JORGE MUZAM
Lorena se
recuesta a leer Into the wild de Jon Krakauer. Previamente
intentó bajar la película homónima, pero estaba en gallego y tenía partes
mudas. La veo avanzar muy concentrada. Lee más rápido que yo. Hace dos días
empezó ese libro. Antes leyó Muerta Ciudad Viva de Claudio
Ferrufino-Coqueugniot, y antes, Sputnik mi amor, de Haruki
Murakami. Yo suelo ser más disperso, inconstante, una nube en pantalones, como
diría Maiakovski. Ayer y hoy transité por Vacas, cerdos, guerras y
brujas de Marvin Harris. Me atrae esa especie de marxismo antropológico,
ese tanteo explicativo en torno a nuestras más eficaces formas de
supervivencia. También anduve rastrojeando información sobre Bertrand Russell,
y hasta leí algunas páginas de La conquista de la felicidad, libro
que exasperaba a Wittgenstein. Como me deleita la hociconería histórica repasé
el sarcástico capítulo que le dedica Paul Johnson en Intelectuales.
Sin embargo, mi impresión positiva sobre Russell supera a la negativa. Hoy
divagué todo el día sobre Foster Wallace. Un genio tomando nota de su laberinto
mental, un totalitarista del sentido de la vida, absorbido por insignificancias
y superestructuras. Los salvavidas de lingüística no tenían suficiente aire,
menos los de poesía, y se hundía, y se hundía. Siento semejanzas con su
proceder creativo, creo entenderlo más de la cuenta. Puede sonar preocupante
salvo por el hecho de que ya estoy suficientemente muerto. Soy apenas una
locuacidad burlona de ultratumba, sin alma, sin cuerpo, sin esperanza, mis
cacharritos quedaron sin dueño, y estas letras son tecleadas gracias a la breve
licencia que me otorgó un dios paleteado.
_____
De
CUADERNOS DE LA IRA, blog del autor
Mi agradecimiento siempre querido Claudio.
ReplyDelete¡Gran texto, Jorge!
Delete