Wednesday, September 29, 2021

Prosas desde la locura


GUILLERMO NÚÑEZ JÁUREGUI

 

Me parece que ya podemos reconocer, como lo hacemos con los elementos kafkianos, los personajes, las atmósferas y los giros walserianos, ¿no es cierto? Mujeres fantasmagóricas o altivas, inalcanzables; y su reverso, mujercitas vulgares; pero sobre todo esos inquietantes personajes (a menudo los narradores de sus relatos) que parecen sentirse inquietos tanto en la ciudad y otros entornos disciplinarios (las oficinas, las escuelas, incluso los castillos), como en el campo (o en las tabernas y las pequeñas aldeas). Estos personajes, como señaló Walter Benjamin, provienen de la locura.

La inquietud de los “héroes” walserianos hace que se encuentren en constante movimiento: emprenden excursiones tonificantes (los paseos comarcales son típicos en esta obra), como si estuvieran en necesidad sostenida de lavarse el coco. Estos traslados hacen que sea walseriana también la aparición, por tanto, de habitaciones en renta, pequeñas buhardillas que son ocupadas sólo durante algunos días, así como los extraños benefactores de esos poetas o escritores o vagabundos en continua migración. Sobre los giros y la forma no tengo la convicción plena para hablar de un “estilo walseriano” (famosamente, nunca corregía sus textos), especialmente porque ante el desciframiento de sus microgramas parece que la prosa que avanza sin dificultad, sólo porque sí, fue su marca personal, grafómana; pero en sus relatos destacan también las irónicas cascadas adjetivantes, así como la habilidad para emular el estilo supuestamente neutro de los comunicados oficiales de distintos tipos.

Vuelvo a Robert Walser (1878-1956) aprovechando que su colección de relatos Vida de poeta (Poetenleben) cumple un siglo de haberse publicado. Además de haber aparecido durante una de sus épocas más prolíficas (cuando también escribió El paseoLa rosa y la compilación de prosas Sueños, entre otros), se trata de un buen botón de muestra de su trabajo (se incluyen veinticinco relatos): varias de las historias incluidas arrojan alusiones a otros textos que permiten pensar en la de Walser como una obra redonda, como ocurre con “De la vida de Tobold”. El cuento habla sobre el periodo que pasó el tal Tobold trabajando como mayordomo en un castillo, como lo hizo el mismo Walser a finales de 1905 en lo que fue la Alta Silesia (hoy Polonia), y como también se refleja en una de sus novelas breves más conocidas, Jakob von Gunten (1909). Pero Vida de poeta destaca por otra razón, por lo que hace al libro singular en la obra del escritor suizo, sin dejar de ello incrustarse firmemente en la constelación de sus obsesiones. Los momentos más interesantes del libro son en los que parece darle atención a lo infraordinario, como se lee en la dupla “Discurso a una estufa” y “Discurso a un botón”. Estos dos cuentos funcionan como espejos, obviamente; tanto la estufa como el botón en cuestión son tratados más o menos antropomórficamente, sólo que mientras la estufa brilla por su indiferencia altanera (como lo hacen tantas mujeres en los textos de Walser…), el botón es celebrado por su heroica discreción (como los protagonistas de muchos de sus relatos).

La atención desmedida que se le da a la estufa y al botón no puede explicarse sin “La pieza rara”, el relato que les precede, y que cuenta cómo un escritor cede su tiempo (con suma concentración y esfuerzo) a un paraguas que cuelga de un viejo clavo: «Conozco a un escritor que, tras varias semanas de esforzarse inútilmente por dar con algún tema apropiado, tuvo al final la divertida idea de organizar un viaje de exploración debajo de su cama», inicia el relato. ¿El resultado de la «temeraria y peligrosa empresa»? «…igual a cero». Mientras el escritor se devana el seso buscando un nuevo tema ve de pronto «ante sus narices, un espectáculo tan insólito e interesante como nunca hubiera osado esperar que vería en su vida». ¿A saber? «En la pared gris, negra y cubierta de moho, había un viejo clavo herrumbroso del que colgaba un paraguas». El relato termina con una imagen: el escritor se encuentra a solas, en su habitación fría (no tiene suficiente dinero para calentarla), y tras ver el texto que le ha dedicado al paraguas que cuelga del viejo clavo, suspira.

También “La pieza rara” espejea con otros dos relatos de Vida de poeta, dedicados a las ridículas vanidades de los escritores profesionales y que Walser, colaborador de distintos periódicos y revistas literarias, conocía tan bien. Se tratan de “La nueva novela” y “El talento”. Con un tono menos satírico y más bien enigmático, Walser vuelve al tema del escritor en los últimos dos cuentos del volumen, “El obrero” (tal vez uno de sus relatos más políticos, donde se hace mención a la guerra y a la manera en que las ideas desaparecen al servicio de la patria) y “Vida de poeta”. Lo inquietante en estos relatos es la manera en que Walser trata a los escritores (y a las pasiones tristes de otros creadores, como se lee en “Los artistas”); como si se trataran de goznes de la sociedad, con la distancia archicitada del entomólogo.

Tal vez sea esa la razón por la que Walser le dedicó también un texto a La bella durmiente, por el hechizo que arroja la imagen de un reino que permanece estático (como ocurre con aquello a lo que le prestamos atención, pero también como los artistas que pretenden vivir en torres de marfil): «Un sopor profundo y centenario no es, sin duda, una nimiedad. ¡Veamos la cosa un poco más de cerca!». La descripción que hace Walser en este texto, donde todo un reino se reactiva al quebrarse el hechizo, también recuerda la oscilación de sus personajes, que ven necesario ir de la vida ajetreada a la tranquila vida campirana, y viceversa. El escritor que prefiere refugiarse en castillos o salones literarios, aislado del mundo y la intemperie, donde, de espaldas a las costumbres altivas y elegantes, se usan, en cambio, palabrotas, ¿se comporta así por ser demasiado lúcido? El loco, en cambio, sabe darle uso a la “glosa venal”, como lo puso Benjamin: «no como el periodista que quiere ennoblecerla “elevándola” hacia sí, sino aprovechando su despreciable y modesta actitud para extraer lo que ella tiene en sí de vivificante, lo que posee de purificador».

La traducción de Juan José del Solar de Vida de poeta se publicó en 2010 (como muchas otras obras de Walser, a través de Siruela).

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De LA TEMPESTAD, 12/03/2018

 

Monday, September 27, 2021

LA TRILOGÍA DE LA ADHESIÓN


EMILIO LOSADA

 

La piedra que se encima persistente

sobre sus compañeros de sendero,

logrará que tropiece alguien en ella.

José María Fonollosa

 

Ciudad, mujer y compinche. Pobrecilla la ciudad moderna, transformada en prostituta de alto standing por obra –en varias de sus acepciones– y (des)gracia del consabido triunvirato proxeneta: políticos, constructores y banca (last but not least, no se nos vayan a olvidar los diferentes cuerpos policiales y los medios, los perros guardianes y los propagandistas del entramado, respectivamente; tanta o más grima da el manijero que el amo). Incidir en el cúmulo de impunes despropósitos ya cansa, malditas sean sus putrefactas calaveras; aunque, cuidado, también las nuestras, si no podridas del todo sí al menos infectadas por el virus de la sumisión, uno de los más nocivos precisamente porque se lo inocula uno mismo. Poco a poco esta exitosa panda de indeseables fue abriéndose paso a codazos y nosotros, lejos de oponer resistencia, nos batimos cobardemente en retirada: unos al menos logramos instalarnos a tiempo en un cercano extramuros, a otros no les quedó otra que aglomerarse en cualquiera de los confines más desabridos y medrosos de esa ciudad reconvertida en mero parque temático para el turisteo fresa. Los próceres, bien escoltados, avanzan al alimón y nosotros nos quedamos ahí atolondrados, sin verlas o sin querer verlas venir, enredados en debates inanes mientras vemos cómo nos arrebatan el pastel a cucharadas. La misma cantinela de siempre, a veces nos merecemos lo peor. Ya lo dejó escrito con gran tino el mejor Alberti en plena estafa del 29: Llevaba una ciudad dentro. / Y la perdió sin combate. / Y le perdieron. Nada que añadir, los ángeles rasos capitulan en todas las épocas. Nos queda un único consuelo: la búsqueda desesperada del respiradero, del reducto con solera inauditamente condonado por esta pérfida canalla; pequeñas ramas en el abismo cada vez más bajas y quebradizas a las que algunos empecinados nos agarramos más que nada porque nos va la vida en ello. «¿Qué será de Lisboa?», se preguntaba no hace tanto en un memorable artículo el incansable husmeador de resquicios Enrique Vila-Matas. El autor se temía lo peor y tristemente ahora podemos decir que acertó de pleno. Jugaba con ventaja porque vive en Barcelona y se ha pateado medio mundo. Conoce de primera suela el proceso, claro.

La ciudad como personaje-escenario en la plétora y el descalabro y la mujer como ideal: libre, bella, moderna, lúcida, autosuficiente, posromántica, escurridiza. Ventajas de Occidente: ella elige, usa y desecha; está en su derecho, tiene ese poder, ha costado, ya le tocaba. Sabes que la muchacha va a doler, pero si ves que hay una mínima oportunidad te tiras a la piscina y ya si eso luego que se te afane el baile. Y, tres de tres, el amigo-hermano, el igual, el lazo inquebrantable, al menos sobre el papel; sus gozos y sus pesares que haces o deberías hacer tuyos y viceversa, el a menudo inevitable distanciamiento, las especialmente lacerantes consecuencias del desengaño. Las ciudades deshonradas que aparecen en estas tres novelas: Sevilla, Barcelona, Madrid, Nueva York, Tánger y alguna que otra más en segundo plano. Las mujeres: Lucía, Sophie y Ariadna. Los socios de trasiego: Sandro y Jon, Robert y Landelino, Asier y Martín de Bilbao.

Ciudad, chica y dupla compadre entonces; la lucha desesperada por preservar lo que merece la pena ser preservado, intentarlo hasta donde se pueda y algo más allá; el sitio, las personas y el momento; las lecturas, la vivencia y el viaje entretejiéndolo todo –otra indispensable triada sin la cual nunca acaba de arrancar una obra de arte que valga la pena– y la intención de seguir paladeando todo néctar lícito o proscrito que se te ponga a tiro aunque te guardes en la manga la opción del epicúreo recule si ves que la cosa se te está yendo de las manos. Y es que sucede que uno le tiene un gran apego a la vida, con sus miles de contras y su algún que otro memorable pro: a tomar por saco la monserga del bonito cadáver, ninguno lo es, que la penca parca espere sentada y que se ande con ojo, que igual queda alguna bala en buenas condiciones con la que batallarle la funesta jugada, nada de pólvora mojada, como una vez escribió con la envidiable maestría que lo caracteriza el gran Claudio Ferrufino-Coqueugniot, que de viejo punk con la munición echada a perder nada de nada, ya dejé yo también por escrito constancia de que una noche soñé en riguroso cinemascope que me acorralaba en la parte de arriba de un saloon –una suerte de lupanar pero sin putas– y que revólver en mano se dedicaba a dispararme con flemática saña. Aunque el muy puñetero en ningún momento apuntó a dar, tan solo pretendía meterme en vereda. Ya consciente concluí que aquello no fue más que un sutil empero asaz persuasivo intento de arrancarme del tuétano esa maldita pereza que a veces me embarga con el fin de que culminase de una santa vez mis cagadas atoradas. Me considero / Un drogadicto de la página en blanco, había leído esa misma noche a otro gigante de las letras oriundo de las Américas, el maestro Nicanor, aún vivo por aquel entonces. Cerré el libro, apagué la luz y al poco el mamonazo de Morfeo empezó a proyectar el onírico wéstern. Ya en la mañana decidí aparcar los textos en transcurso y me puse a desarrollar el manuscrito de unas cien páginas que pergeñé durante dos semanas en el verano de 2014, justo a la vuelta del primer merodeo por los resquicios supervivientes de aquel decadente Tánger sin ínfulas ni smartphones cuya progresiva alienación he podido ir testificando en cada posterior viaje. Se trata mismamente de esta novela que ahora mucho más desarrollada tienen entre las manos. No es la primera vez que una nouvelle engorda. Recuerden si no lo del que gloriosamente transgredió para siempre los cánones del invento hace cuatro siglos de nada. Todo parecido con la realidad es pura coincidencia.

La adhesión pues como la respuesta que no flota precisamente en el viento o que si lo hace irremediablemente acaba cayendo en las mancilladas aceras de alguna de estas ciudades-manicomio referidas. Solo es necesario detenerse unos segundos para recoger ese mensaje que viene a instarnos a poner algo de nuestra parte para atenuar en la medida de lo posible la intensidad del desaguisado. Las tres novelas que guardan conexión a este efecto: La quintaesencia suave (2009), Aviones de fuego (2015 en México, 2017 en España) y Las horas de más, la inédita hasta este momento. Ya hay trilogía. Y empezamos por la última no solo porque uno esté versado en esto de hacer las cosas al revés, más bien por corresponder a la Editorial 3600 en general y a Willy Camacho en particular por la inmediata y entusiasta disposición a esta propuesta: qué menos que ofrecerles en primer lugar la primicia, por amables, animosos, defensores de las letras de riesgo… ¡y por la osadía, claro que sí, sobre todo por la osadía, uno de los sustantivos más hermosos, o al menos uno de los más necesarios en estos tiempos de mansos!

De las novelas mejor decir poco aparte de invitar a su lectura. Que cada cual desoville sus entresijos. Alguna reseña pueden encontrar por ahí más atinada de lo que aquí yo podría comentar acerca de las dos ya publicadas (varias precisamente tienen autoría boliviana). Uno detesta las sinopsis, algo nada fuera de lo normal, eso que se lo guisen, coman y caguen las editoriales y librerías holding, poco encuentro más contrario a la literatura que anteponer el fondo a la forma. Por alguna razón que se me escapa me tiran los porcentajes. Si se deciden por estas lecturas lo verificarán. Con respecto a esta controversia estilo versus temática, dirimo la cosa en un 80% para lo primero contra un 20% para lo segundo, justo como el porcentaje de magro y grasa que dicen los entendidos que debe tener una buena picada para hamburguesa. Ah, y todo al punto, esto es, sin demasiadas piruetas ni enrevesados alardes, pretendiendo uno la a menudo imposible concisión, lo de menos es más, ya saben, aunque mira que a mí eso me cuesta. Mis peores momentos en los ya algunos años de experiencia en esto de publicar obras propias o pequeños textos incluidos en obras ajenas o para la prensa han sido cuando me he visto obligado a destripar parte de la trama de turno por exigencia editorial. Siempre me resultó traumático, y no porque me falte experiencia en la lid: en mi tiempo hube de escribir decenas y decenas de sinopsis de películas para la televisión pública española, una larga y desgraciada historia que ahora no viene a cuento. En cualquier caso, antes de que me arrepienta me voy a dejar caer con una abstracción por cada una de estas tres novelas y voy ahuecando el ala de aquí, ea:

 

La quintaesencia suave: el remordimiento.

Aviones de fuego: la pérdida.

Las horas de más: la negación.

 

Y ya he dicho mucho.

Las reediciones de las dos primeras novelas irán precedidas de unas líneas que versarán sobre el momento vital que las engendró, que es algo más definitorio que cualquier desvarío que yo pueda apuntar sobre tramas, así que ahora toca decir algo más –poco– sobre esta primera/última. Como en las otras dos y en el resto de mi obra, yo siempre parto a la hora de escribir de una ciudad. Ella por sí misma me da el detonante, solo después aparecen los personajes y más tarde aun el argumento, si es que lo hay, que tampoco estoy muy seguro. Ya he dicho que esta novela empezó a redactarse tras eso que a veces tan ridículamente se define como «viaje iniciático»: mi primera visita a Marruecos, una sorpresa de aquella novia mía tan garbosa. La novelita la metí en un cajón quizá por complejo de arribismo. ¿Otra maldita novela sobre Tánger?, debí pensar. No es que me suela preocupar el qué dirán –si no, ¿a qué me iba a dedicar yo a esto, y encima desde España?–, ocurre que soy humano y a veces me enfrasco en devaneos que no conducen a nada.  El caso es que al terminar de redactar ese primer borrador me puse a otras cosas, entre ellas a darle la puntilla a Aviones de fuego, y la jugada salió bien: meses después gracias a esa novela crucé el charco por segunda vez, y con grandes albricias, ya me referiré a la aventura llegado el momento. Un buen día recuperé aquella novelita y la cosa se me fue de madre. El pasado y el presente de Asier lo llevó a Madrid, Euskadi, el sur de Portugal, Chauen, Tetuán… De no haberle cortado las alas a tiempo, seguro que el muy perillán de él acaba huroneando por Finlandia. ¿Qué más dan los sitios y los motivos, no obstante? Ya digo: primero aparece una ciudad, luego surgen los personajes y estos tiran por donde les sale, yo solo callo la boca e intento contarlo de una forma original que no tiene por qué tener sentido ni pauta, lo que tiene que haber sí o sí es ese mínimo aporte en el estilo. Como lector no me encandila el escritor que sabe escribir y ya, me encandila el que escribe distinto. Con esto no quiero decir que yo lo haya logrado. ¡Ya quisiera! Me moriré en el intento, pero, eso sí, me moriré intentándolo. Esa precisamente es la mayor motivación para seguir insistiendo en esta ingrata encomienda: la búsqueda constante de una voz peculiar. Ahí es nada. Otra: el feed-back. Porque, efectivamente, uno escribe primero para sí mismo, por puro placer; pero está claro que si pretende publicar lo hace también para los demás. Y a día de hoy puedo asegurar que lo mejor de todo son las personas y los sitios que uno va conociendo entre libros. 

¿Y para qué decir más? Bueno, solo dos cosas. No tengo ni idea de adónde me llevará todo esto, pero son ya unos cuantos títulos y hay ciertos aspectos que tengo muy claros:

1/ Nos han vencido pero aún estamos enteros. Luchamos contra gigantes, hay muchísimas opciones para el ocio, demasiadas. Uno sigue escribiendo porque lo necesita tanto como el comer o el beber, lisa y llanamente. Lo de los escritores lloricas que se guarnecen en el autocomplaciente paraguas del victimismo me producen tanto rechazo como los exitosos autores mainstream a los que aquellos suelen culpar de su fracaso. No puedo ni con unos ni con otros. Y con los falsos aduladores que solo buscan la correspondencia ciega en la lisonja, menos. El rollo del Sr. Lobo, solo tras culminar un buen trabajo. Lo demás son cantos de sirenas encontradizas y porfías estratégicas de escribemonas trepa. 

2/ No pienso volver a escribir cargado de odio. Ya no. Solo una vez lo hice. En Los ángeles rasos, mi segunda novela. Es la única de mis obras de la que reniego. Absolutamente fallida, exceptuando el título. Por eso lo he colocado un poco con calzador al inicio de este texto. El odio brota de vez en cuando en mis letras porque la vida está llena de aspectos detestables, pero no centra el conjunto. No soporto las malditas banderas, los himnos, la gentrificación o el abuso de poder, motivos no faltan para el cabreo. La situación en mi país, por ejemplo. Me tiene desquiciado que los tres repulsivos partidos de derechas se estén llevando al huerto a las masas obreras, me revienta sobremanera tener que reprimir al nieto de Durruti que llevo dentro para adherirme con la nariz tapada y la arcada contenida al mal menor que representa una timorata izquierda de pitiminí más interesada en la corrección discursiva que en cambiar de una puta vez las cosas. No son estos tiempos de burladeros y equidistancias. De vez en cuando agito el avispero. Y mucho me temo que el cuerpo me va a pedir –lo está haciendo ya– que lo haga con más saña. Seguramente así será, pero intentaré tener en mente un precepto que puede parecer cursi pero, qué coño, es una verdad como un templo, inapelable de todas todas: solo el amor salva.

A ver, si es que no nos queda otra.

Se inicia esta prescindible intro con un epígrafe del nada prescindible Fonollosa. Los epígrafes se colocan por algo, y de este que he elegido –del divino Fonollosa podría usar decenas de versos– se destila un deseo que comparto con el poeta barcelonés. Cordialmente me despido de ustedes invitándoles a que tropiecen en el mejor de los sentidos con todas o al menos con alguna de estas tres piedras –y con las que hayan de venir– que irá dejando la Editorial 3600 en el camino. Y si la cosa les agrada y se lo hacen saber a sus amistades, mejor que mejor, que ya pueden imaginar lo necesitados que estamos los autores relegados a los márgenes del boca a boca… 

…porque ya saben: la adhesión es la respuesta.

Sálvense y salven.

Arrumacos desde la remilgada Madrastra.

E.L.

 

Sevilla, septiembre de 2021

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De EMILIO SIN TIERRA, blog del autor, 26/09/2021

Foto: Editorial 3600. Feria del Libro de La Paz, 2021
Chica de la bicicleta: Marieta Álvarez Ossorio

 

 

Wednesday, September 22, 2021

40 años no es nada: Felipe Delgado en el tiempo


CHRISTIAN JIMÉNEZ KANAHUATY

 

1979 marca en definitiva un momento particular en la historia política del país. Está, por un lado, el golpe a Natusch Bush. Está también la conmemoración del centenario de la Guerra del Pacífico. Está el final de una década. Y está el final de una dictadura y el paréntesis que se abrirá hacia otra dictadura. Pero también está el momento creativo dentro de la estética que contempla la escritura de ficción como una manera de continuación de la vida cotidiana por otros medios.

En ese sentido, la publicación de la primera novela de Jaime Sáenz marca un antes y un después en la tradición narrativa nacional. Esto del antes y después es problemático porque establece una revisión ejecutada con posterioridad en el tiempo. En ese momento no se sabía qué tipo de impacto y recepción tendría. Lo que sí se sabía con más o menos claridad era que Felipe Delgado había sido una novela que demoró mucho en ser escrita y publicada. Debido al aura de su autor pasó a convertirse en un objeto de culto y tardó 28 años reeditada por Plural editores en 2007. Y según el pie de imprenta fue en agosto. En cambio, la edición de Difusión, marca como fecha de salida de imprenta el 25 de noviembre de 1979. Y la reimpresión se realiza un año después. Pero con la anécdota de que hacía la mitad del libro, la tipografía cambia porque las planchas originales habían sido reutilizadas y, por tanto, fundidas.

En interesante que un libro cambie de tipografía mientras va siendo impreso. Y al mismo tiempo, mientras se va leyendo, porque es como si el ritmo, las palabras y el mismo tono cambiasen. No sólo la tipografía cambia, el mundo que postula la novela también transita hacia una transformación.

Se habla mucho de que la novela trata sobre la ciudad de La Paz y es cierto, pero también están Chile y sus playas; además existe un paisaje que se perfila y que no es el de la ciudad. Están las laderas, y se enfilan las montañas como marco visual y ritual que queda de manifiesto cuando el luminoso espacio descrito representa lo lunar, apocalíptico y desértico; que es, por otro lado, la geografía en la que tiene cabida uno de los pasajes más extraños y estremecedores de la novela, aquel en el cual Felipe Delgado sufre un trance místico que, luego, pasa a ser el detonante para su desaparición.

Y esto es llamativo porque es en cierto modo la novela sobre un escape. El personaje principal de la novela –Felipe Delgado– se fuga del registro de la narración y solo sabemos de él por rumores de los demás personajes y por el diario/crónica que leemos como único registro que deja Delgado para que sepamos que aparentemente sigue con vida.

Es, ciertamente, una novela que profundiza en personajes extravagantes, pero que en sus conversaciones destilan un conocimiento del mundo que parecería ser propio de iniciados. No solo está el retruécano como forma de comunicación. Existe en el libro un modo de conversar que circunda el tema para agotarlo desde el margen. Pocas veces se abordan los temas frontalmente. Se hace claro esto cuando la política se hace presente en largas conversaciones alrededor de las figuras protagónicas de la política de las cuatro primeras décadas del siglo XX en Bolivia.

Al ejercer juicios de valor y sentencias morales sobre estos personajes políticos, parecería que se resume el espíritu político de la novela. Aquello contra lo que se enfrenta y aquello que pretende señalar en el tiempo de la memoria.

En otro orden de cosas, se puede decir que la novela gana en público por el mito del escritor que se teje alrededor de la vida y obra de Jaime Sáenz. Y ocurre lo mismo que con cualquier clásico, se habla de él, pero pocos realmente han leído el libro, lejos del mito. Hay que recordar, sin embargo, que la condición de clásico es en parte ésa. Que el público se haya apropiado de la obra sin saber muy bien de qué trata; esto hace que el libro haya pasado de las librerías al mercado a través de los puestos de libros de segunda mano en su versión pirata. Y esto marca también otro momento para la crítica, porque ya no se trata de fijar si es un buen libro o si es importante.

La pregunta pasa a ser otra de ahora en adelante. Se puede preguntar sobre cómo está hecho. Sobre el sentido de las metáforas y del conocimiento gnóstico que se despliega y que parece ser solo un delirio. Se puede interrogar la novela como interpretación de la primera mitad del siglo XX y también como novela contra la que se enfrenta cierta tradición contemporánea de la narrativa en Bolivia y como tal vez, modelo de lo que se podría seguir escribiendo. Porque lo que está claro es que la presencia de Jaime Saenz como poeta dejó mucha más resonancias y herederos que como narrador; pero este fenómeno habría que preguntarse a qué se debe y cómo puede ser leída la novela en el presente en relación a la tradición que le antecede y a la narrativa que prefigura y presiente. 

Junto a esto, ya no habría que detenerse en la respuesta de que Jaime Saenz era un escritor que bebía. o que viajó a Alemania para afiliarse brevemente en las juventudes nazis. Detenerse en estos aspectos del autor no es que hagan sombra al análisis de la novela. Al contrario, podrían ayudar a entender la relación que existe entre esa parte de la vida de Saenz y Los papeles perdidos de Narciso Lima Achá (la segunda novela de Saenz). Luego de ello, sería interesante pensar la relación que se establece entre ambas novelas.

Tal vez el tema de la identidad, del paisaje, de la memoria y de la estética del júbilo como motivos estén presentes para entender el gobierno de la vida. Y es que en las novelas puede estar presente también el registro temático pormenorizado de un ideario que se desarrollará cerrando temas y posibilidades a través de la poesía. Y esto porque en el Felipe Delgado existen ecos fundacionales de los libros Muerte por el tacto, El frío y Aniversario de una visión. En cierto modo podría pensarse que en el Felipe Delgado se establece un programa temático y argumental que se desplegará con mayor intensidad en la poesía.

Finalmente, 40 años resultan ser un ciclo importante para marcar la huella del análisis que sobre el libro se realizó. Pero al mismo tiempo, se podrían rastrear otras vertientes que alimentan la novela y que hasta el momento no se han registrado.

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De PÁGINA SIETE, 19/09/2021

  

Tuesday, September 21, 2021

Pampa Grande


PABLO CINGOLANI

 

El camino llegaba hasta Curva Alegre. El nombre del poblacho le venía del río a su vera; lo de alegre vaya uno a saber, tal vez el sentimiento era el del propio pionero, de aquel que vio primero la potencialidad del lugar para establecer una casa, resguardada de las crecidas del Tambopata, el río. Y fue así que se quedó en esa playa protegida de los rigores de la naturaleza, allá por los 60s cuando empezó a bajar el camino desde la capital provincial, desde Sandia.

Esos años, el 2000, Curva Alegre ya tenía olor a factoría, a economía de enclave, a saqueo y devastación. Esos años, paradoja o qué, estaban las Naciones Unidas, si la ONU, impulsando un proyecto de cultivo y comercialización del café. Se trataba de preservar al recién creado Parque Nacional Bahuaja Sonene que venía a reemplazar a la ZRTC, la Zona Reservada Tambopata-Candamo, emblemática por entonces, popular incluso por la difusión de un docudrama titulado Candamo, que mostraba a tres simpáticos indios Ese Ejjas reapropiándose simbólica y visualmente del que había sido parte de su territorio ancestral.

El proyecto, hay que decirlo, tuvo resultados: una década después, la variedad local conocida como “tunki”, ha ganado premios internacionales y la fiesta cafetalera –que se realiza en el municipio distrital de San Pedro de Putina Punco- atrae a cientos de personas, incluso a alguna Miss Perú que fue nombrada embajadora del café de la selva.

Naciones Unidas fue la que construyó la ahora famosa pista de aterrizaje en San Ignacio. Nunca entendimos porqué habían hecho eso. San Ignacio era parte de un rosario de comunidades de colonizadores que crecieron a orillas del camino que terminaba en Curva Alegre. Lo que supusimos fue que los burócratas de la ONU para ahorrarse el traqueteo de ingresar a la zona desde la ciudad de Puno y estar dos días con el culo pegado al asiento de un carro, habían hecho la pista para ahorrarse esas molestias, dada su gran contribución al desarrollo local en una región tan aislada y desfavorable. Luego, ironías aparte y como siempre sucede en estos casos, el proyecto acabó, los cómodos funcionarios de la ONU se rajaron pero la pista quedó allí, en medio de la selva, a escasos kilómetros de la frontera con Bolivia.

Cada vez que íbamos por allí, preguntábamos por el uso y el estado la pista de marras. Una de esas, la respuesta fue, a la vez, la más desopilante y la más trágica. Alguien nos dijo que llegaban avionetas con peregrinos que acudían a adorar a un Cristo que había aparecido en una piedra o en una peña cercana. ¿Y de dónde vienen las avionetas, pata? De Colombia, seca y cortante, fue la respuesta. No dudamos: la “pistita” de la ONU ahora la estaban usando los narcos. Algunos años después, alguien nos dijo que la pista era destruida y reconstruida. La venían a destruir los del ejército peruano, la fuerza antidrogas. ¿Y quién la reconstruye, pata? No sabemos, contestan los lugareños a lo Fuenteovejuna. Viene el ejército y cava zanjas y mete dinamita pero al otro día, la pista está de nuevo lisa, operable.

Digo que la pista es famosa porque acabo de leer una investigación especial del periódico paceño La Razón donde informa que allí, en San Ignacio, las autoridades peruanas capturaron una avioneta boliviana dedicada a sacar droga desde Perú para meterla en Bolivia.

A nosotros, desde esa primera vez que llegamos por esos lados, en la mismísima Curva Alegre, nos habían ofrecido droga para comprar. Como nuestro aspecto era más bien de hippies consumidores, a la primera negativa, el ofertante aclaró que no se trataba de droga en gramos, sino de kilos. Si queríamos podíamos llevarnos un kilo de PBC, Pasta Base de Cocaína, o la cantidad que quisiéramos. Droga sobraba.

La última vez que fuimos por ahí, hace tres años, nos contaron que ahora la joda tenía foco en Pampa Grande, donde la desembocadura del río Azata en el Tambopata. La primera vez que estuvimos en Pampa Grande fue el año 2001, y el camino aún se demoraba en llegar. Mi recuerdo del caserío es inolvidable: fue el primer sitio del mundo donde encontramos una tienda que vendiese cerveza, tras estar internados un par de semanas en el monte. Cuatro años después, el camino ya la había alcanzado y Pampa Grande se había vuelto el centro de operaciones clave de todo el saqueo de madera que asolaba al Parque Nacional Madidi. El Madidi queda enfrente de Pampa Grande, sólo hay que cruzar el río Tambopata.

Ahora también Pampa Grande es un sitio renombrado.  Dicen los periódicos y los “expertos” en seguridad del Perú que era una de las comandancias del “Hamilton” o “El Pablo Escobar de Puno”, que fue capturado hace unos meses. Nosotros vimos cómo desde allí, “mulas” de los narcos se embarcaban río abajo y aguas bravas rumbo a Puerto Maldonado en botes improvisados. Algunos mueren en el intento: algunos rápidos del río son clase IV. (Difícil. Aguas blancas muy turbulentas pero predecibles. Huecos y olas de hasta dos metros, remolinos considerables para una embarcación. Pueden existir cascadas de consideración. La navegación requiere muy buena técnica y conocimiento del río. Existen pasos estrechos que requieren maniobras técnicas complicadas).

Las noticias de los periódicos peruanos también dicen que Pampa Grande se convirtió en una base de Sendero Luminoso, montada por el propio “camarada Gabriel” (el número 2 de SL) en persona antes de morir a manos de la Brigada Especial Antiterrorista “Lobo”, creada por Ollanta Humala para acabar con los irregulares.

Si uno revisa las noticias de los diarios de Lima, uno puede volver a sentir la experiencia apocalíptica de releer Historia de Mayta de Vargas Llosa en clave narco.

Sobre la muerte de Martín Quispe Palomino (Gabriel) junto con el camarada Alipio (el número uno de SL), uno puede encontrarse en La República con lo que copio sobre “Lobo”, según fuentes vinculadas a la propia brigada antiterrorista: “Es una experiencia similar a la confluencia de fuerzas del gobierno de los Estados Unidos para ubicar y eliminar a Osama bin Laden. Se conjugaron los esfuerzos de inteligencia para detectar al blanco, y cuando se confirmó su eventual presencia, intervinieron las fuerzas especiales para completar la misión, todo bajo la supervisión del presidente Barack Obama y sus secretarios. Funcionó (…)  En ‘Lobo’ confluyen la experiencia en inteligencia antiterrorista de la Dircote y la Dirandro y la capacidad de las brigadas especiales de las Fuerzas Armadas. Unos se deben a los otros y viceversa. Todos bajo un solo mando. El fracaso o la victoria es de todos”.

En fin, no escribiré más. Sólo diré, a lo Hemingway: parece que hay una guerra, al otro lado del río y entre los árboles.

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De SENA (Servicio de Noticias Ambientales), 25/11/2013

 

Nota imprescindible: encontré este texto fechado el 25/11/2013, googleando información a raíz del aluvión informativo a propósito del fallecimiento de Abimael Guzmán. Quería saber si había alguna noticia nueva sobre uno de los denunciados “santuarios” de los hermanos Quispe Palomino donde nosotros habíamos trabajado muchos años, como cuenta la crónica. Lo único relevante que encontré es la ficha de buscado del único sobreviviente del clan, Víctor, en la página web de la DEA gringa. De ahí tomé la foto que se incluye en este envío.

El texto original fue tomado de http://senaforo.net/2013/11/25/fob1792/

 


Sunday, September 19, 2021

ÚLTIMAS PALABRAS - WILLIAM S. BURROUGHS


El miércoles 30 de julio de 1997, Burroughs escribió la última entrada en su diario, intuyendo su partida, la definitiva marcha más allá del umbral: «No hay nada. No hay sabiduría final ni experiencia reveladora; ninguna jodida cosa. No hay Santo Grial. No hay Satori definitivo ni solución final.

Últimas palabras es sin dudas el libro más íntimo de William S. Burroughs, uno de los malditos tutelares de la literatura contemporánea. Se trata del diario que el autor llevó durante los últimos nueve meses de su vida, y abarca todos los ámbitos de su interés: la crítica cultural, la literatura, las drogas, la ecología, sus diatribas políticas, sus amigos ignotos y famosos, los miedos y miserias de la vejez, los vaivenes de la creación literaria y su irrefrenable pasión por los gatos. Trata también sobre la muerte ¿en su caso inminente?, y en esa vena reflexiona sobre el fallecimiento de dos de sus grandes amigos ¿Allen Ginsberg y Timothy Leary? para hacer luego un recuento de su existencia y de sus propios arrepentimientos. En suma, esta suerte de testamento constituye un retrato conmovedor y crepuscular del mayor autor de la Beat Generation, polémico como nadie, provocador como pocos, que ni la sombra del final fue capaz de amedrentar.

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Del blog personal del autor, 16/09/2021

 

  

Los buenos, los malos y los desesperados


ROBERT BROCKMANN

 

En el año 70, tras la primera gran rebelión contra la ocupación romana, los judíos fueron masivamente expulsados de su propia patria, Judea o Palestina. Fue el inicio de ese calvario milenario llamado la Diáspora. Los judíos fueron obligados a dispersarse alrededor del mundo entonces conocido, que estaba en su mayoría ocupado por el Imperio Romano. Podían, y de hecho lo hicieron, asentarse en la propia Roma, pero no podían regresar a su patria.

251 años  después, es decir en el año 321, hacen hoy 1.700 años, se registró la primera presencia de judíos en la ciudad de Colonnia Agrippina, ciudad-fortaleza romana en la orilla izquierda del río Rin, entonces la frontera entre la cultura y la civilización romana y los agresivos e indomables bárbaros selváticos germanos.

Aquella presencia judía originaria fue el inicio de una larga convivencia entre judíos y alemanes, con momentos fulgurantes y oscuridades profundas, que tendría un indeseable desenlace con la llegada de Adolf Hitler al poder en 1933 y el consiguiente Holocausto de seis millones de judíos europeos.

Mauricio Hochschild –un perfecto villano según nos contó el MNR– nació judío, seglar y alemán, hizo fortuna en Bolivia y regresó a Alemania en 1935 a rescatar a su familia de las garras de los nazis. Fue tan espantoso lo que vio, que decidió rescatar a tantos judíos como fuera posible. De regreso a Bolivia, persuadió de ello al presidente Germán Busch, quien, generoso, abrió con un decreto supremo fechado el 8 de junio de 1938 las puertas de Bolivia no solo a los judíos, sino a toda persona de buena voluntad y disposición al trabajo.

Sin estar el país realmente preparado, Busch en persona recibió un río de cartas de solicitud de información: ¿formularios, condiciones, requisitos, canales, responsables, instituciones? No había nada. Una de esas cartas, fechada en diciembre de 1938, era de un ingeniero vienés –ese año la Alemania nazi se había anexionado a Austria– de 37 años, Rudolf Lawner, a quien los nazis habían dejado sin posibilidades de trabajar.

Busch, desesperado ante el flujo, le pidió a su canciller, Eduardo Diez de Medina, que mandara traducir las cartas. Diez de Medina, tan abrumado como Busch, no pudo o no quiso. Los pisó el tiempo y Lawner terminó sus días en un campo de exterminio nazi. “Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada”, sentenció Edmund Burke.

Por las mismas fechas, también en Viena, la familia del niño Wilhelm (Guillermo en Bolivia) Wiener buscaba cómo huir de los nazis. Su padre, Bernhardt, no sentía que su primera identidad fuera judía y se consideró protegido como oficial del Ejército y haber luchado con el uniforme austriaco los cuatro años de la Gran Guerra. Pero nada. En la Noche de los Cristales Rotos los nazis lo encerraron en un campo de concentración. Suerte dentro de la desgracia, el hijo mayor de la familia, Hans, ya estaba en Bolivia

¿Cómo había llegado Hans a Bolivia? Un amigo suyo, miembro de la SS lo ayudó a abordar un tren (los judíos tenían vedado el transporte público) hasta la frontera con Suiza y allí, otro guardia de la SS, amigo del primero, hizo de la vista gorda mientras Hans cruzaba un río fronterizo. “Si crees que no puedes llegar a la orilla opuesta y regresas, te disparo”, le advirtió. Desde Suiza, Hans llegó a Bolivia gracias a la red tendida por Hochschild y Busch.

En Bolivia, de alguna manera, Hans accedió al ministro del Interior, el general Demetrio Ramos, ya durante el gobierno del general Carlos Quintanilla, quien le preguntó si tenía más familia atrapada en Europa. Hans dio los detalles y Ramos instruyó al consulado boliviano en Viena otorgar visas para los Wiener. Emigrado a sus siete años, a don Guillermo Willy Wiener, los viejos paceños le debemos los cines Universo y Monumental Roby, en alguna medida el cine Bolívar y miles de películas.

“Yo me sentía tan alemán como cualquier alemán católico o protestante, sólo que de religión judía”, diría nuestro Werner Guttentag, que murió en 2008 sintiéndose cochabambino. El padre de Werner, Erich, igual que Bernhardt Wiener, tampoco se sentía particularmente judío y se sintió al principio protegido por el uniforme alemán que visitó durante la Primera Guerra.

Pero eran los nazis quienes definían quién era judío y Erich fue internado en Buchenwald. Pero allí también habría de intervenir la providencia y la bondad de los malvados.

Cuando Margarethe, la madre de Werner, fue a recoger unos certificados de antecedentes penales para interceder por la libertad de su marido, un oficial de Policía de apellido Rau le ordenó permanecer en su oficina “sin importar qué” hasta nueva orden. Margarethe quedó encerrada toda la noche.

Al ser liberada al día siguiente, se dio cuenta de que Rau la había protegido de la Noche de los Cristales Rotos, el 9 de noviembre de 1938, cuando hordas de nazis asesinaron a cientos de judíos en las calles o en sus casas en todo el Reich (otros 300 se suicidaron esa noche).

Sucedieron milagros. Erich fue liberado de Buchenwald con la condición de emigrar. La pareja dio con la red de Hochschild y los tres Guttentag terminaron afincados en Cochabamba, gracias a lo cual tenemos Los Amigos del Libro y una industria editorial moderna.

Con su soberana estupidez, la aberración nazi mutiló así uno de los componentes de la cultura occidental, greco-romana, judeo-cristiana, que se ha visto así sustancialmente empobrecida.

No faltaron los miserables. Es cierto que la presencia súbita de varios miles de judíos (dependiendo de la fuente, entre 7.000 y 22.000) en las pequeñas ciudades de la precaria Bolivia de 1938-1940 tuvieron un impacto innegable y hasta traumático. Escritores y políticos encabezaron brotes de antisemitismo que no llegaron a mayores. A la larga, la contribución judía a la vida nacional fue un incremento en la calidad de los servicios y la cultura, un enriquecimiento de la diversidad y una institución única: el anticrético.

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De PÁGINA SIETE, 12/09/2021

 

 

Tuesday, September 14, 2021

Carta y notas


IGOR QUIROGA

 

¿Se puede decir la hermosura? ¿La hermosura existe? ¿En qué mundo de estos en los que hoy trajina, no la gente, la miseria, existe la hermosura?

 

Ciertamente no: la hermosura no existe. La hermosura es un retrato bello del infierno, un hacer de tripas corazón, la insensatez de llamarle amor al abandono, memoria al asilo bizarro donde se pasean vivos y muertos, conversando 1919, esquina calle Mantuleasa... Las admisibles fotografías con sabor a comidas y olor a trago que me acerca mi hermano Claudio Ferrufino Coqueugniot, sus calles de texto por las que anda el frío amaridado de Tolstoi con silbando Bob Dylan, a la vuelta de la esquina...

Hoy Cochabamba -dicen- está de fiesta: yo sigo viendo cómo es de bella mamá que no acaba de despedirse; sigue peinándome con los dedos, la cabeza mía apoyada en su pecho, mientras oigo su voz leyéndome Raptado; sigue agitando la mano en la escalera del avión, de vuelo a Buenos Aires...

 

Tomo un sorbo, siempre penúltimo, de café fuerte y me oigo saludar - ¡Buenos días, Muti! ¡Buenos días, Claudio! Luego veo mi sombra salir por la puerta hacia la calle: son las nueve de la noche, hora de quedarme en casa. Y yéndome a escribir.

 

Cuando estés en Cochabamba iremos a visitar la tumba de mi abuelo Haim Gold Marcus, nacido en Iassi -Rumanía, en 1896. La calle Mantuleasa está en Bucarest y es aquella en la cual hubo una escuela, 1919 el año, en ella echaron amistad Mircea Eliade y mi abuelo: recuerdo cómo lloró al ver la fotografía del historiador de las religiones en la revista Stern, que recibíamos en casa. ¡Mi amigo se ha hecho un hombre importante para el mundo, dijo; para mí siempre lo fue! Ocurrió en los primeros años 70. La tesitura de lo escrito es una frase velada, un guiño de mí a mi yo-no. Puro sentimiento subjetivo: intimidades máximas compartidas al  lector. Gracias por preguntar.

 

No conservo mi entrevista a Borges, pero alguien puede conseguirla. Se publicó en Hoja de Prueba, suplemento de Opinión. La entrevista aquella es ciertamente ficticia. La anécdota que te confidencio es, en cambio, verdadera. Me llamo Igor porque ese es el nombre del soldado soviético que le salvó la vida en el invierno de la Segunda Guerra cuando los nazis iban de invasión a la URSS. La historia es larga. Baste decir, por ahora, que es el padrastro de mi madre Delia y el único abuelo que conocí y tuve. Murió en 1977, un día como hoy, 14 de septiembre. Sus restos se hallan bajo la lápida del Cementerio Israelita. Cuando voy lavo la tumba, me pongo la quipa y dejo la piedra caliente de mi puño, cantando. De niño fui a la sinagoga de la calle Junín y soy circunciso, aún canto en rumano y loas sé hebreas, que mis hijos y familia demás también. Mis padres eran cristianos católicos. Yo no termino de profesar el agnosticismo.

 

Sí, hablando de Bashevis Singer, en la Polonia de la calle Kroshmalna, Varsovia. Te haré, de bienvenida, unos lotkis y luego una sopa fría de verano: borsh de San Petersburgo: remolacha, cubos de hielo, pimienta negra y limón, con albóndigas pequeñas de pescado. Y beberemos vodka a la manera rusa, ¿sabes?

14 de septiembre, 2021

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Imagen: Viejas casas de Iassi/Dan Hatmanu

 

 

Marina Tsvietáieva: poemas de una amazona desde el después de Rusia


OLGA AMARÍS DUARTE

 

Existe en la mitología eslava una criatura, mitad mujer, mitad ave, que vive eternamente ajena en las inmediateces del paraíso sin poder llegar a él, observando de lejos, y desde siempre, el convite de sus dioses paganos. Pájaro de la clarividencia, el Gamayun es una figura profética que sabe los secretos del más allá y aquello que el destino depara a los mortales. Su canto, extraño, hermoso hasta el dolor e imposible de descifrar, guarda las claves del devenir humano. Marina Tsvietáieva, con su poesía órfica, sus “bienaventurados jeroglíficos” y sus diarios prolépticos, uniendo el tiempo pasado con el que, irremediablemente ha de llegar, son notas de este canto musitado a altas horas de la noche, cuando los niños duermen, a la lumbre de un samovar de la época zarina, en una buhardilla destartalada cuyo único tesoro es la biblioteca enterrada en el piso de abajo.

Por esta sutil confluencia entre lo cotidiano y lo remoto, la montaña y el precipicio, la obra de Marina Tsvietáieva se torna inclasificable. En verdad, está escrita por alguien que, perteneciendo a la época del zar Pedro I, tal vez mucho antes, a la época de los bogatyres y de Ruslán y de Liudmila, recibe su primera educación en la atmósfera decadente de finales del siglo XIX. Su padre, a menudo ausente, es un notable filólogo e historiador del arte, profesor de la universidad de Moscú y fundador del museo Pushkin. Su madre, María Mein, es una pianista de talento, discípula de Rubinstein, de origen polaco e intransigente con los devaneos ensoñadores de su díscola hija, a la que en vano intentará corregir: “Tienes un don especial de no mirar a dónde debes, ni lo que hay que mirar…”.

De los primeros albores del siglo XX, Marina recibe la influencia de las corrientes acteístas y simbolistas, sobre todo de Anna Ajmátova, Aleksandr Blok y de Ósip Mandelstam, llegando a entablar conocimiento con las grandes personalidades de la intelectualidad de la Edad de Plata rusa. Y aun así, ella no pertenece a ninguna de estas épocas; como el Gamayun las observa de lejos, “exiliada dentro del exilio”, escéptica y lúcida frente a los falsos entusiasmos. En su ansia de indeterminación, queda suspendida en la brecha de un tiempo que ni ha sido ni ha llegado todavía:

Unos me creen bolchevique, otros monárquica, otros ambas cosas, y ninguno comprenden de qué se trata.

La esencia de la obra de Tsvietáieva es trágica porque narra lo vivido en la intensidad de la inmediatez. En oráculos, uniendo los presagios, la ficción y la mántica, relata a su manera, como poeta y como mujer, las tres revoluciones que le tocó mal-vivir: la de 1905 y las dos de 1919, además de la Guerra Civil, la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, el terror estalinista y el exilio. Joseph Brodsky, gran venerador de la poeta, dirá al respecto:

Lo trágico no le llegó después, en su biografía: había existido desde antes. Su biografía sólo coincidió con lo trágico y le respondió como un eco.

Trágicamente poética, Tsvietáieva escribe su autobiografía en versos como los que le remite a Boris Pasternak (amigo-confidente-mecenas-amante), cuando éste le pide, en abril de 1926, que le haga una presentación para la supuesta publicación de un diccionario bibliográfico de los escritores del siglo XX:

Las cosas que más amo en el mundo: la música, la naturaleza, la poesía, la soledad. Total indiferencia por la opinión pública, por el teatro, por las artes plásticas, los espectáculos. Mi sentido de la propiedad se limita a los hijos y a los cuadernos de trabajo. Si tuviera un escudo, grabaría en él: “Ne daigne”. La vida es una estación, pronto partiré: adónde no os lo diré.

La propia escritura ejerce aquí de arúspice desvelando su misterio blasonado: “Ne daigne”, “No consientas”. La fragilidad de la palabra de Marina se sustenta por esta aspiración a no ceder, a no doblegarse ante la cotidianidad. Sublime sin interrupción, el arte de escribir es una defensa contra el hielo color de tiza y contra “la bota del destino sobre líquido barro”: la batalla ganada a una realidad que a la noche se hilvana como telar de un sueño:

Me niego a vivir
en el manicomio de los monstruos;
me niego a aullar
con los lobos en las plazas.


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De EL VUELO DE LA LECHUZA, 16/07/2021

 

 

 

Lucky (Man)


MAURIZIO BAGATIN

 

Pedro Infante canta Con el tiempo y un ganchito, un hombre solitario es su Karma, la acción que lo redime.

“Lo que yo veo no tiene por qué ser lo que ves tú”, se parece a una poesía de Walt Whitman, a una canción del juglar Dylan. América fue un sueño desde Tocqueville, una Sand Creek lo deturpó, ahora soledades y nomadland visitan las tumbas de Martin Luther King, el Ground Zero, el cementerio de Arlington… soledad y soledades, hombres solos que edifican sueños en sus memorias… Lucky Man canta Alan Price… en el acto de escribir se intenta hacer de la vida algo más que un acto personal, de liberar la vida de lo que la aprisiona dijo Gilles Deleuze, mientras hacía filosofía con el cine… Lucky Man cantan los Emerson, Lake & Palmer.

Lucky encierra en sí todos los hombres antes del último hombre, el hombre último en estar solo en la tierra; luego vendrá la verdad, vendrá la sonrisa.

Tanta poesía encierra esta película, verla una sola vez es perderse de muchos detalles, verla varias veces es descubrir cada vez algo nuevo de nuestras vidas, nuestra soledad, la tortuga de Zenón, una niña budista que sonríe a su destino: la muerte. 

14 septiembre 2021

 

Monday, September 13, 2021

Arábica, de Pablo Cerezal, el riesgo de leer el poso del Mediterráneo


JULIA ROIG

 

La última novela de Pablo Cerezal, Arábica (Chamán Ediciones, 2021), es un regreso a la Ítaca privada de cada uno, una huida o incluso una invención de la misma, un viaje emocionante, sin duda y un riesgo. Música, historia, sexo, Mediterráneo y Café en el pulso agitado de este escritor tan osado como hondo e inteligente que demuestra, una vez más, su dominio del ritmo y la palabra. Arábica nos invita a jugar y juega con nosotros, después dependerá de cada lector cuánto se aventure a sumergirse a pulmón y a corazón abierto es este mar de oro negro y su historia.

La prosa poética de Pablo Cerezal inunda esta travesía bifronte, la eterna búsqueda dentro y fuera de uno mismo, las dudas y las confesiones, el desarraigo del migrante. Tratando de dar sentido esas raíces que sobrevuelan o naufragan en este Mare tan Nostrum y en ocasiones tan de nadie. La identidad, la libertad, la cultura, las creencias, conceptos tan épicos y poderosos que acaban convirtiéndose en la plomada o túnel de nuestras decisiones.

…encontrar lo que, tal vez sin comprender, siempre había deseado de la literatura: la anotación, la desconexión, el hilo sin hilo argumental ni argumento ni falta que le hace a lo que desea ser expresado y revienta como flor venenosa o carnívora que deglute pastiches y racionalismos con el único ánimo de expresar lo inexpresable: la vida en desarrollo, el dolor y la herida, el ansia y el capricho, la rebeldía y el desperdicio, la vida, así, tal cual, sin ambages.

Arábica nos habla con frenesí del Café, nos lleva por ciudades como París, Tánger, Túnez, Estambul, Beirut o Granada y nos introduce por unos instantes en sus Cafés míticosLe Procope, el Kiva Han o el Gemmaizeh son solo algunos, todo ello de la mano de una melomanía alquímica y nunca aleatoria en la obra de este autor, itinerario impregnado por Led ZeppelinDavid BowieThe Doors y Oum Kalthoum, entre otros.

El protagonista de esta odisea es Munir, periodista, giróvago, derviche enamorado de una poderosa hetaira, Tiziana, un personaje ardiente, una mezcla de Monelle y Beatrice, una musa libérrima y perdida en sus propios sueños. Y Francesco, conociéndose a sí mismo, inmerso en un mar de dudas provocado por la lectura y descubrimiento de Genet, sintiéndose tan culpable como excitado.

El Café, como idioma universal, revolución, discusión intelectual, encuentro cómplice, brebaje mágico o hilo conductor. Dicen los sufíes que lo tomaban para mantenerse alerta durante sus devociones nocturnas, así nos incita Arábica a ser leída, alerta y con devoción.

…ha de gustarte el sabor amargo y potente del café, su espesura de fechoría amable, para degustar uno en su versión turca. La taza de ajada porcelana rebosante de espumarajos oxidados que parecen huir de su vórtice, desde donde contempla al consumidor la negritud más absorbente. La espuma, con su premeditada ausencia de geometría –nada de corazones y florestas garabateados con crujiente espuma, como gustan los atildados clientes de los Cafés europeos–, ha ido depositándose hervor a hervor en un proceso minucioso y certero.

Y el Mediterráneo, cuna de civilizaciones o caos fronterizo, pecio poético y doliente del que se sirve el autor como espejo turbio para enfrentarnos a la realidad, usándolo como metáfora de nuestras vidas, nuestras luchas, nuestros fracasos, nuestro pasado, cuando no entendemos que el miedo y las ganas de vivir son universales.

…el ruido de los demás, los otros, los extraños, los extranjeros, aunque hayan crecido entre las mismas cuatro paredes que nosotros, independientemente de si son o no hermanos, padres, madres, amigos, primos, sobrinos, conocidos o simplemente alguien que pasaba por allí para pedir por favor si podemos dejarle hacer una llamada de teléfono.

Arábica, una novela tan arriesgada como enriquecedora, que demuestra un inmenso respeto por la literatura y por el lector. Un placer necesario que muchos estábamos esperando.

Extranjeros, hoy, somos todos.

 

Arábica, Chamán Ediciones, 2021

 


Pablo Cerezal
 nació en Madrid en 1972. Ha publicado la novela de culto Los cuadernos del Hafa (2012), el diario poético Breve historia del circo (Chamán Ediciones, 2017), el libro de crónica periodística Al-Maqhaa (2017), así como, junto a Claudio Ferrufino-Coqueugniot, el volumen de crónicas urbanas Madrid-Cochabamba (2015). Su vinculación al mundo de la música queda patente en los textos que aporta a las antologías literarias Hey Bob (homenaje a Bob Dylan) y Lift Off (homenaje a David Bowie). Autor del texto introductorio para el box-set Canciones 87-17, de Bunbury y del que acompaña al disco Baladas de plata, de Chencho Fernández. Es también letrista del músico Álvaro Suite. En el medio audiovisual ha sido guionista, junto a José Ramón da Cruz, de los documentales Madrid-Cochabamba (2015) y Geometría del esplendor (2016). Como viajero ha colaborado con medios periodísticos de varios países, como Frontera D (España), La Razón (Bolivia), Esto no es una revista (Argentina) y Red Marruecos. Mantiene los blogs Postales desde el Hafa y Vislumbres de El Dorado.

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De CULTURAMAS.ES, 13/09/2021

Wednesday, September 8, 2021

Blues lunar


PABLO CINGOLANI

 

Esa luna que labraba la piel de los tapires y besaba los quebrachos blancos de monte adentro, por los lados de Ravelo y las salinas donde se esconden los ayoreos.

Esa luna con toborochi y canto, esa luna con soledad y espanto.

Esa luna tan altiva que nos lamía como las arenas bravas del Iso-So.

Esa luna tan rubí como las flores del guayacán que bailaban con las aguas que siempre se ausentaban del Alto Parapetí.

Esa luna que era tu luna, Bonifacio, Kuarata-Guajú –Sombra Grande, amante, guerrero, poeta.

Y tal vez por eso, tu tumba, se alza en el lugar con el nombre más bello de todos: Arakuaarenda –Encrucijada de Pájaros.

 

* * *

 

Esa luna la volví a ver en Curahuara, cuando no había la carretera a Chile. Esa luna era la luna del suboficial Calisaya que se chupaba -grave chupaba- y lloraba. Lloraba por un volcán: por el Sajama. Ya era cincuentón y áspero y los del cuartel ya no lo dejaban subir: “Te vas a morir, Calisaya”. No treparía más al Sajama, seis kilómetros y medio más cerca del cielo.

 

Lloraba Calisaya y me abrazaba

Un milico en el medio de la estepa y de la noche me abrazaba

y ahí entendí que un hombre solamente llora cuando no lo dejan luchar más, cuando le quitan lo que más ama y no la puede pelear

 

Calisaya, como yo, amaba las montañas y no se imaginaba su vida sin ellas. Hermano, le dije: imagínate esa luna en la cumbre del cerro –el viento azufroso de los Karangas me partía la boca. Imagínate esa luna y que va con vos hasta la cumbre del cerro. Siempre estarás allí. Siempre vas a estar allí para mí, Calisaya.

 

* * *

 

Era la misma luna que nos cortejó con Guillermo y con Gastón en Challacollo, donde nadie te espera y nadie te invita porque no había nadie, sólo una antigua capilla que se devoraban los médanos. Viento y arena: luna de amparos, lírica luna, luna buena. O la luna, tan luna ella, de la lejana Cobija, luna atacameña, que la esperamos parir tan sólo para verla besar las cruces salitreras más tristes, las más olvidadas de todas. O la luna en Mizque, color zapallo.

 

* * *

 

Todas esas lunas, y todas las lunas, están ahora delante mío. De mi dolor, pero también de mi alegría. De mi pasado, de mi futuro. Me desatormenta: la veo inundando el panqa qiurwa de tanta majestad, de tanta serenidad, que siento hasta el fondo lo que el amauta Arguedas me dijo la primera vez que me puse a escribir frente a la w´aka: uno, no puede mercar con la bondad o con la maldad del mundo. Uno lo siente o no lo siente. Lo mismo decía Tata Rodolfo Kusch. Lo que pasa es que nos hemos olvidado. Sucede.

 

Laderas de Aruntaya, 8 de septiembre de 2021


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Imagen: El Tarot de Xul Solar

 

Monday, September 6, 2021

Escritores ácidos y escritores alcalinos


MAURIZIO BAGATIN

 

Platón maestro de Aristóteles… ningún canon logrará aceptarlos; hay quien lucha contra su Layo, quien profetiza el futuro incierto. Hay quien leerá a Camus y Balzac, otros Céline y Henry Miller, mientras el Sena sigue su plácido recorrido. Un Tabucchi que baraja ideas y escritores: Pessoa y Kafka son platónicos y con ellos el clarividente ciego, Borges. Si pudiéramos clasificarlos en ácidos y alcalinos: ¿quién haría estremecer las mandíbulas a cada verso, con sus sonetos en escabeche? ¿Y quién recordaría el metal frío que refriega, con su lengua neutra, nuestros imperfectos metabolismos literarios? El precursor no fue vencido; el discípulo, con el tiempo, madurará.

Septiembre 2019

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Imagen: Balzac, por Rodin

 

 

LA SUERTE DEL RIO Y LA CIUDAD


JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN

 

Se han escrito millones de páginas sobre el río, los ríos, desde la mitología a la historia, la poesía a la geografía, el urbanismo o la agricultura. El río, es simplemente uno de los grandes habitantes del imaginario humano, así como siempre fue cuna de civilizaciones y culturas, cuando no todo un ser aparte y vivo de grandes ciudades a las que forma y tipifica, tan famoso como ellas mismas.

Pero de todas formas, lo sabemos, independientemente de su tamaño y su volumen, de su fama o variabilidad estacional, el río, donde sea, es el personaje principal de miles de ciudades por todo el mundo y cuyo mismo origen se confunde con el de antiguos cauces, orillas y parajes.

Es el caso de Cochabamba y el Río Rocha. Y es de la historia y el devenir de ambos, de su “gran amor y gran divorcio” que trata el afortunado, el pertinente libro “Elementos para una historia ambiental del río Rocha. Un enfoque ecocrítico y biorregional”, de Carlos Crespo Flores y Laura Crespo Peñaranda.

Tomar al río como tema (justo cuando éste se encuentra poco menos que moribundo) da cuenta, por supuesto, de una gran inteligencia práctica y que se pregunta, con urgencia, sobre los más cercano y lo más concreto, lo que directamente nos atañe y hoy, con su pestilencia, nos acusa. A partir de un tema tan puntual, se despliega toda una historia y se revelan políticas y actitudes, versos, historias de vida, fotos, cuadros, memorias. Por el cauce del río no sólo es agua la que corre.

Para tratar su tema, los autores despliegan, inicialmente un gran conocimiento bibliográfico, centrado en la ecocrítica, y se pasean por varios libros que tratan de temas aledaños y ayudan a entender, en toda su magnitud, el problema de un río y sus cuencas, un paisaje y sus derivas, una ciudad y su torpe crecimiento. En resumen, se trata de la causa de un cauce y la calidad de un caudal.

Hay, por supuesto una historia ambiental y una historia del propio río, de su encuentro y de cómo era el paisaje antiguo, cómo la ciudad se fue formando cerca suyo y cómo en tiempos ahora ya lejanos, el río fue amado, visitado, vivido, y cantado.

Aparte de hermosas fotos antiguas (generalmente debidas a Rodolfo Torrico) que se van mostrando, los autores también se preocuparon de leer y encontrar cuanta mención literaria hubo del río y hay páginas entonces que son un festín de sabrosas citas, desde autores ya olvidados a plumas contemporáneas, de Nataniel Aguirre o Adela Zamudio a Terán Cabero.

Y de no ser por este libro, por ejemplo, nunca nos hubiéramos enterado de que don Mario Unzueta, recordado como uno de los muy buenos pintores del valle en sus mejores épocas, también era autor de poemas, y entre ellos, estos versos tan hermosos:

Quisiera mojar mis pies en la ribera

para saber lo que ha escuchado el río

Pero después de tan amables introducciones y páginas inevitablemente nostálgicas, venidas desde una perspectiva “ecológico social”, después de minuciosas descripciones e historias, el libro termina “reconstruyendo cronológicamente el proceso de intervención antrópica sobre el río Rocha, sus hitos más importantes, que paulatinamente fueron modificando el paisaje, degradando la calidad ambiental, debilitando sus capacidades de proveer recursos, servicios ambientales o asimilar residuos, convirtiéndola en un espacio socialmente segregado y contaminado.”

En el último y muy informado capítulo se traza la historia del río desde muy antiguo hasta desembocar en el inicio del desastre, en los 80s, hasta la pestilencia actual, de un río semi seco y que arrastra cualquier cosa menos aguas claras.

La actual pestilencia que, a ciertas horas, se desprende del río y se siente hasta varias cuadras alrededor, problematiza la propia ciudadanía y la relación con la misma ciudad: ¿cómo se puede amar una ciudad apestosa?

Pero la desgracia lamentablemente va mucho más allá: ahora mismo, la pestilencia material del río hace recuerdo, inevitablemente, a la pestilencia moral desatada tras el conocido, y más que ampliamente demostrado, fraude de Evo. Las secuelas del mismo son la campante represión, la persecución y actual pestilencia de la “justicia” a cargo de quienes hacen todo para ser considerados, por la ciudadanía, nada más que como obedientes peones jurídicos.

Entre la pestilencia del río y la pestilencia jurídico/política que nos asola, no lo tenemos fácil. Libros como el reseñado, sin embargo, son de todas formas un aliciente que anima a seguir pensando, mirando, haciendo lo que se pueda.

(Este magnífico libro, de más de 220 páginas y que también por sus fotos uno ya quisiera uno tener, típicamente no se distribuye. Lo regalan, eso sí, pero tan lejos como en la Facultad de Agronomía de la UMSS de Cochabamba. Sin embargo y menos mal, también se lo encuentra, buscándolo, en PDF).

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De LOS TIEMPOS, 05/09/2021