Wilson García Mérida
El signo romano del paganismo, esa marca indeleble de boato, lujuria y embriaguez que suele ser esencial en las fiestas católicas masivas, se perpetuó gracias al mercantilismo y la cultura consumista del mundo actual. La paradoja del calendario católico que alterna carnaval con cuaresma, la carne conjugada con la espiritualidad, es la esencia festiva del cristianismo que, al fin y al cabo, funde el pecado con la inocencia, cerveza y agua bendita, en un estallido concupiscente de fervor, dejando el arrepentimiento librado al azar de las dimensiones éticas de la fe.
En Bolivia el mestizaje en su vertiente “chola” como expresión de pragmatismo materialista, y la cultura arribista de poder que prevalece en casi todos los estamentos sociales, han producido fenómenos de masa como el Carnaval de Oruro (originalmente fiesta en honor la Virgen del Socavón), el Gran Poder de La Paz o Urkupiña en Cochabamba. Verdaderos bacanales de derroche y desenfreno al mejor estilo de las saturnales romanas. Los aditamentos precolombinos sincretizados en estas fiestas con sus elementos de espiritualidad indígena sobrevivientes de la Conquista, en todo caso también son extirpados y suplantados por la cosmovisión mestiza dominante, reducidos a mero “folclore”.
Tan ostentosas y multitudinarias fiestas son un pingüe negocio en nuestro mundo capitalista; y sobre todo son el espectáculo favorito de los medios de comunicación —la prensa escrita, la radio y la TV— que medran del festín comercial masivo como buitres al acecho de la fe caída en su borrachera.
Pero no todo está perdido de perdición. Entre algunos recodos de nuestras viejas ciudades perviven celebraciones católicas donde el sentido religioso y comunitario del rito prevalece por encima del bacanal y la farra masiva, y de modo casi marginal. Ahí está la fiesta de la Virgen del Perpetuo Socorro, que durante más de 50 años conserva en Cochabamba un rasgo alegre y piadoso, festivo y solidario, sin exceso de ninguna índole que no sea la fe pura en aquella imagen consagrada a los débiles, ancianos y enfermos.
En los años sesenta y setenta mis abuelos eran habituales “pasantes” de aquella fiesta que se celebra a mediados de junio, en vísperas de San Juan, al que asistíamos en el taxi de un tío, “carro alegórico” al que los vecinos ataviaban con aguayos y profusa platería, además de unas enormes y rubias muñecas de plástico que adornaban el capó del vehículo como un símbolo urbano que aún no logro descifrar. Tras los autos alegóricos, desfilan fraternidades folclóricas tradicionales con las bandas de rigor y ningún licor.
Hoy esta fiesta que circunda las calles adyacentes de la General Achá y Suipacha es un encuentro familiar donde los niños son protagonistas centrales como danzantes en la entrada folclórica y miembros del coro dentro el templo. Ningún medio de comunicación se preocupa de darle cobertura y ninguna fábrica de cerveza o singani se esmera en auspiciarla. Mejor así.
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 17/06/2012
Foto: Venta de rosquetes en una fiesta religiosa, Cochabamba
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