GINGER THOMPSON
“Tenemos
testimonios de personas que afirman que participaron en el crimen. Se hablaba
de alrededor de 50 camionetas que llegaron a Allende con gente vinculada al
cartel. Ingresaron a domicilios, los saquearon, quemaron. Después de saquearlos,
llevaron a las personas que vivían en los domicilios a un rancho a las salidas
de Allende.
Primero los
mataron y luego los metieron a una bodega donde había pastura, los rociaron con
diésel y les prendieron fuego. Estuvieron alimentando el fuego horas y
horas”.
José Juan
MoralesCoordinador de
investigadores, Subprocuraduría de Personas Desaparecidas en el estado de
Coahuila
LOS INDICIOS
DE QUE ALGO INNOMBRABLE pasó
en Allende son contundentes. Cuadras enteras, en algunas de las calles más
transitadas del pueblo, yacen en ruinas. Mansiones que fueron ostentosas hoy
son cascarones desmoronados, con enormes agujeros en las paredes, techos
carbonizados, mostradores de mármol agrietados y columnas colapsadas.
Esparcidos entre los escombros quedan los vestigios raídos y enlodados de vidas
destrozadas: zapatos, invitaciones a bodas, medicamentos, televisores,
juguetes.
En marzo de 2011,
el tranquilo pueblo ganadero, de unos 23 000 habitantes y a solo 40 minutos en
auto de la frontera con Texas, fue atacado. Sicarios del cartel de los Zetas,
una de las organizaciones de narcotráfico más violentas del mundo, arrasaron
Allende y pueblos aledaños como una inundación repentina; demolieron casas y
comercios, secuestraron y mataron a docenas, posiblemente a cientos, de
hombres, mujeres y niños.
La destrucción y
las desapariciones se sucedieron erráticamente por semanas. Solo unos pocos
familiares de las víctimas — en su mayoría los que no vivían en Allende o
habían huido — se atrevieron a buscar ayuda. “Quisiera aclarar que Allende
parece zona de guerra” se lee en un informe acerca de una persona
desaparecida. “La mayoría
de las personas a las que les pregunté por mis familiares respondió que no
debería seguir buscándolos, porque a los de afuera no los querían y los
desaparecían”.
Pero, a
diferencia de la mayoría de los lugares en México destrozados por la guerra
contra las drogas, lo que pasó en Allende no se originó en México. Comenzó en
Estados Unidos, cuando la Administración para el Control de Drogas (DEA) logró
un triunfo inesperado. Un agente persuadió a un importante miembro de los Zetas
para que le entregara los números de identificación rastreables de los
teléfonos celulares que pertenecían a dos de los capos más buscados del cartel,
Miguel Ángel Treviño y su hermano Omar.
Entonces, la DEA
se la jugó. Compartió la información con una unidad de la policía mexicana que,
por mucho tiempo, ha tenido problemas con filtraciones de información, aunque
sus miembros habían sido entrenados y aprobados por la DEA. Casi de inmediato, los
Treviño se enteraron de que habían sido traicionados. Los hermanos planearon
vengarse de los presuntos delatores, de sus familias y de cualquiera que
tuviera un vínculo remoto con ellos.
La atrocidad en
Allende fue particularmente sorprendente, porque los Treviño no solo habían
basado algunas de sus operaciones en las cercanías — con movimientos de decenas
de millones de dólares en drogas y armas por la zona cada mes — sino que
también habían hecho del pueblo su casa.
Durante años
después de la matanza, las autoridades mexicanas solamente hicieron esfuerzos
inconsistentes para investigar. Erigieron un monumento en Allende para honrar a
las víctimas, sin determinar por completo lo que había sido de ellas ni
castigar a los responsables. Al final, autoridades estadounidenses ayudaron a
México a capturar a los Treviño, pero nunca reconocieron el costo devastador de
ello. En Allende, la gente sufrió, sobre todo en silencio, porque estaban
demasiado asustados para hablar públicamente.
Hace un año,
ProPublica y National Geographic emprendieron la labor de juntar las piezas de
lo que pasó en este pueblo del estado de Coahuila: dejar a los que sufrieron la
mayor parte del ataque, y a los que tuvieron algún papel en él, que contaran la
historia en sus propias palabras, con frecuencia con gran riesgo para sus
vidas. Voces como estas rara vez se han escuchado durante la lucha contra el
narcotráfico: funcionarios locales que abandonaron sus puestos, familias
asediadas por el cartel y por sus propios vecinos, operarios del cartel que
cooperaron con la DEA y vieron asesinados a sus amigos y familias, el fiscal
estadounidense que supervisó el caso y el agente de la DEA que lideró la
investigación y quien, como la mayoría de la gente en esta historia, tiene
vínculos familiares en ambos lados de la frontera.
Cuando le
preguntaron durante una entrevista sobre su papel en el caso, el agente, Richard Martinez se desplomó en su silla, con lágrimas en los
ojos. “¿Cómo me hizo sentir el hecho de que la información se hubiera filtrado?
Prefiero no decirlo, para ser honesto con usted. Me gustaría dejarlo así. Prefiero
no decirlo”.
LA MASACRE
MIENTRAS CAÍA
LA TARDE del viernes
18 de marzo de 2011, hordas de sicarios del cartel de los Zetas empezaron a
entrar en Allende.
Guadalupe
García/Funcionaria
jubilada
Estábamos
comiendo en Los Compadres y entraron dos hombres. Se notaba que no eran de
aquí. Tenían un aspecto distinto. Eran unos huercos, entre 18 y 20 años.
Pidieron 50 hamburguesas para llevar. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de
que algo pasaba y decidimos que era mejor irnos a casa.
Martín Márquez/Vendedor de hot dogs
Empezaron a
suceder cosas en la tarde. Llegaron hombres armados. Fueron casa por casa
buscando a las familias de quienes los habían traicionado. A las 11:00 de la
noche ya no había movimiento de autos en la calle. No había movimiento de
ningún tipo.
Etelvina Rodríguez/Maestra de secundaria y esposa de la
víctima Everardo Elizondo
Por lo
regular, mi marido, Everardo, llegaba a las 7 o 7:30 de la tarde. Yo lo
esperaba en mi casa. Dieron las 7, 7:30, 8, 9. Y empecé a marcarle. El teléfono
estaba fuera de servicio. Pensé que a lo mejor estaba en casa de su mamá y se
le descargó la pila. Le llamé a su mamá. Me dijo que no lo había visto y que a
lo mejor andaba por ahí con algunos amigos. Pero no tenía sentido. Él me
hubiera avisado. Me salí a buscarlo en el auto.
Se sentía un
ambiente tenso. Eran las 9 de la noche, no tan tarde para ser viernes. El
pueblo estaba completamente solo.
A pocos
kilómetros a las afueras del pueblo, los sicarios bajaron en varios ranchos
vecinos a lo largo de una carretera de dos carriles pobremente alumbrada. Las
propiedades pertenecían a uno de los clanes más antiguos de Allende, los Garza.
La familia se dedicaba principalmente a la ganadería y realizaba trabajos
diversos, entre ellos la minería de carbón. Pero, de acuerdo con miembros de la
familia, algunos de ellos también trabajaban para el cartel.
Ahora, estos
nexos resultaban mortíferos. Entre aquellos de quienes los Zetas sospechaban
que eran soplones — de manera equivocada, se supo más tarde — estaba José Luis
Garza, Jr., un miembro del cartel de rango relativamente bajo. Cuando las
camionetas llenas de sicarios invadieron Allende, uno de sus primeros destinos
fue un rancho que pertenecía al padre de Garza, Luis, a pocos kilómetros del
pueblo, junto a una carretera de dos carriles mal iluminada. Era el día de pago
y varios trabajadores habían ido al rancho por su dinero. Cuando aparecieron
los sicarios, tomaron como rehén a todo aquel que encontraron. Al anochecer,
las llamas empezaron a alzarse desde uno de los grandes almacenes de bloques de
cemento del rancho, donde el cartel quemó los cuerpos de los muertos.
Sarah Angelita Lira/Farmacéutica y esposa de la víctima Rodolfo
Garza, Jr.
Llegó mi
marido, Rodolfo. Me dijo: ‘Me duele muchísimo la cabeza, me voy a bañar’.
Estaba totalmente cubierto de polvo porque estaba abriendo una nueva mina de
carbón. Después de un rato empezó a sonar su teléfono. Yo pensaba que había ido
a acostarse, pero salió del dormitorio, totalmente vestido, y me miró a los
ojos de una forma que nunca había visto antes. ‘No salgas de la casa — me dijo.
Está sucediendo algo. No sé qué es, pero no salgas de la casa. Voy y vuelvo.’
Poco después,
me llamó: ‘Sal de la casa — dijo. Y no te vayas en nuestra camioneta.’ Me dijo
que le pidiera a mi primo que nos llevara a casa de mi madre a nuestra hija,
Sofía, y a mí.
El rancho de
su tío Luis estaba en llamas. Y había muchos hombres armados en la entrada. Su
hermana no contestaba su teléfono. Su padre tampoco contestaba. Rodolfo mandó a
uno de sus obreros, Pilo, al portón a ver qué pasaba. Pilo había sido militar.
Los hombres abrieron. Pilo entró, pero nunca salió.
Rodolfo estaba
inconsolable. No encontraba a sus padres. No encontraba a su hermana. Y ahora
su mejor empleado había desaparecido. Me dijo que iba a intentar entrar al
rancho por la parte trasera.
Unos minutos
más tarde, llamó otra vez. Hablaba tan bajo que casi no podía oírlo. Me dijo:
‘Sálganse de Allende. Dile a tu prima que te lleve a Eagle Pass. No hagas
maletas. Váyanse nomás.’
Evaristo
Treviño (sin relación con los jefes de los Zetas)/Ex jefe de bomberos
Oficiales a mi
cargo respondieron a reportes de un incendio en uno de los ranchos de los
Garza. Hablamos de menos de tres kilómetros desde Allende. Aparentemente se
celebraba un convivio de la familia Garza. Entre los primeros que acudieron al
lugar había bomberos con una máquina de apoyo. Se percataron de que había
personas conectadas con el crimen organizado, las cuales les indicaron, de
forma muy vulgar y a punta de pistola, que se retiraran. Dijeron que iba a
haber muchos incidentes. Que íbamos a recibir muchas llamadas de emergencia
sobre balaceras, incendios y cosas así. Nos dijeron que no teníamos
autorización para responder.
En mi papel
como jefe de bomberos, lo que hice fue avisar a mi superior, quien, en este
caso, era el alcalde. Le dije que encarábamos una situación imposible y que lo
único que podíamos hacer era mantenernos al margen por la amenaza que también
enfrentábamos. Había demasiados hombres armados. Temíamos por nuestras vidas.
No podíamos responder a las balas con agua.
Desde Allende,
los sicarios avanzaron hacia el norte a lo largo de un paisaje llano y seco, acorralando
a gente mientras cubrían los 55 kilómetros hasta la ciudad de Piedras Negras,
una extensión mugrienta de fábricas ensambladoras sobre el río Bravo. Los
atacantes condujeron a muchas de sus víctimas hasta el rancho de los Garza,
incluyendo a Gerardo Heath, jugador de fútbol de secundaria de 15 años, y
Édgar Ávila, de 36 años e ingeniero en una fábrica. Ninguno de los dos tenía
nada que ver con el cartel o con la gente que el cartel creía que trabajaba con
la DEA. Solo estaban ahí.
Claudia Sánchez/Directora de asuntos culturales y madre
de la víctima Gerardo Heath
Estaba
empacando porque nos íbamos a San Antonio a las cinco de la mañana para ir a un
partido de fútbol. Gerardo iba a jugar, así que teníamos que estar ahí
temprano. Gerardo y su hermana hacían tonterías afuera. Me asomé por la ventana
y vi que llegaban dos amigos de Gerardo en coche. Eran nuestros vecinos.
Gerardo entró
y me preguntó si podía ir con sus amigos. Le contesté: ‘No, Gerardo. Tenemos
que empacar.’ Lo siguiente que supe fue que Gerardo traía puesta la ropa que le
habíamos comprado por su cumpleaños. Acababa de cumplir 15. Su camisa era azul
y hacía juego con sus ojos. Me dijo: ‘Anda, mamá. No me tardo.’
Le dije: ‘Está
bien, Gerardo. No tardes.’
Alrededor de
las 10 de aquella noche, mi marido llamó al celular de Gerardo para saber a qué
hora volvería a casa. Gerardo no respondió. Mi marido llamó otra vez. Nada.
Poco después tocaron a la puerta. Eran amigos de Gerardo, de la escuela.
Parecían aterrorizados. Les pregunté: ‘¿Qué pasa? ¿Dónde está Gerardo?’
Los muchachos
dijeron: ‘Se lo llevaron.’
Pregunté: ‘¿De
qué están hablando? ¿Quién se lo llevó?’
Los muchachos
dijeron que vieron a Gerardo y a nuestros vecinos frente a la casa de ellos.
Llegó una camioneta llena de hombres armados. Los hombres subieron a los
vecinos y a Gerardo a la camioneta y se fueron. Los muchachos no reconocieron a
los hombres. Y, como tenían armas, no se atrevieron a decir nada.
Unos minutos
después llamamos al alcalde de Piedras Negras. Estaba en una boda. Nos dijo que
se sentía terrible por lo que nos había pasado, pero que no había nada que él
pudiera hacer. Ni una sola patrulla llegó.
Gerardo
Heath, un jugador de fútbol de la escuela secundaria de 15 años de Piedras
Negras, fue una de las víctimas. Estaba pasando un rato con amigos cuando los
Zetas se los llevaron a él, a dos amigos y a sus padres. Se presume que están
muertos. El número que Heath llevaba en su malla de fútbol, 55, cubre los
escaparates de comercios y los parachoques de vehículos en su pueblo natal, un
símbolo de la indignación que ha despertado su asesinato. Como muchas de las
personas que fueron asesinadas durante la matanza, Heath no tenía nada que ver
con el narcotráfico.
María Eugenia Vela/Abogada y esposa de la víctima Édgar
Ávila
Estaba en el
trabajo, esperando a que el juez firmara unos proyectos de sentencia que yo
había escrito, cuando me habló Édgar para decirme que Toño, su amigo, lo había
invitado a ver un partido de futbol. Yo estaba embarazada y, cuando llegué a
casa, me sentía muy cansada. Édgar le había dado de cenar a nuestra hija y la
bañó. Le pedí que me comprara empanadas antes de irse. Me las trajo y me dio un
beso.
No fue sino
hasta que me desperté, a las 2 de la mañana, que me di cuenta de que no estaba
Édgar. No entraba ninguna de mis llamadas. Me dije: ‘Qué raro que Édgar no me
haya hablado.’ Édgar siempre me hablaba.
Me quedé en un
sillón esperándolo el resto de la noche, hasta alrededor de las 6:30 de la
mañana. Entonces llamé a mi hermana. Le dije que Édgar no había llegado a casa.
Entonces ella vino a mi casa y, en pijama, fui con ella y mi cuñado a casa de
Toño. No había nadie, pero había signos de violencia. Estaba todo tirado.
A la mañana
siguiente, sábado 19 de marzo, los sicarios llamaron a varios operarios de
maquinaria pesada y les ordenaron demoler docenas de casas y comercios en toda
la zona. Muchas de las propiedades fueron saqueadas a plena luz del día, en
colonias prósperas y transitadas, a la vista no solo de transeúntes, sino cerca
de oficinas gubernamentales, jefaturas de policía y puestos militares. Los
sicarios invitaron a la gente del pueblo a tomar lo que quisiera,
desencadenando una ola de saqueos.
Los registros del
gobierno obtenidos por ProPublica y National Geographic indican que a las
autoridades estatales encargadas de responder ante emergencias les llovieron
unas 250 llamadas de personas que reportaban disturbios, incendios, riñas e
“invasiones a hogares” por toda la zona. Los entrevistados señalaron que nadie
acudió a ayudar.
Rodríguez/Esposa de una de las víctimas
El sábado
empezó todo. Empiezan a tronar casas. Empieza a entrar la gente, a saquear, y
todo lo que yo podía pensar era dónde podría estar Everardo. Todo el sábado lo
pasé buscándolo y llamando a la gente para preguntar: ‘¿Qué has sabido?.’
Una persona me
dijo: ‘Vi a hombres armados.’ Otra me dijo: ‘Las bodegas se siguen quemando. El
humo es muy negro, es como si estuvieran quemando llantas. Es un humo muy
negro, espantoso.’
Recibí una
llamada de un hombre que trabajaba con mi marido. Mi marido criaba gallos de
pelea. En esta región, las peleas de gallos son muy populares. Él trabajaba
para José Luis Garza, pero no de tiempo completo. Solo iba en las mañanas y en
las tardes a alimentar a los animales.
El hombre me
dijo: ‘Las cosas están muy feas ahí en el rancho. No sabemos qué pasó con toda
la gente.’ Yo pregunté: ‘¿Cómo que qué pasó con la gente? ¿Cuál gente?.’
Dijo que
varios de los que trabajaban con mi marido no habían llegado a sus casas en la
noche. Uno andaba con el tractor. Otro andaba regando. Y nadie regresó a sus
casas.
Le pregunté:
‘¿Pues qué hacemos? Vamos a buscarlos.’ Me dijo: ‘Ni te acerques para allá,
porque te llevan a ti también.’
Pasó algo que
se me quedó aquí, esa imagen de cómo la gente entró a las forrajeras y sacaban
los costales de alimento para los animales, hasta los pericos, traían las
jaulas. Traían lámparas y juegos de comedor.
A mí, la
imagen que se me quedó muy grabada fue de una motocicleta pequeña en la que,
atrás del que manejaba, iba una señora. La mujer había convertido una sábana en
morral. La traía así como tipo Santa Claus, a un lado, llena de cosas. Y del
otro lado, en la mano llevaba una lámpara. Y así iban en la moto, no podían
equilibrarse, parecía que se iban a caer, pero ellos felices, porque ya
llevaban no sé qué tantas cosas.
Márquez/Vendedor de hot dogs
Dos amigos
míos se dedicaban a recolectar y vender chatarra. Se dieron cuenta de que el
rancho estaba en llamas y los dueños ya se habían ido. Así que fueron — el papá
y su hijo — para ver si había algo de valor para cargar. Vieron una freeza [un
congelador] al lado de la carretera, una freeza grande. Y la quisieron mover.
Pero estaba muy pesada. Y el padre dijo: ‘Ven ayúdame, vamos a echarla
pa’rriba.’ La abrieron y había dos cuerpos ahí adentro. Huyeron.
Evaristo
Rodríguez/Veterinario y
vicealcalde de Allende en aquella época
Se reunió todo
el concejo municipal, no formalmente, solo estábamos reunidos: el alcalde,
todos los regidores, el director de seguridad pública también. Y pues sí, había
muchas preguntas. Lo principal: ‘¿Qué está pasando?.’ Pero todo el mundo quería
saber, sobre todo, el porqué de las cosas. Ya todos sabíamos que había una
balacera y algunos casos de desaparecidos y muertos.
Sí se preguntó
mucho qué hacíamos, pero nadie quería hacerse cargo. Uno de los regidores
incluso dijo: ‘Oye, pues vámonos de aquí, de la presidencia, no vaya a ser que
vengan por nosotros.’
No me quería
sentir héroe, pero sí quería que al menos nos quedáramos en nuestras oficinas
para que la gente viera que no la habíamos abandonado. Pero todos los
funcionarios querían irse. Todos se enfocaron en sus propias familias.
Con todo lo
que estábamos viviendo, desconfiábamos de todos. Nos dábamos cuenta de que
había una situación de doble gobierno; no sé si me explico: el gobierno oficial
de Coahuila y lo que es la delincuencia, que tenía el mando. Sabíamos que la
policía ya estaba infiltrada.
El director de
seguridad pública nos comentó: ‘Es algo entre ellos.’ No dijo nada más. No
hacía falta. Yo entendí: ‘No investiguen y no se metan, o ya verán.”
A la
vista de transeúntes y no lejos de la estación de policía, el departamento de
los bomberos y un recinto militar, los Zetas demolieron casas y comercios en
Allende. El hombre que era alcalde durante la masacre todavía vive al otro lado
de la calle frente a esta casa. Inicialmente, reportó que no había visto ningún
indicio de violencia.
Lira/Esposa de una de las víctimas
La última
llamada con Rodolfo fue al cuarto para las 12. Sonaba agotado. Todavía no sabía
nada de sus padres. Le dije que había hecho todo lo que podía por ellos y que
ahora era tiempo de pensar en Sofía y en mí. Le rogué que viniera a Eagle Pass
con nosotros. Él dijo: ‘Bueno, ahí voy.’
Nunca más
escuché de él.
Sánchez/Madre de una de las víctimas
No hay un
manual que te diga cómo actuar cuando alguien te arrebata un hijo. No hay un
primer paso. Te vuelves loca. Quieres correr, pero no sabes adónde. Quieres
gritar, pero no sabes si alguien está escuchando. Uno de mis primos sugirió que
lo pusiera en Facebook. Así que escribí: ‘Devuélvanme a mi hijo. Si alguien
sabe dónde está, tráiganmelo de vuelta.’
Vela/Esposa de una de las víctimas
¿Cómo puedo
explicar lo que sentí? Era como si aquel día me hubieran secuestrado a mí
también. De alguna manera, yo también morí. Mataron el futuro que teníamos, los
planes, los sueños, las ilusiones, la paz, todo. En aquella época había vivido
más tiempo con Édgar del que había vivido sin él. Solamente piense usted en
esto. Además, estaba embarazada, no podía tomar ni un tranquilizante. Tenía que
intentar mantenerme ecuánime, muy tranquila, pero llegaba a mi casa y sentía
que se me caía encima. No encontraba dónde sentarme sin sentir que las paredes
se me caían. No alcanzaba a comprender. Fíjese, a pesar de ser abogada, no
alcanzaba a comprender qué había pasado.
Muchas
de las víctimas fueron traídas a un rancho en las afueras de Allende, propiedad
de la familia Garza. Se acusa al cartel de convertir este almacén, que contenía
enseres y comida para animales, en un incinerador de cadáveres. Cenizas, un rosario,
y lo que parecen ser hebillas de cinturones descansan en el carbonizado suelo
de concreto.
EL
OPERATIVO
UNOS MESES
ANTES, en las
afueras de Dallas, la DEA había lanzado el operativo Too Legit to Quit
[Demasiado Legítimo para Rendirse], después de unas redadas que tuvieron
resultados sorprendentes. En una, la policía había encontrado 802,000 dólares
en efectivo, empacados al vacío y escondidos en el tanque de gasolina de una
camioneta. El conductor dijo que trabajaba para un tipo al que solo conocía
como El Diablo.
Después de más
detenciones, el agente Richard Martinez, de la DEA, y el fiscal federal
adjunto Ernest Gonzalez identificaron a El Diablo como Jose Vasquez, Jr., de 30 años, un nativo de Dallas que
había empezado a vender droga cuando estaba en la secundaria y que entonces era
el distribuidor de cocaína más importante de los Zetas en el este de Texas,
donde movía camiones llenos de drogas, armas y dinero cada mes.
Pero Martinez
y Gonzalez vieron en su huida una oportunidad. Si podían persuadir a Vasquez
para que cooperara con ellos, les daría acceso a los altos rangos de un cartel,
que era notoriamente impenetrable, y la posibilidad de capturar a sus jefes,
especialmente a los Treviño, conocidos como Z-40 y Z-42, que habían dejado un
sendero de cadáveres en su escalada a la cima de la lista de los más buscados
por la DEA. Miguel Ángel Treviño era conocido como Z-40 y Omar como Z-42.
Lo que
Martinez quería eran los PIN (números de identificación personal) rastreables
de los teléfonos Blackberry de los Treviño. Vasquez, después de huir, le había
dado al agente una amplia ventaja. Su mujer y su madre todavía vivían en Texas.
Jose Vasquez, Jr./Operario convicto de los Zetas
Mi mujer me
llama como a las 6 de la mañana. Me dice: ‘Oye, la casa está rodeada.’
Le pregunté:
‘¿Qué quieres decir con que está rodeada?.’
Contestó: ‘Sí,
hay mucha policía afuera.’
Le dije:
‘Pues, escucha, probablemente te van a detener. Déjame llamar [a mi abogado].
Sobre todo, no les digas nada. Intenta relajarte nomás. Te sacaremos con una
fianza.’
Le dije:
‘Destruye los teléfonos.’ En la casa teníamos inodoros que descargaban con
mucha fuerza, así que los rompió y los tiró al escusado.
Entonces me llamó Richard [Martinez] desde allí. Me puso en el altavoz,
para que mi mujer pudiera escuchar.
Me advirtió
que la iba a detener. Pensé que era un engaño, así que le dije: ‘Haz lo que
tengas que hacer.’
Ernest Gonzalez/Fiscal federal adjunto
Al principio,
lo único que queríamos era que José se rindiera y cooperara, para que nos explicara
la estructura de la organización de los Zetas. Creo que esto nos habría
aplacado en aquel momento, porque realmente no sabíamos cuán cerca estaba —
cuán próximo era — de Miguel y Omar. No sabíamos — hasta que empezó a decir con
quién hablaba, con quién se veía — lo que estaban haciendo. Fue entonces cuando
nuestra perspectiva de lo que podríamos hacer, y cómo, empezó a cambiar.
Empezamos a idear planes para capturarlos.
Cuando José no
se entregó y vimos que estaba dispuesto a sacrificar a su esposa, supimos que
teníamos que apretar las tuercas aún más, o presionarlo más.
Richard le
dijo: ‘Se van a presentar cargos contra tu madre.’
Vasquez/Operario convicto de los Zetas
Le dije:
‘Hombre, oye, me voy ahorita mismo a la frontera, cruzo y me entrego. No peleo
para nada. Firmaré todos tus papeles de incautación. Dame cadena perpetua. Tira
la llave a la basura. No me importa. Pero deja a mi mujer en paz. Deja a mi madre
en paz.’
Él dijo: ‘Oye,
la única forma en que tu mujer no vaya a la cárcel, que tu madre no vaya a la
cárcel, es si cooperas con nosotros.’
Le contesté:
‘Richard, no quiero cooperar, hombre. Esto va a traer muchos muertos.’
Él dijo: ‘Lo
único que tengo que decirte es que, si no cooperas, ellas van a ir a la cárcel
contigo.’
Le pregunté a
Richard: ‘¿Qué quieres?.’
Los
militares ayudan a la policía local a patrullar Piedras Negras, vigilando desde
la periferia para que los agentes puedan interrogar a sospechosos de ser
drogadictos o pandilleros. El alcalde actual de Piedras Negras, Fernando Purón,
dijo que los soldados no solo proporcionan potencia de fuego adicional sino que
impiden que la policía caiga bajo el control de los carteles de la droga — como
ha sucedido en el pasado.
Richard Martinez/Agente de la DEA
Yo quería los
números. Buscábamos capturar a los líderes de los Zetas. Pensé que estos
números nos daban la mejor oportunidad de dar con ellos.
A la hora de
la verdad, muchos de estos tipos huyen de Estados Unidos. Pero, si creciste
aquí, todavía es Estados Unidos, el mejor país del mundo. Todavía quieres
volver algún día. Si tu familia está aquí, quieres estar con ellos. Pensé que,
una vez que José se diera cuenta de que la fiesta se había acabado, iba a hacer
lo necesario para ayudarnos. Yo iba a empujarlo para que lo hiciera mientras
tuviera la oportunidad.
Esto nos
desvía del tema, pero me acuerdo de cuando iba a México de niño. Mi mamá es de
allá, de Monterrey. He estado en Coahuila. Tengo familia en Coahuila. No puedes
volver ahora. Es triste decirlo, pero no puedes ir por esos caminos rurales. Me
encantaría que mi familia regresara, pero no puede.
Vi esos
números como una llave. Son muy significativos. Los vi como una oportunidad
para detener el reinado de Miguel Ángel y Omar Treviño.
Gonzalez/Fiscal federal adjunto
Era algo
personal, totalmente. Era importante por mi origen, por mi herencia personal y
por el conocimiento de lo que [los Zetas] le estaban haciendo a México. Pasaba
los veranos con mis abuelos en ese país. Tenían granjas y ranchos. Disfruté mi
juventud en México. Esta organización estaba destruyendo todo eso con su
avaricia y violencia.
Para evitar la
captura, los Zetas hicieron que su lugarteniente más cercano en Coahuila, Mario Alfonso “Poncho” Cuéllar, les diera celulares nuevos cada tres o
cuatro semanas. Cuéllar le asignó la tarea de comprar teléfonos nuevos a su
mano derecha, Héctor Moreno.
Ante la
presión de obtener los PIN de los teléfonos, Vasquez recurrió a Moreno, utilizando información
que él manejaba. Fue Gilberto, hermano de Moreno, quien había sido sorprendido
al volante del camión con 802, 000 dólares en el tanque de gasolina. Con 20
años de prisión por delante, Gilberto había confesado que trabajaba para los
Zetas y que el efectivo pertenecía a los hermanos Treviño.
Vasquez
organizó que su abogado en Dallas representara a Gilberto y le prometió que no
dejaría que nadie en el cartel supiera de las declaraciones incriminadoras de
Gilberto. Moreno le devolvió el favor a Vasquez al aceptar conseguirle los
números. Pero, llegado el momento, Moreno lo reconsideró.
Héctor Moreno/Ex operario de los Zetas
Los Zetas
controlaban todo. Hacían lo que querían. Cuando los soldados iban a una zona,
alguien del ejército nos avisaba con antelación.
A veces
llegaban aviones llenos de policías federales, con 200 oficiales, pero
recibíamos una llamada una semana antes: ‘¿Almacenan algo en tal o cual casa?’
Respondíamos:
‘No, no hay nada ahí.’
Decían: ‘Qué
bueno, porque hay una orden de cateo para ese lugar y los agentes van a llegar
el jueves.’
El gobierno
nos dijo todo. Así sabía que, si el gobierno conseguía esos números, los Zetas
se iban a enterar.
Vasquez/Operario convicto de los Zetas
El día que Héctor me iba a dar los números, le
llamé. Me dijo: ‘Conseguí los números, pero los tiré.’
Le dije: ‘¿Qué
pasó? Dijiste que me los ibas a dar.’
Me contestó:
‘Estos números nos pueden meter en muchos problemas, así que los eché por la
ventana.’
Le dije:
‘Tengo a estos tipos esperándome. Les prometí que les iba a dar los números. ¿Y
mi familia.’
Después de un
rato lo convencí de que regresáramos al camino donde los había tirado. Lo
recorrimos de arriba abajo por cerca de una hora o dos hasta que encontramos el
trozo de papel.
Conseguí todos
los números: el de 40 y 42, y de todos ellos. No sabía lo que iban a hacer con
ellos. Pensé que iban a intentar interceptarlos o algo así. Nunca pensé que
iban a mandar los números de vuelta a México. Les dije que no hicieran eso,
porque iban a causar la muerte de mucha gente. No solo eso, yo todavía estaba allí.
Todavía andaba con esa gente. Me dijeron que no lo harían. Richard me dijo que
tenía que confiar en él.
LA
OCUPACIÓN
LA GENTE DE
ALLENDE NO ERA AJENA A LA ILEGALIDAD. Por su proximidad a la frontera norte —
los vecinos hacen sus compras de fin de semana en el centro comercial de Eagle
Pass, Texas — hacía mucho que familias dedicadas al contrabando vivían
tranquilamente en la comunidad. Sin embargo, para 2007, los Zetas se
establecieron ahí con el dinero y la fuerza de una ocupación hostil. Eliminaron
a rivales, tomaron el control de agencias gubernamentales importantes,
convirtieron a la policía local en su secuaz y transformaron la región en un
refugio para todo tipo de criminales.
Se asimilaron
a la sociedad, casándose con miembros de familias locales o asociándose con
ellos. Algunos lugareños se unieron a las filas del cartel, incluyendo a varios
miembros de un prominente clan de rancheros y mineros, los Garza.
Carlos
Osuna/Empresario
retirado y organizador para el Partido Acción Nacional
La violencia
que estalló aquí en 2011 no sucedió de un día para otro. Ya había narcotráfico
desde hacía mucho. Y, por largo tiempo, solo había un jefe, llamado Vicente
Lafuente Guereca. Todos sabían quién era y a qué se dedicaba. Pero había
respeto mutuo. Él respetaba a la sociedad y la sociedad lo respetaba. Y, en ese
tenor, la vida seguía con cierta normalidad. Las drogas pasaban, pero la
sociedad no intervenía. Y Lafuente no intervenía con el gobierno ni con la
sociedad civil. No había secuestros. No había nada de eso.
Pero la
coexistencia pacífica acabó cuando asesinaron a Lafuente.
Moreno/Ex operario de los Zetas
Cuando
llegaron los Zetas, reclutaron a todos para que trabajaran con ellos. Todos los
narcos de la región tenían que trabajar para los Zetas. Ya no había grupos
independientes. Antes de que llegaran, Coahuila había sido una especie de libre
mercado. Quien quisiera podía operar ahí. Los Tejas [banda con base en Nuevo
Laredo] estaban ahí. El Chapo [Joaquín Guzmán, cabeza del cartel de Sinaloa]
estaba ahí. Estaba abierto de par en par. Pero llegaron los Zetas y mataron a
Omar Rubio, de los Tejas. Mataron a Vicente Lafuente y a unas pocas personas
importantes más. Y todo el que quedó se les unió.
Mi familia
había vivido en la región por mucho tiempo. Del lado de mi mamá tenía
familiares que dirigían funerarias y ferreterías. Del lado de mi papá tenían
ranchos. Pero la verdad es que nada de eso daba tanto dinero como el tráfico de
drogas. Por eso me involucré.
Arriba:
Un entrenamiento de la liga juvenil de futbol en Allende. El futbol americano
es popular debido a la cercanía a Texas. Debajo: Una familia celebra una
quinceañera, una elaborada fiesta que se celebra para niñas mexicanas cuando
cumplen 15. La niña del cumpleaños creció en los alrededores de Forth Worth,
Texas. Pero su padre es originalmente de la zona de Allende, y trajo a la
familia de vuelta hasta allí para el acontecimiento. Muchas familias en Allende
tienen parientes en ambos lados de la frontera EEUU-Mexico.
Ángel
Humberto García/Médico
y ex legislador
Cuando fui
miembro del Congreso, los agricultores y rancheros de Allende empezaron a venir
a verme. Estaban aterrados porque sus vidas eran amenazadas. Dijeron que los
criminales se habían apoderado de sus propiedades. Algunos me contaron que la
única manera en que podían entrar a su propia tierra era si les pedían permiso
a los criminales.
Uno de ellos
era José Piña. Me comentó que había pedido ayuda a la policía y le dijeron que
no podían hacer nada. Había un puesto de control militar a pocos metros de su
propiedad, así que le pregunté: ‘¿Y los soldados?.’ Me contestó: ‘Les he dicho
a los soldados y nada.’ Pregunté: ‘¿Qué quiere decir con nada?.’ Dijo: ‘No van
a hacer nada.’
Indicó que
[los Zetas] le habían ofrecido dinero por su rancho, pero no lo iba a tomar. Se
había quejado con el presidente municipal y el gobernador, pero no conseguía que
nadie lo escuchara. Así que vino a mí y me dio una carta escrita a mano para el
presidente.
Dos días
después, el señor Piña estaba muerto.
El diario
mexicano El Universal publicó un artículo sobre el asesinato en
2009. Informó que el cuerpo de Piña, hallado detrás de una escuela primaria
católica, estaba tan lleno de balas que parecía que había sido “cosido a
balazos”. El texto decía que le habían cortado la lengua y los dedos, uno de los
cuales se lo habían metido en la boca. Los asesinos dejaron una nota escrita:
“Nosotros no nos metemos con ustedes, ustedes no se metan con nosotros”.
Moreno/Ex operario de los Zetas
Los Zetas
mataron a Piña porque su rancho estaba ubicado en el río Bravo. Tanto 40 como
42 solían pasar por ahí a diario. Dejaban el portón abierto y entonces su
ganado se escapaba. Se quejó al respecto con los militares. Los soldados les
dijeron a los Zetas y por eso fueron y lo mataron.
Ricardo
Treviño (no tiene parentesco con los líderes de los Zetas)/Ex presidente municipal de Allende
Una noche [los
Zetas] golpearon a mi hijo. Fue muy feo. Tenía moretones en todo el cuerpo.
Tenía la cara hinchada. Le pusieron una ametralladora en la cabeza y amenazaron
con dispararle. Había estado tomando con unos amigos. Se detuvieron en una
gasolinería. [Los Zetas] lo golpearon ahí, enfrente de la policía.
Fui a la policía
y pregunté: ‘¿Por qué por qué chingados permitieron que estos cabrones
golpearan a mi hijo?.’ Tomé las llaves de sus patrullas. Les dije: ‘¿De qué
sirve tener oficiales en las calles si no van a proteger a la gente?.’
Me dijeron:
‘No podemos con ellos. Nos matan si tratamos de detenerlos. Traen muchas
armas.’
Más tarde
salí, me puse a tomar demasiado. Cuando caminaba hacia mi auto, vi a algunos
policías cerca. Les grité: ‘Díganle al jefe [de los Zetas] que lo quiero ver.’
Al día
siguiente, mientras hacía unas diligencias en el pueblo, vi una hilera de autos
que venía hacia mí. Los autos frenaron frente a mí. ‘El jefe quiere hablar con
usted.’ Me llevaron a uno de los autos. Entré junto al conductor. Era 42.
Preguntó: ‘¿En
qué le puedo servir, señor alcalde?.’
Le dije: ‘Escuche,
¿cómo se sentiría si alguien le partiera la madre a su hijo? ¿No se
encabronaría?.’
‘Por
supuesto,’ respondió.
‘Pues estoy
encabronado — le dije. Ustedes piensan que son muy cabrones porque tienen armas
y no hay nada que podamos hacer. Puede que tenga razón. Pero en lo que a mi
familia se refiere, si quiere tocar a alguien, viene conmigo. Si quiere matar a
alguien, máteme a mí.’
Dijo: ‘No lo
voy a matar. Usted no es mi enemigo, siempre y cuando se ocupe de sus asuntos y
nos deje encargarnos de los nuestros. Pero, por favor, mantenga a su hijo en
casa por la noche. Si quiere beber con sus amigos, que lo haga en casa. La
noche es nuestra.’
Fernando
Purón/Presidente
municipal de Piedras Negras
Hubo un punto
en el que empezamos a ver señales de que [los Zetas] habían empezado una
especie de toma hegemónica de todas las actividades comerciales. Además del
tráfico de drogas y de armas, echaron a andar compañías y negocios en el sector
de servicios, en bienes raíces, en la construcción.
Por ejemplo, empezaron
a operar casas de cambio en la frontera, para cambiar dólares por pesos.
Montaron conciertos y bailes. Abrieron restaurantes, bares y zonas rojas. Se
metieron en la compraventa de autos usados. Luego fueron por negocios más
grandes. Empezaron a construir centros comerciales, hoteles y casinos.
Y empezaron a
vivir aquí. Después de un tiempo, sus hijos empezaron a asistir a las escuelas
con nuestros hijos.
No crea que
vivían en las afueras o en algún rancho al margen de la ciudad. Vivían justo
aquí, frente al ayuntamiento. De hecho, desde este balcón puedo señalarle una
de las casas en las que vivían.
Todos les
tenían miedo. Los Zetas eran más fuertes que el gobierno, ¿entiende? Eran más
fuertes económicamente. Mejor organizados. Estaban mejor armados. Todos les
tenían miedo y, los que no, habían sido comprados.
Osuna/Empresario retirado y organizador para el
Partido Acción Nacional
El mayor
efecto en la sociedad fue en nuestra sensación de libertad. Ya no podía ir a mi
rancho, o incluso a la esquina, sin miedo de que alguien me confundiera con
alguien más y me golpeara, o peor. Esa pérdida fue lo que más sentimos.
Y entonces,
incluso si no estábamos involucrados [con el cartel], establecían vínculos con
nuestras familias. Uno de ellos se casaba con una prima o hija de un amigo
cercano, y de repente estaban en las mismas fiestas o cenas de Navidad.
Al principio
solo nos quedábamos callados por miedo. Pero, por desgracia, el tráfico de
drogas trae mucho dinero. Y nos gusta el dinero. Así que estos tipos se
aparecen con él y empiezan a desparramarlo, y, antes de que uno se dé cuenta,
son miembros del Club de Leones.
No era difícil
darse cuenta. Somos una comunidad pequeña. Todos conocemos el nivel de ingresos
de todos. Así que cuando alguien vive con 1 000 pesos un día y con tres
millones de pesos al siguiente, dices espérate, algo está pasando.
Desafortunadamente, todos lo aceptamos.
En
octubre de 2015, las autoridades mexicanas erigieron un monumento para honrar a
las víctimas de la masacre. Algunos residentes dicen que lo vieron como una
afrenta, especialmente porque el gobierno no había hecho ningún esfuerzo real
durante años para investigar la masacre. Aunque el obelisco de concreto se
asienta en una rotonda de tráfico muy transitada en la entrada de Allende, poca
gente se para a visitarlo.
LA
FILTRACIÓN
ALREDEDOR
DE TRES SEMANAS después
de que Vasquez le diera los números PIN a la DEA, los jefes del cartel
recibieron la noticia de que uno de los suyos los había traicionado y lanzaron
una ola de venganza.
Fuentes
oficiales cercanas al caso dijeron que un supervisor de la DEA en Ciudad de
México compartió información relacionada con los números con una unidad de la
policía federal mexicana conocida como Unidad de Investigaciones Sensibles,
cuyos agentes habían sido entrenados y examinados por la DEA. A pesar de ello,
tenía un pobre historial manteniendo información fuera de las manos de
delincuentes. Un oficial de la unidad, dijeron las fuentes, fue el responsable
de la filtración. Cuando ocurrieron los hechos, los jefes de la unidad no
respondieron a múltiples solicitudes de entrevistas.
Sin embargo, a
principios de este año, uno de los supervisores de la unidad, Iván Reyes
Arzate, se entregó a las autoridades federales estadounidenses para enfrentar
cargos por compartir información sobre las investigaciones de la DEA con
narcotraficantes. No queda claro si Reyes fue la fuente de la filtración en el
caso de Allende.
No fue difícil
para los Zetas reducir la lista de delatores bajo sospecha, porque muy poca
gente tenía acceso a sus números PIN. Entre ellos estaban Mario Alfonso
“Poncho” Cuéllar, el lugarteniente más importante de los Treviño en Coahuila, y
Héctor Moreno, mano derecha de Cuéllar.
Sin decírselo
a Cuéllar, Moreno le había dado los números PIN a Vasquez. Le estaba
devolviendo un favor. El hermano de Moreno, Gilberto, era el conductor del
camión que había sido detenido con 802,000 dólares en el tanque de gasolina.
Frente a la posibilidad de pasar 20 años en prisión, Gilberto había confesado
que trabajaba para los Zetas y que el dinero pertenecía a los Treviño. Vasquez
había arreglado que su abogado representara a Gilberto y prometió que impediría
que nadie más del cartel supiera sobre sus declaraciones incriminatorias.
Mario Alfonso “Poncho” Cuéllar/Operario convicto de los Zetas
¿Cómo sabía que había bronca? Porque yo tenía
596 kilos de cocaína del cartel y 40 mandó a un tipo para quitármelos. Esto era
algo que les había visto hacer muchas veces. Cada vez que 40 planeaba matar a
alguien en la organización, primero se aseguraba de recuperar su mercancía.
Me mandó una
foto de sí mismo, cubierto con dibujos de sapos. Al pie de la foto escribió:
‘Mira, güey, me balacearon por los pinches sapos.’ Sapos es la palabra que
utilizan para los soplones.
Llamé a 40 y le
pregunté: ‘¿Oye, qué onda con eso?.’ No respondió. Lo único que me dijo fue:
‘Necesito verte. ¿Dónde vas a estar más tarde?.’
Le dije que
iba a estar en las carreras de caballos. Pero no fui. Llamé a gente mía y les
pedí que checaran qué pasaba allí. Después de llegar, me llamaron y me dijeron
‘Estás fregado.’ Uno de los hombres de 40 estaba allí, mentándome la madre
porque no había ido. Ahí supe que me tenía que ir.
Empecé a
llamar a toda mi gente, les dije: ‘Sálganse, que hay bronca.’ Ninguno de ellos
me hizo caso, desafortunadamente. Cuando 40 no pudo encontrarme, fue por ellos.
Vasquez/Operario convicto de los Zetas
Héctor [Moreno] me llamó y me dijo que se venía un
desmadre infernal. Me preguntó qué había hecho con los números. Le dije que se
los había entregado a la DEA. Me dijo: ‘Algo está pasando. De alguna manera,
los Zetas se enteraron.’
Le llamé
a Richard [Martinez] y le pregunté: ‘¿Qué hiciste con los
números?.’ Contestó: ‘Hombre, los mandaron a México.’
Le dije:
‘Hombre, ¿cómo dejaste que eso pasara? Te dije lo que iba a pasar si esos
números llegaban a México.’
Richard
respondió: ‘Hombre, yo no fui. No fue mi decisión. Vino de más arriba. El jefe
lo hizo. Mandaron los números a México pensando que tenían un amigo allí en
quien podían confiar.’
GonzalezFiscal/ federal adjunto
Richard llamó
y dijo que teníamos los números, pero que habían sido enviados a México.
Exclamé: ‘¿Qué?.’ No nos habíamos reunido para discutir cómo manejarlos. Me
enojé. Creo que Richard pensaba como yo. Tampoco quería que se hiciera de esa
manera, pero estaba fuera de su alcance. Dijo: ‘Son los jefes. Es la gerencia.’
Sabía bien que
había problemas de discreción en México. Cuando en ocasiones anteriores se
había pasado información, siempre parecía que algo iba a suceder.
Habíamos
tratado desde hacía tiempo de ubicar a los Treviño. Tratar de saber cuál sería
el mejor mecanismo para poder decir, finalmente, ‘Aquí están, en este momento.’
Sabíamos que se movían mucho. Esta era una de las oportunidades en que podías
hacerlo. Era algo con lo que habíamos batallado por mucho tiempo. Habíamos
presionado a gente para que cooperara. Habíamos apresado a esposas y madres, y
habíamos realizado todos esos grandes arrestos.
Era una gran
oportunidad. Pero se desperdició porque no se hizo bien y se puso en riesgo.
Vasquez, Moreno, Cuéllar y Garza, cuyo rancho familiar fue la
escena de muchos de los asesinatos, huyeron a Estados Unidos cuando empezó la
masacre y accedieron a cooperar con las fuerzas de la ley estadounidenses a
cambio de clemencia. Los escalofriantes reportes de lo que estaba pasando en
Allende hicieron que las autoridades de Estados Unidos se dieran cuenta de la
ira que había desencadenado aquella filtración.
Seis años
después de la masacre, no se ha hecho casi ningún esfuerzo para limpiar las
escenas de los crímenes. Cuadras enteras yacen en ruinas todavía. Esparcidos
entre los escombros están los vestigios de las vidas que llegaron a un fin violento.
Cuéllar/Operario convicto de los Zetas
Me acuerdo de
mi primera reunión con la DEA. Les expliqué lo que estaba pasando en Coahuila,
sobre toda la violencia. Me acuerdo que Ernest [Gonzalez] se levantó de la mesa, salió y
enfrentó a uno de los jefes de la DEA. Empezó a gritarle. Dijo algo así como:
‘¿Escuchaste lo que está pasando? Todo esto porque mandaste aquellos números a
México.’
Gonzalez/Fiscal federal adjunto
Le dije que
esto era una porquería. Las cosas nunca tenían que haber pasado así. Teníamos
información que nos podría haber ayudado a capturar a estos tipos, pero, por la
manera como se manejó, todo se desmoronó. Y ahora era un maldito lío.
LA SECUELA
DURANTE
AÑOS, las
autoridades estatales y federales en México no parecían hacer un esfuerzo
verdadero para indagar en el ataque. Las autoridades federales mexicanas
dijeron que sus predecesores no investigaron porque los asesinatos no se podían
conectar al crimen organizado, pero reconocieron que ellos tampoco han
investigado.
Los estimados
de los números de muertos y desaparecidos varían enormemente entre la cifra
official, 28, y la de las asociaciones de las víctimas, alrededor de 300.
ProPublica y National Geographic han identificado alrededor de 60 personas
cuyas muertes o desapariciones han sido conectadas por familiares, amigos,
grupos de apoyo a víctimas, archivos judiciales o informes periodísticos al
asedio realizado por los Zetas aquel año.
Los familiares
fueron abandonados a su suerte a la hora de juntar las piezas de lo que pasó y
reconstruir sus vidas.
En mayo de
2011, Héctor Reynaldo Pérez levantó un reporte de persona desaparecida con las
autoridades estatales. Su hermana, que se había casado con un Garza, había
desaparecido junto con su familia entera. Menos de un año después, el mismo
Pérez desapareció. Un informe por parte de investigadores independientes
de derechos humanos en El Colegio de México halló evidencia de que Pérez había
sido visto por última vez en custodia de oficiales de la policía de Allende.
Después de
eso, pocos familiares de las víctimas se atrevieron a buscar ayuda con las
autoridades, mucho menos a hablar públicamente sobre su tragedia. Varios se
mudaron a Estados Unidos.
Ninguna
familia perdió más miembros que los Garza. Se cree que casi 20 de ellos están
muertos, incluida Olivia Martínez de la Torre, de 81 años, y su bisnieto de
siete meses, Mauricio Espinoza. Los hermanos del bebé, Andrea y Arturo, que
tenían cinco y tres años en aquel momento, aparecieron en un orfanato de
Piedras Negras después del asesinato de sus padres.
Su abuela
paterna, Elvira Espinoza, camarera de un hotel en San Antonio, fue por ellos
con su esposo.
Elvira
Espinoza/Ama de
llaves de un hotel y abuela de los niños Espinoza
Andrea dice
que fueron en una camioneta hasta un lugar donde las casas no tienen techos.
Dijo que los hombres bajaron a su madre, su abuela y su bisabuela. Ellos les
dijeron a los niños: ‘Quédense. Solo vamos a hablar con ellas.’
Los hombres
tuvieron allí a los niños y les dijeron que se callaran. Que no lloraran.
Andrea contó que le cambió los pañales a su hermanito y le preparó su leche.
Ella no
recuerda exactamente cuántos días estuvieron ahí, hasta que los hombres la
llevaron con Arturo y Mauricio a Piedras Negras. Andrea dice que los dejaron en
un parque, pero se llevaron a Mauricio con ellos.
Contó que les
había suplicado que le dejaran al bebé. Pero los hombres le dijeron que el niño
era muy pequeño y lloraba demasiado para dejarlo ahí con ellos.
Andrea se
culpa a sí misma de lo que pasó. Dice: ‘Si hubiera sido más fuerte, Mauricio
estaría todavía con nosotros.’
Lira/Esposa de una de las víctimas
Yo sí metí una
denuncia. El investigador me dijo que sería confidencial. Me prometió conservar
mi identidad en el anonimato. Luego, unos días después, recibí una amenaza.
Alguien me llamó al celular y me dijo que, si seguía con la queja, lo mismo que
le había pasado a mi marido le pasaría al resto de mi familia. Mis padres aún
vivían en Allende. Nunca me habría perdonado si algo les hubiera pasado.
Llamé al
investigador ese mismo día. Le dije que me había mentido respecto a mantener mi
nombre en secreto y que quería retirar mi demanda.
También fui al
consulado mexicano en San Antonio. No creerá lo que me dijeron. Me echaron la
culpa. Dijeron: ‘Ah, ahora viene llorando porque su esposo no aparece. Todo
este tiempo usted sabía en qué negocios estaban metidos sus familiares, pero no
pareció importarle hasta que se vio personalmente afectada.’
Nunca más le
pedí nada al gobierno.
Tres años
después de la matanza de los Zetas, el gobernador de Coahuila, Rubén Moreira,
anunció que oficiales estatales investigarían lo que había sucedido en Allende.
Lo informó con bombo y platillo; los oficiales anunciaron una “megaoperativo” para recabar evidencia y averiguar
la verdad. Las familias de las víctimas y los habitantes de Allende indican que
ha sido poco más que un ardid publicitario. La investigación no ha arrojado resultados de ADN
concluyentes ni un cálculo final de los muertos y desaparecidos.
Claudia
Sánchez visita la cripta que sirve de memorial para su hijo de 15 años, Gerardo
Heath, quien fue secuestrado y asesinado durante el ataque. Las autoridades
nunca recuperaron sus restos. En su lugar, le proporcionaron a Sánchez una urna
llena de polvo y cenizas del rancho de Luis Garza.
Menos de una
docena de sospechosos han sido arrestados, la mayoría eran ex policías locales
y peones del narco que seguían órdenes. Nadie ha sido acusado de asesinato. En
2015, la oficina del fiscal especial de Coahuila comenzó una serie de reuniones
con familiares de aquellas víctimas que, como creían los investigadores — basados en confesiones — estaban muertos. Emitieron
certificados de defunción, pese a no tener cuerpos, que enlistaban causas de
muerte como “choque neurogénico” y “combustión total debido a exposición
directa al fuego”.
Sánchez/Madre de una de las víctimas
Cuando ellos
[las autoridades del estado de Coahuila] me dieron la noticia, mi cuerpo quedó
sin fuerzas. Me dijeron que Gerardo había sido llevado a un rancho y asesinado.
Algo dentro de mí me dijo que era verdad. Aun así pregunté: ‘¿Están seguros de
que era él?.’
Me dijeron que
un testigo les había dicho que entre las víctimas había una familia con tres
niños, y uno de los niños era mi hijo. Me dijeron que había empezado a llorar.
Llore y llore. Esto los estaba estresando, así que lo mataron. Híjole. Ahí sí
perdí los estribos. ¿Cómo podía haber alguien que mata a un niño de 15 años,
que está asustado y llorando?
Los oficiales
me preguntaron qué quería. Respondí que quería sus restos. Me dijeron que sería
difícil, porque mi hijo fue incinerado junto a mucha otra gente. En su lugar,
me trajeron cenizas y tierra del lugar donde murió. Les pregunté si podía ir allí.
Me contestaron que no era seguro. Les dije que quería ir de todas maneras.
Entonces nos llevaron con unas escoltas.
Me llamó la
atención lo cerca que estaba el lugar. Pensé, ‘Gerardo era tan fuerte que, si
solo hubiera escapado y llegado hasta la carretera, podría fácilmente haber
llegado a casa.’
Rodríguez/Esposa de una de las víctimas
El fiscal y su
equipo tenían que llegar en la tarde, pero no lo hicieron sino hasta esa noche.
Los esperamos por más de cinco horas. Y, cuando por fin llegaron, solo nos
ofrecieron gestos simbólicos. Nos dijeron que nos expedirían certificados de
defunción, con información basada en las declaraciones de la gente que había
sido arrestada. Y tenían cajitas con tierra para cualquier familiar que las
quisiera. Eso fue todo.
Les dije:
‘Esperen. Yo no esperé aquí seis horas para que llegaran y me ofrecieran un
certificado de defunción y esta caja. Somos humanos. ¿Cómo pueden pensar que esta
es la manera correcta de ayudarnos a darle cierre? Quiero saber de qué se
enteraron y dónde. ¿Dónde está la persona que lo mató? ¿Cómo lo mataron?’
Expresaron que
las respuestas podrían ser difíciles de escuchar. No querían ser crueles. Les
dije que nada podía ser peor que las 20 000 cosas que ya me había imaginado
sola.
¿Cómo sabrían
los sospechosos el nombre de mi esposo si no eran de aquí? Todo este tiempo
habíamos creído que a la gente que había hecho esto la habían traído de otro
estado.
Al final nos
enteramos de que era gente de aquí. Los monstruos que pensábamos que habían
venido de Dios sabe dónde eran monstruos que habían vivido entre nosotros y que
habrían tenido que protegernos.
Vela/Esposa de una de las víctimas
Me dieron un
acta de defunción con fecha del 19 de marzo de 2011, el día después de que
desapareció. Lo único que les pregunté fue si estaban completamente seguros. Me
dijeron que los especialistas forenses no habían podido hacer pruebas con los
fragmentos que se habían recuperado, así que no estaban 100 % seguros. Pero me
dijeron que estaban convencidos de que Édgar estuvo allí en el momento de la
masacre. Creo que es porque tenían declaraciones de testigos.
Aún no sé qué
creer. No había sabido nada de ellos en cinco años y después, de repente, me
piden que crea que el caso está resuelto.
Apuesto a que
si usted lograra echar un vistazo al expediente de mi marido, vería que está
vacío.
Con todo, con
el certificado de defunción empecé a hacer los cambios pendientes. Me mudé de
nuestra casa. Solo me fui con nuestra ropa y los muebles de la recámara [de mi
hija]. Toda la ropa de Édgar sigue ahí, colgada en el clóset, tal como la dejó.
Por fin pude
hablar abiertamente con mi hija sobre lo que había pasado. No había sido capaz
de decirle que su papá estaba muerto, porque ¿y si regresaba? Creo que de
alguna manera ya lo había descubierto.
Los hermanos
Treviño, al final, fueron capturados en 2013 y 2015, en operativos liderados
por la marina mexicana. Desde entonces, el dominio del cartel sobre Coahuila se
ha debilitado y la vida nocturna ha regresado a Allende, aunque muchos
residentes todavía sobrellevan cicatrices emocionales y desconfían de los
extraños. Se obsesionan con noticias de violencia vinculada al narcotráfico;
temen que los hermanos Treviño controlen el tráfico de drogas desde la cárcel.
El
dominio de los Zetas sobre el estado de Coahuila se ha debilitado y la vida
nocturna ha regresado a Allende. Cientos de personas acudieron durante el otoño
pasado a la Cabalgata, un desfile festivo de vaqueros que dura dos o tres días,
se detiene en varios ranchos a lo largo de la zona, y termina con un rodeo
nocturno.
La DEA se
atribuye a sí misma las capturas, pero no dice si ha investigado cómo terminó
en manos de los Zetas la información sobre los números PIN. Terrance Cole, el
supervisor de Martinez en Dallas, y Paul Knierim, en aquel entonces supervisor
de la DEA en Ciudad de México que ejerció como enlace con la unidad de la
policía federal mexicana entrenada por la DEA, se negaron a dar entrevistas.
Knierim fue
ascendido y actualmente es el jefe adjunto de operaciones en la oficina central
de la DEA en Washington.
Pero Martinez aceptó hablar, con un breve nudo en la
garganta cuando le pregunté sobre su papel en la masacre. Distinguido como
agente del año en 2011, ahora tiene cáncer de colon y hasta ahora el
tratamiento médico ha fallado. Russ Baer, portavoz de la DEA, viajó dos veces
desde Washington, D.C., a Texas para monitorear las entrevistas con Martinez y
otro agente. Mientras Martinez hablaba, Baer interrumpió para enfatizar que los
Zetas más importantes estaban en prisión y que la investigación hecha por la
agencia tuvo éxito.
Gonzalez/Fiscal federal adjunto
Obviamente me
siento destrozado por esto. Uno sabe que en este tipo de trabajo va a haber
consecuencias. La posibilidad de que alguien sea asesinado siempre está ahí.
Pero es devastador estar involucrado en algo así y no poder hacer nada.
El objetivo
era justo: conseguir la detención de estos tipos y meterlos a la cárcel para
que dejaran de matar gente. Pero, en aquel punto de la investigación, tuvo el
efecto opuesto.
Había
escuchado de la brutalidad de Miguel Ángel y Omar Treviño, y de la violencia
sin sentido que habían cometido en el pasado, pero no me cabía en la cabeza que
pudiera ser así; que cualquiera remotamente vinculado contigo, incluso por
fuera del narcotráfico, pudiera ser levantado y asesinado. Eso no parecía
posible. Quizá debería serlo. Pero no lo pareció hasta que estaba pasando,
hasta que pasó.
Martinez/Agente de la DEA
Conseguí los
números. Se los pasé a nuestra gente. Hasta ahí. No tengo que ver con nada más.
Todos sabíamos
que los números eran peligrosos. Si solo empollaba un número, ¿qué iba a hacer
con ellos en Dallas? Intervenir un teléfono no es tan fácil como dice la gente.
Debo tener una causa probable.
Para mí, solo
conseguí los números y los pasé. Es mi trabajo.
No puedo
hablar por la agencia, solo sé lo que yo hice. Hice todo lo que pude.
Lo intenté.
Así es como lo sentí. Hice lo mejor que pude aquel día. Tuve la oportunidad de
conseguir la información y entregarla. La conseguí. No puedo entrar por mi
cuenta a México e intentar encargarme del asunto personalmente.
Russ Baer/Portavoz de la DEA
Escuche a este
tipo. Tiene familia que es de México. Habló sobre problemas de salud. Habló al
respecto casi desgarrándose a veces, porque está muy involucrado emocionalmente
en esto. Es alguien que empezó viendo el glamur de ‘Miami Vice,’ que dedicó su
vida al servicio público para trabajar en la DEA y básicamente desmanteló el
cartel de los Zetas. Esa historia personal … , mejor, imposible. Me da
escalofríos.
Con respecto a
lo que pasó en México y las repercusiones de la filtración, la postura oficial
de la DEA es la siguiente: es por completo culpa de Omar y Miguel Treviño.
Estaban matando gente antes de que aquello pasara y mataron gente después de
que se entregaron los números. La DEA hizo el trabajo de ir por ellos e
intentar enfocar y dedicar nuestros recursos en sacarlos del negocio. Al final
tuvimos éxito en este sentido.
Nuestros
corazones están con las familias. Son las víctimas, desafortunadamente, de la
violencia perpetrada por los hermanos Treviño y los Zetas. Pero esta no es una
historia en la que la DEA tenga las manos manchadas de sangre.
Residentes
de Allende, sus caras pintadas para parecer calaveras, participan en las
celebraciones del Día de los Muertos. La tradición, en la cual las familias
honran a sus parientes muertos, no es tan común en el norte de México como lo
es en otros lugares del país. Hace un par de años, las autoridades en Allende
empezaron a organizar eventos públicos para marcar el día. Ahora, docenas de
personas convergen en los cementerios para limpiar y decorar las tumbas de sus
parientes y desearles lo mejor en la vida después de la muerte.
Las
entrevistas que conforman esta historia han sido resumidas y editadas.
__
Ginger Thompson es una reportera senior en ProPublica.
Thompson ha ganado el premio Pulitzer y fue previamente una corresponsal
nacional e internacional del The New York Times.
Alejandra
Xanic, una reportera freelance en Ciudad de México, contribuyó investigación y
reportería a esta historia.
Traducción al
español por Carmen Méndez, Claudia Muzzi Turullols y Marcelo Rochabrún. Fotos
por Kirsten Luce para National Geographic y ProPublica. Audio
producido por Adriana Gallardo. Diseño y producción por David Sleight, Rob Weychert y Jillian Kumagai.
__
De PROPUBLICA, 12/06/2017
Fotos: Kirsten Luce
Fotos: Kirsten Luce
No comments:
Post a Comment