Wednesday, November 27, 2013

La transgresión de la Belleza


PABLO CEREZAL

Observo las revueltas (pacíficas, a pesar de lo expuesto por los medios), estos días, en las calles, y viene a mi memoria el lirismo febril de Jean Genet. Asistimos a imágenes televisivas de contenedores en llamas y armas policiales surcando el atardecer como veleros corsarios en demanda de sangre y gloria. Poca gloria, creo, obtendrán los agentes que han querido redibujar los rostros y cuerpos de los manifestantes con su maquillaje de espanto y contusiones. 
Considero que el desorden mundial que sufrimos en la actualidad sólo podrá ya recomponerse mediante la geometría de la violencia.
Y es al pensar en el impulso íntimo de los “radicales” que recuerdo a Genet y le imagino sonriendo, impávido, ante estas escenas, comprendiendo que el fin último de los alborotadores es simplemente eso: alborotar. Ningún mensaje oculto, salvo, quizás, el de la rebeldía juvenil que esta sociedad de la imagen transforma en automóviles volcados, escaparates apedreados y cubos de basura destripados. Encauzan, estos jóvenes, la natural indisciplina de la adolescencia, en la forma que mejor les dicta la sociedad del espectáculo, y podemos deducir que no son tan malos. Sólo toman el sendero más cómodo a la hora de dar vía libre a su afán de protagonismo. 
Genet, por contra, decidió vivir el mal, hacer de la traición y el crimen una forma de vida mediante la cual sublimar la inversión de los valores tradicionalmente aceptados como correctos. Enredó su vida en telarañas de robos, traiciones, falsificaciones, impudicias, sólo por buscar el absoluto a través de la infamia. Transformó al maleante en héroe y, lo más importante, tomó entre sus manos toda la sordidez del crimen para recrearla en músculos de tinta revestidos de los vaporosos tules de la Belleza. Su obra literaria explora ignotos medios expresivos, y del lodo crujiente de lo abyecto extrae claveles de cimbreante hermosura. 
“Decidí ser lo que el delito hizo de mí‚” proclamó. Y logró convertirse en mártir primero de una religión infecta y memorable: la doctrina del mal camino, el dogma de la intemperie social, la fe de lo inmoral. 
Me apena pensar en los chavales que, estos días, incendian contenedores y levantan barricadas de juguete. Imagino que su violencia no rebasará tales límites, que solamente han decidido ser lo que la sociedad ha hecho de ellos. Dudo que sean capaces de estudiar las raíces íntimas del mal y, ¡ay!, seguro que no alimentarán páginas como las de Genet para apostillar su “antisocial” comportamiento.
Si, como decía, la violencia se dibuja como el camino exclusivo hacia la remodelación de esta sociedad, desearía al menos que portase, cual bandera pirata, la transgresión de la belleza, la crueldad de la poesía, la vehemencia del sentimiento, la ferocidad insoslayable de la lírica, como en Genet, ése mártir.

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De Meando contra viento, 2013

Fotografía: Jean Genet por Henri Cartier-Bresson, 1963

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