Pablo Cingolani
Oh, lago, tu deberás ser sacrificado porque si no, ¿qué comeremos? ¿Tú qué crees? ¿Qué nos saciaremos con tus escuálidos peces reyes, tus testimoniales karachis, tus estúpidas bogas? ¿Qué así vamos a comer diez millones? No, mi lago, no mi Señor Lago, Mama Kocha –yo te respeto. Pero necesitamos, dadas la competencia mundial y las circunstancias globales, más fuerza que la proteína que puedan procurarnos esos tus pescaditos, necesitamos extraer de la tierra su sangre mineral y beberla y hacernos fuertes.
¿Acaso no sabes que así se forjaron las naciones poderosas? Estados Unidos de Norteamérica le debe todo al hierro vuelto acero, la Inglaterra solemne y victoriana, todo al carbón vuelto vapor, y la Holanda, los antiguos Flandes que pintaba Rembrandt, todo a nuestra plata, esa puta plata potosina que no supo aprovechar la España –la España que escribió Cervantes- que nos explotaba, que nos masacraba en nuestros Potosíes, y que nosotros vimos salir de aquí, a la plata, dominados, humillados, excluidos, igual que esos tus pececitos que se mueren en tus playas, sagrado lago.
Oh, lago: ahora tenemos derecho a ser nosotros mismos. Ahora vamos a ser nosotros mismos. Y por eso, mi señor lago, con todo respeto, te vamos a amputar, te vamos a gangrenar, te vamos a cocinar en la salsa frenética del progreso y del mercado, porque ahora, ahora sí, ahora nos toca, carajo.
Nos toca destruir a la naturaleza, como ellos, los imperialistas, los colonialistas de mierda, la destruyeron antes.
No vamos a ser sus guardaparques, claro que no: nos toca arrancarle cada árbol, cada rama, cada raíz; nos toca sembrar toda la soya que podamos meterle hasta el infinito, hasta el horizonte, hasta que no podamos plantar más y la Pachamama nos escupa en el rostro; nos toca secarte lago, mi señor lago, porque aunque vos no me creas, igual te respeto.
Te voy a challar, aunque te mueras, te voy a challar, aunque te estoy matando.
10/02/2015
No comments:
Post a Comment