No es posible
separar la Masacre de San Juan de la guerrilla dirigida por Ernesto Che
Guevara.
Como Edgar
Ramírez recordó recientemente en el acto de conmemoración del natalicio de Che
Guevara, no es posible separar la Masacre de San Juan de la guerrilla que
operaba en el sudeste boliviano hace medio siglo. Sorprende que ambos
acontecimientos frecuentemente sean vistos de forma separada, como si no
formaran parte del mismo contexto. La operación punitiva contra los campamentos
mineros solo se explica en el marco de la campaña contrainsurgente emprendida
por el Gobierno boliviano de entonces, con apoyo estadounidense y de las
dictaduras vecinas del cono sur latinoamericano, principalmente Brasil,
Argentina y Paraguay.
“Vista la
preocupación de los países limítrofes (…) se hace necesario preparar un informe
sobre la actual situación política que ilustre los probables nexos entre la
agitación minera y las actividades de la guerrilla (…)” dice un telegrama
secreto del Departamento de Estado estadounidense a su embajada en La Paz,
fechado el 27 de junio de 1967, tres días después de la masacre.
A su vez, unas
semanas antes, el 8 de junio, el embajador Douglas Henderson había dicho en un
telegrama confidencial al Departamento de Estado “El presidente Barrientos ha
proclamado el Estado de sitio a causa de la intención de los mineros de marchar
sobre Oruro. Parece que el Gobierno (que desde marzo temía tener que combatir
simultáneamente a la guerrilla y oponerse a los desórdenes fomentados por los
mineros) intenta impedir la explosión de un segundo frente antigubernamental
(…) Ayer, el llamamiento de los mineros de Catavi y Siglo XX ha conseguido la
presencia de entre mil quinientas a dos mil personas. Pedían la retirada de la
Policía de las zonas mineras y apoyaban el envío de fármacos y alimentos a las
fuerzas de la guerrilla (…)”. A esto se podría agregar que se acrecentaban las
voces en sentido de declarar simbólicamente los campamentos mineros como
“territorios libres”, lo que al parecer ocurrió ya en Huanuni.
Los mineros no
tenían un nexo orgánico, establecido formalmente con la guerrilla. Pero junto a
sus demandas inmediatas de reposición de salarios, libertad sindical y
reincorporación de trabajadores despedidos, tenían una creciente e inocultable
simpatía por la guerrilla. La sangre derramada en 1965 estaba todavía fresca.
En las primeras acciones los guerrilleros hacían tomar a los militares de su
propia medicina, la aplicada contra el pueblo trabador especialmente en los
cruentos días de mayo y septiembre de aquel año.
Esa simpatía
generalizada, tarde o temprano, se traduciría en acciones, en apoyo material
concreto, y en incorporaciones que engrosarían el número de combatientes
mineros ya enrolados en la guerrilla (Moisés Guevara, Simeón Cuba, Walter
Arancibia, Casildo Condori, Francisco Huanca, David Adriázola, Julio Velasco y
otros). Mineros y guerrilleros confluirían en un mismo cause, solo era cuestión
de tiempo.
Eso explica la
acción militar preventiva y por sorpresa que costó cuando menos 23 muertos y
casi una cincuentena de heridos. Entre los caídos estaba Rosendo García
Maisman, quien intentó una defensa desesperada del local sindical y de la Radio
La Voz del Minero. Junto a trabajadores también había mujeres, niños y algunos
indigentes de origen campesino. Parecería que la orden hubiese sido disparar
contra todo que se moviera. Ninguna de las acciones de Ñacahuazú tuvo tal
número de bajas. San Juan no fue un choque entre dos fuerzas dispuestas a
combatir. Los mineros ni siquiera estaban en huelga, festejaban con ponches y
fogatas la noche más fría del año y se preparaban para realizar un ampliado al
que habían invitado a representantes de otros sectores laborales, con la
ilusión de dar vigencia a la perseguida y disuelta Central Obrera Boliviana
(COB).
San Juan fue
simple y llanamente una masacre con el objetivo de neutralizar la zona minera
potencialmente aliada de la guerrilla.
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Del blog del
autor, inicialmente en AQUÍ Y AHORA (La Razón), 18/06/2017
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