PABLO CINGOLANI
Esa luna que
labraba la piel de los tapires y besaba los quebrachos blancos de monte
adentro, por los lados de Ravelo y las salinas donde se esconden los ayoreos.
Esa luna con
toborochi y canto, esa luna con soledad y espanto.
Esa luna tan
altiva que nos lamía como las arenas bravas del Iso-So.
Esa luna tan rubí
como las flores del guayacán que bailaban con las aguas que siempre se
ausentaban del Alto Parapetí.
Esa luna que era
tu luna, Bonifacio, Kuarata-Guajú –Sombra Grande, amante, guerrero, poeta.
Y tal vez por
eso, tu tumba, se alza en el lugar con el nombre más bello de todos:
Arakuaarenda –Encrucijada de Pájaros.
* * *
Esa luna la volví
a ver en Curahuara, cuando no había la carretera a Chile. Esa luna era la luna
del suboficial Calisaya que se chupaba -grave chupaba- y lloraba. Lloraba por
un volcán: por el Sajama. Ya era cincuentón y áspero y los del cuartel ya no lo
dejaban subir: “Te vas a morir, Calisaya”. No treparía más al Sajama, seis
kilómetros y medio más cerca del cielo.
Lloraba Calisaya
y me abrazaba
Un milico en el
medio de la estepa y de la noche me abrazaba
y ahí entendí que
un hombre solamente llora cuando no lo dejan luchar más, cuando le quitan lo
que más ama y no la puede pelear
Calisaya, como
yo, amaba las montañas y no se imaginaba su vida sin ellas. Hermano, le dije:
imagínate esa luna en la cumbre del cerro –el viento azufroso de los Karangas
me partía la boca. Imagínate esa luna y que va con vos hasta la cumbre del
cerro. Siempre estarás allí. Siempre vas a estar allí para mí, Calisaya.
* * *
Era la misma luna
que nos cortejó con Guillermo y con Gastón en Challacollo, donde nadie te
espera y nadie te invita porque no había nadie, sólo una antigua capilla que se
devoraban los médanos. Viento y arena: luna de amparos, lírica luna, luna
buena. O la luna, tan luna ella, de la lejana Cobija, luna atacameña, que la
esperamos parir tan sólo para verla besar las cruces salitreras más tristes,
las más olvidadas de todas. O la luna en Mizque, color zapallo.
* * *
Todas esas lunas,
y todas las lunas, están ahora delante mío. De mi dolor, pero también de mi
alegría. De mi pasado, de mi futuro. Me desatormenta: la veo inundando el panqa
qiurwa de tanta majestad, de tanta serenidad, que siento hasta el fondo
lo que el amauta Arguedas me dijo la primera vez que me puse a escribir frente
a la w´aka: uno, no puede mercar con la bondad o con la maldad del mundo. Uno
lo siente o no lo siente. Lo mismo decía Tata Rodolfo Kusch.
Lo que pasa es que nos hemos olvidado. Sucede.
Laderas de
Aruntaya, 8 de septiembre de 2021
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Imagen: El Tarot de Xul Solar
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