Leo que Goytisolo
batalló para que la ONU declarase la plaza de Yemáa el Fnaa, de Marrakech,
Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Una lástima que nadie batallase
en forma para que la plaza de San Francisco, de la ciudad de La Paz, tal y como
la conocí en el año 2004, fuera protegida con la misma declaración.
No me acuerdo si
el pajpako de ese corro anunciaba el fin del mundo o un remedio amazónico
contra la sífilis y la ceguera, o las dos cosas y alguna más por añadidura.
Ese corro era uno
entre muchos, nocturnos y diurnos, de profetas y visionarios que lo mismo
hablaban de los dinosaurios, que de la Biblia escrita por extraterrestres,
execraban al blanco y al gringo y al español que les robó sus riquezas,
apostaban por la espiritualidad andina y no por la de los judíos, payasos,
lustrabotas, cambistas, pillos, carteristas, borrachitos y borrachones,
profesionales de las marchas, dinamiteros, músicos, mendigos, abogados al paso
atendiendo (y timando) a sus clientes, dirigentes campesinos chicote al
hombro, caseras, yatiris con sus mesas de hoja de coca, reciris ciegos
bajo sus paraguas para protegerse del sol inclemente, adivinadores del porvenir
con sus sartenes de estaño fundido, caricatos, vendedores de lo posible y lo imposible,
comederos al paso –fuegos de anticuchos, olores apetecibles, salteñas...–
bebederos lo mismo, urinarios... algo asombroso, irrepetible.
Ibas de un corro
a otro, y al menos en mi caso te resultaba difícil apartarte de allí. La foto
la saqué en el 2008 cuando ya media plaza era un socavón y no hace justicia a
lo que allí vi y viví. Lástima, ya digo. La plaza habrá ganado en diseño
arquitectónico, pero aquel termitero abigarrado de voces, músicas, olores... ha
desaparecido casi por completo.
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De
VIVIRDEBUENAGANA, 06/06/2017
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