Imaginemos una
juguera. Nada del instrumento utilizado por esa especie en extinción llamada
dueña de casa. Hablo de una juguera que se vuelve particular por los
ingredientes dispuestos a ser mezclados dentro de ella: la bomba insana y
colorinche llamada Jessica Rabbit; la animación clásica post depresión Betty
Boop y alguna stripper criolla con una anatomía que sea la antítesis del
raquitismo de las pasarelas europeas ¿Qué sale al abrir la tapa de esta
particular juguera? Un nuevo y vistoso ejemplar que pasó a formar parte de la
fauna del Estado de Chile: la Señorita Maule.
Ella tuvo su
debut en pleno invierno. Importante detalle el estacional, por cuanto las
vestimentas esponjosas y térmicas mantuvieron bien calientitas sus carnes
durante los meses con temperaturas bajo cero, por lo que todo lo abundantes,
armoniosas y encantadoramente criollas que pudiera llegar a ser se encontraba
supeditado al poder de la especulación (nuestra especialidad). Con Miguelito y
Matus dábamos rienda suelta a nuestro adormilado espíritu científico -
explorador describiendo el posible contenido que había bajo todas esas telas,
añorando la llegada del calor para cerciorarnos cuán acertados habíamos sido en
nuestros delirios de burócratas cansados con tanta colega esquiva y arrogante.
La espera fue
recompensada. Podemos decir con orgullo que ya forma parte del patrimonio de
este servicio público el ir y venir de la Señorita Maule desde el fondo del
pasillo, donde se encuentra su centro de operaciones -el programa “Gobierno en
tu cuadra”-, hasta nuestra oficina de Fondos Concursables en busca de la única
impresora decente que, por gracia del destino, la promiscuidad y la crisis
económica, debemos compartir entre varios departamentos. El bamboleo de sus
nada despreciables caderas al son de la música saliendo de la radio de su
oficina -por lo general reggaeton o parte del cancionero latino- muta sin mayor
interferencia al rock clásico del minicomponente de René, siempre con el
volumen al máximo. Todo este proceso –el cual esperamos sea lo más prolongado
posible- constituye un refrescante recreo en medio de la agobiante rutina de
fin de año, tanto para los funcionarios como para el público masculino que,
aunque no se le requiera, siempre está metido dentro de nuestras oficinas buscando
qué bolsearle al Estado, aunque sea una revista, un folleto o una calcomanía.
Todo comienza con
el reclamo coquetón de la Señorita Maule: “¿Quién me cambió la hojas de la
impresora? Yo tenía unas tamaño oficio y ahora me salieron tamaño carta. Parece
que acá hubo un duendecito…”. Más bien varios duendecitos y todos concertados
por una erección en común. De las risitas ocultas entre las pantallas, los
teclados y el mouse surge el galancete de turno –todo eso lo tenemos bien
organizado para que ninguno se haga el vivo y se beneficie más de la cuenta-
que la ayude a sustituir el papel desde las profundidades de la impresora
aliada, con algún roce corporal dependiendo de la destreza del participante y
del espacio que quede al arrinconarla (siempre tenemos una resma de repuesto de
los dos tipos de papeles; somos solidarios cuando se trata de potenciar los
dones de una colega). Sólo así es posible disfrutar durante casi un cuarto de
hora de ese escote pronunciado dada la preferencia de la Señorita Maule por las
poleras sin mangas. Como acostumbra a decir René con voz lastimera, culminadas
estas visitas que fomentan el buen clima laboral: “Imposible negarse a ayudarla
con tanta queja saliendo de su boquita. Más aún con esa máquina de porquería
que le da tanto trabajo a esta niña. Deberían arreglarla estos fulanos de
mantención”. Peripecias que la Señorita Maule realiza justo frente a su
cubículo por lo que ese supuesto “arreglo” queda en una nebulosa inclasificable
y las posibles gestiones ante los fulanos de mantención de René se las lleva el
viento.
Pese a lucir esa
cara de mosquita muerta, sin duda que la Señorita Maule está consciente de sus
atributos y se aprovecha de ellos. Más allá del incidente de la impresora,
acostumbra a lanzar frases falsamente modestas como “yo vengo a puro
molestarlos a ustedes que tanto trabajan”, “¿alguien sería tan amable de
prestarle la corchetera a esta pobre niña desamparada?”, sabiendo que detrás de
esos dichos venían los pisotones y canillazos entre colegas con tal de ganarse
el derecho de socorrerla. Antes esta clase de peticiones más espontáneas, no se
puede recurrir al eficiente sistema de turnos utilizado con la impresora, por
lo que la guerra de primates se desata sin cuartel.
La otra faceta de
la Señorita Maule es su proclividad a gastar bromas, nada de livianas, a uno
que otro jote sometido a su libre elección, como cuando estampó el timbre del
servicio en la mejilla de Miguelito mientras dormitaba en su silla después de
colación o cuando se llevó la Coca - Cola de René para disfrutarla con sus
siempre acaloradas colegas de “Gobierno en tu cuadra” al sabor del reggaeton, y
luego regresarla llena de agua de té para simular el color gredoso del
capitalista brebaje. “Dile que se le fue el gas”, me dijo cerrando un ojo y yo
tan obediente como el perro de Pavlov.
Sin embargo,
siempre se recuerda cuando complotó con el resto de su equipo, además del
junior (listo y dispuesto cuando se trata de perjudicar a algún colega que le
haga sombra frente a las mujeres), para darle un susto a Matus fingiendo la voz
de la Ministra al otro lado del teléfono, dejándolo sin colación por culpa de
los nervios: “Es que yo soy tan malita”, repite cuando se le pide que rinda
cuentas por sus fechorías. Tan malita como para dejarme en vergüenza en la
celebración de los cumpleaños de los funcionarios del segundo semestre
(volvieron estos encuentros en gloria y majestad, gracias al tesón de Teclita,
pese a la resistencia de la Directora a esta tipo de distracciones) al hacerme
entrega del obsequio a nombre de mis compañeros, agarrándome con las dos manos
la cabeza y estampando su rouge en mi ya inevitable calvicie.
“La diosa
asciende hacia los cielos”, comentó Matus, con sus habituales arranques
poéticos (ha ganado algunos concursos literarios y ha recitado en los Juegos
Florales y en los Festivales de Frutas y Verduras de la provincia), para
invitarnos a Miguelito y a mí a presenciar el desplazamiento de la Señorita
Maule por las escaleras –gracias a que el ascensor se encontraba en
reparaciones-, mientras mecía un papel en sus manos al vaivén de los escalones.
“¿Qué documento llevará al otro piso?”, se cuestionaba Miguelito para quien es
imposible desconectarse totalmente de sus labores de archivero. Coincidí con
Matus en el alcance místico y glorioso de lo presenciado. “Igual se le nota que
tuvo un crío y más encima soltera”, comentó el junior a nuestras espaldas, con
su consabida grosería y rencor hacia la Señorita Maule cuando se percató que
ella no le celebraba sus repetidos chistes de doble sentido.
Miguelito, Matus
y yo intentamos no romper la magia de este momento, ni siquiera con esta
intervención fuera de lugar. ¡Qué importa que nuestras colegas no opinen lo
mismo y miren a la Señorita Maule con desprecio, si ha sido el mejor consuelo
recibido por nosotros, ramplones y grises burócratas, después de saber el monto
del aguinaldo de fin de año y la partida de Galia a una oficina en Santiago!
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De PLUMAS
HISPANOAMERICANAS, 02/06/2017
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