ALEX ORTEGA
Hace ya unos años que cayeron en mis manos las memorias de ‘Dick, el grande’ ¡Oh Janis mi dulce y sucia Janis!. Recuerdo cómo me pulí aquel libro en una tarde sin descanso. Cuando lo hube terminado, bajé a la librería más cercana del casco viejo de Pamplona y pregunté: “¿Tienen algo más de Patxi Irurzun?”. Descubrí que aquel tipo llevaba publicando un libro por año desde hacía una década. Sospeché haberme topado con algo suyo en algún fanzine quizá. Había algo en sus relatos crudos y sucios que me resultaba familiar y muy atractivo. De Patxi se dice que un día decidió depilarse la lengua para hacernos llorar de rabia y de risa.
Hace unos meses se presentaba su nuevo libro de relatos La tristeza de la tienda de pelucas. La excusa era perfecta, tenía que entrevistarle. En un primer momento tuve miedo de que el ruido de platos y alboroto general de la cafetería donde nos encontrábamos, tapase por completo la voz tímida y bajita del escritor. Pensé que transcribir el audio sería cosa de Iker Jiménez y el Dr. Cabrera. Una vez en casa, comprobé cómo aquel hilillo de voz resultaba perfectamente comprensible. Aunque dudo si escuché la grabadora o simplemente seguía recordando aquel momento privilegiado.
Cuando uno lee tus relatos, tiene la sensación de encontrarse frente a un enfant terrible, un salvaje. Pero luego, cuando te sinceras y hablas de tu vida íntima, te describes como una persona más tímida, más cotidiana, con familia. ¿De dónde viene esa vena tan punki?
En mi caso, uso la literatura como un mecanismo de compensación. A veces necesito sacar cosas que llevo dentro pero igual, por mi carácter introvertido, me cuesta. Es como una válvula de escape. Siempre me ha gustado mucho el punk. Cuando era más joven andaba por bares y ambientes que con el tiempo se te van quedando grabados y en cierta medida te inspiran a la hora de escribir. También tengo buen oído y eso para un escritor es fundamental: estar siempre atento a lo que hay tu alrededor, anécdotas que te cuentan o pescar cosillas de las que puedes sacar luego una historia.
¿Cuándo fuiste consciente de que querías ser escritor?
Al principio, lo de escribir era una cosa que me salía más de forma espontánea. No pensaba en publicar o tenía vocación de dedicarme a ello profesionalmente. Aproximadamente con 16 años mandé diez cuentos a un concursillo en Palencia, gané y me los publicaron. Entonces empecé a plantearme un poco más en serio el dedicarme a escribir.
¿Cuándo te diste cuenta que no podías vivir sólo de esto?
Enseguida, inmediatamente. Es curioso porque mucha gente cuando publica su primer libro se le baja todo cuando ve lo difícil que es y que, realmente de la literatura viven cuatro. Pero bueno, no dejo de intentarlo. He trabajado un poco de todo: desde barrendero que lo he usado mucho como recurso en mis relatos a bibliotecario o en una agencia de comunicación.
El otro día encontré tu perfil en Linkedin, ¿cuál sería tu trabajo perfecto si no fuese escritor?
Yo veo el trabajo como un medio de manutención, como un castigo divino, algo perjudicial para la salud. Uno de los trabajos que he tenido y de los que más me ha gustado es el de bibliotecario. Para mi estar allí y recomendando qué leer a la gente fue todo un oasis. Volviendo a la pregunta, me resulta difícil desvincularme como persona y como escritor. ¿En qué trabajaría? Yo creo que sería desgraciado de todas las maneras. Si no fuese escritor sería desgraciado.
¿Tienes estudios?
Sí, estudié Filología pero enseguida me di cuenta de que aquello tampoco era lo que quería. A mi me gustaba escribir pero ahí a lo que se dedicaban era a destripar los libros. Encima aquello era la Universidad de Navarra...
¿Cómo puede un tipo como tú, que escribe sobre coños depilados en forma de cruz o que titula a uno de sus libros Dios nunca reza, estudiar en la Universidad de Navarra?
La verdad es que no he vuelto a saber nunca nada más de ellos. A veces sacan una revista que te siguen mandando pero aún no me han mencionado nunca. Una pena. En general, me decepcionó mucho que no había un ambiente universitario, era todo muy rígido y fueron unos años un poco como grises. Por otro lado, tenías la obligación de leer algunas cosas como los clásicos y, en ese sentido, sí que descubrí muchos libros o géneros interesantes, como la picaresca que me gustaba mucho entonces. Al final nos juntamos un grupillo de gente parecida. Estaba con Oscar Beorlegi que acaba de presentar La insumisión hace unos meses. Él y otros no encajábamos mucho allá, pero al final hicimos nuestra pequeña burbuja y sobrevivimos.
Cuando escribes, hablas a menudo del rock radical vasco, del punk. ¿Existe el punk en la literatura o sólo existen las referencias al punk?
Cuando empecé a escribir con 20 o 25 años, echaba en falta esta vertiente. Entonces, el punk como tal estaba presente en la música y en algún otro campo creativo, pero en la literatura era algo en donde faltaba. El “háztelo tú mismo" parecía difícil de llevar a cabo cuando se trataba de publicar un libro. Yo me acuerdo que cuando estaba empezando, me dedicaba a andar con mis libros de aquí para allá en una mochila para tratar de promocionarlos constantemente o de venderlos. “Piesnegrismo literario” que decía Oscar Beorlegi. Esa actitud quizá sí faltaba. En el fondo es contradictorio porque algo tan sencillo como tener un boli y una libreta es suficiente para plasmar lo que quieras. Para esta actitud punk es lo más sencillo que hay. Yo tenía la impresión de que la escritura se vinculaba más con ambientes literarios de toda la vida, con tertulias para viejos y eso tenía que cambiar.
A menudo, se te ha relacionado con Bukowki, con Fante o con los Beatniks ¿Cuáles son tus autores de cabecera?
El realismo sucio siempre me ha gustado, me marcó y ha sido una de mis mayores influencias. Para mi supuso todo un descubrimiento con quince o veinte años pasar de leer novelas juveniles a encontrarme con temas sobre los que tú pensabas que no se podía hablar en la literatura.
De todas formas, siempre he leído de una forma muy desordenada. Los cómics, humoristas, el rock, los fanzines o cualquier cosa que caiga en mis manos también me inspira.
De todas formas, siempre he leído de una forma muy desordenada. Los cómics, humoristas, el rock, los fanzines o cualquier cosa que caiga en mis manos también me inspira.
Yo siempre quería haber hecho un fanzine pero no me veía maquetándolo o distribuyéndolo por ahí. Con internet, lo vi todo más sencillo: creé un blog y fui llamando a un grupo de gente con la que había colaborado. Lo tenía parado desde hace tiempo, pero el año pasado hicimos un especial titulado La vida entes de Google. El blog-fanzine encaja a la perfección con el “háztelo tú mismo” del que hablábamos antes. Es un proyecto que aún tengo muy latente. Igual dentro de cinco años me da por sacar otro número.
¿De dónde salió la inspiración para ¡Oh Janis, mi dulce y sucia Janis! (Memorias de una estrella del porno amateur)?
(Risotada) Bueno está claro que no es un libro autobiográfico. Aunque sí que hay ciertas cosas que parten de vivencias personales. El personaje del basurero está inspirado en mi experiencia como barrendero durante unos sanfermines. La historia del origen de este libro es curiosa. Todo empezó con un blog que había creado para promocionar La polla más grande del mundo, mi último libro entonces. Un día me di cuenta de que empezaba a entrar muchísima gente todos los días. Aprovechando el tirón empecé a escribir allá unas memorias ficticias, una especia de novelilla medio porno con el personaje del barrendero. En el momento, era más algo como un divertimento personal, pero luego vi que había mucha gente interesada, que seguían el rollo y así llegó a convertirse en una novela.
¿Eres consumidor de porno habitual?
Esas cosas como que no se cuentan. Yo la excusa del porno la escogí por esa especie de componente chusco que tiene. Lo veía como algo con muchas posibilidades a la hora de hacer el gamberro. Tampoco lo escribí para que a nadie se le empalmará leyéndolo. Simplemente era el campo perfecto para sacar todo el humor más bestia y ganso. A la vez, también creo que el porno es una especie de embudo donde entra todo, cosas más serias pegadas al ser humano: el amor, el dolor, las relaciones de poder o de sometimiento. A la hora de examinar al ser humano es un microscopio muy bueno.
¿Eres de los que en San Fermín se quedan en Pamplona o eres de los que se van?
La verdad es que he estado casi todos los años. Desde muy joven me ha gustado siempre la juerga. No cabe duda que es una fiesta que inspira, a cada paso que das sacas algo. Yo he escrito mucho sobre San Fermín. En particular, me gusta mucho contar estas historias desde puntos de vista de “los otros”. Desde el pies negros que viene con el perro y la flauta; una americana que viene a emborracharse como Living las Vegas hasta matarse bebiendo; un barrendero, como fui yo un día y ahora me tocará desde los ojos de un padre probablemente. En general, lo que se ha escrito ha sido muy costumbrista, pero yo creo que son unas fiestas con un componente universal: la primera vez que te emborrachas, la primera vez que ligas o los amigos que viaja por primera vez al extranjero.
En tus libros es un motivo recurrente el extrarradio o los barrios de viviendas de protección oficial ¿Qué encuentras tan interesante o tan horroroso en estos sitios?
Últimamente, a mi me llamaba la atención una sensación de desplazamiento de la gente cuando vive en estos lugares. Yo vivía antes en barrios periféricos, alejados del centro y había un paisaje muy característico. Mis recuerdos de niñez están en descampados o escenarios que ya, estéticamente, resultan bastante fuertes. Lo curioso, es que cuando eres más mayor y te vas a vivir fuera, no te mandan a las afueras sino a las afueras de las afueras. Creo que sí existe una sensación de desplazamiento y olvido en estos sitios. También ves a mucha gente, en tu misma situación, gente de tu generación que cuando empezó a tener hijos tuvo que cambiar de vivienda. En su día, nos vendieron una moto de “eco-ciudad”, una etiqueta muy bonita para vender un montón de cemento y para alejarnos un poco. Yo creo que no es casual que este tipo de ciudades surjan en las afueras y no en las zonas más snobs.
Otro tema que sale bastante cuando escribes es el de los psiquiátricos o los enfermos mentales.
Esto viene marcado porque yo antes vivía al lado del manicomio. Muchas veces, te montabas en la villavesa [autobús comarcal] y había varios locos que tenían un régimen abierto. Solían montar unos cirios del copón. Eso me impresionaba mucho. En realidad, la locura como recurso literario puede ser muy romántica en el sentido de que hay gente que elige perderse en ella, llevar las cosas hasta las últimas circunstancias y es marginada por esto. Pero la locura también es un abismo que hay que vivirlo desde dentro y deber ser muy duro. Quizá de romántico no tenga nada.
Al principio de tu último libro La tristeza de las tiendas de pelucas, en el prólogo dicen de ti que eres un escritor prolífico y que estás escribiendo constantemente. ¿Qué preparas ahora?
Esto siempre que lo cuento me da palo por que llevo ya cinco años con ello. Estoy escribiendo una novela de aventuras con piratas vascos. Tampoco busco ser muy exhaustivo en crear una novela histórica pero sí que he tenido que documentarme para no meter la pata. Desde pequeño siempre me encantaban las libros de piratas, Jack London o el Corsario negro. Llevaba tiempo queriendo escribir una novela de aventuras pero me está costando.
Manda un saludo a alguien que te caiga como la mierda
Podría pasarme toda la mañana, tengo una lista interminable. Últimamente hay mucha gente que ya sólo con verles, me entran ganas de partirles la cara, es algo físico. Por ejemplo, Aznar que parece que ha vuelto a salir a la palestra o la Barcina. Hay gente que me descompone directamente. A ellos les mando el saludo.
¿A Barcina y a Aznar?
Sí, a ellos como cabezas visibles de un grupo de gentuza. Ahora que están tan de moda los escraches, es buen momento para acordarse de toda esa gente que te han estado escracheando y puteando impunemente durante años.
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De Periódico Diagonal, 31/10/2013
Foto: El escritor navarro Patxi Irurzun/Guillermo Rivas Pacheco
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