La mujer fatal ha existido siempre, hay muchos ejemplos en figuras legendarias, históricas y mitológicas de la antigüedad y el Antiguo testamento, como Helena de Troya, Circe, Pandora, Medea, Salomé, Judith o Dalila, sin olvidar que en el origen de los tiempos una mujer llamada Eva fue la causante de la perdición de Adán y del mal de toda la especie. Precisamente la historia de Eva proporciona un elemento muy presente en la iconografía de la mujer fatal: la serpiente como símbolo del mal y del pecado.
La recuperación de este mito a mediados del XIX no es casual y se debe a las circunstancias sociales, económicas y, claro está, culturales de la Inglaterra victoriana. Precisamente en los años 50 aparecieron los primeros movimientos feministas, que provocaron una importante alarma social. Las mujeres y su lucha alteraron la puritana sociedad inglesa, en la que la vida de la mujer de clase acomodada estaba limitada al hogar, en el que desarrollaba sus labores como madre y esposa. En oposición a este modo de vida que se le imponía, surgió un nuevo tipo de mujer: dispuesta a luchar por sus derechos de forma enérgica. Reclamaron su derecho al voto y el acceso a la universidad y al trabajo, a lo que la sociedad masculina reaccionó por el miedo de contar con una nueva rival en los ámbitos que históricamente le habían pertenecido.
A demás de estos movimientos feministas, los profundos cambios que provocó el brutal capitalismo de la revolución industrial hicieron que la prostitución femenina se desarrollase de forma extraordinaria. Con ella se propagaron alarmantemente graves enfermedades venéreas que causaron serios problemas sociales, de los que se culpó a la prostituta cuando en realidad era la primera víctima. Al temor a la mujer como rival profesional, se le añade el temor a la mujer como causante de la muerte del hombre.
Primero en la literatura, con personajes como Emma Bovary, Anna Karenina o Lulú que se rebelaron contra la represión y sucumbieron al deseo, y más tarde en la pintura, con los artistas esteticistas y simbolistas, se fue construyendo un arquetipo de mujer perversa. Los temas que más habitualmente escogen los artistas para la representación de la femme fatale son las historias de Judith y Holofernes, de Salomé y el Bautista, de Medusa o de Lilith. Además es frecuente que se hagan representaciones de seres híbridos con un fuerte componente erótico y maligno, como sirenas, harpías o vampiresas.
Primero en la literatura, con personajes como Emma Bovary, Anna Karenina o Lulú que se rebelaron contra la represión y sucumbieron al deseo, y más tarde en la pintura, con los artistas esteticistas y simbolistas, se fue construyendo un arquetipo de mujer perversa. Los temas que más habitualmente escogen los artistas para la representación de la femme fatale son las historias de Judith y Holofernes, de Salomé y el Bautista, de Medusa o de Lilith. Además es frecuente que se hagan representaciones de seres híbridos con un fuerte componente erótico y maligno, como sirenas, harpías o vampiresas.
Temas que permiten presentar mujeres de belleza inquietante, tremendamente atractivas y seductoras, que irradian una enorme potencia sexual, con ondulantes y espesas cabelleras que si además son rojizas le añaden carácter demoníaco, cuerpos de aspecto marmóreo, los ojos verdes de mirada penetrante y la boca entreabierta como referencia sexual. En su aspecto físico han de plasmarse todos los vicios, su actitud revela una importante capacidad de dominio y de incitación al mal, pero al mismo tiempo se muestra fría y altiva. Esto supone un gran cambio con el ideal femenino anterior: durante toda la historia del arte la mujer ha sido el objeto pasivo receptor de los deseos masculinos, las Venus del renacimiento son el mejor ejemplo de ello, mujeres que desconocen la iniciativa y la perversidad que caracterizará a la mujer fatal del XIX.
La imagen de la femme fatale reúne tres motivos: la mujer, el sexo y la muerte. La mujer como personificación del mal, el sexo como pecado y la muerte como castigo a dicho pecado. Es el paradigma del poder destructivo de la sexualidad femenina, la encarnación de la dominación que ejerce el cuerpo sobre el espíritu, la tentación que hace surgir la naturaleza animal del hombre y le impide alcanzar el ideal. En ocasiones se recrea la fantasía erótica en la que la mujer se muestra amenazadora y dominadora, otras veces se la representa en situación de clímax sexual, con las manos en la cabeza, los ojos entrecerrados y la boca abierta. Todo ello muestra a un ser de voraz instinto sexual que practica sexo con el único objetivo de obtener placer y no con fines reproductivos, en oposición al concepto de mujer-Virgen, el ideal femenino de la sociedad victoriana.
El concepto de la femme fatale y su iconografía se fue desarrollando con artistas de final de siglo como Gustav Klimt y hasta los primeros años del siglo XX. En la actualidad la femme fatale se mantiene como mito erótico masculino prácticamente sin cambios desde el simbolismo, aunque queremos pensar que despojado de la carga misógina que lo caracterizó en sus orígenes.
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De DROMENON Magazine, 24/10/2014
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