EMILIO
LOSADA
La
piedra que se encima persistente
sobre
sus compañeros de sendero,
logrará
que tropiece alguien en ella.
José María
Fonollosa
Ciudad,
mujer y compinche. Pobrecilla la ciudad moderna, transformada en prostituta de
alto standing por obra –en varias de sus acepciones– y
(des)gracia del consabido triunvirato proxeneta: políticos, constructores y
banca (last but not least, no se nos vayan a olvidar los diferentes
cuerpos policiales y los medios, los perros guardianes y los propagandistas del
entramado, respectivamente; tanta o más grima da el manijero que el amo).
Incidir en el cúmulo de impunes despropósitos ya cansa, malditas sean sus
putrefactas calaveras; aunque, cuidado, también las nuestras, si no podridas
del todo sí al menos infectadas por el virus de la sumisión, uno de los más
nocivos precisamente porque se lo inocula uno mismo. Poco a poco esta exitosa
panda de indeseables fue abriéndose paso a codazos y nosotros, lejos de oponer
resistencia, nos batimos cobardemente en retirada: unos al menos logramos
instalarnos a tiempo en un cercano extramuros, a otros no les quedó otra que
aglomerarse en cualquiera de los confines más desabridos y medrosos de esa
ciudad reconvertida en mero parque temático para el turisteo fresa. Los
próceres, bien escoltados, avanzan al alimón y nosotros nos quedamos ahí
atolondrados, sin verlas o sin querer verlas venir, enredados en debates inanes
mientras vemos cómo nos arrebatan el pastel a cucharadas. La misma cantinela de
siempre, a veces nos merecemos lo peor. Ya lo dejó escrito con gran tino el
mejor Alberti en plena estafa del 29: Llevaba una ciudad dentro. / Y la
perdió sin combate. / Y le perdieron. Nada que añadir, los ángeles
rasos capitulan en todas las épocas. Nos queda un único consuelo: la búsqueda
desesperada del respiradero, del reducto con solera inauditamente condonado por
esta pérfida canalla; pequeñas ramas en el abismo cada vez más bajas y
quebradizas a las que algunos empecinados nos agarramos más que nada porque nos
va la vida en ello. «¿Qué será de Lisboa?», se preguntaba no hace tanto en un
memorable artículo el incansable husmeador de resquicios Enrique Vila-Matas. El
autor se temía lo peor y tristemente ahora podemos decir que acertó de pleno.
Jugaba con ventaja porque vive en Barcelona y se ha pateado medio mundo. Conoce
de primera suela el proceso, claro.
La ciudad
como personaje-escenario en la plétora y el descalabro y la mujer como ideal:
libre, bella, moderna, lúcida, autosuficiente, posromántica, escurridiza. Ventajas
de Occidente: ella elige, usa y desecha; está en su derecho, tiene ese poder,
ha costado, ya le tocaba. Sabes que la muchacha va a doler, pero si ves que hay
una mínima oportunidad te tiras a la piscina y ya si eso luego que se te afane
el baile. Y, tres de tres, el amigo-hermano, el igual, el lazo inquebrantable,
al menos sobre el papel; sus gozos y sus pesares que haces o deberías hacer
tuyos y viceversa, el a menudo inevitable distanciamiento, las especialmente
lacerantes consecuencias del desengaño. Las ciudades deshonradas que aparecen
en estas tres novelas: Sevilla, Barcelona, Madrid, Nueva York, Tánger y alguna
que otra más en segundo plano. Las mujeres: Lucía, Sophie y Ariadna. Los socios
de trasiego: Sandro y Jon, Robert y Landelino, Asier y Martín de Bilbao.
Ciudad,
chica y dupla compadre entonces; la lucha desesperada por preservar lo que
merece la pena ser preservado, intentarlo hasta donde se pueda y algo más allá;
el sitio, las personas y el momento; las lecturas, la vivencia y el viaje entretejiéndolo
todo –otra indispensable triada sin la cual nunca acaba de arrancar una obra de
arte que valga la pena– y la intención de seguir paladeando todo néctar lícito
o proscrito que se te ponga a tiro aunque te guardes en la manga la opción del
epicúreo recule si ves que la cosa se te está yendo de las manos. Y es que
sucede que uno le tiene un gran apego a la vida, con sus miles de contras y su
algún que otro memorable pro: a tomar por saco la monserga del bonito cadáver,
ninguno lo es, que la penca parca espere sentada y que se ande con ojo, que
igual queda alguna bala en buenas condiciones con la que batallarle la funesta
jugada, nada de pólvora mojada, como una vez escribió con la envidiable
maestría que lo caracteriza el gran Claudio Ferrufino-Coqueugniot, que de viejo
punk con la munición echada a perder nada de nada, ya dejé yo también por
escrito constancia de que una noche soñé en riguroso cinemascope que me
acorralaba en la parte de arriba de un saloon –una suerte de
lupanar pero sin putas– y que revólver en mano se dedicaba a dispararme con
flemática saña. Aunque el muy puñetero en ningún momento apuntó a dar, tan solo
pretendía meterme en vereda. Ya consciente concluí que aquello no fue más que
un sutil empero asaz persuasivo intento de arrancarme del tuétano esa maldita
pereza que a veces me embarga con el fin de que culminase de una santa vez mis
cagadas atoradas. Me considero / Un drogadicto de la página en blanco,
había leído esa misma noche a otro gigante de las letras oriundo de las Américas,
el maestro Nicanor, aún vivo por aquel entonces. Cerré el libro, apagué la luz
y al poco el mamonazo de Morfeo empezó a proyectar el onírico wéstern. Ya en la
mañana decidí aparcar los textos en transcurso y me puse a desarrollar el
manuscrito de unas cien páginas que pergeñé durante dos semanas en el verano de
2014, justo a la vuelta del primer merodeo por los resquicios supervivientes de
aquel decadente Tánger sin ínfulas ni smartphones cuya
progresiva alienación he podido ir testificando en cada posterior viaje. Se
trata mismamente de esta novela que ahora mucho más desarrollada tienen entre
las manos. No es la primera vez que una nouvelle engorda. Recuerden
si no lo del que gloriosamente transgredió para siempre los cánones del invento
hace cuatro siglos de nada. Todo parecido con la realidad es pura coincidencia.
La adhesión
pues como la respuesta que no flota precisamente en el viento o que si lo hace
irremediablemente acaba cayendo en las mancilladas aceras de alguna de estas
ciudades-manicomio referidas. Solo es necesario detenerse unos segundos para
recoger ese mensaje que viene a instarnos a poner algo de nuestra parte para
atenuar en la medida de lo posible la intensidad del desaguisado. Las tres
novelas que guardan conexión a este efecto: La quintaesencia
suave (2009), Aviones de fuego (2015 en México, 2017
en España) y Las horas de más, la inédita hasta este momento.
Ya hay trilogía. Y empezamos por la última no solo porque uno esté versado en
esto de hacer las cosas al revés, más bien por corresponder a la Editorial 3600
en general y a Willy Camacho en particular por la inmediata y entusiasta
disposición a esta propuesta: qué menos que ofrecerles en primer lugar la
primicia, por amables, animosos, defensores de las letras de riesgo… ¡y por la
osadía, claro que sí, sobre todo por la osadía, uno de los sustantivos más
hermosos, o al menos uno de los más necesarios en estos tiempos de mansos!
De las
novelas mejor decir poco aparte de invitar a su lectura. Que cada cual
desoville sus entresijos. Alguna reseña pueden encontrar por ahí más atinada de
lo que aquí yo podría comentar acerca de las dos ya publicadas (varias
precisamente tienen autoría boliviana). Uno detesta las sinopsis, algo nada
fuera de lo normal, eso que se lo guisen, coman y caguen las editoriales y
librerías holding, poco encuentro más contrario a la literatura que
anteponer el fondo a la forma. Por alguna razón que se me escapa me tiran los
porcentajes. Si se deciden por estas lecturas lo verificarán. Con respecto a
esta controversia estilo versus temática, dirimo la cosa en un 80% para lo
primero contra un 20% para lo segundo, justo como el porcentaje de magro y
grasa que dicen los entendidos que debe tener una buena picada para
hamburguesa. Ah, y todo al punto, esto es, sin demasiadas piruetas ni
enrevesados alardes, pretendiendo uno la a menudo imposible concisión, lo de
menos es más, ya saben, aunque mira que a mí eso me cuesta. Mis peores momentos
en los ya algunos años de experiencia en esto de publicar obras propias o pequeños
textos incluidos en obras ajenas o para la prensa han sido cuando me he visto
obligado a destripar parte de la trama de turno por exigencia editorial.
Siempre me resultó traumático, y no porque me falte experiencia en la lid: en
mi tiempo hube de escribir decenas y decenas de sinopsis de películas para la
televisión pública española, una larga y desgraciada historia que ahora no
viene a cuento. En cualquier caso, antes de que me arrepienta me voy a dejar
caer con una abstracción por cada una de estas tres novelas y voy ahuecando el
ala de aquí, ea:
La
quintaesencia suave:
el remordimiento.
Aviones
de fuego: la
pérdida.
Las
horas de más: la
negación.
Y ya he
dicho mucho.
Las
reediciones de las dos primeras novelas irán precedidas de unas líneas que versarán
sobre el momento vital que las engendró, que es algo más definitorio que
cualquier desvarío que yo pueda apuntar sobre tramas, así que ahora toca decir
algo más –poco– sobre esta primera/última. Como en las otras dos y en el resto
de mi obra, yo siempre parto a la hora de escribir de una ciudad. Ella por sí
misma me da el detonante, solo después aparecen los personajes y más tarde aun
el argumento, si es que lo hay, que tampoco estoy muy seguro. Ya he dicho que
esta novela empezó a redactarse tras eso que a veces tan ridículamente se
define como «viaje iniciático»: mi primera visita a Marruecos, una sorpresa de
aquella novia mía tan garbosa. La novelita la metí en un cajón quizá por
complejo de arribismo. ¿Otra maldita novela sobre Tánger?, debí pensar. No es
que me suela preocupar el qué dirán –si no, ¿a qué me iba a dedicar yo a esto,
y encima desde España?–, ocurre que soy humano y a veces me enfrasco en
devaneos que no conducen a nada. El caso es que al terminar de
redactar ese primer borrador me puse a otras cosas, entre ellas a darle la
puntilla a Aviones de fuego, y la jugada salió bien: meses después
gracias a esa novela crucé el charco por segunda vez, y con grandes albricias,
ya me referiré a la aventura llegado el momento. Un buen día recuperé aquella
novelita y la cosa se me fue de madre. El pasado y el presente de Asier lo
llevó a Madrid, Euskadi, el sur de Portugal, Chauen, Tetuán… De no haberle
cortado las alas a tiempo, seguro que el muy perillán de él acaba huroneando
por Finlandia. ¿Qué más dan los sitios y los motivos, no obstante? Ya digo:
primero aparece una ciudad, luego surgen los personajes y estos tiran por donde
les sale, yo solo callo la boca e intento contarlo de una forma original que no
tiene por qué tener sentido ni pauta, lo que tiene que haber sí o sí es ese
mínimo aporte en el estilo. Como lector no me encandila el escritor que sabe
escribir y ya, me encandila el que escribe distinto. Con esto no
quiero decir que yo lo haya logrado. ¡Ya quisiera! Me moriré en el intento, pero,
eso sí, me moriré intentándolo. Esa precisamente es la mayor motivación para
seguir insistiendo en esta ingrata encomienda: la búsqueda constante de una voz
peculiar. Ahí es nada. Otra: el feed-back. Porque, efectivamente,
uno escribe primero para sí mismo, por puro placer; pero está claro que si
pretende publicar lo hace también para los demás. Y a día de hoy puedo asegurar
que lo mejor de todo son las personas y los sitios que uno va conociendo entre
libros.
¿Y para qué
decir más? Bueno, solo dos cosas. No tengo ni idea de adónde me llevará
todo esto, pero son ya unos cuantos títulos y hay ciertos aspectos que tengo
muy claros:
1/ Nos han
vencido pero aún estamos enteros. Luchamos contra gigantes, hay muchísimas
opciones para el ocio, demasiadas. Uno sigue escribiendo porque lo necesita
tanto como el comer o el beber, lisa y llanamente. Lo de los escritores
lloricas que se guarnecen en el autocomplaciente paraguas del victimismo me
producen tanto rechazo como los exitosos autores mainstream a
los que aquellos suelen culpar de su fracaso. No puedo ni con unos ni con
otros. Y con los falsos aduladores que solo buscan la correspondencia ciega en
la lisonja, menos. El rollo del Sr. Lobo, solo tras culminar un buen trabajo.
Lo demás son cantos de sirenas encontradizas y porfías estratégicas de
escribemonas trepa.
2/ No
pienso volver a escribir cargado de odio. Ya no. Solo una vez lo hice. En Los
ángeles rasos, mi segunda novela. Es la única de mis obras de la que
reniego. Absolutamente fallida, exceptuando el título. Por eso lo he colocado
un poco con calzador al inicio de este texto. El odio brota de vez en cuando en
mis letras porque la vida está llena de aspectos detestables, pero no centra el
conjunto. No soporto las malditas banderas, los himnos, la gentrificación o el
abuso de poder, motivos no faltan para el cabreo. La situación en mi país, por
ejemplo. Me tiene desquiciado que los tres repulsivos partidos de derechas se
estén llevando al huerto a las masas obreras, me revienta sobremanera tener que
reprimir al nieto de Durruti que llevo dentro para adherirme con la nariz
tapada y la arcada contenida al mal menor que representa una timorata izquierda
de pitiminí más interesada en la corrección discursiva que en cambiar de una
puta vez las cosas. No son estos tiempos de burladeros y equidistancias. De vez
en cuando agito el avispero. Y mucho me temo que el cuerpo me va a pedir –lo
está haciendo ya– que lo haga con más saña. Seguramente así será, pero
intentaré tener en mente un precepto que puede parecer cursi pero, qué coño, es
una verdad como un templo, inapelable de todas todas: solo el amor salva.
A ver, si
es que no nos queda otra.
Se inicia
esta prescindible intro con un epígrafe del nada prescindible Fonollosa. Los
epígrafes se colocan por algo, y de este que he elegido –del divino Fonollosa
podría usar decenas de versos– se destila un deseo que comparto con el poeta
barcelonés. Cordialmente me despido de ustedes invitándoles a que tropiecen en
el mejor de los sentidos con todas o al menos con alguna de estas tres piedras
–y con las que hayan de venir– que irá dejando la Editorial 3600 en el camino.
Y si la cosa les agrada y se lo hacen saber a sus amistades, mejor que mejor,
que ya pueden imaginar lo necesitados que estamos los autores relegados a los
márgenes del boca a boca…
…porque ya
saben: la adhesión es la respuesta.
Sálvense y
salven.
Arrumacos
desde la remilgada Madrastra.
E.L.
Sevilla,
septiembre de 2021
_____
De EMILIO SIN TIERRA, blog del autor, 26/09/2021
Foto: Editorial
3600. Feria del Libro de La Paz, 2021
Chica de la bicicleta: Marieta Álvarez Ossorio