Mijail Gorbachov
La muerte de Margaret Thatcher ha sido sin duda una noticia muy triste. Supe de su grave enfermedad la última vez que nos reunimos, hace ya varios años. Me gustaría hacer llegar mis sinceras condolencias a su familia y allegados.
Thatcher fue una líder política cuyas palabras tenían gran peso. Lo sabía cuando me preparé para nuestra reunión en 1984. Ese fue el primer paso en la búsqueda de un lenguaje común, una búsqueda muy complicada.
Nuestra primera conversación, en un almuerzo en Chequers, fue cortante al principio, y estuvimos casi a punto de llegar a un enfrentamiento. Raisa Maximovna, que estaba sentada a la mesa, lo oyó y se disgustó mucho; decidí tratar de aliviar la tensión.
“Sé que usted es una persona de principios, comprometida con ciertas convicciones y valores”, le dije a la Dama de Hierro. “Esto impone respeto. Pero debe darse cuenta de que está a la mesa con una persona del mismo tipo. Y le aviso de que el Politburó no me ha dado instrucciones de convencerla para unirse al Partido Comunista”.
Thatcher rompió a reír y la conversación se normalizó.
Muchas otras reuniones sucedieron a esa, y hubo también muchas otras discusiones. A menudo estábamos en desacuerdo. Por ejemplo, ella se alarmó mucho a raíz de las conversaciones que tuve con Ronald Reagan en Reikiavik sobre un mundo sin armas nucleares, con miras a un acuerdo para eliminar los misiles de medio alcance. “No sobreviviremos a otro Reikiavik”, afirmó ella. Yo pregunté: “¿De verdad te sientes cómoda sentada sobre un polvorín?”.
¿Por qué fue que al final pudiésemos alcanzar un mutuo entendimiento? Creo que una de las razones es que gradualmente fuimos consolidando una relación personal, relación que con los años se fue haciendo más y más amigable. Finalmente, conseguimos un buen nivel de confianza mutua.
Fue también muy importante el hecho de que Thatcher nunca dudase de nuestras intenciones, y que rebatiese a quienes aseguraban que la perestroika era un “intento de que Occidente bajase la guardia”, etc.
En el punto crítico de la perestroika, cuando surgió la necesidad de apoyo efectivo para las reformas de nuestro país, fue Thatcher la que impulsó activamente la idea de nuestra participación en el G7 de Londres, y trabajó duro para preparar la reunión.
Mijaíl Gorbachov con Margaret Thatcher. Fuente: Reuters
Sin embargo, cuando finalmente se celebró, en julio de 1991, ella ya no era Primera Ministra. Seis meses antes, la directiva del Partido Conservador británico había tomado la decisión de reemplazarla. Así que nuestro encuentro tuvo lugar en la embajada soviética en Londres.
Recuerdo nuestra conversación. “Por supuesto que es positivo”, dijo Thatcher, “que usted se reuniese con el G-7. De hecho, toda la reunión estaba centrada en vuestra participación y en integrar la Unión Soviética en la economía mundial. Ahora está aceptado que la Unión Soviética ha entrado irreversiblemente en el camino de las reformas, que esas reformas cuentan con el apoyo del pueblo y merecen el apoyo de Occidente”. Pero, literalmente temblando por la emoción, añadió:
“Los líderes del G-7, ¿por qué no propusieron medidas de apoyo prácticas y concretas? ¿Dónde están los pasos reales? Le han defraudado. Pero ahora que han confirmado su apoyo y su intención de cooperar, vaya y agárrelos. ¡No deje que se marchen así como así, exija hechos!”
El intento de golpe de Estado en agosto de 1991 interrumpió nuestros planes; la perestroika se vio interrumpida. Es curioso que Thatcher, que siempre proclamó su fe en el mercado libre, fuese tan escéptica sobre la “terapia de choque”, sobre la aproximación elegida por nuestros reformadores más radicales.
Después de esto, nos reunimos varias veces más y hablamos de muchas otras cosas, y discutimos sobre otras, pero siempre estuvimos de acuerdo en que a los políticos de nuestra generación se les había encomendado una gran misión: poner fin a la Guerra Fría. Y cumplimos esa misión.
Margaret Thatcher fue una gran líder política y una personalidad fuera de lo común. Siempre permanecerá en nuestra memoria y en la historia.
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