PHILIPP OEHMKE / MARTIN WOLF París 8 DIC 2013
En el despacho parisiense, cerca de los Campos Elíseos, hay un sillón Eames. El respaldo está roto, pero él le tiene cariño a la vieja butaca. La compró con Sharon Tate, su segunda mujer, asesinada en 1969. Su trágica muerte es tan solo uno de los grandes infortunios de la vida de Polanski. El primero sucedió durante su niñez en el gueto de Cracovia, cuando sus padres, judíos polacos, fueron enviados a un campo de concentración. Su padre sobrevivió, pero su madre murió en Auschwitz.
En su juventud, Polanski tuvo dificultades para encontrar su lugar en el mundo. La tercera desgracia ocurrió ocho años después de que Tate fuese asesinada por los seguidores de la secta satánica de Charles Manson, cuando Polanski abusó sexualmente de la adolescente de 13 años Samantha Geimer en Los Ángeles. Fue juzgado en Estados Unidos y pasó 42 días en prisión. Pero cuando había cumplido la pena, el juez se retractó del acuerdo alcanzado por el fiscal de distrito y los abogados de Polanski y Geimer, lo cual provocó que el director huyese a Europa. Volvió a ser detenido en Zúrich en 2009. En septiembre, en una entrevista con Der Spiegel, Geimer dijo que hacía mucho tiempo que lo había perdonado.
Polanski, nacido en París en 1933 y criado en Polonia, es el director de cine más célebre de Europa, famoso por clásicos como El baile de los vampiros (1967), La semilla del diablo (1968) y Chinatown (1974). En 2003, ganó el Oscar a la mejor dirección por El pianista. Conserva la estatuilla en una repisa enfrente del sillón Eames roto. Cumplió 80 años en agosto. Su nueva película, La venus de las pieles (que se estrena en España el 31 de enero), es la adaptación cinematográfica de una obra teatral que a su vez se basa en una novela de Leopold von Sacher-Masoch, cuyo apellido dio origen al término masoquismo. Emmanuelle Seigner, la actual esposa de Polanski, es la protagonista.
Pregunta. En la película, la actriz le dice al director: “Tú eres el director. Tu trabajo es torturar a los actores”. ¿Es en parte la voz del director la que habla?
Respuesta. Desde luego, a la larga he torturado a los actores. No intencionadamente, por supuesto. Pero a veces los actores tienen dificultades para aceptar su papel, en particular los hombres. A los hombres no les gusta en realidad aceptar órdenes. Cuando diriges a mujeres, ese problema no existe.
P. ¿Es posible que se entienda mejor con las actrices porque hay una especie de tensión sexual entre ellas y el director?
R. Es posible.
P. También fue pareja de Nastassja Kinski, que por entonces era una adolescente, cuando rodó con ella Tess en 1979.
R. ¿Lo único que le interesa para su artículo son mis mujeres?
P. Es usted quien ha hecho una película precisamente sobre la relación entre un director y una actriz, y sobre sexo y poder. ¿No está justificado suponer que todo eso podría tener algo que ver con usted y con su vida?
R. No trate de buscar falsas excusas para hacerme esas preguntas. Ya soy mayorcito. He mantenido relaciones estrictamente profesionales con la mayoría de las actrices. De hecho, prácticamente con todas ellas, con la excepción de Emmanuelle, Sharon y tal vez Nastassja. Nastassja y yo ya no estábamos juntos cuando rodé Tess. No, solo ha habido dos mujeres en mi vida. Una vez tuve… Sabrá que Sharon Tate era mi esposa. La conocí durante el rodaje de El baile de los vampiros.
P. Y se enamoró.
R. Desde el primer momento, cuando estábamos rodando en los Dolomitas.
P. En su autobiografía cuenta que tomaban LSD juntos y escuchaban música, y que así fue como empezaron su relación.
R. Eso fue antes de que empezásemos a rodar. Por supuesto, no tomamos LSD durante el rodaje. No olvide que entonces el LSD todavía era legal. Pero a Sharon y a mí no se nos concedió un futuro juntos. No duró mucho.
P. En agosto de 1969, varios miembros del grupo de Charles Manson asesinaron a su esposa y a cuatro amigos en su casa de Los Ángeles. Tate esperaba un hijo suyo. Usted estaba en Londres desde poco antes, pero se quedó unos días más, y por eso no estaba allí la noche del suceso.
R. Antes solía preguntarme cómo logré superar esa época.
P. ¿Ya sabe la respuesta?
R. Ya no pienso más en ello. Tenía que llegar el momento en que dejase de pensar. Cuando ocurrió, mis amigos me decían que tenía que volver al trabajo, pero es imposible trabajar en esa situación. Eres incapaz de hacerlo. Solo el tiempo trae auténtico consuelo. Nada más.
P. ¿Cuánto tardó usted?
R. Mucho. Poco después del asesinato, me vi con un amigo, un psiquiatra. Me dijo que tardaría al menos cuatro años hasta que pudiese funcionar otra vez con normalidad. Entonces me pareció mucho tiempo, pero resultó ser más de cuatro años. Me pregunto cómo un psiquiatra puede equivocarse tanto.
P. En su película de 2002, El pianista, saldó las cuentas con sus recuerdos. Es usted uno de los últimos testigos contemporáneos que puede relatar las experiencias en el gueto de Cracovia. ¿Habla usted de ello? ¿Con sus hijos, por ejemplo?
R. Es complicado. Intento recordar mi relación con mi padre. Después de que él regresase del campo de concentración de Mauthausen, a veces se reunía con otros supervivientes. Y entonces hablaban del horror y de cómo sobrevivieron. De cómo mi padre usaba el papel de los sacos de cemento para vendar sus heridas infectadas, de cómo aguantaban el papel en su sitio con alambre para que no entrasen las pulgas. No me gustaban esas historias. Lo que menos me gustaba era cuando hablaban de los castigos.
P. ¿Era consciente de lo que estaba ocurriendo cuando los alemanes invadieron Polonia?
R. Yo tenía seis años, pero sí, era consciente. Los adultos llevaban años hablando de eso. De su miedo, del odio, de la resistencia patriótica de Polonia contra los alemanes. Los primeros alemanes que vi eran soldados que marchaban por Varsovia. ¿Recuerda la secuencia de El pianista? Es exactamente como yo lo viví. Los mirábamos, y muchos les volvieron la espalda. Mi padre estaba a mi lado y me dijo en polaco: “Esos cabrones. Esos cabrones”.
P. Vio cómo reunían a su padre y a otras personas para llevarlos a un campo de concentración.
R. Yo corrí hacia él. Pero él me alejó diciendo: “¡Vete! ¡Vete!”. Sé que estaba intentado salvarme la vida. Por instinto, yo quería mantenerme al lado de mi padre. Habría usado cualquier excusa posible para estar con él. Un crío es optimista por naturaleza; cree que todo acabará bien. Sin embargo, yo sabía lo que había en juego. En ese momento, la muerte estaba al acecho, así que hui. Así es como mi padre me salvó la vida.
P. Para entonces ya habían deportado a su madre. ¿Ustedes sabían que ya no estaba viva?
R. No. Sabíamos que la habían llevado a un campo de concentración, a Auschwitz. Yo creí siempre que volvería algún día. Después de la guerra, cuando mi padre ya había vuelto, seguía creyendo que mi madre estaba viva. Me parece que mi padre ni siquiera entonces sabía que el transporte del que ella formaba parte había ido directamente a las cámaras de gas. Mi hermana también estuvo en Auschwitz. Ella sobrevivió.
P. ¿Cómo se enfrenta uno a todas esas cosas? Usted sobrevivió al gueto, su madre murió y su padre estuvo en un campo de concentración. Y luego, más tarde, unos dementes asesinaron salvajemente a su esposa embarazada... ¿No perdió toda la fe en la humanidad?
R. No creo que usted filosofara sobre ello si le hubiese ocurrido algo similar. Se toma como algo personal. No te das cuenta del efecto que está teniendo en ti. No piensas en el mundo. ¿Por qué a mí? Tal vez sea porque fue algo tan fuera de lo normal. No solo para mí, sino para cualquiera.
P. ¿Fantaseó con vengarse? ¿Tuvo deseos de matar a la persona que se lo había hecho?
R. Por supuesto que se fantasea con la venganza. Si me hubiese encontrado con uno de ellos inmediatamente después, probablemente habría reaccionado justo de esa manera. Pero dentro de mí también está la voz racional, mis convicciones. Siempre he estado en contra de la pena capital. Aunque entonces me enfrentaba a la pregunta de si esa gente debería ser condenada a esa pena, y qué se conseguiría con eso. Para el mundo fue un acontecimiento, pero, ¿qué pasaba conmigo? Mi amor se había ido. Al final, ¿qué más daba cómo me lo habían arrebatado, si por un cáncer o por un ataque al corazón? Cuando se pierde a alguien, se pierde a alguien. Las circunstancias se suman a la tragedia, pero solo para los extraños, no para la persona afectada personalmente.
P. Después de eso dejó Los Ángeles y se fue a vivir a Europa. Sin embargo, cuatro años más tarde, en 1973, volvió a Hollywood y rodóChinatown.
R. No quería volver nunca. A Bob Evans, el jefe de Paramount, le costó mucho convencerme, igual que a Jack Nicholson. Pero una vez que estuve allí, empecé a vivir de nuevo: fiestas, amigos, chicas. Entonces era otro planeta. Cuando hoy pienso en esa época, me parece como si hubiese vivido en otro planeta. La atmósfera y la gente eran diferentes. La gente se divertía precisamente porque la alegría de los sesenta se había acabado. La gente era feliz. Y, por supuesto, no había sida. Más tarde, el sida terminó con todo eso.
P. En esa época, Jack Nicholson y usted se hicieron amigos.
R. Hizo el papel protagonista en Chinatown. Pero ya éramos amigos antes. A menudo venía a visitarme a mi casa de Gstaad. Le enseñé a esquiar.
P. Fue en la casa de Nicholson en Los Ángeles donde tuvo lugar el siguiente suceso que condicionó su vida.
R. Uf.
P. Samantha Geimer, de quien usted abusó sexualmente en casa de Nicholson cuando ella tenía 13 años, acaba de escribir su autobiografía. Gran parte del libro está dedicada a usted.
R. Estoy casi seguro de que probablemente no será como yo lo recuerdo.
P. ¿Ha leído el libro?
R. No, pero lo conozco, por supuesto.
P. Dadas las circunstancias, habla muy amablemente de usted.
R. Ah, ¿sí?
P. Hace poco tuvimos un encuentro con Geimer. No le guarda rencor. Pero, por supuesto, usted ya lo debe de saber.
R. Sí, lo sé. Todo lo que puedo decir es que siento de verdad lo que le ha pasado todos estos años y la manera en que ha sido arrastrada por los medios de comunicación. Yo siempre intenté mantener su nombre al margen hasta que todo esto se difundió. Creo que ya no tengo nada más que decirle sobre el tema. Leeré el libro cuando se publique aquí, en Francia.
P. Escribió una carta a Geimer en 2009 y por fin le pidió disculpas.
R. Porque la había visto en televisión. Para mí fue importante verla por fin.
P. ¿No podría haber pedido disculpas antes y no 32 años después del incidente?
R. No había motivo. Todos intentamos simplemente olvidarlo. No voy a hablar de ello.
P. ¿Es posible que ahora que usted tiene una hija de 20 años vea de otra manera el abuso de una chica de 13 años?
R. Mire, yo tuve a mi hija muchos años después del incidente. Ya han pasado más de 35 años. Dígame solo una cosa: ¿le parece que ya he estado bastante tiempo en libertad condicional? Si usted fuese el supervisor de mi libertad condicional, ¿diría que ya está bien?
P. Puede ser que sí. Pero lo cierto es que no ha podido viajar libremente durante décadas. Poco después de rodar El escritor fue detenido en Suiza por el caso Geimer. En la vida real ha tenido que sufrir consecuencias similares a las que se enfrentaba el personaje de su película.
R. Sí, y estoy cargando con las consecuencias. Esa es una razón por la que intento evitar a la prensa. Para mí una entrevista es algo desagradable. ¿Por qué debería someterme a eso? Desde luego, sumergirme de nuevo en las tragedias de mi vida con usted, que es la persona dominante en la entrevista, es desagradable para mí. La historia del incidente con Samantha no tiene fin. Y ahora está su libro. Nunca se acaba. ¿Por qué demonios, después de 30 años viviendo como una persona libre, de repente me preguntan por mi detención?
P. Había un fiscal de distrito de Los Ángeles que quería convertirse en fiscal general de California. Detenerle a usted debió de ser una buena publicidad para él.
R. Me convertí en su caballo de batalla.
P. ¿Cómo fue la experiencia de pasar dos meses en una cárcel suiza en 2009, seguidos por siete meses de arresto domiciliario?
R. Gracias por preguntarlo. ¿Cómo piensa usted que fue? Fue malo para mi familia, en particular para mis hijos. Sufrieron mucho. Perder casi un año a tu padre es terrible a esa edad. Y yo tenía que terminar el montaje de El escritor. No poder entregar una película es lo peor que puede suceder. Las vidas de cientos de personas y un montón de dinero dependen de ello. Tenía un viejo ordenador en la cárcel, pero no había Internet.
P. Es que era la cárcel.
R. Por eso me enviaron el premontaje a la cárcel en un DVD. Anoté lo que se tenía que editar. Luego le di las notas a mi abogado, que se las tuvo que enseñar a la policía. Por supuesto, a ellos les importaba una mierda. Por fin, el abogado pudo enviar las notas a mi editor, que aplicó los cambios. Fue muy complicado. En un momento dado hablé con el director de la prisión. Casi se avergonzaba de tener que mantenerme encerrado. Me dijo que no había problema, que mi montador podía venir a la cárcel y traerse sus ordenadores de montaje. De esta manera, nos sentamos en una habitación donde los presos normalmente pelaban cebollas y editamos la película. Había un olor a cebollas tremendo. El alcaide y yo nos hicimos amigos.
P. ¿Cree que, de algún modo, las penalidades de su vida han hecho de usted el artista que es ahora?
R. Así que usted es de los que creen que un artista tiene que sufrir. ¿Quiere decir que ha sido una suerte para mí pasarlo tan mal?
P. Eso suena un poco cínico.
R. No soy cínico.
P. A pesar de todo, al final, ¿ha llegado a ser feliz?
R. Sí, a pesar de que, en algunos momentos de mi vida, no me lo hubiese podido imaginar.
P. Debe de ser una persona optimista.
R. De lo contrario, hoy no estaría aquí con usted. Dudo que hubiese sobrevivido si fuese un pesimista.
© 2013 Der Spiegel. Traducción de News Clips.
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De DE OTROS MUNDOS (blog de Triunfo Arciniegas), 05/12/2014
Fotografía: El director, tras la proyección de 'La venus de las pieles', en el pasado festival de Cannes. / J. P. PELISSIER (REUTERS)
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