Durante años sintiendo lo mismo y jamás lo había
intelectualizado hasta ahora. Creo haber dado con la madre del cordero, con el
origen del problema, pero sin que esto sirva de mucho. Las soluciones me duran
menos que un suspiro. El descubrimiento es el siguiente: funciono como las
antiguas radios con perillas, esas donde el éxito de la audición se relacionaba
con la destreza del dedo índice para ubicar en el espacio justo. Ni un
milímetro a la izquierda ni a la derecha. Cualquier desviación traería un ruido
ensordecedor, como las tempestades del fin del mundo. Más aún cuando se trataba
de una emisora en onda corta como la Radio Moscú o como cuando intentaba
escapar de la sequedad de Puente Alto hacia el sonido marítimo de las radios de
Valparaíso. El trabajo lo debía hacer uno mismo, el dedo índice, a lo más el
pulgar, a veces con acierto y otras con esfuerzo.
Con la llegada del control (cuando hablé del
control remoto mi hija me hizo blanco de sus burlas), las cosas cambiaron y la
sintonía llegó sola. Claro, si es que había tal sintonía. Aquella radio que no
está disponible, simplemente no existe. Algo así como la lógica del
capitalismo.
Pero yo sigo siendo un hombre radio. Los días en
que logro sintonizarme adecuadamente todo andará sino bien al menos fluido. El
orgasmo mañanero, el desayuno, las micros vacías, el flirteo correspondido,
sonrisas generosas de mujeres en flor, trabajo automático y sin presiones, el
orgasmo nocturno reparador y un buen sueño. En caso contrario, si ando
desintonizado, todo saldrá mal, como hoy día, en que intento sintonizarme
escribiendo estas líneas para escuchar la onda corta de mi vida o la brisa
marina de las últimas vacaciones. Pero sólo hay un ruido ensordecedor.
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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 13/07/2012
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