Toda ciudad que se precie debería tener uno o varios ríos ocultos en sus entrañas. En muchas ocasiones se trata de ríos humildes de los que las propias ciudades se avergüenzan, ríos que han sido condenados a vagar bajo tierra por no tener suficiente entidad, por no poder esgrimir un nombre poderoso como “Tíber”, “Támesis” o “Tigris”. En esos casos lo que tenemos son ríos cabizbajos, ríos desahuciados de sus lechos milenarios y encorsetados en cárceles angostas de hormigón o de aluminio.
Londres cuenta con más de una docena de estos ríos perdidos. París se jacta de haber convertido a varios de los suyos en parte fundamental de su célebre red de cloacas. Y también Estambul, que no se priva de nada, tiene varios de estos ríos fantasma discurriendo por sus profundidades. El más célebre de ellos es un pequeño arroyo estacional conocido antiguamente como Lykos, el río Lobo. Un curso de agua hoy difunto y olvidado, pero más importante en la historia de la ciudad de lo que habitualmente se piensa. De hecho, como veremos, se podría decir que gracias a él, Estambul es hoy una ciudad turca.
Su nombre no deja de llamar la atención, ya que “Lobo” es un hidrónimo bastante frecuente en muchas partes del mundo. Sólo en el mundo helénico clásico había varios ríos con ese nombre, que también encontramos en España (río Lobos), en Francia (fleuve Loup) y en otros lugares. Algunas fuentes nos cuentan que en un palacio cerca de la iglesia de Myrelaion había un fresco con una imagen de un lobo rampante que simbolizaba al Lykos de Constantinopla.
Su fuente se supone que estaba en las colinas próximas a la ciudad, hoy día situadas en el distrito de Bayrampasa. De hecho en turco el río era conocido por el nombre de “arroyo de Bayrampaşa”. Atravesaba las murallas de la ciudad en un punto cercano a la puerta llamada Pempton, tal vez parcialmente canalizado. Allí una torre se encargaba de vigilar su curso. El nombre de esta torre en turco, Sulukule (Torre del Agua), es por extensión el de todo el barrio adyacente, uno de los tradicionales barrios gitanos de la ciudad.
El valle que forma el río en este punto hace que la altura de las murallas descienda notablemente, convirtiéndolo en el tramo más vulnerable de todo el perímetro defensivo. El ejército otomano, consciente de ello, bombardeó con especial dureza esta zona en 1453, y en cierta medida resultó victorioso gracias a esta debilidad, con lo que se puede afirmar que gracias al Lykos Estambul es hoy una ciudad turca.
Una vez dentro de la ciudad el Lykos discurría hasta la actual zona de Aksaray, y desde allí se desviaba 90 grados hacia el sur para acabar desembocando en el mar de Mármara, en la pequeña bahía donde se encontraba el puerto Eleuterio, todo ello tras haber recorrido unos seis kilómetros intra muros, parte de los cuales probablemente de forma subterránea.
Sabemos que en época antigua los bosques situados a lo largo de su curso hacían de él una magnífica región de caza. El propio emperador Teodosio II falleció al caer de su caballo al río Lykos durante una partida de caza. Y también sabemos que el valle que formaba el río, incluso dentro de las murallas, fue una zona bastante despoblada hasta bien entrado el periodo otomano. En el siglo XI se referían a ella como Eremia (desierto), y la consideraban “un lugar remoto” en el que había pocas cosas aparte de monasterios.
Entre todos estos monasterios sobresalían el de Lips, hoy convertido en la mezquita Fenari Isa, y también el de Cassia, ambos situados a orillas del río. Del monasterio de Cassia nada queda hoy en día, pero durante bastante tiempo fue un centro religioso de primer orden. Se cuenta que en el s.IX Cassia iba a convertirse en esposa del emperador Teófilo, pero terminó siendo rechazada en beneficio de Teodora, tras lo cual decidió fundar este monasterio, donde pasó el resto de sus días componiendo himnos religiosos que aún hoy la hacen ser recordada como una espléndida poeta e himnógrafa.
El curso del río estaba salpicado de numerosos y precarios puentes de madera, aunque tenemos noticia de por lo menos uno de piedra que sobrevivió hasta tiempos recientes. Se le conocía por el nombre de Arpa Emini, nombre de la mezquita adyacente, hoy también perdida. Fue construido en el s.XVI y tenía quitamiedos de piedra, y una fuente en uno de sus extremos, y aunque hoy día ya no existe, da nombre a una calle cercana al lugar donde se encontraba.
El puerto Eleuterio, donde desembocaba el Lykos, perdió su importancia a partir del s.VII cuando dejó de llegar el grano egipcio a Constantinopla. Después se abandonó y el río Lykos acabó rellenándolo con los sedimentos que arrastraba. En el s.XII el puerto era tan poco profundo que en él sólo podían operar ya pequeños barcos pesqueros. Tras el desastre de 1204 fue abandonado por completo y hacia el s.XV ya había sido prácticamente borrado de la costa constantinopolitana (hoy sus restos se encuentran a casi un kilómetro de la actual línea costera). La zona era conocida como Vlanga a finales del periodo bizantino, Langa para los turcos, y era célebre por sus fértiles huertos y especialmente por la variedad de pepinos que allí se daban: grandes, sabrosos y con pocas semillas.
Y es que la vega del humilde Lykos proporcionó durante siglos innumerables frutas y verduras a las mesas de Constantinopla-Estambul. La zona donde nace no sólo dio nombre al arroyo, sino también a una variedad de alcachofa, la alcachofa de Bayrampasa, que aunque ya no se cultiva en su lugar de origen, es conocida en toda Turquía.
Y a ambas orillas del curso del Lykos a través de la ciudad había innumerables huertos. De hecho la zona central del valle se conoce en turco como Yenibahçe “jardín nuevo”. Estos huertos se mantuvieron hasta bien entrado el s.XX, como recuerdan algunos usuarios de este foro. Uno de los lugares que mencionan con más nostalgia es el punto donde se unían al Lykos otros dos arroyuelos, el Karagümrük y el Malta. En aquel lugar uno de los arroyos formaba una cascada natural de tres metros de altura, en un entorno espléndido lleno de higueras y ciruelos. Un verdadero locus amoenus en plena ciudad que aún hoy recuerdan los más mayores, pero que desgraciadamente tenía los días contados.
En 1956 se aprobó la reordenación de toda la zona. La modernidad decretaba que no había ya lugar para arroyos, cascadas ni huertos. En poco tiempo el río se desvaneció, sus aguas fueron domesticadas, canalizadas y conducidas a Dios sabe dónde, y en su antiguo recorrido surgió una flamante Avenida de la Patria, de casi 90m de anchura y flanqueada por inmensos y lucidos edificios, que borró para siempre la huella del Lykos.
Gobernaba por aquel entonces el país Adnan Menderes, el primer ministro que poco después sería ejecutado por una siniestra junta militar. Treinta años más tarde, cuando se recuperó su figura pública, la Avenida de la Patria fue rebautizada como Bulevar Adnan Menderes, y en el punto donde arranca se construyó un soberbio mausoleo en su honor, justo en un lugar por donde en otro tiempo fluía el Lykos. Curiosa carambola onomástica, ya que Menderes había tomado su apellido de otro río turco de nombre griego.
Sin embargo el viejo Lykos todavía tenía reservada una gran sorpresa a los habitantes de Estambul. En 2004, durante las obras del metro en la zona de Langa, salió a la luz el antiguo puerto Eleuterio, que había estado durmiendo en silencio durante ochocientos años bajo los sedimentos arrastrados por el río. En lo que algunos consideran el yacimiento arqueológico náutico más importante jamás descubierto, aparecieron hasta cuarenta barcos bizantinos en un excelente estado de conservación. ¿El motivo? Tras quedar abandonados o hundirse (muchos de ellos a causa de un tsunami o una fuerte tormenta que tuvo lugar en el s.XI), las aguas dulces de nuestro querido Lykos mantuvieron los barcos a salvo del temible teredo navalis, el mayor enemigo de los navíos naufragados, un molusco que devora la madera pero que afortunadamente sólo prospera en aguas muy saladas.
Además, los sedimentos que descargaba el Lykos en el puerto, unidos a la rapidez con que la propia arena del mar cubría los restos, hicieron que los barcos quedasen rápidamente sepultados, y hayan podido llegar en magníficas condiciones hasta nuestros días.
Aparte de los barcos, que van desde pequeñas barcazas de carga y descarga, hasta bajeles de transporte y un enorme galeón de cuarenta metros de eslora, se han rescatado casi 16.000 objetos de gran valor: cientos de ánforas de vino y aceite, figuras y estuches de marfil, balanzas de bronce, anclas historiadas, peines tallados de madera, cuencos de porcelana, una estatua de Apolo del s.IV hecha en mármol, numerosas monedas de oro, juegos de mesa, dados, lámparas de aceite con inscripciones, así como huesos de camellos, osos, avestruces, elefantes y leones, y quince cráneos que probablemente pertenecieron a criminales decapitados.
Todo ello gracias a la acción silenciosa, firme y tenaz del viejo Lykos, que operó como el más eficiente de los conservadores arqueológicos. Esperemos que el museo naval que algún día se abrirá junto al yacimiento rinda el debido homenaje a este río olvidado.
Bibliografía:
- Berger, Albrecht. «Bayrampaşa deresi» y «Bayrampaşa deresi köprüsü» en İstanbul ansiklopedisi: dünden bugüne. Kültür Bakanlığı ve Tarih Vakfı’nın ortak yayınıdır, 1994.
- Bogdanović Jelena , “Water supply in Constantinople”, 2008, Εγκυκλοπαίδεια Μείζονος Ελληνισμού, Κωνσταντινούπολη, disponible aquí.
- Janin, Raymond. «La région occidentale de Constantinople. Étude de topographie». Revue des études byzantines 15, no. 1 (1957): 89–122.
- Kalkan, Ersin. Yeraltındaki İstanbul. İstanbul Büyükşehir Belediyesi, Estambul 2010.
- Oğuz, Burhan. Bizans’tan günümüze İstanbul suları. Simurg Kitapçılık ve Yayıncılık, 1998.
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Del blog TURQUISTAN, 04/06/2012
Imagen: Mezquita de Fenari Isa en el primer tercio del s.XX, abandonada y rodeada de huertos que regaba el Lykos
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