Pablo Cingolani
Hoy es la primera noche de luna llena en temporada seca, la primera luna llena del invierno en los Andes. Es una noche tan clara, tan transparente, que no sólo deleita y embriaga, sino que embruja, te sacude y te hace sentir absolutamente vivo.
De día, el cielo estaba tan diáfano, tan cargado de intensidad ultravioleta, tan denso, tan espeso, que podías cortarlo en rebanadas para comértelo, para que te llene de fuerza. Ahora, la noche es al revés: es tan liviana que semeja una alfombra mágica que puede deslizarte hacia dónde quieras, música de sirenas desconocidas, el velo ausente de lo que aún no has visto, aún no has tocado, aún no lo sabes, pero lo sueñas: tal cual, la noche, ahora, es eso: la posibilidad de todo sueño, que cualquier sueño se cumpla, por soñarlo nomás.
Fui al almacén a comprar unas vituallas y fue ahí, mientas caminaba, yendo y viniendo, cuando advertí toda la potencia expresiva de la luna, de esta luna que escribo. Estaba tan cerca, que podía tocarla. Estaba tan cerca, que podía establecer de manera exacta dónde se estaba alzando. Y ahora lo anoto: la luna, esta primera luna, estaba dispuesta de manera vertical y directa sobre la quebrada del río Huacallani, ni más ni menos.
Lo que siento, no es una comprobación geográfica –menos de GPS y esas vainas que desorientan-, es una verificación propia, de mis ojos, de mi alma, que la vieron así. La luna estaba justamente encima de la quebrada y porqué afirmo esto es un muy pero muy sencillo: el cerro de adelante, estaba en sombras, pintado de un azul tan oscuro que atemorizaba; el cerro de atrás de la quebrada resplandecía, bañado por los rayos selenitas, estaba vivo de tanta luz, te llamaba, te estremecía.
Y yo fui. Me dejé llamar, me dejé llevar. Y como dije: la noche era tan sutil, tan etérea y transparente, que no me costó nada elevarme y dirigirme -¿volando? ¿Soñando? ¿Quién sabe?- hacia la quebrada que tanto amo, allí donde siempre voy a honrar a los muertos, a todos los muertos, porque allí está la madre de todas las vertientes y de todas las aguas, allí es donde se conjugan la vida con el más allá, más hoy que la luna caía en picada iluminada, más hoy que toda la belleza del mundo se concentraba en ese tajo entre los cerros.
Vivir entre montañas te procura tantas visiones extraordinarias que la única manera de compartirlas es invitarte a que las vivas vos mismo. Puedo escribir que del fondo de la quebrada, aparecieron –como si fueran de plata- los guerrilleros que amparaba la Simona, todos altivos, todos dispuestos; puedo escribir que se oyó un eco de otras geologías, la carcajada de un ángel o de un arriero o de la arena o las confesiones de un cactus ebrio: puedo escribir que no hay nada más bello que caminar las montañas una noche de luna llena y eso, tal vez, quizás, me lo creas.
Aunque, diré, no se trata de creer, sino de sentir. Sucede que vos estás allí, donde me lees, y yo estoy aquí, entre las montañas, y el silencio, donde escribo. Sucede que tal vez la palabra sirva para eso: para evocar y alentar aquello que está más allá de lo posible y de lo verificable. Tal vez, esa sea la magia. Tal vez, eso sea confiar. Tal vez, uno nunca sepa por qué lo hace, pero escribe igual, tratando de que toda la serenidad de la luna, toda esa perfección insustituible, no se escape de tus dedos, pueda conectar, decir algo, algo que no sea redundante, algo que te permita, tal vez, soñar.
Soñar: la luna que vi alzarse sobre Río Abajo, sobre la quebrada de Huacallani, era una catapulta de sueños al resto del universo. Sentía que toda la energía del mundo estaba situada allí, marcada, señalada, tatuada sobre los azules de las montañas que se alejaban, se acercaban, se estremecían, se acariciaban, se distanciaban, se mezclaban, callaban, gritaban, brillantes, silenciosas, invictas.
Hoy es la primera noche de luna llena en temporada seca, la primera luna llena del invierno en los Andes. Hoy, esa luna, es fundacional, es virginal, es propiciatoria. Mi canto es, por ello, tan irremediable como la belleza que me brindó.
Luna de esperanza y victoria. Luna de la quebrada del Huacallani. Nuestra luna, la de acá nomás, la luna de Río Abajo, la que escribo.
Proclamo: derecho a tu propia luna; derecho a tus sueños, a todos los que vos quieras tener, a todos los que nadie te podrá quitar jamás.
Sólo si alzas el rostro, y despojado y audaz, la ves a Ella, a la Madre de Todas las Intensidades y de Todos las Intenciones, a la Diosa Blanca. Está allá afuera y te está esperando.
Río Abajo, 25 de abril de 2013
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Foto: Río Abajo, La Paz
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