GUILLERMO NÚÑEZ JÁUREGUI
Me parece
que ya podemos reconocer, como lo hacemos con los elementos kafkianos, los
personajes, las atmósferas y los giros walserianos, ¿no es cierto? Mujeres
fantasmagóricas o altivas, inalcanzables; y su reverso, mujercitas vulgares;
pero sobre todo esos inquietantes personajes (a menudo los narradores de sus
relatos) que parecen sentirse inquietos tanto en la ciudad y otros entornos
disciplinarios (las oficinas, las escuelas, incluso los castillos), como en el
campo (o en las tabernas y las pequeñas aldeas). Estos personajes, como señaló
Walter Benjamin, provienen de la locura.
La
inquietud de los “héroes” walserianos hace que se encuentren en constante
movimiento: emprenden excursiones tonificantes (los paseos comarcales son
típicos en esta obra), como si estuvieran en necesidad sostenida de lavarse el
coco. Estos traslados hacen que sea walseriana también la aparición, por tanto,
de habitaciones en renta, pequeñas buhardillas que son ocupadas sólo durante
algunos días, así como los extraños benefactores de esos poetas o escritores o
vagabundos en continua migración. Sobre los giros y la forma no tengo la
convicción plena para hablar de un “estilo walseriano” (famosamente, nunca
corregía sus textos), especialmente porque ante el desciframiento de sus
microgramas parece que la prosa que avanza sin dificultad, sólo porque sí, fue su
marca personal, grafómana; pero en sus relatos destacan también las irónicas
cascadas adjetivantes, así como la habilidad para emular el estilo
supuestamente neutro de los comunicados oficiales de distintos tipos.
Vuelvo a
Robert Walser (1878-1956) aprovechando que su colección de relatos Vida
de poeta (Poetenleben) cumple un siglo de haberse publicado.
Además de haber aparecido durante una de sus épocas más prolíficas (cuando
también escribió El paseo, La rosa y la
compilación de prosas Sueños, entre otros), se trata de un buen
botón de muestra de su trabajo (se incluyen veinticinco relatos): varias de las
historias incluidas arrojan alusiones a otros textos que permiten pensar en la
de Walser como una obra redonda, como ocurre con “De la vida de Tobold”. El
cuento habla sobre el periodo que pasó el tal Tobold trabajando como mayordomo
en un castillo, como lo hizo el mismo Walser a finales de 1905 en lo que fue la
Alta Silesia (hoy Polonia), y como también se refleja en una de sus novelas
breves más conocidas, Jakob von Gunten (1909). Pero Vida
de poeta destaca por otra razón, por lo que hace al libro singular en
la obra del escritor suizo, sin dejar de ello incrustarse firmemente en la
constelación de sus obsesiones. Los momentos más interesantes del libro son en
los que parece darle atención a lo infraordinario, como se lee en la dupla
“Discurso a una estufa” y “Discurso a un botón”. Estos dos cuentos funcionan
como espejos, obviamente; tanto la estufa como el botón en cuestión son
tratados más o menos antropomórficamente, sólo que mientras la estufa brilla
por su indiferencia altanera (como lo hacen tantas mujeres en los textos de
Walser…), el botón es celebrado por su heroica discreción (como los
protagonistas de muchos de sus relatos).
La atención
desmedida que se le da a la estufa y al botón no puede explicarse sin “La pieza
rara”, el relato que les precede, y que cuenta cómo un escritor cede su tiempo
(con suma concentración y esfuerzo) a un paraguas que cuelga de un viejo clavo:
«Conozco a un escritor que, tras varias semanas de esforzarse inútilmente por
dar con algún tema apropiado, tuvo al final la divertida idea de organizar un
viaje de exploración debajo de su cama», inicia el relato. ¿El resultado de la
«temeraria y peligrosa empresa»? «…igual a cero». Mientras el escritor se
devana el seso buscando un nuevo tema ve de pronto «ante sus narices, un
espectáculo tan insólito e interesante como nunca hubiera osado esperar que
vería en su vida». ¿A saber? «En la pared gris, negra y cubierta de moho, había
un viejo clavo herrumbroso del que colgaba un paraguas». El relato termina con
una imagen: el escritor se encuentra a solas, en su habitación fría (no tiene
suficiente dinero para calentarla), y tras ver el texto que le ha dedicado al
paraguas que cuelga del viejo clavo, suspira.
También “La
pieza rara” espejea con otros dos relatos de Vida de poeta,
dedicados a las ridículas vanidades de los escritores profesionales y que
Walser, colaborador de distintos periódicos y revistas literarias, conocía tan
bien. Se tratan de “La nueva novela” y “El talento”. Con un tono menos satírico
y más bien enigmático, Walser vuelve al tema del escritor en los últimos dos
cuentos del volumen, “El obrero” (tal vez uno de sus relatos más políticos,
donde se hace mención a la guerra y a la manera en que las ideas desaparecen al
servicio de la patria) y “Vida de poeta”. Lo inquietante en estos relatos es la
manera en que Walser trata a los escritores (y a las pasiones tristes de otros
creadores, como se lee en “Los artistas”); como si se trataran de goznes de la
sociedad, con la distancia archicitada del entomólogo.
Tal vez sea
esa la razón por la que Walser le dedicó también un texto a La bella
durmiente, por el hechizo que arroja la imagen de un reino que permanece
estático (como ocurre con aquello a lo que le prestamos atención, pero también
como los artistas que pretenden vivir en torres de marfil): «Un sopor profundo
y centenario no es, sin duda, una nimiedad. ¡Veamos la cosa un poco más de
cerca!». La descripción que hace Walser en este texto, donde todo un reino se
reactiva al quebrarse el hechizo, también recuerda la oscilación de sus
personajes, que ven necesario ir de la vida ajetreada a la tranquila vida
campirana, y viceversa. El escritor que prefiere refugiarse en castillos o
salones literarios, aislado del mundo y la intemperie, donde, de espaldas a las
costumbres altivas y elegantes, se usan, en cambio, palabrotas, ¿se comporta
así por ser demasiado lúcido? El loco, en cambio, sabe darle uso a la “glosa
venal”, como lo puso Benjamin: «no como el periodista que quiere ennoblecerla
“elevándola” hacia sí, sino aprovechando su despreciable y modesta actitud para
extraer lo que ella tiene en sí de vivificante, lo que posee de purificador».
La
traducción de Juan José del Solar de Vida de poeta se publicó
en 2010 (como muchas otras obras de Walser, a través de Siruela).
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De LA
TEMPESTAD, 12/03/2018
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