JOSÉ CRESPO ARTEAGA
Este miércoles 21 de octubre a tiempo que abría los ojos encendí el televisor. Resulta que Su Excelencia había hecho madrugar a todos sus ministros, chambelanes de palacio, edecanes amarraguatos, y demás personal a su servicio. Hasta el cocinero de turno tuvo que estar a la orden para preparar algún mate o tecito que se le antojara a S. E. Había que estar preparados para trasladarse hasta Tiwanaku, el centro ceremonial más importante del planeta que, a su lado el emplazamiento de Stonehenge es un montón de piedras donde van turistas frikis. En Tiwanaku ha sido investido el nuevo Pachakuti (“el que mueve el mundo”, ya ven) no una sino varias veces con ceremonias como fotocopias para que el público se lo grabe bien en la memoria.
Así estaba yo, todavía somnoliento queriendo adivinar desde mi cálido lecho qué diantres se estaba celebrando en el salón de eventos Tiwanaku: si una nueva boda, un solsticio o el cumpleaños de S.E. En verdad, sentía algo de pena por todos esos funcionarios que habían sido obligados a madrugarle al sol, un tremendo sacrificio a más de cuatro mil metros de altura donde soplan a menudo vientos de los mil demonios y el aire helado de la puna que se deja sentir todo el año, más aun a esas horas. Seguía todavía mi confusión ante otro acto de despilfarro público, y eso que S.E. había pedido hace poco que había que amarrarse el cinturón para los malos tiempos que se avecinaban, pero parece que su aura sigue blindada contra todas esas preocupaciones de poca monta.
Entretanto, los sahumerios de los yatiris llegaban hasta mi televisor de tal manera que recuerdos pavlovianos me asaltaban como todos los viernes primeros de cada mes en los cuales me ando sofocando por las insufribles humaredas con olor a incienso que pululan en el vecindario. Pueblo de supersticiosos, amantes de modas pueriles que hasta oficinas de profesionales hacen humear sus despachos para atraer la buena suerte y, cómo no, el vil dinero. Que ya me perdí entre humos imaginarios y me desvié del asunto. El titular a pie de pantalla, en letras muy pequeñas anunciaba otro día histórico para la plurinación. Con la venia de los Apus y otros espíritus tutelares, S. E. tomaba aire y procedía a leer el discurso de las bienaventuranzas que le sucedieron al país desde que asumió el mando. El monolito detrás de él agradecía tener los oídos sellados para la eternidad. No así los diez millones de súbditos que eran testigos de otro hito personal de S. E., quizá el más insólito en la era de la información: los micrófonos daban fe que en nueve años, ocho meses y 27 días el promocionado paladín de la dignidad todavía no había aprendido a leer con soltura un texto sencillo, motivo por el cual no podrá añadir a su frondoso currículo ningún certificado de lectura veloz y cosa parecida que conceden algunos concursos de la lengua española. Eso sí, por alguna mágica razón, ya atesora más doctorados honoris que Vargas Llosa y García Márquez juntos.
Y hablando de certificados, S. E. concedió unos muy valiosos a cinco de sus ministros por el tiempo de permanencia junto a él, por sus noches y amanecidas en maratónicas reuniones de gabinete y por los interminables viajes acompañando al jefe. El ministro de Educación (en el mismo acto) nos pasaba el dato de que era el único presidente que había visitado todos los municipios del país, a diferencia de los anteriores mandatarios que por descuidados y perezosos habían cuidado la economía nacional. Como sabemos, a S.E. no le han faltado un avión exclusivo, helicópteros y caravanas de vagonetas todoterreno para recorrer sus dominios. Menos mal que en su imperio se pone el sol, que si no le faltaría el tiempo para alegrar las tardes de sus gobernados jugando al fulbito.
Así pues, el presidente más longeavo de la historia (reportera dixit) batía la marca del mariscal Andrés de Santa Cruz que había gobernado el país de manera continua entre 1829 y 1839, que entre otras cosas, había reorganizado el ejército para temor de los vecinos y creado la Confederación Perú-Boliviana para hacer frente al armamentismo chileno durante la época que precedió a la Guerra del Pacífico. A diferencia del que se supone uno de los mejores gobernantes que ha tenido el país; Evo Morales Ayma, Gran Guerrero del Arcoíris y Capitán General de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Antiimperialistas ha potenciado tanto con su liderazgo a las fuerzas castrenses que hoy son temidas por el imperio, según él mismo asegura. Y en apenas diez años ha puesto al país en el escenario mundial, cantan sus rapsodas y escribanos de toda pluma. Y según sus deseos todavía planea quedarse otros diez años o “según el pueblo decida”. La mar de transformaciones que nos aguarda: centro energético del continente, potencia espacial, industrial y nuclear, a la vuelta de la esquina. Los dioses nos contemplan azorados. Un hombre de recórds para un país de recórds.
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De EL PERRO ROJO, blog del autor, 22/10/2015
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