Friday, June 2, 2017

Señorita Maule

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES

Imaginemos una juguera. Nada del instrumento utilizado por esa especie en extinción llamada dueña de casa. Hablo de una juguera que se vuelve particular por los ingredientes dispuestos a ser mezclados dentro de ella: la bomba insana y colorinche llamada Jessica Rabbit; la animación clásica post depresión Betty Boop y alguna stripper criolla con una anatomía que sea la antítesis del raquitismo de las pasarelas europeas ¿Qué sale al abrir la tapa de esta particular juguera? Un nuevo y vistoso ejemplar que pasó a formar parte de la fauna del Estado de Chile: la Señorita Maule. 

Ella tuvo su debut en pleno invierno. Importante detalle el estacional, por cuanto las vestimentas esponjosas y térmicas mantuvieron bien calientitas sus carnes durante los meses con temperaturas bajo cero, por lo que todo lo abundantes, armoniosas y encantadoramente criollas que pudiera llegar a ser se encontraba supeditado al poder de la especulación (nuestra especialidad). Con Miguelito y Matus dábamos rienda suelta a nuestro adormilado espíritu científico - explorador describiendo el posible contenido que había bajo todas esas telas, añorando la llegada del calor para cerciorarnos cuán acertados habíamos sido en nuestros delirios de burócratas cansados con tanta colega esquiva y arrogante.

La espera fue recompensada. Podemos decir con orgullo que ya forma parte del patrimonio de este servicio público el ir y venir de la Señorita Maule desde el fondo del pasillo, donde se encuentra su centro de operaciones -el programa “Gobierno en tu cuadra”-, hasta nuestra oficina de Fondos Concursables en busca de la única impresora decente que, por gracia del destino, la promiscuidad y la crisis económica, debemos compartir entre varios departamentos. El bamboleo de sus nada despreciables caderas al son de la música saliendo de la radio de su oficina -por lo general reggaeton o parte del cancionero latino- muta sin mayor interferencia al rock clásico del minicomponente de René, siempre con el volumen al máximo. Todo este proceso –el cual esperamos sea lo más prolongado posible- constituye un refrescante recreo en medio de la agobiante rutina de fin de año, tanto para los funcionarios como para el público masculino que, aunque no se le requiera, siempre está metido dentro de nuestras oficinas buscando qué bolsearle al Estado, aunque sea una revista, un folleto o una calcomanía.

Todo comienza con el reclamo coquetón de la Señorita Maule: “¿Quién me cambió la hojas de la impresora? Yo tenía unas tamaño oficio y ahora me salieron tamaño carta. Parece que acá hubo un duendecito…”. Más bien varios duendecitos y todos concertados por una erección en común. De las risitas ocultas entre las pantallas, los teclados y el mouse surge el galancete de turno –todo eso lo tenemos bien organizado para que ninguno se haga el vivo y se beneficie más de la cuenta- que la ayude a sustituir el papel desde las profundidades de la impresora aliada, con algún roce corporal dependiendo de la destreza del participante y del espacio que quede al arrinconarla (siempre tenemos una resma de repuesto de los dos tipos de papeles; somos solidarios cuando se trata de potenciar los dones de una colega). Sólo así es posible disfrutar durante casi un cuarto de hora de ese escote pronunciado dada la preferencia de la Señorita Maule por las poleras sin mangas. Como acostumbra a decir René con voz lastimera, culminadas estas visitas que fomentan el buen clima laboral: “Imposible negarse a ayudarla con tanta queja saliendo de su boquita. Más aún con esa máquina de porquería que le da tanto trabajo a esta niña. Deberían arreglarla estos fulanos de mantención”. Peripecias que la Señorita Maule realiza justo frente a su cubículo por lo que ese supuesto “arreglo” queda en una nebulosa inclasificable y las posibles gestiones ante los fulanos de mantención de René se las lleva el viento.

Pese a lucir esa cara de mosquita muerta, sin duda que la Señorita Maule está consciente de sus atributos y se aprovecha de ellos. Más allá del incidente de la impresora, acostumbra a lanzar frases falsamente modestas como “yo vengo a puro molestarlos a ustedes que tanto trabajan”, “¿alguien sería tan amable de prestarle la corchetera a esta pobre niña desamparada?”, sabiendo que detrás de esos dichos venían los pisotones y canillazos entre colegas con tal de ganarse el derecho de socorrerla. Antes esta clase de peticiones más espontáneas, no se puede recurrir al eficiente sistema de turnos utilizado con la impresora, por lo que la guerra de primates se desata sin cuartel.

La otra faceta de la Señorita Maule es su proclividad a gastar bromas, nada de livianas, a uno que otro jote sometido a su libre elección, como cuando estampó el timbre del servicio en la mejilla de Miguelito mientras dormitaba en su silla después de colación o cuando se llevó la Coca - Cola de René para disfrutarla con sus siempre acaloradas colegas de “Gobierno en tu cuadra” al sabor del reggaeton, y luego regresarla llena de agua de té para simular el color gredoso del capitalista brebaje. “Dile que se le fue el gas”, me dijo cerrando un ojo y yo tan obediente como el perro de Pavlov.

Sin embargo, siempre se recuerda cuando complotó con el resto de su equipo, además del junior (listo y dispuesto cuando se trata de perjudicar a algún colega que le haga sombra frente a las mujeres), para darle un susto a Matus fingiendo la voz de la Ministra al otro lado del teléfono, dejándolo sin colación por culpa de los nervios: “Es que yo soy tan malita”, repite cuando se le pide que rinda cuentas por sus fechorías. Tan malita como para dejarme en vergüenza en la celebración de los cumpleaños de los funcionarios del segundo semestre (volvieron estos encuentros en gloria y majestad, gracias al tesón de Teclita, pese a la resistencia de la Directora a esta tipo de distracciones) al hacerme entrega del obsequio a nombre de mis compañeros, agarrándome con las dos manos la cabeza y estampando su rouge en mi ya inevitable calvicie.

“La diosa asciende hacia los cielos”, comentó Matus, con sus habituales arranques poéticos (ha ganado algunos concursos literarios y ha recitado en los Juegos Florales y en los Festivales de Frutas y Verduras de la provincia), para invitarnos a Miguelito y a mí a presenciar el desplazamiento de la Señorita Maule por las escaleras –gracias a que el ascensor se encontraba en reparaciones-, mientras mecía un papel en sus manos al vaivén de los escalones. “¿Qué documento llevará al otro piso?”, se cuestionaba Miguelito para quien es imposible desconectarse totalmente de sus labores de archivero. Coincidí con Matus en el alcance místico y glorioso de lo presenciado. “Igual se le nota que tuvo un crío y más encima soltera”, comentó el junior a nuestras espaldas, con su consabida grosería y rencor hacia la Señorita Maule cuando se percató que ella no le celebraba sus repetidos chistes de doble sentido.

Miguelito, Matus y yo intentamos no romper la magia de este momento, ni siquiera con esta intervención fuera de lugar. ¡Qué importa que nuestras colegas no opinen lo mismo y miren a la Señorita Maule con desprecio, si ha sido el mejor consuelo recibido por nosotros, ramplones y grises burócratas, después de saber el monto del aguinaldo de fin de año y la partida de Galia a una oficina en Santiago!

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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 02/06/2017

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