Thursday, June 14, 2012

Soiza Reilly, el abuelito de la crónica



Lo que sigue es un fragmento del prólogo escrito por Vanina Escales a la antología de Juan José de Soiza Reilly, Crónicas del Centenario, editado en la colección Los Raros de la Biblioteca Nacional.


Periodista y escritor es lo que dicen las biografías de enciclopedia y lo que atestiguan las novelas, cuentos, obras teatrales y crónicas periodísticas que llevan la firma del rioplatense Soiza Reilly –1879 y 1959–, volcadas en más de cuarenta volúmenes. Él se define como literato, poeta y aventurero. Festeja la intrepidez de su temperamento que le permite ingresar en zonas para otros ocluidas y relevar un detalle que funciona como metonimia de talentos consagrados. Cuando los hombres célebres no le abrieron sus puertas, entró por la ventana. Él es el que ve para contar, con ojos cansados y enrojecidos, la conversión de Esthercita en Milonguita, la del poeta bohemio en anónimo paciente de hospital, la del muchachito rico en patotero, la de la niña bien en timbera. En este recorrido, las diferencias de clase se entrecruzan, coinciden y se confunden en una Buenos Aires donde la fragilidad de la vida puede volverse caída y donde el delito hermana democráticamente.


Su público fue extenso, era un ineludible de la época. Desde los nuevos lectores vinculados a la industria cultural naciente –y que pudieron encontrarlo en Caras y Caretas, P.B.T., La Nación, Fray Mocho, Revista Popular– hasta la reducida elite culta, aunque esta última lo hiciera para criticarlo. Según Borges, escribía “ñoñerías” y un poemita martinfierrista; además de decir que lo suyo es “diarrea literaria” y desear que su epitafio sea “L.P.Q.L.P.” (“la puta que lo parió”). Falto de elegancia pero sin eco, porque si el destinatario del insulto se sintió ofendido, no acusó recibo. También hay que notar que, en una contienda, erigir al oponente supone encontrar a alguien a la medida del disputante; para decirlo de modo más obvio, los martinfierristas no podían elegir para el sopapo a alguien mediocre porque se peleaba por su lugar. Más de un escritor recibió por anticipado la inscripción de su lápida en el cementerio humorístico: Lugones, el más laureado, Soiza Reilly, el más popular. De esto puede deducirse que los martinfierristas querían sepultar y no convivir; y que la imposición de un nuevo movimiento estético necesitó declaraciones altisonantes acompañadas del infaltable manifiesto cardinal. Tal vez nuestro autor pensara de los jóvenes ironistas lo mismo que Martínez Estrada, que “no pasaron de ser muchachos descontentos con los padres de los que querían emanciparse sin saber para qué. (…) Y si escribiera una historia de la literatura argentina no los mencionaría siquiera, a no ser como un trastorno infantil, digamos el sarampión o la viruela boba” (1).

En 1910 tiene 30 años y su postura –o impostura– es la de un hombre de vida intensa, pero cansado y desencantado. A esa edad escribe en Cerebros de París (2) una autobiografía breve. “Mis libros, mis viajes y mi amistad con algunos hombres célebres de Europa, dieron a mi nombre un prestigio sonoro. Fue entonces y por eso por lo que me llamaron imbécil, tonto, cretino, loco, embustero, hipertrofiado, insolente, pedante, calumniador, anarquista, católico, sauce llorón, oriental, bohemio, brasileño, zopenco y otros adjetivos igualmente agradables.” Como sabemos, Soiza Reilly no trabajaba –esto es, no escribía– gratis. Y en esta época de la que hablamos la profesionalización del escritor que crece a paso firme es al menos, sospechosa por no decir desprestigiada frente a un medio donde el escritor que pretendía dedicarse a su arte debía ser hacendado. Ese escritor es doblemente dueño, de su renta y de la literatura. Pero en este punto es necesario poner a funcionar otra lógica que la del dinero. Por primera vez se está en un momento de la historia de la escritura en que se disputa el derecho a decir a una generación poseedora. La palabra clave acá es disputa: del decir y del saber de los “ilustres monseñores del abecedario”. Y de un decir que no estaba dicho; no en vano, Soiza Reilly fue un verdadero best-seller. La resolución de estas tensiones entre mercado, creación y arte se encuentra en la crónica como género nuevo y moderno, ligado al surgimiento de los medios masivos, pero sin renunciar por eso al estilo. Si sobrevive es por su valor textual.

Treinta años después de esa queja de juventud vuelve a escribir sobre el medio literario con un humor más sarcástico y poco sutil en el prólogo de Apóstoles, canallas y vividores de la vida pública argentina, de Omar Viñole (3). “Ambiente de escritores pequeños, cobardes, invertidos. Fabricantes clandestinos de soda que escriben con miedo a pensar. (…) El secreto de esa cobardía está en el deseo angustioso de ocupar posiciones burocráticas, sociales o políticas. Tienen el talento del buzón postal. Viven del pensamiento ajeno.” Todo el prólogo es el desarrollo de esa misma amargura. Además de decir que la Academia de Letras es un “Museo Grevin” (4), que los escritores se acurrucan “bajo las tetas de la literatura oficialista” y que son “falsos payadores de la pulpería”, agrega que “estos escritores lanzan al aire sus libros como tiros al blanco: para obtener un premio municipal o nacional, o los dos juntos a la vez. Si no dan en la ‘mosca’, se ponen, de antemano, en connivencia con los encargados de levantar la banderita”. El prólogo cierra con una frase muy única: “Hermano Omar Viñole: Hombres de talento como el tuyo, vamos quedando pocos”.

Lo único que no puede faltarle a los periodistas es credibilidad. Sobre todo cuando se escribe desde una subjetividad marcada que insiste en decir “yo vi”. Así, en la Semana Trágica lo encontramos condenando a la antisemita Liga Patriótica de este modo, “vi ancianos cuyas barbas fueron arrancadas” o “he visto obreros judíos con ambas piernas rotas en astillas, rotas a patadas contra el cordón. Y todo esto hecho por pistoleros llevando la bandera argentina” (5). Hay un elemento importante dentro del periodismo que se parece mucho a las claves en las que leemos las autobiografías: quien escribe no nos va a engañar. Es un pacto tácito entre autor y lector, nos dice la verdad y vamos a creerle. En este sentido, una pregunta insiste entre los interesados en Soiza Reilly ya sea como maestro inigualable de la crónica o como escritor popular y querido. La pregunta es por qué se lo olvidó. Ciertamente el olvido es una operación compleja, sostenida, silenciosa y selectiva. Es cierto que Soiza Reilly no entra en el canon oficial de la literatura nacional, pero es tan cierto que la crítica literaria lo omitió (6) como que sus lectores lo abandonaron (o él los abandonó en la década de 1930 para tener oyentes radiales). Hasta hace relativamente poco tiempo se seguían saldando los últimos ejemplares de una edición de Pecadoras de 1974 (7) incluida en una colección llamada significativamente “Cuadernos de la Nostagia”. Hipótesis sobre su olvido hay varias. Una: la estrategia de lectura que se hizo históricamente de los modernistas. Como señala Susana Rotker (8) se escindió para las lecturas de estos autores lo literario o poético (instancias de la creación del arte), de las escrituras destinadas a la prensa (instancia de producción con fines comerciales) sin ver allí una continuidad y manteniendo un estereotipo de “literaturas puras” y géneros literarios.

Soiza Reilly es un talentoso de la crónica y un gimnasta del estilo que logra plasmar movimiento, ritmo, simbologías, voces, contrapuntos y pensamiento, sin perder las coordenadas infaltables de referencialidad y actualidad. Es por esto que aún hoy pueden seguir leyéndose esos artículos independientemente de los hechos a los que surgieron atados demostrando, al mismo tiempo, que no hay temas menores sino formas de contarlos. Es en la auto referencia, en la construcción de un yo testigo portador de nombre, familia y profesión, donde ese mundo asombroso que relata Soiza Reilly se transforma en la verdad del mundo. Sólo lo vivido aparece como seguro y los recorridos de nuestro autor se hacen de la redacción a la calle, de la oficina a Europa, de la guerra a las veladas, para terminar siempre en la soledad de su escritorio con su máquina de escribir.

La crónica nace marginal –nunca la encontramos en las tapas de los diarios sino en los márgenes, en las secciones que no se consideran vitales– pero es la única dentro del cúmulo de noticias que tiene destino de lectura futura. Arqueología del presente y no ficción, esto lo hizo Soiza Reilly probablemente de manera intuitiva o tal vez porque tenía mirada crónica y fuera sólo un intermediario de la forma. Según Alejandro Andrade Coello (9), Soiza “procura demostrar que las noticias deben tener algo de novelesco”. Definición precisa del estilo que ganó lugar en los diarios norteamericanos en la década de 1960.
En el prólogo de Cerebros de París se deshilvana lo que podríamos llamar “metodología Soiza Reilly de trabajo”. Lo hace el, por entonces, famoso crítico Zeda (10) en estos términos:
“Soiza Reilly compone primero el cuadro que ha de servir de fondo a la persona retratada: el lugar donde vive, los objetos que la rodean, las personas que la acompañan, el medio, en una palabra, que explica muchas veces más que la fisonomía, carácter, gestos, costumbres, méritos y debilidades. Gracias a esta hábil manera de entender las semblanzas, el lector de las trazadas por Soiza Reilly se forma cabal idea, no sólo de los hombres que son objeto de ellas, sino de los diversos ‘mundos’ y ambientes en que esos hombres viven. No sólo son retratos, sino más bien cuadros de diversos aspectos de la sociedad presente.
“El estilo de Soiza Reilly tiene la flexible ligereza y la amenidad del buen cronista periodístico. Es nervioso y cortado. Salta con pasmosa agilidad de unas ideas a otras; pasa sin transición del entusiasmo a la burla; es grave, es patético, es irónico…
“Aunque él no quiere ser discípulo de nadie y desea caminar sin bastón, ni guía, ni profesor, bien se echa de ver que sigue las huellas de los franceses, maestros, en verdad, del poderoso género literario que llamamos ‘crónica’.”

Y si la bohemia porteña tenía la calle y la noche, también encontramos algunas direcciones fijas. El café, hoy, ya no tiene aquella centralidad. La noche, tampoco. Aue’s Keller, Los Inmortales, La Brasileña, Cervecería de Luzio, La Helvética, El Nacional, Cervecería Monti, Royal Keller, Seminario y Richmond. Cafés que se habitan y donde para cada estética hay una política y para estas dos, un anfitrión. El urbanita toma notas y relata. Soiza Reilly no está solo; como ya dijimos, formó parte de los numerosos escritores y entusiastas que se sumaron a los proyectos editoriales de diarios y revistas de esas primeras décadas del 1900. La mayoría quedó sombreada, sin embargo, por las fauces de la bohemia. Mala vida, ilusiones y diversión; profesionalización y disputa; heterogeneidad y excentricismo; Nietzsche como obligación lectora; ajenjo como contraseña etílica. Soiza coquetea con la bohemia, se asoma, gasta algunas noches, bebe, brinda, tal vez admira, pero vuelve a su casa. Como Ingenieros, intrusa de a ratos. Como Ingenieros, su acercamiento no es ingenuo, en la nocturnidad con destino de hospital brota material para el linotipista.

Esta antología toma artículos de los siguientes libros de Soiza Reilly:Cerebros de ParísEl alma de los perrosCrónicas de amor, de belleza y de sangreConfesiones literariasCriminales (almas sucias de mujeres y hombres limpios)El cansancio de Claudio de AlasMujeres de AméricaNo leas este libro… (El amor, las mujeres y otros venenos)Pecadoras, Amores de artistas y almas de mujeresLas timberas. Bajos-fondos de la aristocracia.

(1) Entrevista de Emmanuel Carballo a Ezequiel Martínez Estrada. En: Revista La Gaceta nº 124, México, Editorial Fondo de Cultura Económica, diciembre de 1964.
(2) Soiza Reilly, Juan José: Cerebros de París, Valencia, F. Sempere y Compañía Editores, 1910.
(3) Viñole, Omar: Apóstoles, canallas y vividores de la vida pública argentina, Buenos Aires, Editorial Tanke, 1939.
(4) Museo de cera de París.
(5) En: Revista Popular Nº 45, 3 de febrero de 1919.
(6) Con excepción de los trabajos recientes de Josefina Ludmer (El cuerpo del delito, Perfil Libros, 1999), de la Revista 3 Galgos en su Nº 4 (Número especial Soiza Reilly, 2003) y de María Gabriela Mizraje (que elabora la edición crítica de Soiza Reilly, La ciudad de los locos, Adriana Hidalgo, 2006).
(7) Soiza Reilly, Juan José: Pecadoras, Buenos Aires, Ediciones De la Flor, Colección “Cuadernos de la Nostalgia”, 1974.
(8) Rotker, Susana: La invención de la crónica, México, FCE y Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, 2005.
(9) Andrade Coello, Alejandro: “Apuntes biográficos de Juan José de Soiza Reilly”. En: Soiza Reilly, Juan José: La escuela de los pillos, Buenos Aires, Vicente Matera, 1920.
(10) Pseudónimo de Francisco Fernández Villegas, doctor en filosofía y letras dedicado al periodismo, la crítica y la dramaturgia.

De Blog crónico, 2009

Imagen: Caricatura de Juan José Soiza Reilly

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