ANDER IZAGIRRE
Sebastopol es como la bahía de Pasajes. Si los habitantes de Pasajes de San Pedro cuelgan banderas moradas en los balcones y los de San Juan cuelgan banderas rosas, mientras sus respectivas traineras se cruzan en la misma bahía durante los entrenamientos, en Sebastopol pasa lo mismo pero con buques de guerra rusos y ucranianos, con destructores, cruceros, fragatas y submarinos.
Tras la independencia de Ucrania, Rusia mantuvo el derecho de utilizar el puerto ucraniano de Sebastopol, su gran base naval en el Mar Negro. Las tremendas flotas de los dos países comparten la bahía y parecen dos compañeros de piso que han trazado rayas en el suelo para delimitar sus espacios, sus almacenes, sus diques flotantes, sus grúas, sus muelles. Despliegan banderas gigantescas y pintan rótulos que se pueden leer desde varios kilómetros de distancia: VIVA LA FLOTA UCRANIANA y VIVA LA FLOTA RUSA.
He cruzado la plaza Nakhimova, el equivalente ucraniano a las Portaletas del muelle donostiarra, y he gritado bajito: “¡Ucrania a Rusia, diez a que no!”.
Y luego, mientras recorríamos la larguísima bahía sebastopoldarra en un barquito turístico, con cinco cadetes de Crimea que iban de excursión con sus madres recién llegadas para visitarlos en sus bases, al navegar entre los titánicos destructores rusos y las colosales fragatas ucranianas, he cantado cuando nadie me oía: “Arriba el corazón/ txistu y acordeón / que al pie de la baliza / daremos la paliza. / Arriba el corazón / acércame el porrón / que la victoria viene / a nuestra embarcación”.
Fotos: 1) El Korta de Sebastopol.
2) La Ama Guadalupekua de Crimea.
3) “Viva Rusia, carajo”.
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