PABLO CEREZAL
El 14 de
febrero de 1989, la vida del escritor Salman Rushdie cambió para siempre. Aquel
día, el ayatolá Ruhollah Jomeini, líder religioso de Irán, dictó una fetua –un
edicto de obligado cumplimiento y carácter «irrevocable y eterno» para los
fieles– con una extraña consigna: ejecutar a Rushdie por haber escrito Los
versos satánicos. La novela, que supuestamente blasfemaba contra el
islam, había sido publicada el año anterior y había sido prohibida en más
de una decena de países musulmanes. Para Rushdie, aquel día fue el comienzo de
una larga temporada en el infierno, pero también dio inicio a una popularidad
que posiblemente nunca soñó; de haberlo hecho, no obstante, seguramente hubiera
preferido que derivase exclusivamente de la calidad literaria de su obra.
Aunque
nacido en la ciudad india de Bombay en 1947, Salman Rushdie sería educado
en Inglaterra, donde su familia marchó para mejorar sus condiciones laborales y
vitales. Allí se graduó en historia en la prestigiosa Universidad de Cambridge
y comenzó a cultivar su gusto por las letras. Su primera publicación, la
novela Grimus, pasó prácticamente desapercibida para público y
crítica, pero sentó las bases de su estilo literario: evidenciaba el gusto de
Rushdie por enhebrar la realidad con lo fantástico, al más puro
estilo del realismo mágico latinoamericano (si bien sus personajes denotaban un
fuerte arraigo a las costumbres, mitos y leyendas del subcontinente indio).
Fue con su
siguiente obra, Hijos de la medianoche, con la que accedería a un
reconocimiento que no haría más que crecer con el paso de los años. La novela,
un magistral fresco sociopolítico de la India contemporánea,
muestra la habilidad del autor para mezclar los hechos históricos con la
ficción. Este ejercicio de literatura alegórica le valió el Booker Prize, el
más prestigioso galardón literario del Reino Unido. Después de ella no solo
recibiría nuevos premios, sino que conocería incluso una adaptación a la gran
pantalla.
Su
magistral capacidad para reflejar irónicamente los conflictos sociales de
territorios diversos continuaría con Vergüenza, donde retrata a la
sociedad de un país imaginario que es espejo del Pakistán de la época, y La
sonrisa del jaguar, fruto de sus viajes por Nicaragua en plena ofensiva
estadounidense contra los sandinistas. Solo un año después vería la luz Los
versos satánicos, que situaría al autor bajo el foco mediático y en el
punto de mira de miles de extremistas musulmanes.
El título
de la polémica novela hace referencia a unos versículos que, supuestamente,
incluyó Mahoma por error en la sura 53 del Corán.
Supuestamente, el arcángel Gabriel habría reprendido al profeta y este,
avergonzado, los habría retirado del libro sagrado. En realidad, Rushdie se
sirve de dichos versículos como excusa para edificar una monumental obra en la
que realidad y fantasía se entretejen para crear un relato alegórico que, con
una potente carga satírica, llega a cuestionar las mismas nociones
maniqueas en que se sustenta toda religión. Los paralelismos entre la trama
de la novela y el surgimiento del islam provocaron la ira generalizada de los
fieles musulmanes, llegando a desencadenar una serie de violentos sucesos que
culminarían con la fetua dictada por el ayatolá iraní. Quema pública de
ejemplares de la novela, atentados, violentas manifestaciones con muertos y
heridos e incluso asesinatos fueron solo parte de la conmoción global que causó
la obra. El autor se vería obligado, durante años, a vivir oculto y custodiado.
A pesar de
todo, Rushdie seguiría publicando libros fieles a su estilo. El autor se
demostraría insobornable en su capacidad para satirizar las diversas ideologías
que se erigen con la intención de instaurar el pensamiento único. En 1990
sorprendería a sus editores con un libro infantil, Harún y el mar de
las historias, si bien el autor se valía de él, una vez más, para sacar a
la luz algunos de los diversos problemas de orden social que aquejaban a su
país de nacimiento.
El autor
continuaría abordando en su obra cuestiones de importante calado
sociopolítico sin abandonar su estilo irónico, abiertamente
imaginativo y libre de consignas. Desde la globalización y las fronteras
en El último suspiro del moro, a la actual hegemonía de lo público,
la banalidad y la xenofobia, en su última obra hasta la fecha, Quijote,
pasando por el terrorismo y sus causas, en Shalimar el payaso.
Precisamente
durante la presentación de su última novela, el autor recordó su calvario para
insistir en que «la libertad religiosa e intelectual debería ser vital
para todos nosotros». Un compromiso con la libertad de pensamiento que va
más allá de cualquiera de sus obras. ¿Cómo no apreciarlo en estos tiempos en
que cualquier tipo de filia identitaria amenaza con aniquilar toda obra
artística que pretenda cuestionarla?
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De ETHIC,
26/05/2022