DANIEL AVERANGA MONTIEL
Como una obra
mayor y representativa de Ferrufino, “El señor don Rómulo” significa más que un
producto literario; es, probablemente, un torrente inagotable de valentía y de
sinceridad, no solo por su forma de revisitar el pasado familiar, sino y más
que todo por no dejar detalles al aire para endulzar la tradición del silencio
ante los vacíos que no debieran ser. Muchas veces idealizamos el pasado,
barnizamos los recuerdos con remilgos de olvido y este no es el caso: Ferrufino
embiste contra lo acontecido con la precisión del narrador que es, pero también
con la honestidad y la poética de alguien que sabe que tuvo una familia como
muchas de las que existieron en la Bolivia que se erguía en la época
republicana: un territorio todavía crudo y violento.
En su lugar,
estoy seguro de que muchos escritores apelarían a la elipsis, a suavizar las
cosas, a decir que así somos los humanos, imperfectos, y que para qué
profundizar; pero no, el drama en “El señor don Rómulo” involucra, cual
omnívora faena, otros espacios, a otras gentes y, en su intención, a la humanidad
misma.
Nadie que se
atreva a leer esta novela quedará indiferente. Kafka tenía razón al afirmar que
un libro debiera ser como un hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros,
y esta novela, desde su prosa magistral, escinde moralismos y dogmas sin reparos.
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Imagen: Cubierta de Antagónica Furry para la edición de 3600, La Paz, 2022
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