PABLO CEREZAL
Observo las revueltas (pacíficas, a pesar de lo
expuesto por los medios), estos días, en las calles, y viene a mi memoria el
lirismo febril de Jean Genet. Asistimos a imágenes televisivas de
contenedores en llamas y armas policiales surcando el atardecer como veleros
corsarios en demanda de sangre y gloria. Poca gloria, creo, obtendrán los
agentes que han querido redibujar los rostros y cuerpos de los manifestantes
con su maquillaje de espanto y contusiones.
Considero que el desorden mundial que sufrimos en la
actualidad sólo podrá ya recomponerse mediante la geometría de la violencia.
Y es al pensar en el impulso íntimo de los “radicales”
que recuerdo a Genet y le imagino sonriendo, impávido, ante estas escenas,
comprendiendo que el fin último de los alborotadores es simplemente eso:
alborotar. Ningún mensaje oculto, salvo, quizás, el de la rebeldía juvenil que
esta sociedad de la imagen transforma en automóviles volcados, escaparates
apedreados y cubos de basura destripados. Encauzan, estos jóvenes, la natural
indisciplina de la adolescencia, en la forma que mejor les dicta la sociedad
del espectáculo, y podemos deducir que no son tan malos. Sólo toman el sendero
más cómodo a la hora de dar vía libre a su afán de protagonismo.
Genet, por contra, decidió vivir el mal, hacer de la
traición y el crimen una forma de vida mediante la cual sublimar la inversión
de los valores tradicionalmente aceptados como correctos. Enredó su vida en
telarañas de robos, traiciones, falsificaciones, impudicias, sólo por buscar el
absoluto a través de la infamia. Transformó al maleante en héroe y, lo más
importante, tomó entre sus manos toda la sordidez del crimen para recrearla en músculos
de tinta revestidos de los vaporosos tules de la Belleza. Su obra literaria
explora ignotos medios expresivos, y del lodo crujiente de lo abyecto extrae
claveles de cimbreante hermosura.
“Decidí ser lo que el delito hizo de mí‚” proclamó. Y logró
convertirse en mártir primero de una religión infecta y memorable: la doctrina
del mal camino, el dogma de la intemperie social, la fe de lo inmoral.
Me apena pensar en los chavales que, estos días,
incendian contenedores y levantan barricadas de juguete. Imagino que su
violencia no rebasará tales límites, que solamente han decidido ser lo que la sociedad
ha hecho de ellos. Dudo que sean capaces de estudiar las raíces íntimas del mal
y, ¡ay!, seguro que no alimentarán páginas como las de Genet para apostillar su
“antisocial” comportamiento.
Si, como decía, la violencia se dibuja como el camino
exclusivo hacia la remodelación de esta sociedad, desearía al menos que
portase, cual bandera pirata, la transgresión de la belleza, la crueldad de la
poesía, la vehemencia del sentimiento, la ferocidad insoslayable de la lírica, como
en Genet, ése mártir.
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De Meando contra viento, 2013
Fotografía: Jean Genet por Henri Cartier-Bresson, 1963
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