MAURIZIO BAGATIN
El lector
busca, el viejo topo escaba, lalangue nos lee. Al lector
entonces van estas palabras, porque el escritor siempre escribe una sola
historia, con sus variaciones, pero siempre con la ira de Aquiles,
desde aquel lugar de la Mancha o por una
selva oscura. Mientras para el lector se agita en el aire un placer más
pernicioso, un goce que es una catarsis, el morbo de Gutenberg. Por
lo menos es así desde 1456, desde aquel día que Gutenberg nos proporcionó la
Biblia con las cuarenta y dos líneas, e inició a circular el morbo. Entrando en
un libro nos agitamos solos, confabulamos con muchos personajes, nos quedamos a
ver el paisaje, y nos damos cuenta de que la literatura sabe mucho
sobre los hombres. Y nos enfermamos. La enfermedad es contagiosa, infecta
rápidamente y sin la necesidad del contacto físico, luego resulta ser imposible
aislar o erradicar el morbo. Hasta hoy, y por suerte, no existe vacuna, se han
inventado solo algunos paliativos y unos que otros remedios, también
ineficaces, por suerte. La ciencia humanística sostiene que uno puede
contagiarse por “contacto psicológico”, pero también con un uso inapropiado de
los sentidos, la vista, el oído, el tacto, y en los casos más incurables, con
el olfato. Todos lectores nos enamoramos de nuestra enfermedad. Y seguimos
viviendo en uno de estos tres estados graves de este magnífico padecimiento:
la bibliofilia, la bibliomanía y la bibliolocura.
Siempre
habrá metáforas y aforismos, siempre el aedo, el trovador, el cantastorie y
el hablador de la esquina, el borracho del bar y las chismosas, las fabulas que
se inventan a los niños. La ontológica necesidad de narrar del ser
humano, el deseo de narrar y a la vez la narración del deseo dijo
Walter Benjamin. En la soledad de nuestras lecturas buscamos la soledad de la
escritura, el dialogo que es monólogo en un teatro con miles máscaras y con
ninguna. Buscamos la verdad y la mentira, una pizca de horror y unas migajas de
felicidad, la experiencia y la ficción. En los libros que curan todo tipo de
enfermedades, el corazón herido con Emily Brontë y el mal
de amor con Beppe Fenoglio, la arrogancia con Jane
Austen y el dolor a la cabeza con Ernst Hemingway, la impotencia con Il
bell’Antonio de Vitaliano Brancati, los reumatismos con
el Marcovaldo de Italo Calvino, esto nos indican Ella Berthoud
y Susan Elderkin. Para el morbo de Gutenberg ningún remedio. Seguimos
leyendo…
Y hay
libros que encontramos en otros libros, en un párrafo de Pedro Paramo el
íncipit de Cien años de soledad, los plagios, las influencias,
Kafka en Borges o el contrario (más bien), anticipaciones y retornos, siempre
“el hecho de que cada escritor crea a sus precursores”.
Mientras, en la lectura florece lo ideal que está en lo real, la música
pedagógica de Platón, el folclor que se hace antropología y viceversa, el
pensamiento de Pascal, una comprensión del ser.
Más con los
libros que con la gente, aunque los libros están llenos de gente. Ningún
oficio, leyendo y leyendo, el leer se vuelve el oficio. Salen personajes de las
hojas viejas, de entre las páginas consumidas, en la Babel que es Alejandría,
en la casa del ser. Me aseguran los enfermos que, aunque inventaran un remedio,
su deseo es quedarse así, enfermos en su gozar palabra por palabra la utilidad
de lo inútil. En la sincera voluptuosidad del ocio que nos ofrece la lectura.
Octubre 2021
_____
De REVISTA GAFE, octubre 2021
Maurizio Bagatin
Pordenone,
Italia, 18 diciembre 1966
Nacido por
azar en Italia, viajó un poco y escribió un poco, en la búsqueda de conjugar la
huerta con la biblioteca, sigue regando jardines y cultivando palabras. Tiene
textos inéditos y mucho otro material en el ciberespacio.
Lee su
última obra «Para darle nombre a Sudamérica».
No comments:
Post a Comment