Vamos a palpar el meteorito que exterminó a los dinosaurios y al 70 por ciento de las especies del planeta hace 65 millones de años. Al menos, sus restos pulverizados: en la cala de Algorri pasamos el dedo por un estrato de arcilla oscura que contiene cenizas compactadas, microtectitas (gotas de vidrio fundido que salen disparadas tras los choques de asteroides) y una concentración llamativa de iridio (un elemento tan raro en la Tierra como abundante en los meteoritos).
Otras pistas sobre el crimen: en cada una de las capas de roca anteriores, los científicos encuentran más de cien especies de fósiles y microfósiles, vida antigua, variada y abundante. Después todo se interrumpe con esa misteriosa franja oscura. Y en el siguiente estrato apenas quedan media docena de esas especies: aquí ocurrió una extinción masiva y repentina. Es el límite entre la era cretácica y la terciaria. Un reventón del carajo.
Para bajar a la cala de Algorri y tocar polvo de meteorito, debemos acercarnos a una ermita erigida en el mismísimo borde de un acantilado, colgando sobre la playa de Itzurun, en Zumaia. Es un templo consagrado a san Telmo, mártir cristiano, patrón de los marineros y todo un ejemplo de supervivencia en las peores catástrofes: un par de emperadores romanos lo sumergieron en fosas llenas de serpientes y gusanos, lo rociaron con aceite hirviendo, le arrancaron los dientes con tenazas, le llenaron la boca de metal fundido, lo metieron en un tonel claveteado para lanzarlo desde una montaña, lo asaron sobre una parrilla, lo ataron de pies y manos a cuatro caballos para que lo descuartizaran, y no hubo manera. Un día cayó a su lado un rayo que abrió la tierra pero él siguió predicando impasible. Y por eso los marineros lo invocan para protegerse de los rayos.
Desde la ermita de san Telmo, bajamos por una vaguada hacia la cala de Algorri,masticando ya la pregunta de esta excursión: qué posibilidades de sobrevivirtenemos si nos cae un rayo o un asteroide o incluso si la Tierra se calienta demasiado. Zumaia, con su extraordinario registro pétreo de la historia del planeta, es uno de los mejores lugares del mundo para indagarlo. Así lo hace Jan Smit, el geólogo holandés que pasó buenas temporadas en cuclillas en esta cala, dando golpecitos con el martillo y tomando muestras de la misteriosa capa oscura. Nosotros, como Smit, debemos esperar a la marea baja para acercarnos a la base del acantilado, allí donde la erosión ha tallado un pequeño canal. Si queremos identificar el estrato que contiene las cenizas del asteroide, será mejor que vengamos con una de las visitas guiadas que ofrece el Geoparque de la Costa Vasca.
Smit es uno de los científicos que demostraron que la extinción de los dinosaurios se debió al impacto de un asteroide. En este acantilado de Zumaia reunió algunas de las pruebas que condujeron, tras muchas pesquisas por todo el mundo, al escenario del crimen: el cráter de la muerte de Chicxulub, en México, el socavón de 180 kilómetros de diámetro, huella de un meteorito que también produjo tsunamis, terremotos de 13 grados Richter, incendios devastadores de escala continental y un invierno de cenizas y azufre que mató a dos tercios de la vida en el planeta. Además de la extinción de los dinosaurios, en los acantilados de Zumaia y Deba quedaron registrados otros tres sucesos tremendos: un cambio en la polaridad magnética de la Tierra, una caída repentina del nivel del océano y un gran calentamiento global con el que podemos comparar los datos actuales.
“Ahora mismo estamos viviendo la sexta extinción masiva de la historia del planeta”, dice Miguel Delibes hijo, el biólogo, que también peregrina a Algorri y nos da estos sustos con una expresión sosegada y risueña. “La tasa de desaparición de especies es cientos o miles de veces superior al ritmo normal, registramos una tasa comparable a la de las cinco grandes extinciones de la historia. Y se debe a la especie humana, que ha transformado la Tierra con una fuerza tan grande como las que marcan cambios de eras geológicas”. Delibes recuerda, sonriendo, que la desaparición de los dinosaurios fue fantástica para la proliferación de los mamíferos, incluidos nosotros, y que si ahora recalentamos el globo, nosotros y muchas especies lo pasaremos mal pero los lagartos tropicales se pondrán contentos. El campeón de la supervivencia, el san Telmo de la naturaleza, es el erizo de mar: asistió a los eventos brutales que se registran en los acantilados de Zumaia y fue la única especie que sobrevivió a todos.
Los fósiles de erizos de mar son piezas muy apreciadas por los pastores navarros, quienes los llevan en su zurrón para protegerse del rayo. Así lo cuenta Miguel Sánchez-Ostiz, escritor y coleccionista de amuletos. Los dinosaurios reinaron en el planeta, los erizos de mar sobrevivieron. Llevan millones de años arrastrándose lentamente por los fondos oceánicos, con una notoria falta de preocupaciones. No sobreviven los más fuertes sino los más adaptables. Qué tendrá el erizo de mar, se pregunta Delibes, ¿buenos genes o buena suerte? Probablemente buena suerte, dice. Ya lo habían intuido los pastores navarros.
La posibilidad de que este año nos mate un rayo es una entre diez millones (no nos confiemos: sigue siendo más probable que acertar los seis números de la Primitiva). Con el cambio climático, no se sabe: Delibes compara nuestro planeta con un lavavajillas que va perdiendo tuercas y que sigue funcionando, cada vez con más traqueteo y más ruido, sin que nadie sepa si va a reventar o no. Y si cae otro meteorito como el de los dinosaurios, Jan Smit ofrece un cierto consuelo: “Un asteroide así no mataría a toda la humanidad, solo al 99%”. Carguemos el bolsillo con fósiles de erizo y recemos a San Telmo.
Un paso por el flysch son diez mil años
UN PASO, DIEZ MIL AÑOS
A partir de San Telmo y Algorri, un sendero nos lleva por uno de los parajes más espectaculares del litoral vasco: acantilados, valles colgantes, montañas desentrañadas, cascadas que saltan hasta el mar, calas de antiguos contrabandistas…
Bajo nuestras botas aflora el flysch, un hojaldre rocoso que va alternando capas de calizas, margas y areniscas. Son sedimentos acumulados durante millones de años en el fondo del océano, en los que quedaron registrados los grandes eventos y los cambios cíclicos de nuestro planeta, y que emergieron cuando la placa ibérica chocó contra la europea. Cada estrato es la página de un inmenso libro geológico: “Hay algunos libros más grandes en el mundo”, dice el geólogo Asier Hilario, responsable científico del biotopo protegido Deba-Zumaia, “pero les faltan capítulos enteros. Este flysch es extraordinario porque permite leer la historia de nuestro planeta de manera ininterrumpida, capa tras capa, página tras página, desde hace cien millones de años hasta hace cincuenta millones, a lo largo de diez kilómetros de costa”. Damos un paso y retrocedemos diez mil años. Otro paso, otros diez mil años. En una breve caminata pasamos por la época en la que brotaron los Pirineos, por la extinción de los dinosaurios, por glaciaciones, calentamientos y eras templadas. Todo se puede leer en este paisaje, si los expertos nos ayudan a mirar.
Hilario es autor de El biotopo del flysch (Diputación de Guipúzcoa, 2012), una guía de campo muy recomendable para leer los acantilados mientras caminamos, para observar la transformación del planeta a nuestros pies. Sobre el terreno, una red de senderos señalizados y paneles informativos también nos da la información básica para interpretar el paisaje.
Merece la pena caminar al menos un par de horas por este sendero litoral, bordeando despeñaderos, ensenadas, praderas, caseríos, bosquetes, para llegar a la cala de Sakoneta. Allí, durante las mareas bajas, se extiende uno de los paisajes más vistosos: la rasa intermareal, una extensa plataforma de cuchillas pétreas paralelas, que avanzan cientos de metros mar adentro, testimonio de la antigua costa que fue derribada y triturada, mordisco a mordisco, por las olas y el viento.
Otro par de horas de paseo nos llevan, por los acantilados de Mendata y la ermita de Santa Catalina, hasta el pueblo de Deba. Allí podemos curiosear en los estratos de flysch negro y buscar, en la escollera que separa el río de la playa, fósiles de un antiguo entorno coralino. Hemos llegado, por tanto, a los arrecifes que poblaban aquel País Vasco submarino de ambiente tropical.
Es el momento de estirar por fin las piernas, zamparse el bocadillo y mirar al sureste para observar el monte Arno, la montaña caliza de la que extrajeron las rocas con fósiles de esta escollera. Es el momento, al fin, de homenajear a los autores del paisaje guipuzcoano: los trillones de bichitos marinos que depositaron sus minúsculas conchas, caparazones y esqueletos minerales en el fondo del océano, esos sedimentos de carbonato cálcico que formaron arrecifes y que al emerger se convirtieron en las montañas vascas. Es normal que nos duelan un poco las piernas: hemos caminado millones años.
PISTAS PRÁCTICAS:
- Centro de interpretación Algorri. Visitas guiadas al flysch, por tierra y por mar. Calle Juan Belmonte, 21. Zumaia. Tel.: 943 143100.
- El Geoparque de la Costa Vasca se extiende por Zumaia, Deba y Mutriku. Ofrecen rutas y visitas guiadas por el flysch y por la comarca.
- Si caminamos desde Zumaia hasta Deba, podemos regresar al punto de partida en tren.
- Una guía para caminar por esta costa interpretando el paisaje: El biotopo del flysch. Un viaje por la vida y el tiempo. Guía de campo y recorridos para comprender los secretos de un biotopo muy geológico (Asier Hilario, Diputación de Guipúzcoa, 2012).
- Un documental estupendo: Flysch, el susurro de las rocas, del cineasta Alberto Gorritiberea y el geólogo Asier Hilario.
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De CondéNast Taveler, 08/04/2013
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