Thursday, June 28, 2012

Cosas que no están en realidad presentes: acerca de la Antología de literatura fantástica y Jorge Luis Borges


Por Ursula K Leguin

El escenario de los relatos fantásticos es, por lo general, la vida cotidiana, pero la esencia de lo fantástico abarca una realidad más permanente y más universal que las costumbres sociales en las que está basado el realismo. La sustancia de la que está hecha la fantasía consiste en materia psíquica y constantes humanas: situaciones e imágenes que reconocemos sin que nos haga falta aprender o saber nada en particular acerca de la Nueva York actual, de la ciudad de Londres en 1850  o de China hace 3000 años.
Un dragón aparece entonces en el campo; los lectores y escritores de ficción norteamericanos extrañarán acaso entonces la veracidad directa de Jewett o Dreiser, de la misma forma que los británicos sienten acaso nostalgia de la refinada solidez de Arnold Bennet; pero las sociedades en y para las cuales esos novelistas escribieron eran suficientemente limitadas y homogéneas como para poder ser retratadas en un lenguaje que podía plantearse seriamente el objetivo  de describir, citando a Trollope, “nuestra forma actual de vida.”
Las fronteras de ese lenguaje –basado en limitaciones y premisas de clase, de cultura, de educación y de ética- a la vez enfocan y reducen el alcance de toda ficción. La sociedad en que vivimos en estas décadas que rodean el segundo milenio –una sociedad global, poliglota, enormemente irracional, continuamente fluctuante y proclive a cambios bruscos y profundos- no es pasible de ser descripta en un lenguaje  que tenga como premisa la continuidad de una experiencia vital uniforme y compartida.
Es por ello que los escritores se han volcado al idioma global e intuitivo de la fantasía para describir, lo más precisamente posible, “nuestra” forma “actual” de vida.
Es por ello que muchas de las descripciones más exactas y reveladoras de nuestra vida cotidiana despliegan matices extraños,  o aparecen desplazadas en el tiempo, o se disuelven en  drogas o en psicosis, o se remontan repentinamente  desde lo mundano hacia lo visionario para luego descender de esas alturas tan simplemente como habían ascendido.
Es por ello que el dilema central de nuestra era, el uso o no uso de fuerzas devastadoras, fue planteado del modo más convincente en términos ficcionales por el creador de la más pura literatura fantástica. Tolkien comenzó a escribir El Señor de los Anillos en 1937 y lo terminó una década más tarde; durante ese intervalo, Frodo logró frenar su deseo imperioso de utilizar el Anillo del Poder para lograr sus fines, pero las naciones del mundo no demostraron la misma sensatez.
Es por ello que Las ciudades invisibles de Italo Calvino puede resultar ser una  mejor guía para nuestro mundo que cualquiera de las publicadas por Michelin o Fodor.
Es por ello que los escritores de realismo mágico de Sudamérica, y sus colegas de la India y otros lares, son ampliamente admirados por la fidelidad completa y reveladora que sus relatos guardan hacia la historia de sus tierras y sus pueblos.
Es por ello que Jorge Luis Borges, un escritor ubicado en un país marginal, en un continente marginal, que optó por identificarse con una tradición marginal, en lugar de adherir a la corriente dominante del realismo modernista que fluía tan plenamente durante su juventud y madurez, resulta ser, de todos modos, un escritor central para nuestra literatura.
Sus poemas y relatos, sus imágenes de reflejos, bibliotecas, laberintos y senderos que se bifurcan; sus libros de tigres, de ríos, de arena, de misterios y fugacidades, son mundialmente admirados, porque son bellos, porque alimentan nuestro espíritu y porque cumplen –como el I Ching o el Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa- la función más antigua y urgente de las palabras: el crear para nosotros “representaciones mentales de cosas que no están en realidad presentes”, de tal manera que logremos formar, a través de ellas,  nuestras propias opiniones acerca del mundo en que vivimos, y dentro del mismo, hacia donde podríamos dirigirnos, de qué cosas podremos alegrarnos, y a cuáles de ellas deberíamos temer. 
Fragmento de una introducción a una edición inglesa de Borges
Imagen: Dibujo de un tigre hecho por Jorge Luis Borges a los 4 años

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