SUSAN SONTAG
El otro día, una amiga de mi tierra, Nueva York, me llamó a Bari -donde vivo desde hace un par de meses- para ver si estaba bien y me preguntó de paso si podía oír el ruido de los bombardeos. La tranquilicé diciéndole que desde el centro de Bari no sólo no puedo oír cómo caen las bombas sobre Belgrado, Novi Sad y Pristina, sino que es casi imposible oír los aviones que despegan de la cercana base de la OTAN en Gioia delle Colle. Aunque es fácil burlarse de la poca visión geográfica de mi amiga estadounidense según la cual los países europeos son sólo ligeramente más grandes que un sello de correos, su pequeña Europa parece un bonito complemento de la extendida visión de la "Desamparada Europa arrastrada por el Gran Malo EE UU a una locura bélica". Quizá exagere. Escribo esto desde Italia, el eslabón más débil de la cadena de la OTAN. Italia (a diferencia de Francia y Alemania) sigue manteniendo una embajada en Belgrado. Milosevic ha recibido a Cossutta. El estimable alcalde de Venecia ha mandado un enviado a Belgrado con cartas dirigidas a Milosevic y a Rugova en las que propone Venecia como escenario de las negociaciones de paz. (Las cartas fueron aceptadas, muchas gracias, por el primado ortodoxo después del servicio del Domingo de Resurrección). Pero también es verdad que es comprensible que a Italia le haya entrado el pánico. Los italianos no sólo ven escenas de terrible miseria en sus informativos televisivos, sino también imágenes de masas en movimiento. En Italia, los albaneses son antes que nada futuros inmigrantes.
Pero la amplia oposición a la guerra difícilmente se limita a Italia y a una rama del espectro político. Al contrario: hay restos de la izquierda y gente como Le Pen, Bossi y Heider movilizados contra esta guerra. La derecha está en contra de los inmigrantes. La izquierda en contra de EE UU. (Es decir, en contra de la idea de EE UU. La hegemonía de la cultura popular estadounidense en Europa difícilmente podría ser más total).
Tanto en la llamada izquierda, como en la llamada derecha, se habla cada vez más de identidad. El antiamericanismo que alimenta la protesta contra la guerra ha crecido en los últimos años en muchas de las naciones que forman la nueva Europa y quizá se entienda mejor como un desplazamiento de la ansiedad respecto a esta Nueva Europa, que a todos le han dicho que es "Algo Bueno", y que pocos se atreven a poner en duda. Las naciones son comunidades que están siendo permanentemente imaginadas, reconcebidas y reafirmadas frente a la presión de un Otro definitorio. El espectro de una nación sin fronteras, una nación infinitamente porosa, tiende a crear ansiedad. Europa necesita a su despótico EE UU.
¿Europa débil? ¿Europa impotente? Las palabras están por todas partes. La verdad es que la Europa hecha para los negocios creada con la entusiasta aprobación de las élites empresariales y profesionales "responsables" es una Europa diseñada precisamente para ser incapaz de responder a la amenaza planteada por un dictador como Milosevic. Esto no es cuestión de "debilidad", aunque así es como se experimenta. Es cuestión de ideología.
No es que Europa sea débil. Ni mucho menos. Es que Europa, la Europa en construcción desde la victoria final del capitalismo, en 1989, se trae otra cosa entre manos. Algo que verdaderamente deja obsoleta la mayor parte de las cuestiones relativas a la justicia y, en realidad, todas las cuestiones morales. (Lo que prevalece, en su lugar, son cuestiones de salud, que pueden ir unidas a las preocupaciones ecológicas; pero eso es otra cuestión).
Una Europa diseñada para el espectáculo, el consumo y el apretón de manos... pero angustiada por el miedo a identidades nacionales devoradas por el comercialismo multinacional sin rostro o por oleadas de inmigrantes extranjeros procedentes de países pobres.
En una parte del continente, los ex comunistas juegan la baza nacionalista y fomentan nacionalismos letales... Milosevic es el ejemplo más atroz. En otra parte, se supone que el nacionalismo y, con él, la guerra, está superado, pasado de moda. Qué desamparada se siente "nuestra" Europa ante toda esta matanza irracional y todo este sufrimiento que tiene lugar en la otra Europa.
Y, mientras tanto, la guerra prosigue. Una guerra que empezó en 1991. No en 1999. Y tampoco hace seis siglos, como dirían los serbios. Éste es un país cuyo mito nacionalista ha erigido como acto fundacional una derrota: la batalla de Kosovo, perdida frente a los turcos en 1389. Luchamos contra los turcos, solían asegurar a los periodistas extranjeros las autoridades serbias al mando de los emplazamientos de morteros situados en las cumbres de Sarajevo. ¿No nos parecería extraño que Francia siguiese dando vueltas al recuerdo de la batalla de Azincourt -1415- en su etena enemistad con Gran Bretaña? Pero, ¿quién podría imaginar algo así? Porque Francia es Europa. Y "ellos" no.
Sí, esto es Europa. La Europa que no respondió al bombardeo serbio de Dubrovnik. Ni al sitio de tres años de Sarajevo. La Europa que permitió que Bosnia muriera.
Una nueva definición de Europa: el lugar en que el no ocurren tragedias. Guerras, genocidios... eso ocurrió aquí una vez, pero ya no. Son cosas que pasan en África. (O en lugares de Europa que no son "realmente" Europa. Es decir, en los Balcanes). Una vez más, quizá exagere. Pero, después de pasar buena parte de tres años, de 1993 a 1996, en Sarajevo, no me parece una exageración en absoluto.
Es verdad que, aunque viva en la frontera de la Europa de la OTAN, a tan sólo unos centenares de kilómetros de los campos de refugiados de Durres, Kukes y Blace, de la mayor cantidad de sufrimiento que ha tenido lugar en Europa desde la II Guerra Mundial, no puedo oír a los aviones de la OTAN despegar de la base que tienen aquí, en Puglia. Pero puedo ir andando hasta la terminal de transbordadores de Bari y ver a familias albanesas y kosovares supuestamente legales salir en tropel de los transbordadores diarios procedentes de Durres, o conducir cien kilómetros hacia el sur por la noche y ver a la guardia costera italiana registrar las lanchas neumáticas repletos de refugiados ilegales que abandonan Vlora de noche para emprender la peligrosa travesía del Adriático. Y aunque sólo salga de mi apartamento para visitar a unos amigos, tomar una pizza, ver una película o pasar un rato en un bar, en Bari mi proximidad a la guerra no va más allá de los informativos de televisión y de los periódicos que llegan cada mañana a mi puerta. Podría estar perfectamente en Nueva York.
Por supuesto, es fácil mirar para otro lado cuando lo que ocurre no le está ocurriendo a uno. O si uno no se traslada adonde está ocurriendo. Recuerdo que, en Sarajevo, en el verano de 1993, una amiga bosnia me dijo con arrepentimiento que, en 1991, cuando vio por televisión las imágenes de Vukovar totalmente arrasado por los serbios, pensó para sus adentros: "¡Qué horror! Pero es en Croacia, eso nunca puede ocurrir aquí en Bosnia"... y cambió de canal. Al año siguiente, cuando empezó la guerra en Bosnia, lo vio de otra manera. Entonces, se convirtió en parte de una historia que otras personas veían por televisión y sobre la que decían: "Qué horror"... y cambiaban de canal.
Qué desamparada se siente "nuestra" pacífica y cómoda Europa ante toda esta matanza irracional y todo este sufrimiento que tiene lugar en la otra Europa. Pero no se pueden hacer desaparecer las imágenes... de refugiados, de personas que han sido expulsadas a centenares de miles de sus casas, de sus pueblos incendiados, y que se parecen a nosotros. Generaciones de europeos temerosos de cualquier idealismo, incapaces de sentir indignación excepto en los viejos arrebatos antiimperialistas de la guerra fría. (Sin embargo, por supuesto, el punto clave de esta guerra es que es la consecuencia directa del final de la guerra fría y de la caída de viejos imperios y rivalidades imperiales.). "Parad la Guerra, parad el genocidio", dcien las pancartas en las manifestaciones de Roma y de aquí, de Bari. Por la paz. Contra la guerra. ¿Y quién no lo está?Pero, ¿cómo se puede detener a los que se inclinan por el genocidio sin hacer la guerra?
Ya hemos pasado por esto. Los horrores, los horrores. Nuestros intentos de forjar una respuesta "humanitaria". Nuestra incapacidad (sí, ¡después de Auschwitz!) para comprender cómo pueden ocurrir esos horrores. Y conforme se van multiplicando los horrores, se vuelve todavía más incomprensible la razón por la que tenemos que responder ante ninguno de ellos (dado que no hemos respondido ante los demás). ¿Por qué este horror y no otro? ¿Por qué Bosnia o Kosovo y no Kurdistán, o Ruanda, o Tíbet?
¿No estamos diciendo que las vidas europeas, que el sufrimiento europeo es más valioso, que merece más la pena actuar para proteger esas vidas que las de los pueblos de África, Oriente Próximo y Asia? Una respuesta a esta repetida objeción a la guerra de la OTAN es decir claramente: sí, preocuparnos por el destino de la gente de Kosovo es eurocéntrico, y ¿qué tiene eso de malo? ¿Acaso no es la acusación de eurocentrismo en sí misma un vestigio más de la presunción europea, la presunción de la misión universalista europea: que cada parte del globo requiere la atención de Europa?
Si varios Estados africanos se hubieran preocupado por el genocidio de los tutsis en Ruanda (¡un millón de personas!) lo bastante como para intervenir militarmente, por ejemplo bajo el liderazgo de Nelson Mandela, ¿habríamos tachado esa iniciativa de afrocéntrica? ¿Les habríamos preguntado qué derecho tienen esos Estados a intervenir en Ruanda cuando no han hecho nada en nombre de los kurdos o de los tibetanos?
El otro argumento contra la guerra es que la guerra es... (una palabra maravillosa) "ilegal", porque la OTAN está violando las fronteras de un Estado soberano. Después de todo, Kosovo es parte de la nueva Gran Serbia llamada Yugoslavia. Que se fastidien los kosovares si Milosevic revocó su situación de autonomía en 1989. Es un inconveniente el que una vez fuera parte de Albania (la razón por la que el 90% de los kosovares son albaneses. Se les llama "albaneses étnicos" para distinguirles de los ciudadanos de Albania). Las fronteras cambian. Pero, ¿de verdad van a ser las fronteras nacionales, que han sido alteradas tantas veces en los últimos cien años, el criterio definitivo? Uno puede asesinar a su esposa en su propia casa, pero no en mitad de la calle.
Supongamos que la Alemania nazi no hubiera tenido ninguna ambición expansionista, sino que simplemente hubiera hecho una política de exterminio de todos los judíos alemanes a finales de los años treinta y principios de los cuarenta. ¿Creemos que un Gobierno tiene derecho a hacer lo que quiera en su propio territorio? Puede que los Gobiernos de Europa hubieran dicho eso hace 60 años. Pero, ¿aprobaríamos ahora esa decisión?
Traigamos esa suposición al momento presente. ¿Qué pasaría si el Gobierno francés empezara a asesinar corsos en masa, y expulsara al resto fuera de Córcega... o si el Gobierno italiano empezara a vaciar Sicilia o Cerdeña creando un millón de refugiados... o si España decidiera aplicar una solución final a su rebelde población vasca? ¿No estaríamos de acuerdo en que una coalición de poderes del continente tendría derecho a utilizar la fuerza militar para hacer que el Gobierno francés (o el italiano o el español) dejaran de actuar de esa forma, lo que probablemente implicaría derrocar a ese Gobierno?
Pero, naturalmente, eso no podría ocurrir, ¿verdad? No en Europa.Mis amigos de Sarajevo solían decir durante el asedio: ¿cómo puede "Occidente" dejar que nos pase esto? Esto también es Europa. Somos europeos. Sin duda, "ellos" no dejarán que vaya a más. Pero ellos -Europa- dejaron que ocurriera.
Porque algo verdaderamente horrible sucedió en Bosnia. Desde los campos de exterminio serbios en el norte de Bosnia en 1992, que fueron los primeros campos de exterminio en suelo europeo desde los años cuarenta, hasta las ejecuciones en masa de muchos miles de civiles en Srebenica y en otras partes durante el verano de 1995... Europa lo toleró.
Así que, obviamente, Bosnia no era Europa. Los que como yo pasamos algún tiempo en Sarajevo solíamos decir que, igual que el siglo XX comenzó en Sarajevo, el siglo XXI también lo hará. Si todas las opciones que tiene la OTAN parecen poco probables o intragables, es porque las acciones de la OTAN llegan con ocho años de retraso. A Slobodan Milosevic se le debió haber parado los pies cuando bombardeaba Dubrovnik en 1991.
En los años 1993 y 1994, los políticos estadounidenses decían que si no se intervenía en Bosnia, podíamos estar tranquilos de que sería la última vez que se dejaría que Milosevic se saliese con la suya. Y se trazó la raya: nunca se le permitiría hacer la guerra a Kosovo. Pero, ¿quién creía entonces a los estadounidenses? Los bosnios, no. Ni Milosevic. Ni los europeos. Ni siquiera los propios estadounidenses. Después de Dayton, después de la destrucción de la Bosnia independiente, era hora de volver a dormir... como si no se supiera cuál iba a ser la consecuencia lógica de la serie de acontecimientos desencadenados en 1989, con el acceso al poder de Milosevic y la revocación de la condición de autonomía para la provincia de Kosovo.
Si a Europa le está resultando difícil convencerse de que lo que ocurra en el rincón suroriental de Europa tiene importancia, imagínense lo duro que es para los estadounidenses considerar que el tema atañe a sus intereses. A Estados Unidos no le interesa pasarle esta guerra a Europa. A Europa no le interesa en absoluto recompensar a Slobodan Milosevic por la destrucción de Yugoslavia y la provocación de tanto sufrimiento humano.
El argumento de algunos es: ¿por qué no dejar sencillamente que el fuego se consuma? ¿Y la expulsión de un millón o más de refugiados a los países vecinos de Albania y Macedonia? Sin duda esto acarreará la destrucción del frágil estado de Macedonia y redibujará el mapa de los Balcanes... lo cual, sin duda, acabará en disputas, como mínimo entre Serbia, Bulgaria y Grecia. ¿Nos imaginamos que esto va a ocurrir pacíficamente? No es sorprendente que los serbios se presenten a sí mismos como víctimas (Clinton igual a Hitler, etc.) Pero resulta grotesco equiparar a las víctimas del bombardeo de la OTAN con la destrucción infligida a cientos de miles de personas en los últimos ocho años por medio de los programas serbios de limpieza étnica. No toda la violencia es igualmente censurable, no todas las guerras son igualmente injustas.
¿Ninguna respuesta contundente a la violencia de un Estado contra las personas que son, al menos de nombre, sus propios ciudadanos? (Que es lo que son la mayoría de las "guerras" hoy en día. No son guerras entre Estados). Los principales ejemplos de violencia en masa en el mundo actual son los cometidos por los Gobiernos dentro de sus propias fronteras reconocidas. ¿Realmente podemos decir que ante eso no hay respuesta? ¿Resulta aceptable que no nos tomemos en serio esos asesinatos por considerarlos guerras civiles, también conocidas como "odios ancestrales"? (Después de todo, el antisemitismo era una antigua tradición europea; de hecho, mucho más antigua que los odios ancestrales de los Balcanes. ¿Habría justificado esto que se permitiera a Hitler asesinar a todos los judíos del territorio alemán?) ¿Es verdad que la guerra nunca ha resuelto nada? (Pregúntenle a un negro de Estados Unidos si cree que la Guerra Civil de ese país no resolvió nada).
La guerra no es sólo un error, un fallo en la comunicación. Hay una maldad radical en el mundo, motivo por el cual hay guerras justas. Y esta es una guerra justa. Incluso aunque haya sido una chapuza.
Paremos el genocidio. Devolvamos a todos los refugiados a sus hogares. Encomiables objetivos. Pero, ¿cómo es posible que ocurra nada de esto a menos que se derroque el régimen de Milosevic? (Y lo cierto es que eso no va a pasar).
Es imposible saber cómo se desarrollará esta guerra. Todas las opciones parecen improbables, además de indeseables. Es impensable continuar indefinidamente los bombardeos, si Milosevic está dispuesto de verdad a aceptar la destrucción de la economía serbia; y es impensable que la OTAN deje de bombardear, si Milosevic sigue siendo intransigente.
Finalmente el Gobierno de Milosevic ha llevado a Serbia una pequeña porción del sufrimiento que ha infligido a los pueblos vecinos.
¿Cuánto tardarán los serbios en darse cuenta de que los años de la dictadura de Milosevic han sido un desastre sin paliativos para Serbia, dado que el resultado neto de la política de Milosevic es la ruina económica y cultural de toda la región, incluida Serbia, durante varias generaciones? Por desgracia, si de algo podemos estar seguros, es de que tardará en ocurrir.
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De EL PAIS, 24/04/1999
Imagen: Mapa de grupos étnicos, Yugoslavia
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