Por Osvaldo Bayer
Un cuarto de siglo ya. Con tormentas, vendavales, lluvias y un poco de sol en esos 25 años argentinos, plenos de esperanzas, errores, promesas, sacrificios y por suerte algo de humor que ayuda. Un cuarto de siglo bien argentino, por cierto.
Después de los ocho años en el exilio, mi vida habitó cada año seis meses en tierra patria y seis meses en Europa. Ir y venir. En Alemania leía el diario Frankfurter Rundschau, que me gustaba porque no era sólo un diario de noticias sino que hacía de cada noticia un verdadero comentario, otra forma de periodismo.
Llegaba a Buenos Aires y no tenía algo así. Hasta que en 1987 salió PáginaII12, y justo era lo que esperaba. Sí, en esas 16 páginas del principio se decía mucho más que la prensa habitual. Y me hice su lector. Hasta que unos meses después mi amigo, el gordo Soriano, me llevó a la redacción. Y vino la invitación a escribir. Que acepté. Y desde entonces me asomo en las contratapas.
La Argentina de aquellos años. Desesperada por buscar una explicación. De cantar desde niños tres veces Libertad en el Himno, a la dictadura más perversa de su historia. La dictadura militar de la desaparición. Y por eso la búsqueda de lograr un país en libertad y en democracia. Y la búsqueda máxima, cómo terminar para siempre con las dictaduras militares que humillaban cada vez en forma más brutal la historia argentina. Y comenzaron las búsquedas, los errores, las repeticiones de experiencias fallidas, las esperanzas. Alfonsín primero, con su aspiración un poco desorientada de lograr un nuevo país, con su “la casa está en orden” cuando lo peor de lo uniformado quería volver a lo de antes, y trató de resolver mirando “hacia adelante” con esa desdeñable “obediencia debida” y la dádiva del “punto final”. Pero se hicieron los juicios a los responsables que sí valieron por lo menos en la difusión amplia de los crímenes del poder. Es que, claro, los organismos de derechos humanos habían despertado para siempre y no se conformaban con discursos. Dar dos pasos adelante para dar luego uno atrás o tres atrás, y quedar finalmente con el paso al costado. Pero el debate continuó, la libertad en las calles. Al mismo tiempo, el desasosiego económico. La inflación en ese 1988, la fiebre activa que terminaba con la tranquilidad que necesitaba un pueblo para resarcirse de los años trágicos y mirar con esperanza el futuro. Pero de nuevo los uniformes demostraron su desprecio por todo lo que es democrático y Mohamed Alí Seineldín y otra vez Aldo Rico levantaron su soberbia escudados en sus armas y ahora con la novedad de que se pintaban las caras. Son vencidos, pero siempre queda la sombra del peligro de la puñalada por la espalda a la democracia. Más que fracasa el Plan Austral y viene otra esperanza, el Plan Primavera. Y nace una esperanza más que se va a concretar poco a poco, el fin de las dictaduras en Latinoamérica: el pueblo chileno en un 56 por ciento votó contra el dictador Pinochet. Con el tiempo se va a ir concretando más esa democracia: Bolivia, Ecuador, Venezuela, Brasil, Uruguay van a ir eligiendo gobiernos populares. El último ataque de la guerrilla argentina terminará en La Tablada. Una horrorosa matanza que realiza el ejército con los prisioneros. Alfonsín, esta vez sí, ordenó combatir ese alzamiento con toda la fuerza militar en vez de sitiar el cuartel y mantener bloqueados a los rebeldes que al final se hubieran rendido por hambre. No, los militares entran a sangre y fuego con una despiadada violencia. Un suceso que conmovió a todos. Y la represión estuvo a cargo nada menos que de uno de los peores represores de la dictadura de la desaparición. El autor de la matanza de abogados en Mar del Plata, conocida como “La noche de las corbatas”.
Luego vino Menem. El presidente que más años ejerció ese cargo en la historia argentina. Fue el gobierno que impulsó la política económica del liberalismo más que todos los que nos gobernaron, aún más que muchas dictaduras militares. Hasta le empató o lo superó en algunos puntos al famoso Martínez de Hoz, la estrella obligada de las dictaduras. La gente, cuando Menem se despidió, decía: hizo mil cosas malas (entre ellas, la peor, la eliminación de los ferrocarriles), y una sola buena: la eliminación del servicio militar obligatorio para los jóvenes de 18 años. Debo reconocer que cuando oí esa noticia de que se acababa para siempre la “colimba” me paré y aplaudí a Menem. Porque recordaba que para mí esos 18 meses fueron los más tristes de mi vida, todo fue inútil y sin sentido.
Después lo seguiría De la Rúa, época de irresolución y violencia que terminará muy mal para el radical, que renunciará marchándose de la Casa Rosada en helicóptero. Tiempo difícil para nuestra democracia, pero pleno de enseñanzas. Lo positivo de todo esto fue el protagonismo de las masas, que en su “espontaneísmo” –para hablar como los teóricos de esa tesis– irrumpieron con la forma más democrática de expresarse: las asambleas barriales. Una experiencia muy positiva para nuestra democracia tan lastimada, Lástima que duraron poco tiempo. Y después, el interregno de Duhalde, con cien apuestas y muchas contradicciones, hasta que se inicia el período de los Kirchner, que trajeron cierta estabilidad por la consecuencia en cumplir con sus propósitos y el milagro argentino de que por primera vez los asesinos de una dictadura militar fueron a parar a cárceles comunes. Esto no es poco.
Para el futuro se nos presenta un horizonte nada fácil, pero creemos que la democracia tiene tiempo para largo. Hay que afirmarla. Con la presencia personal y la palabra. Este diario le ha dado a este veterano periodista, presente en muchas épocas –desde 1953 en el periodismo– la gran oportunidad de retratar nuestros escenarios y los europeos en sus interminables búsquedas. ¡Feliz cumpleaños y buen futuro, querido Página/12!
Fuente: Página 12, 06/2012
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