Hacía años que no me asomaba a sus páginas y,
como la última vez que lo abrí, tengo la tentación decir que este de Guillermo
Díaz-Plaja, fechado en 1936 y publicado anteriormente en el número 10 (enero de
1934) de la revista Cruz y Raya, es mejor título que ensayo, pero del que
todavía puedo rescatar algunos fragmentos como estas líneas iniciales:
«Cada vez se ve más claro: lo que importa es
quedarse solo. Tener fuerzas para hurtarse del naufragio y a-islarse
solitariamente».
Te quedas solo más sin proponértelo que adrede:
por no compartir entusiasmos, consignas o vilezas, por no aplaudir, por
cansancio o por hastío, por estropear la farra, por no marcar el paso, por
acedía y porque sí... y porque si te propones vivir con un mínimo de verdad, te
darás cuenta de que lo que tú tomas por tu verdad no a todos gusta, sobre todo
a los que hasta ayer te aplaudían y ven que de pronto vas en dirección
contraria, en otra, y denuncias el abuso, la canallada, tengan estos la bandera
que tengan. Te quedas solo si declaras que te has equivocado –«¡Traición!»
«¡Judas!» «¡Hideputa!»... ya estás lejos, más de lo que tú mismo sospechas – y
también si persistes en tu empeño irrenunciable de hablar de lo que tienes
delante de las narices, contra viento y marea, y a pesar de tu humor tornadizo,
admítelo, pacta con él, ponlo por delante. Además, recuerda, lo más común no es
que te vas, sino que te echan, que es muy distinto. Vete pues cuanto antes, abandona
la tribu de ocasión, la cuadrilla, ahora koadrilla, el bando, la banda, el
linaje, la parroquia, la cátedra... pies para qué os quiero, ¡Airé, airé!, que
gritaban las brujas de Zugarramurdi cuando emprendían el vuelo. Para cuando se
den cuenta ya estarás lejos.
«Vivir fuera del mundo en una geografía brumosa y
en una historia desvaída. Pero el mundo real existe: son los molinos y los
borregos en torno a Don Quijote (héroe de moda romántico), las calles sucias y
la miseria nacional en torno a Fígaro».
Habla Díaz-Plaja del combate de Larra contra el
mundo real, ese que le rodea y resiste, el que exorciza con su escritura y el
que, según él, le conduce a la muerte frente al espejo, aunque vete a saber
cuál es el último motivo que le lleva a alguien a marcharse de propia mano. Tú
bastante tienes con no morir aplastado en la escorredura, con sobrevivir a la
riada, con ir más lejos, aunque sea a parado. No hay pacto que valga.
Raro prestigio de la soledad. Séneca en una de
sus cartas a Lucilio recomendaba no colgar cartel de solitario. Oteiza los
colgaba en medio de sus arrebatos. Mac Orlan hablaba con sorna de esos
solitarios (él mismo) que se quedaban chatos a fuerza de aplastar la nariz
contra el vidrio de la ventana a la espera de algún providencial visitante.
D'Ors echaba a volar su solitarios del mundo uníos que con el tiempo o ya en su
momento, 1947, se hace divisa de zascandiles y de impostores que pasan por lo
que no son ni de lejos, pero la soledad viste y eso es lo que cuenta, vestir,
figurar. Pascal y su hombre solitario en la habitación apartada... no sigo.
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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 08/10/2015
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