Pablo Cingolani
Permítaseme evocar a Guaqui.
Los argentinos, desde chiquitos, tenemos incrustado en el disco duro mental ese nombre: Guaqui. La batalla librada allí, en 1811, frenó el empuje de la revolución radical que subía desde el sur, desde la Buenos Aires agitada por Moreno, Belgrano, Castelli, Monteagudo, por la línea dura de los rebeldes, por los más decididos a avanzar, seguir peleando, incendiar Lima.
Guaqui es Castelli y su batalla inmortal en el corazón del Tawantinsuyu: el 20 de enero, sus tropas, mayoritariamente indias y afroamericanas, son destrozadas por el godo Goyeneche, frente al lago, y cerca de la raya histórica que marcó siempre el río Desaguadero, el que había abierto Tunupa, con su fuerza de titán.
Castelli se replegará hasta Oruro, amparado por los indios. El 25 de mayo de 1811, a un año del grito de libertad en el Plata, dos del de Chuquisaca, lo celebrará no lejos de allí: en la cuna de la civilización de los Andes, en la sagrada Tiwanaku. La w'aka se conmovió; las piedras se sacudieron: allí, cuenta Wankar, “delante del Consejo de Amautas y Mamacunas jura `restaurar el Incario´”. (1)
La revolución es un sueño eterno, tituló Andrés Rivera su novela ―magistral― sobre el “orador de la revolución”, sobre Juan José Castelli, quien morirá, solo, pobre y olvidado ―vaya la paradoja―, atacado por un fatal tumor a su lengua. Ramiro Reynaga lo describió así, con osadía y con el corazón: “Busca a los qheswaymaras armados para aliarse con ellos. Es un criollo extraño. Habla con franqueza de los ´derechos de los indios´”.
En Guaqui, en su altipampa, en su silencio, en la serenidad del lago Titicaca que está ahí resguardando sus ecos, es posible todavía hoy sentir los gritos y el fragor de esa batalla escamoteada, de esa derrota que se ocultó, no por vergüenza ―los dominadores carecen de ella―, sino para no trasmitir el recuerdo de un día donde las armas, las manos que las empuñaban y la causa fueron todas juntas y eran las correctas.
* * *
En Waki, desde tiempos inmemoriales, se veneraba al rayo, Illapa, el fecundador, dios poderoso como pocos en los Andes. En la iglesia católica de Guaqui, se impuso el culto a Santiago Apóstol, el matamoros, santo guerrero, a caballo, como São João. Tata Santiago, Illapa transfigurado y renacido, es la fe y la esperanza del pueblo andino, allí donde se encuentre. No hay otro Tata; salvo el Dios transplantado desde el Sinaí. Cada 25 de julio, un yatiri (un chamán) puede invocarlo así:
“Dr. San Agustín médico que estás a medio cielo
Señor de Saya
Santiago de España, Señor Santiago de Lampati
San Bartolomé de Chitulwayu
Señora Milagrosa La Merced de La Pampa de Tuli
Señora Asunta de Tawapalca
Señor de Exaltación de Obrajes
Señora Limpia Concepción de Sopocachi
Señora de La Paz de la Ciudad de La Paz
Señor Justo Corazón de Qallampaya
Señora Asunta de La Villa
Señor Santiago de la cuesta de K'ili K'ili
Señor de Las Nieves de Vino Tinto
Señora de Exaltación de Qañawiri
Señora de Exaltación de Sorat'a
Señora Santa Lucía de Jank'u Laymi
Señor San Pedro de Jachacachi
Señora de Exaltación de Warina
Señor San Miguel de Pucarani
Señora Santa Rosa de La Pampa de Ikiyaka
(Nu…) de Q'urupata
Señora Natividad de Qapaqasi
(Nu…) de Pumamaya
Señora Natividad de Wilaqi
Señora Copacabana de Copacabana
Señor Santiago de España milagroso de Waki.” (2)
Como un lazo, la oración convoca a las fuerzas del cielo y de la tierra y de los ancestros de una orilla y de la otra de las aguas forjadoras, Umasuyu y Urcusuyu, el lago que se ensancha buscando Tiquina, Huata, Carabuco… el desierto que comienza allí, Guaqui como encrucijada, dando inicio a la ruta de los Machacas, la travesía hacia el centro del Jacha Suyu Paqajaki, la ciudad de piedra, Sajama.
La fiesta es sublevación latente. Estalla la devoción: los bailarines son guerreros que danzan. Allí estarán siempre el Freddy, el Ramiro Quispe, el Poli Torrez, morenos de ley, bailando, guaqueños de siempre, bailando; allí estarán, en la celebración del poder del rayo; allí estarán la memoria de Castelli y sus soldados, la tropa india que buscaba el renacer del Inkarrí y la verdadera liberación de América, allí estarán.
Cada vez paso por Guaqui: es la segunda ch'alla, después de la apacheta de Lloco Lloco. Vamos camino a Puno, the long-long way to Sandia, a los montes de Carabaya desde donde peregrinó Tunupa, vamos rumbo al abrazo con el Juvenal que está siempre allí esperándonos, vamos, nos abrazamos y luego nos sumergimos en la selva amazónica. Es inverosímil, pero a causa de los límites burocráticos, damos ese inmenso rodeo. Pero son mis propias encrucijadas. Por algo también será que debemos pasar siempre por Guaqui. Por algo será.
Río Abajo, 8 de abril de 2013
Notas
(1) Wankar (Ramiro Reynaga Burgoa): Tawantinsuyu. Cinco siglos de guerra qheswaymara contra España. , Mink'a, Chukiapu, Kollasuyu, 1978.
(2) Invocación de Tata Antonio, ch'akamani de Waki. En Tomás Huanta: El yatiri en la comunidad aymara. CADA, La Paz, 1989. Tomado de Ramón Rocha Monroy: Tata Santiago. El apóstol rayo. Fundación II Centenario-Xunta de Galicia, La Paz, 2001.
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Imagen: Juan José Castelli, por José María Rodríguez de Losada
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