la Ciudad, en el ramal Campana, se reduce aún más el campo gravitatorio: los carriles son dos por mano. Estamos en la ruta 9 (RN9). No hay autos pero pasamos hileras de camiones cargados con autos nuevos. La camioneta va a 150 km/h.
Hacemos la primera parada en un centro de servicios sobre la ruta, poco antes de llegar a Rosario (provincia de Sante Fe), a 300 km. de Buenos Aires. Cargamos nafta, tomamos café y estiramos las piernas. Son las 02 horas del jueves 16 de mayo. Afuera, la temperatura marca 5 ºC. En la cafetería hay dos empleadas y dos putas muy bien vestidas. Afuera, cerca de la camioneta, hay un auto desvencijado con dos chulos adelante y tres muchachas atrás, que ríen y oyen música. Nosotros nos vamos. La decisión es sensual, vital, amorosa. Tenemos que pasar Rosario y conectar con la ruta 34 (RN34) que va hacia el norte, hacia Santiago del Estero y Salta. Tenemos mucho que hacer.
Hacemos la primera parada en un centro de servicios sobre la ruta, poco antes de llegar a Rosario (provincia de Sante Fe), a 300 km. de Buenos Aires. Cargamos nafta, tomamos café y estiramos las piernas. Son las 02 horas del jueves 16 de mayo. Afuera, la temperatura marca 5 ºC. En la cafetería hay dos empleadas y dos putas muy bien vestidas. Afuera, cerca de la camioneta, hay un auto desvencijado con dos chulos adelante y tres muchachas atrás, que ríen y oyen música. Nosotros nos vamos. La decisión es sensual, vital, amorosa. Tenemos que pasar Rosario y conectar con la ruta 34 (RN34) que va hacia el norte, hacia Santiago del Estero y Salta. Tenemos mucho que hacer.
Continuará
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De Periódico VAS Buenos Aires, 19/08/2013
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