Sunday, January 4, 2015

El año del cambio


Miguel Sánchez-Ostiz

O cuando menos de la posibilidad del cambio, de algunos cambios. Porque de eso se trata, de cambiar. ¿A qué? A mejor sin duda, casi a cualquier cosa, aunque no sepamos cómo, ni en qué se concreta el cambio. Seguir como hasta ahora desde luego que no. Recordar que la Segunda República llegó con unas elecciones municipales.Ahora mismo ese cambio se reduce a una esperanza febril, a una necesidad urgente de recuperar conquistas sociales que no fueron concesiones graciosas: reforma laboral en beneficio de los trabajadores, no de los empresarios que más que crear puestos de trabajo, especulan con el capital; recuperación del sistema sanitario público; reforma fiscal radical pareja a la de todo el sistema financiero; reconstrucción de una educación pública; hacer del derecho a la vivienda y al trabajo algo prioritario y real, no letra muerta de una constitución inservible; derogación inmediata de todo el aparato legal represivo que ha montado el PP para sostener el régimen policiaco que llaman bipartidista; debate y referéndum republicano; perentoria reforma constitucional y reorganización territorial del Estado, asunción de la lacra de la violencia machista como una cuestión de Estado de amplio alcance social; elaboración de un programa de nacionalizaciones, empezando por la banca; depuración de cuerpos policiales y de la magistratura y reorganización de estos cuerpos, memoria histórica, inmigración... el alcance de lo que es necesario cambiar y reconstruir abruma. Invita más a desistir que a empeñarse en el cambio. La tarea de quien pueda hacerse con el poder político en el país es colosal. Dudo mucho que una sola legislatura baste siquiera para iniciar un cambio apreciable. La rémora es de décadas, centenaria en algunos extremos. Sin un cambio educacional que alcance lo personal, algunos de esos cambios no serán nunca posibles. Son cambios interrelacionados, unos dependen de otros, es preciso consolidarlos antes de dar forma definitiva a algunos proyectos. Puedes desesperar en el intento, puede no ser bastante o ser demasiado, y eso crea desafectos. Ninguna varita mágica nos va a dar el cambio social que necesitamos.
Tampoco hay que engañarse ni echar campanas al vuelo, el país está profundamente dividido entre los que quieren un cambio y los que no lo desean, al revés, o que, como mucho, hablan de reformas, algo que en la práctica equivale a que nada cambie para que todo siga no igual, sino peor, en manos de los mismos o muy parecidos, de una nueva elite que ya se está formando con tintes de desvergüenza mesiánica y que tendrá el nuevo periódico de P. J. Ramírez, El Español, como ariete. Algo sí está cambiando, día a día, pero a peor, esto es, a consolidar el régimen actual a cualquier precio.
La continuidad del régimen la representan el Partido Popular y el PSOE, tanto separados, como juntos; y casi peor juntos. Los dos partidos han demostrado lo que son capaces de no hacer y sobre todo de hacer, pero en negativo. La suya es una inusitada capacidad de destrucción del Estado del bienestar. Nada se puede esperar de ellos, su trayectoria les avala y pesa como un lastre. De estar en alguna parte, el cambio social y político está en manos de cualquier otra fuerza política que lo proponga y que no sean las dos citadas, y si es un amplio frente de izquierdas, unitario e integrador, mejor que mejor.
Por el momento nos enfrentamos a la mayor batalla mediática, la más insidiosa, que se ha dado en este país contra un partido político y contra el cambio representado por Podemos, tengamos o dejemos de tener plena confianza en esa nueva fuerza política que ha aglutinado los restos de varios movimientos sociales o los grandes bloques del descontento, que se cristalizaron en el 15-M y otros. Es llamativo el número de personas que participan en el acoso y derribo. Eso no refleja más que una cosa: miedo. Miedo al cambio social y político, al cambio de régimen, al fin de una monarquía que representa un estado de cosas que parece inamovible: el del país injusto, desigual, empobrecido, exhausto, en el que la mayoría social se ve día a día abusada.
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De VIVIRDEBUENAGANA, blog del autor, 04/01/2015

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