MAURIZIO BAGATIN
Gerard y
Françoise caminan la inmensa carretera de tierra roja como la sangre, cepillo
entre los dientes van hacia el rio, así todas las madrugadas: el tiempo en
África es siempre otro tiempo. Sus hermanas Croisette y Sophie ya llevaron a la
casa el agua en dos bidones de veinte litros y ahora han encendido el fuego
para el desayuno, que será el almuerzo y que será la cena: el alimentarse en
África es siempre un plato único.
Los griot
siguen andando de pueblo en pueblo, de village en village, como rapsodas
buscando y sembrando, bajo el eterno árbol de mango que ofrece la sombra
necesaria cantan, en Camerún Francis Babey teje una fusión entre su mundo
arcaico y la posmodernidad: moderno le diría hoy Lyotard. La música en el
continente negro es umbilical, sale de los vientres femeninos y encantan a
hombres milenario, que parecen sentados desde siempre bajo aquel árbol: Mama
África es Miriam Makeba.
Las tardes
son imposibles, todo evapora, el sudor y las lágrimas, los ojos enrojecen y la
garganta se seca: miradas profundas buscan una gota del cielo, el verde de la
tierra quemada. El sol aquí parece no moverse nunca de su cenit. El guardián de
las ovejas enciende un cigarrito, siguen viva la leyenda del café etíope y del
cannabis que mantienen despiertos y aplacan el calor de la canícula: yo sudo
sin moverme, miro Gafara y a una de sus siete u ocho esposas mientras preparan
batones de mandioca envuelta en las hojas de banano. Él fuma y espanta las
moscas que lo rodean.
El cielo
nocturno es indefinible. Hay tantas estrellas cuantos serán los colores del
África. En la oscuridad solo la blanquitud de los globos oculares brilla como
el firmamento, la piel es un terciopelo dorado, las dos partes de las manos son
un yin y un yang. No se duerme. Se acaricia la frescura de todas las partes que
está divida la noche; cuando aparece la luna los animales nocturnos inician su
poiesis: el alma platónica de los humanos acompaña el miedo y el coraje.
La
esperanza de vida aquí es corta. Matusalén vive solo en las iglesias de Betel.
Las mujeres miran con un ojo los párvulos que siguen durmiendo en una sola
cama, con el otro acompañan el ritmo de sus manos mientras golpean el sorgo en
el batán. Las melodías africanas inician temprano, al dilúculo ya se mueven los
cuerpos aun somnolientos, hombres y animales refrescados y nuevamente en fuerza
agitan sus músculos. Muy pronto el calor contraerá las fuerzas. El canto del
gallo los espera bajo el árbol, a la sombra de mil leyendas y del sonido de una
Kora.
13 de mayo
2022
Imagen:
George Lilanga, Sin título
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