Friday, May 13, 2022

Antropología


MAURIZIO BAGATIN

 

Gerard y Françoise caminan la inmensa carretera de tierra roja como la sangre, cepillo entre los dientes van hacia el rio, así todas las madrugadas: el tiempo en África es siempre otro tiempo. Sus hermanas Croisette y Sophie ya llevaron a la casa el agua en dos bidones de veinte litros y ahora han encendido el fuego para el desayuno, que será el almuerzo y que será la cena: el alimentarse en África es siempre un plato único.

Los griot siguen andando de pueblo en pueblo, de village en village, como rapsodas buscando y sembrando, bajo el eterno árbol de mango que ofrece la sombra necesaria cantan, en Camerún Francis Babey teje una fusión entre su mundo arcaico y la posmodernidad: moderno le diría hoy Lyotard. La música en el continente negro es umbilical, sale de los vientres femeninos y encantan a hombres milenario, que parecen sentados desde siempre bajo aquel árbol: Mama África es Miriam Makeba.

Las tardes son imposibles, todo evapora, el sudor y las lágrimas, los ojos enrojecen y la garganta se seca: miradas profundas buscan una gota del cielo, el verde de la tierra quemada. El sol aquí parece no moverse nunca de su cenit. El guardián de las ovejas enciende un cigarrito, siguen viva la leyenda del café etíope y del cannabis que mantienen despiertos y aplacan el calor de la canícula: yo sudo sin moverme, miro Gafara y a una de sus siete u ocho esposas mientras preparan batones de mandioca envuelta en las hojas de banano. Él fuma y espanta las moscas que lo rodean.

El cielo nocturno es indefinible. Hay tantas estrellas cuantos serán los colores del África. En la oscuridad solo la blanquitud de los globos oculares brilla como el firmamento, la piel es un terciopelo dorado, las dos partes de las manos son un yin y un yang. No se duerme. Se acaricia la frescura de todas las partes que está divida la noche; cuando aparece la luna los animales nocturnos inician su poiesis: el alma platónica de los humanos acompaña el miedo y el coraje.

La esperanza de vida aquí es corta. Matusalén vive solo en las iglesias de Betel. Las mujeres miran con un ojo los párvulos que siguen durmiendo en una sola cama, con el otro acompañan el ritmo de sus manos mientras golpean el sorgo en el batán. Las melodías africanas inician temprano, al dilúculo ya se mueven los cuerpos aun somnolientos, hombres y animales refrescados y nuevamente en fuerza agitan sus músculos. Muy pronto el calor contraerá las fuerzas. El canto del gallo los espera bajo el árbol, a la sombra de mil leyendas y del sonido de una Kora.

13 de mayo 2022

Imagen: George Lilanga, Sin título

 

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