Septiembre de manos frías y pies congelados. El invierno se alargó demasiado, como en el jardín del gigante egoísta. Las plantas siguen floreciendo con un sol esquivo, a menudo ausente. Las rosas alargan sus tallos, se empinan hasta lo alto para divisar a su gran revitalizador. La tierra está reblandecida, atiborrada de agua celestial y brotan manantiales por todos lados. Los conejos no perciben el peligro en medio de la tempestad nocturna y los cazadores se hacen un festín.
Queda poca leña, troncos amagosos de avellano, olorosos e inútiles laureles, cercos podridos convertidos en astillas. La chimenea ya no da calor.
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De CUADERNOS DE LA IRA, blog del autor, 27/09/2014
Fotografía: Lorena Ledesma
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