Pablo Cingolani
Para Alfonso Barrero Villanueva
Escribir es trazar un mapa. Cartografiar, divagar por ahí, siguiendo una línea que se difumina, se derrama por el bosque de nubes… Los advierto: si no están dispuestos a extraviarse, a perderlo todo, a quedar desnudos, en harapos dentro del texto, no sigan. Buscaré cartografiar mi alma, recordando las aguas verdes de la laguna: arsénico puro, veneno total, ningún maná en el medio del desierto. Así que ya saben.
La vislumbre a la distancia. Camino Susques- San Pedro, cruzando Jama. De la puna argentina al desierto de Atacama. De ninguna parte a ningún lugar.
Decía el otro día, le decía a Carlos, historiador pacajeño: la onda expansiva melgarejista de saqueo de la tierra comunal de los indios llegó hasta Jujuy. 1870 y pico: la batalla de Quera. Una hecatombe étnica. Una matanza de collas. Una persecución. Sangría a facón: calle por calle en Yavi. Cerro por cerro por los lados de Casabindo. (Como Kuruyuki para los guaraníes de Santa Cruz. 1892) Un perseguidor: el ejército argentino.
Tizón lo cuenta en sus novelas. Lo dije: escribir es cartografiar. No existía el mapa de la puna, de la soledad del puneño hasta que don Héctor –como Arguedas, como mi malogrado Scorza para otras punas, otras soledades- escribieron sus libros –la palabra, canal de cohesión, anotó Kusch- e imitando al mundo, lo recrearon, trazaron el mapa del territorio. No puedes perderte nunca en los arenales si has recorrido sus gritos y sus baladas. Allí están esas páginas como el eco de esos gritos, de esas baladas.
Dice, por ahí, algo así como que, por los lados de Jama –el despoblado de las cartas decimonónicas, el vacío- el bandido creía ver a Jesús caminando a su lado: deliraba pero a Jesús le pedía, le rogaba, le clamaba por la dirección de sus pasos y de sus balas. Nunca se perdió y lo mataron en una borrachera de aldea grande, como no debía ser. ¿Cómo mueren los que siempre están andando?
Allí, saliendo de Jama, la vista al norte, por donde andaba Jesús apareciéndose –según don Héctor: la primera vez que observé a la laguna Verde estaba allí, igual que ahora, al pie del volcán.
Me picaron los ojos: era un destello de algo, un trozo de espejo, una obsidiana, un caleidoscopio si combinabas agua, tierra, aire. El fuego te entraba por los ojos. Y te quemaba. Eran esas imágenes arrancadas de ningún libro porque estabas escribiendo el tuyo, trazando tu mapa.
Escribir es trazar un mapa. De la puna a México: Lowry: el otro volcán. Entre volcanes. Lo acabó devorando, peor que el mezcal. Hay un libro mejor que su obra clásica: su obra incendiada. Como si el titán de piedra lo persiguiera, el azufre, la lava, el humo. Como si llevase consigo, adentro, al Popocatepl. Como si mojase sus palabras en cinabrio. Escribió mil veces Under the volcano y tal vez nunca pudo resolver esa acechanza, ese cráter. Tal vez nunca se dijo: este es el mapa. Mi mapa. Tal vez nunca porque no estaba dispuesto a perderlo todo. El alcohol, la copa, el codo empinado, no. ¿Cómo mueren los que siempre andan bebiendo?
Salto ahora al ojo atacameño. El ojo del primer cazador. Su iris, su luz: el mapa del primer cazador. El guanaco –el proto camélido de América del Sur- escapándose. De repente, saltar de una peña al vacío y caer en cuenta que tu ojo se incrusta en la laguna. ¿Qué habrá dicho? Puri: agua. Ckaari: verde. (ck es gutural. Diccionario Kunza-Español). Aguaverde: purickaari. ¡Carajo, qué linda! Una estética atacameña: los grabados de Puripica (¿Agua angosta? ¿Agua del alacrán? ¿Oasis?) , circa 5000 años bp muestran una delicadeza de trazo pero a la vez una línea tan decidida…
El guanaco había parido un animal de diseño: la llama –el emblema de las punas, el compañero infatigable del habitante del altiplano, etc., etc. En Puripica están grabadas en piedra; le pedí un día a Carolina que las dibujara, lo hizo: las tomó del libro de Lautaro Núñez (Cultura y conflicto en los oasis de San Pedro de Atacama); él se asustó cuando nos saludamos en el museo que montó el padre Le Paige: vagabundos cargados de arena y lagañas, de viento y anarquía.
Lanzarse a Susques adentro –donde el bandido encontró a Jesús, a pie igual que el bandido- es de temer. Pudimos perderlo todo…
Aguaverde: en su orilla oeste, el volcán. Lo que sí debió marcarlo fue el montañón ese. Al cazador. Eriza la piel. A cualquiera pero él lo marcó en el lenguaje. En su mapa. El Diccionario Kunza-Español (ya citado) que recopiló Alejandro Álvarez (Ed. Odisea, Calama, 1996, pág. 96) dice:
Lickan: pueblo
Lickana: región atacameña
Lickanckabur, licancaur: cerro del pueblo
Lickanichcai, licanichcai: aldea
Lickantacksi: atacameño
Lickau, liq´cau: mujer
O sea, toda una poética. Del ojo a las palabras. El libro imita al mundo. Pero qué lindo mundo: todo conectado. Una cartografía. De Licka: pueblo, territorio, montaña, aldea, identidad, madre, compañera. Es decir, vayan (a)notando lo que ya advertimos en otro texto: centro del mundo, baby. Allí está el Licancabur, el Likankapu (aymarizado): en el centro del mundo; en el centro del texto; el centro del mapa; el centro de todas las terminales nerviosas; el centro del corazón.
Mi dios: desde la carretera pavimentada –estaban haciendo pruebas de asfalto, por tramos, era irreal; hoy es la gran ruta de los 4x4 que van clandestinos desde Iquique al Paraguay; me contó el Marco, sofisticado contrabandista: negocio de pakistaníes. Le conté, asociando: la ruta que cruza el Karakorum a China Popular, el paso de Jama: parajes no vistos, certezas cartográficas… saudades anticipatorios, ¿qué será? –se veía el Licancabur como un faro negro, apenas había amanecido, el frío te hacía sangrar los dedos por la comisura de las uñas, pensabas: ¿dónde se me aparece Jesús como al bandido para llevarme en su tapiz hasta el mar? No apareció pero sí los carabineros de Chile, ¡huevón! ¡Dame tu coca, cabrón! ¿No sabes que aquí está prohibida esa mierda? ¿Sigues leyendo? De allí, pura devoción, me aparecí en Cobija, por ver eso del mar boliviano. Y comer erizos en cualquier caleta.
El pueblo está derruido por un terremoto: hay un cementerio. El más triste del mundo. Pero alzas la vista y ves las montañas. Arena pura. Detrás está el desierto, abajo está el desierto, a tú alrededor: desierto y más desierto. Piensas: ¿Cuándo voy a llegar a cualquier parte? Te das vuelta: el mar. Océano Pacífico. Miras: puedes saberlo, te lo cuento. No hay un puto pedazo de tierra hasta Tahití, donde Maradona debía andar bronceándose. ¿Y el Gauguin del desierto? Son los atacameños. Anda al ya referido museo del señor Le Paige o al depositario de don Posnansky en la ciudad de La Paz: allí verás las tabletas y los canutos para el consumo de alucinógenos, estilo tiwanakota. Freddy Arce, infatigable arqueólogo, me aclaró: es el llamado “Tiwanaku del mar”. Florencia, otra que trajina tiestos, me habló de la conexión Tiwanaku-La Aguada. Aclarando: Catamarca. Hombres-jaguar que recolectaban plantas. Luego ve los geoglifos de las montañas de Atacama: seres colosales, gigantes. Estos tipos debían volar o ver ese mundo que no está en los libros.
Entonces, el cazador de vicuñas, el domesticador de guanacos, el diseñador de llamas, el futuro plantador de papa amarga, el consumidor de vilca, volvió y dijo: Lickanckabur. La montaña del pueblo. La montaña del pueblo del desierto. La montaña del pueblo del desierto del sur de los Andes. La montaña del pueblo del desierto del sur de los Andes de América. La montaña. Volvió y dijo: Lickanckabur.
Allí construyeron un altar. Lo consagraron. Le ofrendaron caracoles que trajeron desde el mar. O que intercambiaron con los changos, los urus de la costa, los domadores de sismos y tsunamis. Y dejaron sus tablillas en devoción y algunas turquesas en collar. El chamán se estremeció y elevó su voz al cielo, a las estrellas, noche y día, noche y día, noche y día y hasta aquí y hasta hoy se escucha: ¡Lickanckabur! ¡Lickanckabur! ¡Lickanckabur!
Del archivo del autor
Foto: Volcán Licancabur
Pablo Cingolani es mi hermano entrañable como el que más… desde que lo conocí en la presentación de mi trabajo “A propósito del Espíritu” en la Galería de Arte Salar y era el Curador, aparte de escritor y poeta de muchas obras, una de ellas de ciencia ficción en la que habla del descubridor de la Laguna Verde y esa hermosas regiones... dándome la ocasión de mostrarle imágenes históricas que hablan que fue Alejandro Barrero Delgado quien llego antes que su personaje, convencido de aquello emprendimos viaje por esas regiones al encuentro de dicha persona lo entrevisto y gravo testimonios en mas de 18 casetes (no disponíamos de la tecnología de ahora) y con el transcurrir del tiempo escribió un sin fín de artículos que en la practica fueron un mundo de Fe, de Esperanza y Energía que me regalo para continuar sin desfallecer con la obra “Cultura en el Espacio / Volcanes y Mineros, Héroes y Poetas / Valorizando la Historia” al presente.
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