Friday, October 8, 2021

Cartas


OLGA AMARÍS DUARTE

 

Leo en alguna parte: "La escritura de cartas es un género menor".

Me da tanta pena que empiezo a echar de menos la llegada de una carta-objeto.

Santa Teresa, a vuelapluma, escribió más de 15.000 cartas en su vida...

Virginia Woolf, a su amante Vita Nicholson, le confesó en una de sus misivas que la carta era el disfraz del ensayo: “Siempre, siempre trato de decir lo que pienso en una carta".

La carta, filiforme, se introduce a cuchilladas en el tiempo, crea una fisura, corta el plan del día en filigranas. Por su carácter exógeno, de objeto extraño, obliga a la atención, a crearle un espacio dentro de nuestra interioridad. Podría decirse que toda carta es un artefacto capaz de hacer explotar nuestra cotidianidad.

Está, también, la rotundidad del sobre, convertido en un envoltorio de pliegues que hay que ir desvelando, mondando como las frutas hasta llegar al corazón. No queda tan lejos la labor de los arúspices etruscos en esas manos que desentrañan la carnalidad del sobre. Tras el desnudamiento, llega el resplandor del negro sobre el blanco. No es porque sí la bicromía impúdica de la carta. Es el intento de una primera posibilidad de ser, el nacimiento prematuro de la palabra escrita, todavía sin adornos, sin dobles intenciones, sola y temblorosa ante el frío de la mirada que quiere entender. ¿No da la sensación de que desfallecen las palabras de una carta?

Después, con la lectura, llegarán los colores, como en aquella carta en la que Frida Kahlo le confiesa a Diego Rivera su intención de inflamar de cromatismo los contornos de su misiva: “Tú te llamarás Auxocromo, el que capta el color. Yo Cromoforo, la que da el color”. En sentido figurado, ella, Frida convertida en la carta que escribe, es Cromofora y Diego, la mirada que recorre el cuerpo gráfico del amante, el Auxocromo.

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Imagen: "Carta" de Mary Cassatt

 

 

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