Demetrio Reynolds
Hay señales que tienen la virtud de revelar la identidad y la naturaleza de algunos grupos humanos. Tal el caso de los indígenas de Achacachi, cuyo indumento de guerra es precisamente el “poncho rojo”. Se suele decir que el hábito no hace al monje, pero ayuda a identificar; aquí se puede decir que la prenda en cuestión hace a un aborigen especial, como se verá.
Ese lugar del altiplano “desplegado y violento como el fuego” (Cerruto), donde habitan los tales “ponchos”, es escenario de un relato cuyo autor, Néstor Taboada, eligió para una antología del cuento latinoamericano (1968), y bajo el título de El cañón de punta grande (Achacachi en aymara), retrata a los “Indios en rebelión” después del '52. Allí, el sastre que les vendió un vetusto armatoste de artillería, les dice: “De un cañonazo no hay rosca que aguante en el mundo”. Ahora diríase que a punta de chicotazos no hay democracia que funcione en el mundo.
En los tiempos de Evo, como escribiera un entusiasta panegirista del jefazo, el nombre de Achacachi corrió por el mundo junto a una imagen de inaudita crueldad. Creyendo que la rosca de otrora se llamaba neoliberalismo, y para demostrar la ferocidad de que son capaces, los “ponchos rojos” degollaron en público a unos inocentes canes: “así puede pasarles a los que rechacen los cambios”, dijeron (2007). Quizás asustados por esa amenaza, la mayoría de los opositores ha preferido actuar como aliada que arriesgar sin apelación el pellejo.
Los “ponchos” van haciendo historia. Son los antihéroes de este tiempo maravilloso. En las tierras del Potosí, donde las republiquetas soberanas y los tinkus por la Pachamama, habitan los otros ponchos. Según dijo un diputado indígena, allá no hay ciudadanos sino ayllus que votan por consigna. El voto orgánico asegura el triunfo del oficialismo. El brutal imperio de las masas, como diría el filósofo español José Ortega y Gasset, o los indios en rebelión como dijo Taboada, son los actores que dominan el escenario electoral de hoy, chicote en mano.
La “Revolución Democrática y Cultural” avanza también en otra dirección. “Debate” es un término elemental, y no hay dónde perderse; sin embargo, para los escuderos del Palacio Quemado tiene otro significado; ahora es una reunión folklórica del caudillo con una muchedumbre que solo sabe aplaudir. A eso han dado en llamar “debatir con el pueblo” sin sonrojarse, fríamente, como aquellos entes belicosos de Achacachi.
Octubre los tiene nerviosos.
Octubre los tiene nerviosos.
La parafernalia millonaria se les puede volcar como con los jueces truchos. Con ese miedo, los “ponchos rojos” volvieron a ser noticia. Blandiendo sus chicotes, emplazaron a los opositores a debatir con ellos, so pena de sufrir el vejamen si no los convencieran. ¿Y cómo convencerlos? Esta es la cosa. No conocen más “democracia” que la del látigo, y con él pretenden imponer la reelección –por segunda vez consecutiva- del “hermano Evo”. El peligro es inminente. ¿Quién se animaría a transitar por esa jungla?
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia
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De El Día (Santa Cruz de la Sierra), 30/09/2014
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