Defoe en la picota. Buena imagen. Defoe y su Hymn to the pillory. Defoe y su público que, en lugar de tirarle pellas, le echaba flores y brindaba por su salud con muy buenos burdeos, oportos y ponches diversos. ¿El motivo? Sus panfletos, sus corrosivos escritos. 1703. Otra época, lejana. Mal asunto escribir a contra pelo. Te la guardan.
Creo que hay una picota olvidada en el baluarte de Redín, junto a la que el personal chupa y fuma que es un gusto, y hace y escucha música a ratos. La puso en ese lugar, a modo de adorno, un erudito.
Pero de lo que quería hablar era del gusto irrefrenable por llevar a alguien a la picota, ya sea de piedra o de papel, es una manía inextinguible en este país cada día más antipático, más cunetero, más navajero, más amigo del alboroto de cuadrilleros. Hay gente que no puede vivir más que sentada encima del barril podrido de sus agravios imaginarios, de su honor siempre mancillado, de su qué dirán, de su nosotros los de toda la vida, y sobre todo gente que sin picota, sin acudir con sus amistades a ladrar al pie del rollo y tirar pellas a quien hayan logrado atar o atrapar en el cepo, no son nadie, nada, algo menos que ladridos en la noche.
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De vivirdebuenagana, blog del autor
Imagen: Daniel Defoe por James Charles Armytage
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