Friday, June 15, 2012

Cómo se divierten los ingleses*

Juan José Soiza Reilly




París, octubre 14 de 1914.


Francia está de duelo… Si miramos el alma de la gran nación, la veremos, en verdad, de luto. Pero, si más crueles y más superficiales, observamos el aspecto pintoresco de sus grandes ciudades, y recorremos ahora sus calles –las más suntuosas y las más humildes– se nos ocurre una pregunta:
–¿Es carnaval?
Desde París, hasta el rincón más pequeño de Francia, todas las ciudades y todos los pueblos, se han convertido en brillantes cuarteles. A cada paso, encontráis uniformes de los colores más extraños y de las formas más extravagantes. Es que esta guerra resulta tan fantástica, tan imposible, que ha reunido a soldados de todas las razas y de todas las lenguas. En conjunto, pelean por la misma causa. El espíritu que los une, es uno. Únicamente por el uniforme, se sabe de dónde vienen. Católicos, protestantes, musulmanes, buhdicos, incrédulos…
Junto al belga, que –salvo el kepis con forro de hule– casi se confunde con el soldado de Francia, vemos al sikh de la India, con su blanco turbante y a su lado, con sus chaquetas azules o rojas y sus bombachas de diversos colores, a los eficaces tiradores argelinos, que suelen competir en negrura con los diestros tiradores del Senegal. Además cada arma tiene su uniforme. Y cuanto más africano es el soldado, más colores derrocha en su vestido… Los únicos que tienen el verdadero "uniforme de guerra", son los ingleses. Usan el traje kaki, cuyo color tierra, durante las batallas, háceles pasar desapercibidos, pues se les confunde con las mismas trincheras. Casi ni galones ostentan. La oficialidad no se distingue de la tropa. Los laureles áureos que en Francia y en España los usan hasta los jefes de estación ferroviaria, los ingleses los suprimen por modestos cordones obscuros. Y si en los campos de pelea pasan como invisibles, no sucede lo propio cuando se les encuentra en el café, en la calle, en el cuartel… Tienen todos –oficiales y tropa– una cara tan feliz, tan alegre, tan jovial, que no parecen hombres dispuestos a morir. No parecen hombres dispuestos a matar. Los soldados y oficiales franceses que han combatido a su lado en Bélgica, y que han llegado heridos a París, nos cuentan de estos ingleses cosas horripilantes. No creáis que horripilantes por el salvajismo con que puedan pelear. ¡No!... Sus almas juveniles y soñadoras les llevan a despreciar hasta el botín de guerra. No son sensuales. Prefieren una buena pipa. Lo horripilante en ellos es la risa, la burla, el humorismo con que miran la muerte. Se ríen de verse morir.
–Figúrense ustedes –decíanos ayer a Gómez Carrillo y a mí, el teniente Helene–, que estos diablos de ingleses, cuando se encuentran defendiendo una trinchera y el fuego es muy recio y los cadáveres aumentan a nuestros pies, se pellizcan las piernas mutuamente para hacerse reír… Además, durante las treguas, en vez de acostarse a dormir y a descansar, se dedican a jugar al football, al tennis, a las luchas romanas… Los jefes tienen que impacientarse para que no se expongan al peligro, pues juegan a gritos y a carcajadas, como hombres sanos y dichosos, y su jolgorio y sus risas muchas veces le indican al enemigo donde debe apuntar sus cañones… ¡Y qué digo los jefes! ¡A menudo ellos mismos están jugando con sus propios soldados y hay que avisarles que les están haciendo fuego desde el otro lado! Si se están bañando, hasta que con concluyen su "toilette" no toman su fusil.
Indudablemente, los ingleses toman la guerra en broma. Yo los he visto también, en Soissons, dándose manteos. Allá he mirado el confort con que construyen sus trincheras. No se satisfacen con hacer simplemente un parapeto en la tierra, con un escalón para sentarse y romper el fuego desde allí… ¡No! Ellos creen que no solamente se va a la guerra a morir como héroes, sino también a divertirse como ingleses. Una vez que han construido el parapeto, siguen cavando hacia adentro, de modo que les resulta una cueva, donde viven como en una caverna. Para el caso de que se les llene de agua, emplean el primitivo sistema de canaletas de irrigación. De alfombra ponen paja y se construyen camas con cuatro estacas y una red de hilos que tejen cual las hamacas paraguayas. Se abrigan con hojas de periódicos. El whisky lo elaboran ellos mismos, con unas pildoritas disueltas en agua. Cada píldora equivale, en alcohol, a un cuarto de litro. Es whisky condensado.
Lo más curioso –continuó diciéndonos el joven teniente– es que nunca se marean… Es preciso ver la puntería que tienen y, sobre todo, la fuerza física y moral que los alienta. No he oído a un solo inglés que se quejara de fatiga… Tampoco sufren lo que tanto hace penar al soldado francés: la nostalgia. Nosotros peleamos y la pelea nos entusiasma. Pero cuando nos ordenan que no hagamos fuego y nos sentamos a descansar, en esas largas horas de la trinchera muda, entonces nos viene la nostalgia. Pensamos en nuestras madres. En nuestras novias. En nuestros hijos. En nuestros amigos… ¡Y sentimos ganas de llorar y de gritar. Sentimos ganas de ir a besar a los seres queridos o ganas de seguir matando a bayoneta limpia, a puntapiés y a mordiscos, para obscurecer y ensordecer nuestra memoria! El inglés parece que no tuviera memoria de sus cariños o por lo menos, se los encierra debajo de su risa. Los guarda como en secreto bajo su carcajada… El día antes de caer yo herido, estaba en una trinchera de ingleses, pues generalmente en los avances, solemos mezclarnos, sobre todo, si es de noche y nos obligan a avanzar en la obscuridad, por tierras accidentadas… Ese día los ingleses estaban admirables de buen humor. ¡Y con qué puntería los alemanes nos mataban hombres! Pues bien: los ingleses jugaban como si los que murieran fueran otros… En lo más recio de la pelea, simulaban estar en una sala de esgrima. Sentían, por ejemplo, una bala que pasaba silbando junto a nuestros oídos. Un inglés decía a otro:
–¡Esa es para ti!

El otro respondía, como si hubiera esquivado el sablazo:
No… ¡Fue una "finta"!
–Entonces para aquél. ¡A fondo!
–Tampoco. ¡Muy alto!

De repente, coronando la risa, se oía a un inglés que exclamaba:
–¡Touché!
Y, soltando el arma, caía. Caía como si fuera de plomo. ¡Muerto!


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El mismo general French, generalísimo del ejército inglés, técnico de una agudeza que tiene encantado a Joffre, es un hombre alegre. Y debéis saber que cuenta 62 años de edad. A esa altura de la vida, nadie tiene ganas de reírse… Pero French es un muchacho. Y es irlandés… Más bien, parece uno de nuestros criollos, ya viejos respetables, que dicen chistes sin hacer un gesto… French se permite bromas con el mismo general Joffre, que como buen descendiente de los antiguos catalanes, no se ríe ni contándole cuentos catalanes. Pero sus bromas son de inglés heroico. Son bromitas macabras.
Díganle al general French –ordenó una tarde el general Joffre– que si tendría la gentileza de decirme hasta cuándo podrán resistir sus tropas de pie, en las actuales posiciones.
–Contéstele a mi ilustre compañero
 –repuso el general French al ayudante– que mis tropas se mantendrán así hasta que Dios las conserve en esa posición.
Fench quería decir que sus soldados se mantendrían de pie, hasta que las balas enemigas les hicieran tomar la posición horizontal. ¡Muertos, únicamente, abandonarían sus trincheras! Es así como este hombre juega con la muerte. En 1884, ya la vio muchas veces. La dominó en Sudán. En 1890, volvió a verla a menudo en Sud Africa, cuando siendo general de caballería, dirigió el sitio de Wimterley.
Toda Inglaterra siente hacia él una devoción sagrada. Pero, sus soldados no lo adoran como a un dios: lo admiran como a u padre. Y esto puede observarse en la guera presente, donde los soldados británicos no son soldados del ejército real y lo obedecen con una fe ciega. Las leyes inglesas establecen que el soldado permanente no debe salir de la isla. Por eso, para pasar al continente, ha sido necesario organizar un nuevo ejército, con soldados voluntarios. Ninguno de los que están peleando como tigres en Francia, son "soldados a la fuerza". Lo son por patriotismo, por encanto, por fantasía, por bohemia, por aventura, por sport… De ahí que su característica sea excepcional. Se les paga de sueldo una libra esterlina por semana.
La organización es también muy extraña. Los hombres enrolados en una misma provincia, o en una misma ciudad, se mantienen en el mismo regimiento, de modo que la camaradería los une estrechamente. Los batallones se forman reuniendo las personas de cada condición social y de idéntica profesión u oficio. Así se ha constituido un batallón de nobles ricos; otro de empleados de banco; otro de estudiantes de las Universidades y otro de aurigas y de carniceros. Los maestros del "London County Council", tienen también su batallón.
El de estudiantes está acampando en Epsom. Los sportsman, también tienen el suyo. Cuenta con tres mil hombres. Será mandado pronto a Francia y se convertirá en un regimiento de caballería, que podrá competir con los hulanos. Practica actualmente en una campo de Essex. Todos los reclutas de este regimiento se costean sus gastos de equipo, etc. Pensando en estos detalles, es comprensible que los soldados ingleses luzcan una fisonomía de salud y de lujo que no vemos en los soldados franceses. Las mujeres de París, se están enamorando de sus aliados, con un entusiasmo delirante. Los están tomando a lo serio… Véase esta pequeña noticia de ayer: "Una dama francesa, cuyo esposo se halla en la línea de fuego, quéjase de que no le tramitan en los tribunales con la rapidez que su amor necesita, la solicitud de divorcio que ha entablado contra su marido, para casarse con un sargento del ejército inglés de paso por París."
¡París, aunque lo ocupen los alemanes, no dejará de ser nunca la capital de las francesas!


*Publicado en la revista Fray Mocho Nº 135, Buenos Aires, 27 de noviembre de 1914.

Foto: Soldados ingleses en Francia, Primera Guerra Mundial

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