Tuesday, March 24, 2015

Los eternos vagabundos de Roberto Leitón


Freddy Zárate

Gran parte de la historia sociopolítica de Bolivia está ligada al sector minero. A pesar que en la actualidad perdió relevancia en el campo político, continúa siendo un sector  significativo. Ya a partir del siglo XVI, la corona española designó a funcionarios para que registren sucesos del Nuevo Mundo: se trataba de  cronistas o “corónicas”. Algunos testimonios están influenciados por mitos, creencias y supersticiones. El historiador Vicente G. Quezada (1830-1913) en sus Crónicas potosinas (1890) indica la tradición de parte de los indígenas por extraer las piedras preciosas: “Colque Porco y Andacaba, los incas hacían trabajar ricas minas, de donde extraían inmensos tesoros, tanto más considerables al parecer, cuanto que el metal no era exportado del reino ni entraba en el comercio, sino que servía para el culto al Sol y el adorno y servicio de los incas”. El régimen de la colonia española –entre muchos otros aspectos– estuvo marcado por aventureros que buscaban la quimera de riqueza del gran cerro rico de Potosí.

El siglo XX en Bolivia fue el tiempo del metal sindicalizado. Cualquier proyecto de poder (independiente de su ideología) tenía que conciliar con los intereses de este sector. La fuerza política que obtuvo la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) a partir de la revolución de 1952 puede ser resumida en palabras de René Zavaleta Mercado (1937-1984) como “el poder dual” entre el Estado y la Central Obrera Boliviana (COB). La amplia producción académica refleja la importancia de la clase obrera. Se puede mencionar la monumental obra de Guillermo Lora (1922-2009) que publicó su Historia del movimiento obrero boliviano (varios volúmenes); el historiador Roberto Querejazu Calvo (1913-2006) escribió Llallagua. Historia de una montaña (1977); Jorge Lazarte trazó el Movimiento obrero y procesos políticos en Bolivia (1989), entre otros estudios. La literatura no estuvo ajena a esta preocupación existencial. Se puede mencionar al Chueco Augusto Céspedes (1904-1997) que esbozó la vida del empresario minero Simón I. Patiño en Metal del Diablo. La vida del Rey del estaño (1945).

A finales de la década de los años treinta el escritor Roberto Leitón (1903-1999) publicó Los eternos vagabundos (1939). La novela trata de reflejar la vida cotidiana de los “hombres-roca, músculos, potencia y energía” al interior de las minas. Inicialmente describe el paisaje externo del socavón: “Tierra polvorienta con sed de sangre. Finamente espolvorea la espalda del obrero (…). Las rocas, desfloradas con besos sádicos por los barrenos, semejan carnes palpitantes de mujeres lascivas, en amores voluptuosos con el Supay de las entrañas de la tierra”. Según la descripción que pinta Leitón, los socavones están llenos de centenares de mineros que viven bajo la enorme presión de las montañas. Una vez dentro de la mina trasluce un submundo oscuro, ruidoso y angosto que para sus moradores no tiene fin. La convivencia entre el dios andino Supay (dueño del metal) y los “hombres-roca” generaron sus propias reglas, conducta, sus pasiones, sus ambiciones y su propia jerga. En el interior de la mina se siente tierra húmeda, olor a estaño, coca y alcohol. Cada hora transcurre entre la monotonía del silencio, el ruido de los barrenos y el desgarro de los músculos. El escritor Roberto Leitón resume a los mineros con tres palabras: “Humo, polvo y desesperación”. Los “hombres-roca” son descritos como “jorobados en su miseria, sonríen y lloran la tragedia de sus espíritus vencidos y vilipendiados”. Las largas jornadas laborales están cubiertas de una permanente penumbra: “Desencajados, maquillados de polvo metálico, envueltos en su desgracia suprema, como seres entenebrecidos salen los mineros”.

Los eternos vagabundos refleja las peripecias al interior de la mina. A pesar que el minero se encomienda devotamente al Tío de la mina ofrendando coca y alcohol, la muerte va solazándose plácidamente a través de accidentes laborales. Otro aspecto que describe Leitón es la discriminación existente entre los “hermanos” mineros. Lo racial se hace latente a través de la discriminación étnica y cultural: “Esta gente estúpida debe morir por paleteadas (…). Más indios, más estupidez (…). Da lástima ver indios y más indios (…). El llama aymara y el asno quechua”. A pesar que la clase trabajadora discursivamente pregona –hasta el día de hoy– compañerismo, igualdad y justicia, pero, en su accionar cotidiano traslucen los códigos informales reflejados a través de favoritismos, compadrerío, autoritarismo y verticalismo. Otro aspecto que describe Roberto Leitón es el aislamiento que sienten los mineros: “Nuestra vida es igual a los presidiarios. Estamos tan lejos de las ciudades”. Las pocas distracciones que tiene el campamento minero es el “Club” donde irradia el elixir de los dioses (alcohol), la cerveza, los cigarrillos y la sagrada hoja de coca. En el aspecto erótico las palliris (mujer dedicada a triturar trozos de mineral) son las más cercanas a los socavones y las más deseadas por los obreros. El relato de Roberto Leitón desnuda al sector minero y trata de mostrar sus grandezas como también sus espectros humanos. La clase obrera –como cualquier otro grupo– busca sobre todo proteger sus intereses de clase por encima de lo público. Política y discursivamente los hermanos mineros son ajenos a la acumulación de capital. Pero el sueño de la clase obrera es vivir bien. Los muchos relatos reflejan que muchos mineros nublados por la codicia terminaron sus vidas en los socavones fantaseando recibir la bendición del Tío y alcanzar la gloria del odiado Rey del estaño.                         

Cuarenta y siete años después de la obra de Leitón, René Poppe publicó Interior mina (1986). Según el propio autor es un “testimonio de vida”. Los datos que nos proporciona Poppe son sus impresiones de su visita a la población de Catavi, Siglo XX y Uncía (Potosí). La aventura de Poppe empieza en la década de los años setenta. Esta experiencia turística (de enero a mayo) fue registrada minuciosamente en su “cuaderno empastado”. El relato se pierde en mostrar muchos detalles insignificantes que no logra reflejar la intimidad de los mineros. Gran parte de Interior mina muestra el itinerario turístico de Poppe en Potosí. Al contrastar ambos escritos (Leitón y Poppe) se puede señalar que estas dos visiones buscaron reflejar la vida cotidiana del sector obrero. A diferencia de Poppe, el escritor Leitón no necesitó ir de excursión a las minas para poder reflejar este cometido de los “hombres-roca”. El mérito de Roberto Leitón fue revelar tempranamente fragmentos existenciales de los mineros. En la actualidad el nombre y la obra de Leitón están relegados al olvido. Sus escritos –Aguafuertes y Los eternos vagabundos– son testimonios de un autor que supo adelantarse a su época. Lastimosamente –como muchos otros autores– no soportó los avatares del tiempo y las modas literarias impuestas por unos clérigos de la literatura. La tarea pendiente está en revisar críticamente nuestra faena literaria.   

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De Los Tiempos (Cochabamba), 15/03/2015

Imagen: Portada de Los eternos vagabundos

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