Ya sé que la diablada es de Oruro, pero la mía, la que yo ando montando porque me concierne, exorcismo de demonios, carnaval de la vida en balde, la pongo donde me conviene, en La Paz por el momento.
Esas máscaras no sé si del Moreno o de la China Supay, me es igual, porque hermosas son –sangre seca les ha pintado la herrumbre, y el tiempo ha apagado la mica de sus sonrisas feroces–, las compré hace años en un tugurio de la Sagárnaga. La vendedora granuja y evangélica leía con mucha atención la Biblia antes de intentar mamarte con arqueología erótica más falsa que un Amadeo. Lo uno no quitaba lo otro. Igual encontraba inspiración en la Biblia. No seré yo quien lo discuta. En una ocasión su madre me dijo que ya no tenían retablitos porque ahora creían en la religión verdadera, que yo creo es la del aquí te pillo, aquí te mato.
Esas máscaras me sirven a mí de inspiración para poner en escena un cortejo de diablos en pleno delirio, allí por el Club del Recuerdo o de la Melancolía, en la penumbra donde se derrumbaba el líder de los Marqueses, la mítica banda de moteros paceños, y cosechaba el aplauso de los enzamarrados añosos, mientras en el escenario gesticulaba meloso un falso Fabio, y la Rompecatres andaba por debajo de las mesas azuzada por viejos macarras que parecían salidos de cuadros de Raúl Lara. Para qué inventar nada si todo está al alcance de la vista, hasta lo que no querías ver, la ferocidad de la gente del Quirquincho, un editor de poesía recluido en San Pedro por asesinato, un roba muertos, un cogotero, o dos, los que hagan falta, un policía malo, un poeta peor, dos para que el primero no esté tan solo, gatos en el regazo, singani, adoquines y escorreduras, gallos de pelea que se escapaban calle abajo, bodegas donde Sáenz chupa y vuelve a chupar, y sus acólitos se meten pichicata como si fueran osos hormigueros, los muertos de la Morgue de los NN, grises, acartonados, unos sobre otros, apilados “como leña”, dijo el morguero locoide, el Grasitas; la honda fosa de los austriacos y del español asesinados hecha altar de ceremonias negras del cementerio de la Llamita; estafadores y estafados, un tumba premios literarios, un inmundo que cabalga un mezquino, todos alborotando entre jarras y más jarras de genuina sangría españooola, en el Rincón Español, que huele de lejos a mugre diplomática, genuinamente española, a timba de Cooperación Internacional, un túnel, no el de la Avaroa y el templo de la Muerte, sino otro, en Sopocachi, un vagón de un tren blanco y fantasma hendiendo en la noche de la patraña… un muñeco ahorcado en cada esquina de la noche, por el desbarrancadero de La Ceja… los borrachos en el cementerio juegan al mus sobre los restos de la mesa de las almas perdidas… y etcétera, platillos, tubas, trompetería brava, estridente, atronadora. Corre la Huari, como una invocación a quien acecha en las entrañas de la tierra, sí, y evoluciona la China Supay en el centro del cortejo, y la Carmencita, enana y rompecatres, bajo la mesa de los muertos vivos musita el conjuro de la Boca Cerrada… Es cuestión de tiempo que llegue el cortejo. Te lo dice Godínez, que no estuvo en Mallorca, pero sabe un rato de lo que habla porque vino encantado de todas las cosas que vio por allí.
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De VIVIRDEBUENAGANA, 28/02/2015
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