Edmundo Paz Soldán
Hace un par de años me topé en una
librería madrileña con un libro muy breve que me llamó la atención. En la
portada, la imagen de un hombre de mejillas encarnadas, con la mirada de
alguien que había visto el Misterio y apenas había sobrevivido para contarlo;
en la contratapa, la promesa de Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956), un autor que,
como cuentista, estaba al nivel de Kafka, Borges o Cortázar. Esas comparaciones
me tentaron lo suficiente como para llevarme el libro a casa. “El ruletista”
(1993; Impedimenta, 2010) trataba de un hombre que se convierte en un fenómeno
de masas gracias a su capacidad para desafiar a la fortuna –al azar, al
destino— en el juego de la ruleta. Quedé impactado: en ese magnífico texto el
autor creaba en un nivel un relato cautivante, y en otro lo desmontaba de la
manera más radical posible, mostrando cómo la ficción podía servir para
cuestionar la naturaleza misma de la realidad. Un cuento posmo, sí, pero que no
se agotaba en mostrar el artificio de que está hecha la literatura, sino que se
enfrentaba a cuestiones ontológicas.
Descubrí que “Lulu” pertenecía
originalmente a Nostalgia, un libro
de relatos publicado por Cărtărescu en 1993 que lo hizo muy conocido en
Rumania –ya era, para entonces, el poeta más importante de su generación-- y le
dio una notable proyección internacional, que no ha hecho más que consolidarse
con sus últimos libros –sobre todo la trilogía Orbitor (1996-2007), de próxima publicación en España--.
Impaciente, me preguntaba cuándo sería traducido Nostalgia. Pero por suerte cayó en mis manos Lulu (1994; Impedimenta, 2011), una novela inquietante que me
permitió entender qué significaba el movimiento del onirismo en la literatura rumana. Por lo que sabía, gracias al
prólogo de Marian Ochoa de Eribe –impecable traductora de la obra de Cărtărescu
al español— a “El ruletista”, el onirismo
era un intento de utilizar al sueño no solo como “un simple proveedor de
imágenes sino [como] todo un modelo compositivo”. Para el mismo Cărtărescu,
“el sueño no es una huida de la realidad, es una parte de la realidad trenzada
de forma inseparable con todo lo demás”. Si “El ruletista” acercaba a este
autor rumano a a la corriente de lo fantástico tal como se desplegó en la
Argentina del siglo pasado –el Borges de “Las ruinas circulares”, el Bioy
Casares de La invención de Morel--, Lulu mostraba de manera inequívoca su
mundo propio. En esta historia de una obsesión –la de Víctor por Lulu, un
compañero de liceo--, el relato va desplegándose en un tono afiebrado dentro de
un registro que, pese a las intimaciones de lo que está por venir, puede
reconocerse como realista –una historia de iniciación sexual en un campamento
de verano para adolescentes--, hasta que, de pronto, llega a un punto de
inflexión del que no hay vuelta atrás: el narrador ingresa “como un sonámbulo”
al territorio del sueño. La realidad se mezcla con el sueño, se trenza con las
pulsiones del subconsciente, y todo es narrado en un mismo plano.
Después de “El ruletista” y Lulu, mis plegarias han sido atendidas y
he podido leer, por fin, Nostalgia.
“El ruletista” es su texto más famoso, pero las magias que aguardan a los
lectores de Nostalgia van más allá y
son muchas. Cărtărescu ha insistido en llamar a este libro
novela, pero, pese a que los cinco textos que lo componen están narrados por el
mismo personaje/narrador, y a que cada uno de ellos mantiene múltiples
asociaciones simbólicas con los otros textos, Nostalgia funciona como mejor como un maravilloso libro de cuentos.
El libro está dividido en tres secciones:
la primera, titulada “Prólogo”, incluye solamente a “El ruletista”; la última,
“Epílogo”, a “El arquitecto”; la del medio, titulada “Nostalgia”, incorpora los
tres textos restantes: “El Mendébil”, “Los gemelos” y “REM”. El título del
libro y de la sección central marcan el proyecto fundamental de este libro: un
viaje a “la ruina de todas las cosas”, a “lo que ha sido y no va a volver a ser
jamás”. Un viaje a la infancia y a la primera juventud del narrador por ciertos
barrios derruidos del viejo Bucarest –“extenso e intrincado como un laberinto
ahogado en remolinos de polvo”--, pero no un viaje realista, sino uno que está
consciente de que es imposible llegar a lo que ya fue; lo más que se puede
hacer es “un recuerdo de los recuerdos”.
Para Cărtărescu,
la infancia se convierte en un espacio mítico, el lugar por excelencia del
sueño, del juego, de la libertad, de la creación. Crecer es, en cierta forma,
morir. Un cuento prodigioso –en más de un nivel-- como “REM” puede remitir a
Borges, pero también a Lewis Carroll y a Bruno Schulz, esos dos grandes
narradores de la infancia y la juventud como territorios de lo mágico. Por
supuesto, Cărtărescu sabe que el peligro –las pesadillas
del subconsciente, la maldad, la pobreza— acecha en todas partes, incluso en su
universo privilegiado: los niños, nada inocentes, pueden torturar a otro niño
(como en “El Mendébil”). Al menos, sin embargo, los niños son capaces de
enfrentarse a esos miedos con todas las fuerzas de su imaginación. De hecho, Nostalgia puede leerse como un ruego del
narrador a crecer sin dejar de lado los recursos imaginativos de la infancia, a
impedir que los años hagan que la realidad se imponga sobre nosotros, a
ficcionalizar la realidad para apropiarse de ella, recrearla con la más plena libertad.
“REM” incorpora una serie de relatos que
desencadenan otros relatos, con los clásicos recursos de Cărtărescu
para lograr que el registro realista sea dinamitado y dé paso a un universo más
fantástico, y para incorporar un giro que le permita al narrador reflexionar
sobre lo narrado, insistir en el artificio de la ficción. Si en “Los gemelos”
la precisa narración de un hombre maquillándose y vistiéndose de mujer en un
baño se corta con la intromisión reflexiva del narrador, en “REM” hay una
escena en la que un joven tiene un “montón de hojas mecanografiadas” con el
título de “REM”. La prosa, como
suele ocurrir con este autor rumano, tiende a ser recargada, barroca, y trata
de incorporar todo tipo de percepciones –visuales, olfatorias, auditivas— y
símbolos, entre los cuales el más importante –aquí y en toda la obra—es el de
la telaraña, la red de asociaciones que se despliega hacia todas partes,
capturando lo que halla en su camino hacia un potente centro de significados.
El efecto final es el de haber leído un cuento de hadas alucinógeno.
En “REM”, una niña tiene como misión
aprender a soñar; su aprendizaje le permitirá acceder al REM (el mismo nombre
de este objeto tiene conexiones con el mundo onírico). La niña juega con sus
amigas en las afueras de la ciudad, y sus juegos tienen una cualidad de sueño
perverso. Después de los rituales de iniciación, la niña llegará a conocer el
REM, que se encuentra en un viejo almacén en medio del campo. El REM tiene
muchas similitudes con el Aleph borgiano –Cărtărescu
reconoce en el mismo texto la obvia deuda con Borges--:
Algunos
sostienen que REM sería un aparato
infinito, un cerebro colosal que ordena y coordina, siguiendo un determinado
plan y un determinado fin, todos los sueños de los seres vivos, desde los
sueños inconcebibles de la ameba y del cólquico, hasta los sueños de los
hombres. El sueño sería, según ellos, la verdadera realidad, en la que se
revela la voluntad de la Divinidad escondida en REM. Otros ven en REM una
especie de calidoscopio en el que puedes leer simultáneamente el universo
entero, con todos los detalles de cada momento de su desarrollo, desde el
génesis hasta el Apocalipsis.
En Cărtărescu, el sueño, la ficción, la
literatura, son la verdadera realidad. Hay que recordar el destino fantasmagórico
del Ruletista, cuya capacidad para salir victorioso en sus desafíos a la
ruleta, lleva al narrador a concluir que la realidad en la que viven el
Ruletista y él es tan solo una ficción: “Pero hay un lugar en el mundo donde lo
imposible es posible, se trata de la ficción, es decir de la literatura. Allí
las leyes del cálculo de probabilidades pueden ser infringidas, allí puede
aparecer un hombre más poderoso que el azar. El Ruletista no podía vivir en el
mundo, lo cual es en cierto modo una forma de decir que el mundo en el que él
vivía era ficticio, que era literatura”.
En “El ruletista”, el narrador y el
ruletista se vuelven inmortales al convertirse en personajes literarios. Los
personajes de Cărtărescu viven atrapados en una máquina textual.
Solo viven en la página, “viven siempre que su mundo es ‘leído’”. Los que vivimos
fuera de las páginas de Nostalgia puede
que también estemos viviendo en un mundo ficticio. No es poco mérito que la
fábulas de Cărtărescu nos hagan poner en duda la realidad
en la que nos movemos todos los días.
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Introducción a Nostalgia, De Mircea Cărtărescu
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